Orión miró a Andi y pensó que esta vez, cuando le pidió a su hermano que engañara a su mamá, seguro los habían descubierto. Andi le suplicó a su hermano con la mirada, pero Orión no le hizo caso. Era hora de que su hermano aprendiera una buena lección. Después de despedirse de su mamá, salió de la habitación de los niños y entró al cuarto con computadora de su tío. César y Ricardo salieron juntos de la sala de reuniones. —Ya terminamos, ¿podemos volver mañana? —preguntó Ricardo. —Pasado mañana. Mañana hay una exposición de Perla, quiero ir a verla —respondió César con calma. Su pintora favorita en vida era Perla, y ahora que ella había regresado, pensó que comprar una de sus obras la haría feliz. —Entonces iré contigo mañana —dijo Ricardo. Por la noche, Marina ayudaba a su hermana a organizar la ropa que usaría al día siguiente. Perla se probaba un conjunto tras otro para que las vieran. Andi, desde un rincón, empezó a decirle cumplidos. —Mami, te ves increíble, mañ
—Bueno. —respondió César. En verdad quería comprar una pintura para colgarla en la villa. Así, cuando el espíritu de Lorena regresara a casa, podría apreciar algo bonito. Al mencionar a Lorena, no pudo evitar pensar en Marina, y el ambiente entre los dos se volvió un poco tenso. Al final, los dos se fueron, y fue entonces cuando Perla salió con tacones altos y un traje elegante desde atrás. ¿Van a participar en la subasta? ¿No será que tendrán que verla a ella…? Rápidamente pensó, sacó su celular y marcó el número de su hermano William. Perla no regresó al salón de exposiciones en el primer piso, sino que subió por la escalera de afuera hacia la zona de oficinas. No esperaba que Marina y Celeste estuvieran en su sala de descanso. Celeste soltó la taza de té y dijo lentamente: —Ya estoy mayor, mis piernas ya no son lo que eran, caminar me cansa rápido. Perla le echó un vistazo a los tacones que su mamá llevaba puestos, pero no dijo nada. Esa señora tiene unas pierna
En la hacienda, y dentro de la habitación de los niños, Orión acompañaba a Andi mientras él hacía la tarea, y Álvaro estaba trabajando en el código de un programa. Andi mordía la punta de su lápiz, distraído, y dijo: —Hermanito, solo me quedan tres páginas, voy a salir a jugar un rato, luego vuelvo a escribir. Orión no era tonto, sabía perfectamente lo que Andi tenía en mente. Si salía, no sabría dónde iría a parar, así que le respondió: —No, no puedes. Esta mañana me quedé contigo para asegurarme de que terminaras y corregí tus errores. Esta tarde voy a estudiar con Álvaro, no tengo tiempo para esperarte. ¡Escribe rápido! Andi se molestó, escribió dos líneas más y luego levantó la vista para hablar con Orión. —Hermanito, ¿sabías que el señor César tiene brazos como de basquetbolista? Es muy alto. Cuando me abraza siento que toco el cielo, además ufff huele muy bien, me deja estar mucho tiempo en sus brazos. Orión pasó una página en su libro de Aplicaciones de la Computad
En la amplia cama de un hotel en el extranjero de Valle Motoso.Dos almas estaban estrechamente abrazadas haciendo el amor. En el clímax de la pasión, la voz ronca llena de un magnetismo casi sensual de César Balan, le susurraba al oído:—Lorena, quiero que tengamos un hijo producto de todo este amor.Ella, perdida en el deseo del momento, respondió un sí.Al terminar y aún abrazados, Lorena recordó lo que él había dicho.—¿Dijiste que quieres que tengamos un hijo?Sus ojos todavía brillaban con el deseo que no había desaparecido por completo, y esa mirada encendió de nuevo los pensamientos de César. Por alguna razón, su cuerpo siempre ejercía una lujuria irresistible sobre él. Intentó contenerse y sacó un anillo de compromiso que deslizó en el dedo anular de Lorena.—¿Estás en verdad pidiéndome en matrimonio?—Sí, quiero que seas mi esposa, y ¿así me podrás dar ese niño que tanto anhelo tener? —preguntó César con una sonrisa. En sus ojos había indulgencia, pero no amor.Pero esa mirad
No supo cómo, pero las lágrimas comenzaron a caer, y el maquillaje de ojos recién hecho ya estaba vuelto nada. Sus ojos se posaron entonces en el anillo de diamantes. Lorena tenía una corazonada, una especie de presentimiento. Esa aparecida, ¿destruiría acaso la felicidad que ella había tanto esperado?Pero algo si era cierto, no podía quedarse ahí parada de brazos cruzados; tenía que saber quién era esa mujer.Después de quedarse un momento en su lugar, se levantó sin más y regresó al hotel.El avión había alcanzado su destino, Puerto Mar.En el hospital del Sagrado Corazón.Lorena estaba parada frente a la puerta de la habitación del hospital, abrazándose a sí misma. A través de la ventana de la puerta, intentaba mirar hacia dentro. Allí estaba el intimo amiguito de César; Ricardo Meyer, director del hospital, y otros doctores quienes chequeaban a la mujer que se movía inquieta en la cama.Dos enfermeras sostenían a la mujer para que no se alborotara tanto. En el avión, ya le había
En el jardín del Hospital del Sagrado Corazón.La noche primaveral aún era fría. El sereno soplaba con un silbido áspero, a veces suave como un lamento y otras veces venía feroz, se sentía como un susurro mordaz o quizás una voz de reproche perene. El sonido de una fosforera rompió el silencio, y dos puntos de luz se encendieron. El humo del cigarro flotaba en el aire, confundiendo la vista de cualquiera.—Ya que Teresa ha regresado. ¿Qué piensas hacer ahora? —preguntó Ricardo Ignacio.No mencionó a Lorena, pero ambos sabían de qué hablaba.Una era el primer amor de la universidad, ese recuerdo juvenil que siempre queda en el corazón, la mujer que había salvado la vida a César.La otra, su novia durante tres años, con quien había compartido las mayores intimidades y aventuras y a quien ya le había propuesto matrimonio.César permaneció en silencio un buen rato antes de responder:—Ella solo es un reemplazo. Su existencia era únicamente valida solo para sustituir a Tere. Compararla con
Buscó el control de las luces, encendió la lámpara y apagó las velas con lo primero que encontró.Sacó del armario su pijama para luego darse un baño. Antes de entrar al baño, notó sin querer que todavía llevaba el anillo en su mano izquierda. Se lo quitó y lo arrojó al fondo de la caja de joyas.Cuando salió del baño, sacudió de la cobija los pétalos de rosa de la cama. Luego se metió bajo las sábanas cubriéndose la cabeza para dormir.Como de costumbre, se acostó en el lado izquierdo de la cama. César siempre la abrazaba por detrás convirtiéndose en una sábana más dispuesta a abrigarla a ella. Ahora, la gran cama tenía un enorme espacio vacío.Miró hacia la derecha, y ese vacío le molestaba. Se acomodó en el centro de la cama y tiró la otra almohada con desdén. Solo entonces se sintió cómoda.Apagó la luz y cerró los ojos.Pasaron dos días sin recibir noticias de César. Probablemente estaba en el hospital acompañando a Teresa, o trabajando quizás en la oficina.A Lorena no le importa
Dicen que los tipos adinerados como él, son fríos e insensibles en cuestiones personales, que cambian de mujer como de ropa interior, porque creían que con tener dinero podrían hacer lo que se les viniera en gana. Sin embargo, el presidente solo había tenido a Lorena durante estos tres años. Todos pensaban que era alguien fiel, pero al final, cambiar de pareja le resultaba igual que nada. ¿Quién sabe cuánto tiempo podrá quedarse Teresa a su lado?Clara había entrado en la empresa cuando César tomó las riendas del Grupo financiero Runpex hace tres años. No sabía nada sobre el enredo emocional entre Teresa y César.En el centro comercial Lorena estaba seleccionando ropa. Cada prenda que escogía estaba completamente alejada del estilo dulce y tierno que a Cesar tanto le encantaba.—Bebé, ¿has cambiado de estilo? —preguntó Marina al verla sostener un vestido largo negro con tirantes sensuales y una abertura en el dobladillo. Ese vestido, ajustado al cuerpo curvilíneo de Lorena, seguramente