Bajo la Sombra de Otra
Bajo la Sombra de Otra
Por: NN
Capítulo 1
En la amplia cama de un hotel en el extranjero de Valle Motoso.

Dos almas estaban estrechamente abrazadas haciendo el amor. En el clímax de la pasión, la voz ronca llena de un magnetismo casi sensual de César Balan, le susurraba al oído:

—Lorena, quiero que tengamos un hijo producto de todo este amor.

Ella, perdida en el deseo del momento, respondió un sí.

Al terminar y aún abrazados, Lorena recordó lo que él había dicho.

—¿Dijiste que quieres que tengamos un hijo?

Sus ojos todavía brillaban con el deseo que no había desaparecido por completo, y esa mirada encendió de nuevo los pensamientos de César. Por alguna razón, su cuerpo siempre ejercía una lujuria irresistible sobre él. Intentó contenerse y sacó un anillo de compromiso que deslizó en el dedo anular de Lorena.

—¿Estás en verdad pidiéndome en matrimonio?

—Sí, quiero que seas mi esposa, y ¿así me podrás dar ese niño que tanto anhelo tener? —preguntó César con una sonrisa. En sus ojos había indulgencia, pero no amor.

Pero esa mirada logró conmover a Lorena, más en él solo veía otra persona y solo quería que ella aceptara lo que pedía.

—Te daré todos los que quieras de mí.

Lorena se sintió bastante emocionada, aunque pensó que una propuesta de matrimonio en la cama y más aún después de follar no era nada romántica. Pero eso no le importaba. Era lo que ella había esperado durante tres años, y lo consideró como un premio a su paciencia.

Exactamente tres años atrás, ella había sufrido un accidente en la playa, se resbaló mientras se bañaba y se golpeó la cabeza contra una roca. Desorientada al despertar, se dio de cuenta que no recordaba a nada ni a nadie, solo a una persona, César quien la había sacado del agua.

Fue a él quien vio cuando abrió los ojos en la camilla de un hospital después del accidente, y su guapa cara la deslumbró al instante. Una vez recuperada, descubrió que César había pagado los gastos de su hospitalización y que era el gerente general del grupo financiero Runpex.

Debido a la posición de César, este le propuso que fuera por el momento solo su acompañante, y ella aceptó sin pensarlo dos veces, movida por su galantería. Firmaron y establecieron su relación. César le dio entonces un nuevo nombre: Lorena Balan.

Ella había accedido únicamente había sido por lo sexy que era.

Aunque era solo su “acompañante”, su relación durante esos tres años paso a convertirse prácticamente en la de una pareja. En el primer año fue algo así como su amante secreta; en el segundo, él la presentó a todos sus amigos como su novia. Y ahora, casi tres años después, César le proponía matrimonio.

Tras integrarse en su círculo social, Lorena había escuchado que, en la universidad, César tuvo un primer amor, Teresa Gálvez, a quien en sus años de estudio adoró profundamente. Pero Teresita desapareció un día de repente. César había pasado años buscándola, pero sin éxito.

Después de tanto tiempo, César parecía haber perdido la esperanza de volver a verla, y por eso decidió proponerle matrimonio a Lorena.

A Lorena no le importaba su pasado; ¿ quién no tiene una historia después de todo?

Por eso al mirar el brillante anillo en su dedo, sintió que todo había valido la pena.

Desde el baño se oía el sonido del agua al caer; César estaba duchándose. Una vez que el deseo se calmó, Lorena tomó una toalla, envolvió su cuerpo y bajó de la cama para recoger la ropa que ambos habían dejado esparcida por el suelo.

De repente, un sonido llamó su atención: un objeto cayó al suelo.

Era la billetera de César. Al inclinarse para recogerla, una foto vieja se deslizó de su interior. Los bordes de la foto estaban desgastados, mostrando su mucho uso.

En la foto había una mujer que se parecía a Lorena, pero más joven, con un rostro similar al suyo tres años atrás.

Lorena no recordaba haber tomado esa foto, pero como había perdido la memoria, pensó que tal vez lo había olvidado.

Justo cuando intentaba devolverla a la billetera, una mano masculina y fuerte apareció tras ella.

César había salido ya del baño. Su cabello mojado caía desordenado sobre su frente, parcialmente cubriendo sus ojos, los cuales mostraban desagrado.

—Ya te he dicho muchas veces que no toques mis cosas —dijo con un tono de advertencia, completamente diferente de la intimidad de hacía unos momentos.

Se giró y guardó la billetera en su maletín, todo en él reflejaba distancia.

Lorena se quedó pasmada. ¿César estaba siendo tan precavido por esa simple foto?

Confundida, lo miró. ¿No era acaso una foto de ella misma?

Antes de que pudiera preguntar, César pareció darse cuenta de que su actitud había sido demasiado brusca. Se giró hacia ella, sujetó su mentón y, con una mirada coqueta, deslizó su pulgar por sus labios aún hinchados. Su tono había sido brusco, pero ahora evidentemente estaba buscando distraerla.

—Amor, ya nos estamos retrasando para la exposición. Si no quieres ir, pues ya quedemos entonces aquí a darnos un placercito más.

Lorena sintió sus mejillas arder y lo apartó suavemente con las manos, confundida y nerviosa.

Su mente quedó en blanco, olvidando la cuestión de la fotografía.

César había asistido a esa ciudad para atender una invitación al evento de la famosa pintora Perla Bianchi, quien, tras retirarse varios años atrás, rara vez organizaba exposiciones. Esta era una oportunidad única, y César había llevado a Lorena con él.

Después de vestirse rápidamente, Lorena se preparó. César, ya con un traje impecable, la esperó. La galería estaba cerca del hotel, así que caminaron juntos. Ambos, abrazados, parecían la pareja perfecta.

Justo cuando Lorena sentía que la felicidad la llenaba, César se detuvo abruptamente.

—César, ¿ qué te sucede? —preguntó ella, siguiendo su mirada.

En el otro lado de la calle, una mujer desaliñada y sucia, cuya ropa había perdido todo color, corría hacia ellos, ignorando el peligro de los autos al pasar.

César apartó bruscamente el brazo de Lorena y abrazó con fuerza a la mujer que había corrido hacia él.

La desconocida lloraba desconsoladamente, jadeando entre sollozos:

—César, gracias al cielo por fin te encontré. Yo sabía que vendrías a buscarme, ¿verdad?

Lorena, apartada de un empujón, sintió mucha confusión. Miró a la mujer y la reconoció: se parecía mucho a la mujer de la foto en la cartera, e incluso a ella misma.

—¿Tere? —La voz de César tembló, llena de incredulidad. Sus ojos estaban fijos en la mujer, como si temiera que desapareciera de nuevo.

El mismo hombre que acababa de proponerle matrimonio, ahora en plena calle abrazaba a otra mujer frente a ella.

Con delicadeza y ternura, César secó las lágrimas de Teresa, su tan anhelado tesoro.

—Sí, soy yo —respondió Teresa entre sollozos.

Aunque su cuerpo languidecía, se aferraba con fuerza a César.

César normalmente impecable y obsesionado con la limpieza, ahora abrazaba a Teresa, con su ropa en harapos y mal oliente, sin preocuparse por su apariencia. Parecía que temía dañarla con cualquier movimiento brusco.

Ambos parecían aislados del mundo, ignorando por completo a Lorena.

Sin mirar a Lorena, César se quitó su costoso saco y lo colocó sobre los hombros de Teresa. Luego, pasó sus brazos bajo sus rodillas y la levantó, llevándola de regreso al hotel.

Lorena quedó atrás, sola. Todavía podía sentir el calor del abrazo de César en su cintura.

El mismo hombre que acababa de hacerle el amor y pedirle matrimonio, ahora la abandonaba en plena calle para correr tras otra mujer.

A su alrededor, los transeúntes se detenían, observándola con curiosidad.

Quiso seguirlo, pero tropezó al dar el primer paso. Apoyándose en la pared de un edificio cercano, intentó recuperar la compostura. Al levantar la vista y mirarse en el reflejo de una ventana, vio su rostro maquillado con esmero, pero lleno de desesperación.

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