Capítulo 3
En el jardín del Hospital del Sagrado Corazón.

La noche primaveral aún era fría. El sereno soplaba con un silbido áspero, a veces suave como un lamento y otras veces venía feroz, se sentía como un susurro mordaz o quizás una voz de reproche perene.

El sonido de una fosforera rompió el silencio, y dos puntos de luz se encendieron. El humo del cigarro flotaba en el aire, confundiendo la vista de cualquiera.

—Ya que Teresa ha regresado. ¿Qué piensas hacer ahora? —preguntó Ricardo Ignacio.

No mencionó a Lorena, pero ambos sabían de qué hablaba.

Una era el primer amor de la universidad, ese recuerdo juvenil que siempre queda en el corazón, la mujer que había salvado la vida a César.

La otra, su novia durante tres años, con quien había compartido las mayores intimidades y aventuras y a quien ya le había propuesto matrimonio.

César permaneció en silencio un buen rato antes de responder:

—Ella solo es un reemplazo. Su existencia era únicamente valida solo para sustituir a Tere. Compararla con Tere es bastante inútil. —Su voz era impasible, y en sus ojos oscuros no había rastro de emoción, como si no hubiese sido él quien le había propuesto matrimonio en Valle Moroso.

—El lugar de la señora Balan nunca será suyo; solo puede ser de Teresa.

Justo como ella lo propuso en el pasillo del hospital, así él no tendría que mencionarlo primero.

Ricardo y César habían sido amigos desde la infancia, compartiendo ese mismo aire egoísta de los herederos de familias adineradas. Sin embargo, esta vez, Ricardo no pudo evitar sentir compasión por Lorena.

Aunque Lorena había perdido la memoria y no tenía un linaje de prestigio, era una mujer transparente, una viajera sin familia. Durante estos tres años, había estado al lado de César, complementándose a la perfección, y en la opinión de Ricardo, ambos parecían una pareja feliz.

En cambio, era fácil imaginar por lo que Teresa había pasado en el extranjero todos estos años. No es que a Ricardo le importara si una mujer había sido lastimada o no, pero incluso en la universidad siempre le pareció que Teresa era artificial. Además, nunca seguía las reglas de César y frecuentemente salía sola.

Cuando se graduaron de la universidad, un grupo de amigos cercanos organizó un baile de graduación en el extranjero, y fue desde esa ocasión que Teresa desapareció misteriosamente.

Movieron cielo y tierra para encontrarla, sin éxito. La policía por su parte sugirió que pararan la búsqueda, insinuando que las probabilidades de que una joven desaparecida se hubiese quizás volado con un amor o estuviese en otras andanzas

En ese entonces, César aún no había asumido por completo la dirección de la empresa. Además, su padre, Armando Balan, había fallecido en un accidente automovilístico.

Tras lidiar con los asuntos funerarios, tuvo que hacerse cargo de la empresa y enfrentarse a las mañas de su tío, Hugo Balan, que intentaba por todos los medios arrebatarle el control de la empresa.

Pero fue gracias a la intervención de su abuelo, César logró estabilizar la compañía. Pero al regresar a la búsqueda de Teresa, ya habían perdido gran parte del tiempo.

La frustración y la culpa de César en aquel periodo eran evidentes para Ricardo, quien también compartió su ansiedad.

Después llegó Lorena, quien, de alguna manera, salvó a César. En el fondo, Ricardo siempre había estado agradecido con ella.

—Lorena ha estado contigo tres años. Ella ya no tiene a sus padres ni familia. ¿No crees que esto es demasiado cruel para con ella? —intentó interceder por Lorena.

—Entonces que siga quedándose a vivir allí. Pero casarme con ella, eso es imposible. —El tono de César era despreocupado, casi como si estuviera hablando de alguien que era una ninguna. Pero para él, mantener a una boca más no era problema alguno.

¿Seguir quedándose?

¡Qué burla tan desgraciada para con ella!

¿Sería como una amante, sin ocultarse justo a la vista de todos? ¿Una tercera en discordia? ¿Una amante?

Lorena no se había ido del hospital de inmediato. Estaba sentada en un banco detrás del jardín, dejándose consolar por el sereno de la noche.

No esperaba enterarse de la verdad en estos momentos.

Resultaba que todo se debía a que se parecía mucho a la del primer amor perdido de César. Además, como había perdido la memoria, él había moldeado su personalidad para que se ajustara a lo que deseaba. Ocultó la verdad, convirtiéndola en un simple reemplazo.

Un sustituto para aliviar su nostalgia por Teresa, su luz de luna blanca.

Todo el amor y el cuidado que César le había dado no eran para ella, sino para la sombra de otra persona.

Teresa. Ahora en efecto sabía su nombre.

César estaba destinado a no renunciar amar a Teresa durante toda su vida.

Le había puesto su nombre como Lorena, y cuando estaban juntos, siempre la llamaba de otra forma.

Ese susurro bajo, atractivo y seductor, que hacía que Lorena se hundiera más y más.

Pero ahora entendía que cada palabra dulce no era para ella. Solo estaba viendo otra cara en ella, una sonrisa que solo le recordaba la ida a la que tanto extrañaba.

Pensaba en aquella foto que había visto en la billetera de César. Ella ingenuamente había creído que la mujer en la foto era ella misma. Qué ridículo.

Desde el principio, César la había moldeado en la imagen de su primer amor.

Y ella, ilusa, y de boba completa había creído que él la amaba a ella.

Pero ahora sabía que no era más que una pieza de rompecabezas de reemplazo en la historia de amor de ellos dos.

Esa noche, el corazón de Lorena se sumió en la más profunda de las depresiones, había sido solo comparada, usada y ahora desechada como un pañuelo ya usado y lleno de mocos.

Ya fuera por haber sido utilizada como reemplazo o por haber pasado de ser una prometida oficial a una amante, esto su orgullo no podía soportarlo.

Sí, a decir la verdad, amaba mucho a César, pero no podía aceptar ser el reemplazo de nadie, y menos una amante o interponerse en una relación.

En esa noche serena, había tomado una decisión.

Por suerte, solo estaban comprometidos. Terminar una relación era mucho más sencillo que divorciarse.

Se sintió aliviada de que Teresa hubiera aparecido esa noche.

—Señorita Balan, ¿ dónde ha estado usted metida? —La voz del chófer quien había estado buscándola sin éxito durante un buen rato rompió el caudal de sus pensamientos.

—Estoy aquí. —Lorena dejó de lado sus emociones, volviendo a su habitual tono calmado.

—¿Está sola? ¿Y el señor? —preguntó el chófer.

—Él no va a regresar. —Lorena se levantó del banco detrás del jardín y caminó hacia el auto junto al chófer.

Llevaba un vestido hasta las rodillas, de un estilo dulce y puro. A César le gustaba ese estilo, así que lo había mantenido durante los tres años que estuvieron juntos.

El viento de primavera sopló, y una ráfaga fría acarició su piel expuesta, haciéndola estremecer.

En el otro lado del jardín, el punto de luz de un cigarro parpadeaba. César dio una última calada, apagó el cigarro y lo tiró al suelo.

—¿Lorena no se ha ido? —preguntó Ricardo, con cierta incomodidad.

—Si lo escuchó, mejor. Así entenderá cuál es su lugar y no repetirá el espectáculo de hoy. —La voz de César era despreocupada, altiva como siempre.

Dicho esto, se giró y dejó el jardín, sin mostrar ni un ápice de remordimiento o vergüenza.

En el carro, Lorena regresó a la villa.

La empleada de servicio, doña Marta abrió la puerta, y con ojos llenos de afecto tras varios días sin verla.

—Mijita, ya usted ha regresado. Esta vez acompañar al señor debió ser agotador.

Lorena asintió, con una expresión cansada.

—Sí, mucho.

—¿Y el señor? —preguntó doña Marta, mirando detrás de ella en busca de César.

—Él no va a regresar esta noche. —El tono de Lorena era indiferente, como si no le importara si él volvía o no.

Doña Marta pareció decepcionada, pero rápidamente recuperó su sonrisa, cargada de una ambigüedad que solo alguien con experiencia podía entender.

Al recoger la maleta de Lorena, la instó a que fuera a descansar.

Cuando entró a la habitación, Lorena entendió la sonrisa de doña Marta.

La habitación estaba decorada románticamente: velas encendidas, flores, una botella de champán abierta en la mesa y pétalos de rosa esparcidos sobre la cama.

Todo estaba preparado con una intimidad evidente.

Lorena estaba cansada tanto física como emocionalmente. Decidió no molestar a nadie esa noche.
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