Perla se sentó en el asiento del copiloto, cansada. Marina, que manejaba el carro, le dijo: —Hermanita, te compré un café. Tómalo para despertarte un poco. —Ander, pásale el café a tu mamá. —Sí —respondió Ander, quien, con cuidado, le dio el café a Perla desde el asiento de atrás mientras el carro arrancaba. Perla se giró para recibirlo. —Dale, Andi. Últimamente, Perla había estado tan ocupada con la organización de la exposición que no había tenido tiempo para estar con sus hijos. La familia se había turnado para cuidarlos: Ander estaba con Marina, y Orión con William. Ahora iban a recoger a Orión donde William. Esa noche, Celeste había reservado una mesa en un restaurante para celebrar por adelantado el éxito de la exposición de Perla. Los últimos cinco años habían sido tranquilos y prósperos para Perla, sin muchos disgustos en su vida. Mientras tanto, en la oficina de William, él estaba terminando su trabajo del día. Orión, sentado en una mesita baja al lado del esc
—¿Bueno, mamá? —respondió César al celular. —¿Dónde estás? Te envié un mensaje para que fueras al restaurante que acordamos. ¿Por qué no fuiste? ¿Sabes que la muchacha te estuvo esperando mucho tiempo? —la voz de María sonó fuerte por el celular, llena de frustración. Esta vez, María no le había presentado a la hija de alguna familia adinerada, sino a una chica que se parecía un poco a Lorena. —Mamá, ya te dije que no quiero más citas—respondió César, cansado. —¡Pero al menos podrías haber ido a verla por mí! —gritó María, al borde de un ataque al corazón en su casa. —Si no ibas a ir, al menos podrías habérmelo dicho. César guardó silencio por un momento. Había estado tan ocupado que no había tenido tiempo de revisar sus mensajes. De repente, vio algo que le llamó la atención. Por un momento, pensó que había visto a Ander, pero al mirar de nuevo, solo era una maceta. Se convenció de que había sido su imaginación y respondió, despreocupado: —Está bien, mami. Cuando regre
César abrió la puerta para entrar a la mesa privada y entró con Ander en brazos. Las expresiones de los presentes variaron, especialmente la de la socia comercial, que pareció sorprendida al ver a Ander, como si hubiera reconocido a una celebridad. No esperaban que César tuviera conexiones con la familia Vargas. Ricardo, al ver a su amigo con un niño en brazos, primero se sorprendió, pero al reconocer a Ander, entendió de inmediato. Con un tono familiar, preguntó: —¿Cómo te encontraste con Ander? Se levantó de su asiento para hacerles espacio. César se sentó y colocó a Ander en sus piernas, sin intención de dejarlo sentar solo. Ander parecía muy cómodo. Preocupado de que el niño tuviera hambre, César le sirvió un poco de comida con un tenedor y pidió al mesero que trajera otro tenedor. Solo después de asegurarse de que Ander estuviera cómodo, le respondió a Ricardo: —Me lo encontré mientras hablaba por teléfono. No dio más detalles, y Ricardo no insistió, retomando la c
—Yo te llevo —dijo César. Ander estaba a punto de responder, pero Ricardo lo levantó y lo abrazó. —¿Qué vas a llevar? Mejor que yo te lleve, tú quédate con los socios. —Esta conversación la tuvieron en el idioma de Valle Motoso, y Ander claramente podía entender lo que decían. Ander abrazó el cuello de Ricardo, tranquilo, porque después de todo, el señor Ricardo también era bastante guapo. Ricardo lo sostuvo con firmeza y se levantó para salir de sala privada. Parecía que recién había escuchado la voz de Marina... Justo antes de salir, Ander le hizo un gesto de despedida a César y, en idioma de Valle Motoso, dijo con voz suave: —Adiós, señor César. Ricardo abrazó a Ander y fue a la entrada. Durante el camino, empezó a preguntar indirectamente: —Ander, ¿cómo se llama tu tía? Ander, sin desconfiar nada, respondió sin pensarlo: —Mi tía se llama… No terminó de hablar, porque sus grandes ojos brillaron al ver la sombra de Marina. Con sus deditos, señaló hacia adelante y
—Ander, ¿no te he dicho que no te acerques a esos hombres? —Marina lo reprendió mientras lo guiaba de vuelta a la mesa. Ander bajó la cabeza y la miró con curiosidad. —Tía Marina, solo me dijiste que no los llevara a la esquina a buscarte. No me dijiste que no podía verlos. Marina no pudo contradecir su razonamiento y, molesta, respondió: —Bueno, ahora te lo estoy diciendo. A partir de ahora, no te acerques a esos dos. ¿Entendido? Si los ves, aléjate. Ander asintió, pensando que Marina temía que su mamá consiguiera pareja mientras ella seguía soltera. Apretó la mano de Marina y, de repente, le habló con seriedad: —Tía Marina, no te preocupes. Yo te ayudaré a encontrar un novio. Y si no lo encuentras, siempre estaré contigo para cuidarte cuando seas mayor.Marina: —... En ese momento, sintió un fuerte impulso de darle una palmada a Ander. Cuando regresaron a la mesa, todos comenzaron a comer. Durante la cena, Marina estuvo incomoda, mientras que Ander, sentado a su l
En la amplia cama de un hotel en el extranjero de Valle Motoso.Dos almas estaban estrechamente abrazadas haciendo el amor. En el clímax de la pasión, la voz ronca llena de un magnetismo casi sensual de César Balan, le susurraba al oído:—Lorena, quiero que tengamos un hijo producto de todo este amor.Ella, perdida en el deseo del momento, respondió un sí.Al terminar y aún abrazados, Lorena recordó lo que él había dicho.—¿Dijiste que quieres que tengamos un hijo?Sus ojos todavía brillaban con el deseo que no había desaparecido por completo, y esa mirada encendió de nuevo los pensamientos de César. Por alguna razón, su cuerpo siempre ejercía una lujuria irresistible sobre él. Intentó contenerse y sacó un anillo de compromiso que deslizó en el dedo anular de Lorena.—¿Estás en verdad pidiéndome en matrimonio?—Sí, quiero que seas mi esposa, y ¿así me podrás dar ese niño que tanto anhelo tener? —preguntó César con una sonrisa. En sus ojos había indulgencia, pero no amor.Pero esa mirad
No supo cómo, pero las lágrimas comenzaron a caer, y el maquillaje de ojos recién hecho ya estaba vuelto nada. Sus ojos se posaron entonces en el anillo de diamantes. Lorena tenía una corazonada, una especie de presentimiento. Esa aparecida, ¿destruiría acaso la felicidad que ella había tanto esperado?Pero algo si era cierto, no podía quedarse ahí parada de brazos cruzados; tenía que saber quién era esa mujer.Después de quedarse un momento en su lugar, se levantó sin más y regresó al hotel.El avión había alcanzado su destino, Puerto Mar.En el hospital del Sagrado Corazón.Lorena estaba parada frente a la puerta de la habitación del hospital, abrazándose a sí misma. A través de la ventana de la puerta, intentaba mirar hacia dentro. Allí estaba el intimo amiguito de César; Ricardo Meyer, director del hospital, y otros doctores quienes chequeaban a la mujer que se movía inquieta en la cama.Dos enfermeras sostenían a la mujer para que no se alborotara tanto. En el avión, ya le había
En el jardín del Hospital del Sagrado Corazón.La noche primaveral aún era fría. El sereno soplaba con un silbido áspero, a veces suave como un lamento y otras veces venía feroz, se sentía como un susurro mordaz o quizás una voz de reproche perene. El sonido de una fosforera rompió el silencio, y dos puntos de luz se encendieron. El humo del cigarro flotaba en el aire, confundiendo la vista de cualquiera.—Ya que Teresa ha regresado. ¿Qué piensas hacer ahora? —preguntó Ricardo Ignacio.No mencionó a Lorena, pero ambos sabían de qué hablaba.Una era el primer amor de la universidad, ese recuerdo juvenil que siempre queda en el corazón, la mujer que había salvado la vida a César.La otra, su novia durante tres años, con quien había compartido las mayores intimidades y aventuras y a quien ya le había propuesto matrimonio.César permaneció en silencio un buen rato antes de responder:—Ella solo es un reemplazo. Su existencia era únicamente valida solo para sustituir a Tere. Compararla con