Capítulo 2
No supo cómo, pero las lágrimas comenzaron a caer, y el maquillaje de ojos recién hecho ya estaba vuelto nada.

Sus ojos se posaron entonces en el anillo de diamantes. Lorena tenía una corazonada, una especie de presentimiento. Esa aparecida, ¿destruiría acaso la felicidad que ella había tanto esperado?

Pero algo si era cierto, no podía quedarse ahí parada de brazos cruzados; tenía que saber quién era esa mujer.

Después de quedarse un momento en su lugar, se levantó sin más y regresó al hotel.

El avión había alcanzado su destino, Puerto Mar.

En el hospital del Sagrado Corazón.

Lorena estaba parada frente a la puerta de la habitación del hospital, abrazándose a sí misma. A través de la ventana de la puerta, intentaba mirar hacia dentro. Allí estaba el intimo amiguito de César; Ricardo Meyer, director del hospital, y otros doctores quienes chequeaban a la mujer que se movía inquieta en la cama.

Dos enfermeras sostenían a la mujer para que no se alborotara tanto. En el avión, ya le habían limpiado el rostro y le habían remplazado los harapos por ropa limpia.

—¿Teresa? ¿Ella no se había acaso esfumado hace cuatro años?

Ricardo estaba sorprendido. ¿Dónde había pues encontrado César a Teresa?

Las familias Balan y Meyer habían movilizado todos sus contactos y recursos para buscarla durante cuatro años sin éxito. Finalmente, dejaron de buscar y ¿ahora aparecía de repente?

Después de que los doctores y las enfermeras terminaran el examen, abandonaron la habitación.

En la habitación, desoló el silencio.

Un momento después, la voz de César se hizo notar desde lejos. Sus ojos miraban a la mujer dormida y sedada en la cama.

—¿Cómo está?

—Está bastante desnutrida, asustada y algo consternada mentalmente. Pero por fortuna no es nada grave por el momento. Con el pasar del tiempo ella podrá recuperarse.

César estaba parado junto a la cama, con la intención de quedarse a cuidarla toda la noche.

Ricardo quiso decir algo, pero al final tragó sus palabras y salió de la habitación.

Al abrir la puerta, vio a Lorena parada afuera.

Ricardo Meyer se sintió avergonzado por su amigo.

Ajustó sus gafas y con una sonrisa cordial, saludó:

—Señorita Balan.

Lorena asintió como respuesta.

—Doctor Meyer, ¿sabe usted cómo se llama ella? Quiero que usted me diga por favor, ¿ qué relación tiene esa muchacha con César? — preguntó ansiosa por saber quién era esa mujer.

Ricardo no sabía cómo persuadirla, sin decirle que Teresa era la persona que César había guardado en su corazón por años como su amor platónico.

Después de todo, ese era asunto personal de su amigo, y no le correspondía a él soltar más de la cuenta.

Cuando estaba dudando qué decir, César abrió la puerta y salió, viendo a los dos parados frente a la habitación. Mostrando malgenio se dirigió a Lorena.

—¿Ya no te mande que te fueras a casa? ¿Por qué sigues aquí?

Su tono era despectivo y lleno de altiveza.

Lorena lo enfrentó sin miedo, necesitaba escuchar respuestas.

—¿No eres tú el mismo hombre que tan solo hace 16 horas en Valle Motoso me propuso matrimonio, y ahora abrazas a otra mujer? ¿Y no solo eso, sino que despectivamente me ignoras? Y, pero aún, ¿En serio ni siquiera piensas volver a casa conmigo? ¿Pretendes pasar la noche aquí?, Al lado de esta desconocida.

—No te montes en películas ni seas irracional, regrésate de inmediato a casa—dijo él con un tono déspota, mirándola tan solo como si fuera una subordinada desobediente.

Ricardo, al ver la cara seria de César, visualizó que la situación empeoraría. Sabía que Lorena podía salir perdiendo. Cuando César se enfadaba, no era algo que ella pudiera manejar a la ligera.

—Es tarde, yo puedo llamar un carro para que lleve a la señorita Balan de regreso a casa —intentó remediar.

Lorena rechazó su iniciativa.

—¿Irracional? Soy tu prometida ¡carajo! Me dejaste sola y tirada como un perro en la calle y en el extranjero, abrazaste a otra mujer y sin más ni más te fuiste sin darme tan siquiera una explicación o un por qué. ¿En qué momento pensaste en mí? Quiero que me expliques de inmediato que está sucediendo.

—Y más, será mejor que tú mismo vengas conmigo, esa mujer ya tiene suficientes doctores y enfermeras que velen por su salud. Pero, tú te vienes conmigo a casa. —Soltó una mirada sin objeción, ahora ella era quien lo mandaba.

Lorena, desesperada, extendió la mano para agarrarse del brazo de César. Pero antes de que pudiera tocarlo, una mano la detuvo. Era Rajiv el guardaespaldas personal de César.

Lorena estaba sorprendida y no podía creerlo. Su corazón le dolía y su realidad se sentía desmoronarse como migas de pan.

¿Él, quien siempre la protegía y mimaba, ahora no le permitía ni tocarlo?

—¿Qué significa todo esto? —preguntó arrugando los labios con voz temblorosa, tan frágil como su corazón en ese momento.

César no simpatizó en absoluto, y la siguió observando con mirada indiferente. Miraba a Lorena como si fuera una desconocida, no como la mujer a quien había pedido matrimonio ese mismo día.

El tiempo pasó lentamente, o quizá solo fue un segundo.

—No seas inmadura, eres abecés bastante impulsiva. —dijo directamente y sin tacto.

¿Inmadura yo? Antes decías que te encantaba su dependencia, que te gustaba cómo ella ocupaba su tiempo. Ahora soy para ti una inmadura.

—Si quieres quedarte aquí con ella, está bien. Pero, ¿ qué pasara entonces con nuestro matrimonio? ¡Hoy mismo me propusiste matrimonio! —dijo Lorena, con el corazón quebrado.

Sabía que no era el mejor momento para hablar de esto, pero no podía aceptar que su futuro esposo estuviera cuidando a otra mujer en un hospital.

Ricardo, a un lado, estaba impactado. ¿Matrimonio? ¿César le había propuesto matrimonio a Lorena? ¿Qué demonios pensaba entonces hacer ahora con Teresa...?

César miró preocupado hacia la ventana de la habitación, temiendo que la mujer dormida pudiera despertarse con tanto alboroto.

Lorena vio la preocupación en sus ojos. Esa mirada que antes le correspondía solo a ella cuando se lastimaba, justo ahora era para otra mujer.

Él se giró y, con un tono indiferente le respondió:

—Si no quieres casarte, pues cancelamos de inmediato esa boda. Este no es un lugar para uno de tus berrinches. Rajiv, haz que el chófer la lleve de vuelta a casa.

No le gustaba que lo amenazaran, especialmente cuando se trataba de su matrimonio.

Sin decir más ni más, volvió a la habitación sin siquiera mirarla otra vez.

Rajiv inclinó la cabeza y dijo con respeto:

—Señorita Balan, no me ponga por favor usted en un aprieto con mi jefe. Regresemos por favor a casa.

Ricardo, viendo la situación, le aconsejó:

—Señorita Balan, es cierto, y ya es también bastante tarde. Será mejor hablar con César después y con más calma.

¿Hablar después? ¿Había algo más de qué platicar? Su prometido estaba cuidando a otra mujer y ni siquiera le daba el más mínimo valor a ella quien era su futura esposa.

Las luces del pasillo en el hospital eran tan brillantes que cegaban. Lorena no podía ver nada con claridad.

Sabía que al quedarse ahí solo sobraría. No quería seguir siendo el hazmerreír de otros.

Apretó el bolso en su mano, se giró y decidió irse.

Apenas dio un paso, su cuerpo flaqueo y estuvo a punto de desmayarse.

Ricardo y Rajiv la sostuvieron por ambos lados con cortesía.

—Déjame ayudarte. —dijo el doctor Meyer.

Lorena apoyó una mano en la pared, recuperando el aliento, rechazando la ayuda.

—Estoy bien, yo puedo irme sola.

Se tambaleó mientras se alejaba, caminando con decisión hasta el final del pasillo.

De vuelta en la habitación, César miró a Teresa, demacrada, acostada en la cama. Una sensación de vacío llenaba su pecho. El aire olía a desinfectante, aumentando su incomodidad.

Ajustó el cuello de su camisa, desabotonó los dos primeros botones, pero todavía sentía el aire sofocante.

Salió de la habitación nuevamente. Afuera, solo estaban Ricardo y Rajiv. Lorena ya no estaba.

—¿Ya se fue? —preguntó.

—Sí.— Ricardo metió las manos en los bolsillos a ambos lados de su bata blanca y asintió.

Al ver que ambos estaban allí, César no le preguntó a Lorena nada.

—Voy a salir a fumar. —dijo.
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