Capítulo 4
Buscó el control de las luces, encendió la lámpara y apagó las velas con lo primero que encontró.

Sacó del armario su pijama para luego darse un baño. Antes de entrar al baño, notó sin querer que todavía llevaba el anillo en su mano izquierda. Se lo quitó y lo arrojó al fondo de la caja de joyas.

Cuando salió del baño, sacudió de la cobija los pétalos de rosa de la cama. Luego se metió bajo las sábanas cubriéndose la cabeza para dormir.

Como de costumbre, se acostó en el lado izquierdo de la cama. César siempre la abrazaba por detrás convirtiéndose en una sábana más dispuesta a abrigarla a ella. Ahora, la gran cama tenía un enorme espacio vacío.

Miró hacia la derecha, y ese vacío le molestaba. Se acomodó en el centro de la cama y tiró la otra almohada con desdén. Solo entonces se sintió cómoda.

Apagó la luz y cerró los ojos.

Pasaron dos días sin recibir noticias de César. Probablemente estaba en el hospital acompañando a Teresa, o trabajando quizás en la oficina.

A Lorena no le importaba, nunca le texteó para preguntar, cortó toda comunicación.

La luz de la mañana era hermosa, el sol brillaba y la brisa de primavera era agradable. Lorena descansaba tranquilamente en una hamaca en el patio de la villa, con una mascarilla facial de pepino y aloe puesta.

Mientras pensaba en sus asuntos, recordó haber visto el contrato de compañera que habían firmado hace tres años. Decía que el contrato expiraría automáticamente después de tres años.

Faltaban menos de cuatro meses para que se cumpliera ese plazo. Según el contrato, recibiría una suma de 1 millón.

Además, durante estos años, entre dinero de bolsillo y regalos festivos, había acumulado unos 300.000 más. Apenas había gastado nada, así que todo estaba ahorrado.

Parecía que ya podía considerarse una pequeña millonaria. Después de dejar a César, encontraría un trabajo. Su vida sin él no sería tan difícil después de todo.

En cuanto a una casa, una pequeña sería más que suficiente. Invitaría a Marina a mudarse con ella para hacerle compañía.

Lo único lamentable era no poder llevarse a doña Marta. Si pudiera llevársela a ella, todo sería perfecto.

El sonido del celular en la mesa interrumpió sus pensamientos. Lo desbloqueo nerviosamente con su dedo para ver una nueva notificación. Lorena abrió el mensaje.

Era de su amiga Marina.

Se habían conocido un año atrás en un centro comercial. Desde la primera vez, Marina insistió en hacerse amiga de ella.

Sin recuerdos y sin amigos, Lorena aceptó. Con el tiempo, llegaron a ser amigas muy cercanas.

«¿Cómo te fue en Valle Motoso? ¿Cuándo regresas?» acompañado de un meme.

«Ya volví»

«¿Volviste? ¿Tan pronto?»

«César parece un varón bien gallado en la cama... ¿Cómo tan rápido? ¿Es que no le funciona?»

«No solo no le funciona, ni siquiera se le levanta al pobre. »Lorena aprovechó para maldecir a César.

Del otro lado, Marina arqueó una ceja. Al parecer, César había molestado a Lorena.

No le dio demasiada importancia; las parejas discutían todo el tiempo.

«Justo ahora que estás de vuelta, quiero ir al centro comercial Baratón a comprar ropa. Mi armario necesita renovación. Después de eso, podríamos comer algo bien rico. Arréglate y ven conmigo.»

«Claro pues, nos vemos entonces ahorita en el centro comercial.»

Lorena aceptó sin pensarlo dos veces. Estos días había descartado toda su ropa de estilo dulce y juvenil que ya no le gustaba. Su armario estaba vacío, así que aprovecharía para llenarlo.

Dejó el celular y se quitó la mascarilla.

Miró al armario, donde quedaban pocas prendas. Escogió un conjunto deportivo casual, se maquilló ligeramente y salió de la habitación lista para salir.

—Doña Marta, quedé con una amiga para ir de compras. Almorzaré fuera.

Lorena, con su bolso al hombro, estaba lista para salir.

—Muy bien, señorita Balan, ¿cenará usted en casa? —preguntó doña Marta, quien supervisaba a los empleados mientras limpiaban.

Mientras se inclinaba para cambiarse los zapatos, pensó en cómo Marina podía ser impredecible. Dado que hacía días que no se veían, era probable que no volviera para la cena.

—No lo sé, te aviso más tarde.

—De acuerdo mija, vaya con Dios.

Abrió la puerta y vio a Clara, la asistente de César, a punto de llamar.

—Asistente Jiménez. —Lorena saludó con frialdad, intentando pasar por su lado para salir.

—Señorita Balan, el señor Balan tiene un vuelo al mediodía para viajar por trabajo. ¿Podría ayudarle a preparar su equipaje antes de salir? —dijo Clara con su tono habitual respetuoso.

Lorena se quedó inmóvil y, sin expresión alguna, dijo:

—Doña Marta, César tiene que viajar. Por favor, prepárale su equipaje.

—Señorita Balan, esto... —Clara parecía confundida.

—¿Esto qué? ¿Antes de mí nadie preparaba sus cosas? —respondió sin emoción.

—Nada, tiene usted toda la razón, señorita Balan. —Clara respondió, limpiándose el sudor de la frente. No podía ofender a ninguno de los dos.

Antes, siempre era Lorena quien preparaba el equipaje de César. Lo había hecho tantas veces que sabía exactamente qué necesitaba para cada ocasión.

Pero ahora no quería seguir haciéndolo. Cada vez que lo hacía, César seguramente pensaba que era estúpida y ridícula, completamente ignorante del papel que jugaba.

Tres desgraciados años. Pensando en eso, Lorena veía señales en los comportamientos y miradas de César que antes no había entendido. Había sido una completa estúpida.

¡Pero ya no lo sería más carajo!

Quería irse, pero Clara bloqueó la puerta. Tuvo que apurar a doña Marta para que terminara rápido.

Pocos minutos después, doña Marta trajo la maleta al salón.

—Asistente Jiménez, ya está todo listo.

Clara miró la maleta y luego su reloj. Apenas habían pasado diez minutos. Era increíblemente rápida.

—¿Está todo listo? ¿No sería mejor revisarlo para asegurarse de que no falta nada? —preguntó con cuidado.

Lorena, aún sin expresión, respondió:

—El vuelo es al mediodía, ¿no? Si se tarda más, no llegará a tiempo. Si falta algo, puede comprarlo allá.

Clara, resignada, sonrió y dijo:

—Tiene razón, señorita Balan. Me voy al despacho para recoger al señor Balan.

Lorena asintió y salió en dirección opuesta al garaje. Escogió un discreto BMW blanco y se fue.

Mientras tanto, Clara colocó la maleta en el maletero del Maybach negro, donde la esperaba Rajiv como conductor.

El carro partió, pero no al aeropuerto, sino al Hospital del Sagrado Corazón.

—¿Cuánto falta para que expire el contrato de Lorena? —preguntó César, con una voz tan tranquila como si hablara de un contrato laboral.

Clara recordó rápidamente.

—Menos de cuatro meses.

—Redacta un nuevo acuerdo. Cuando llegue el momento, envíaselo. —Dijo con indiferencia. Lorena había estado con él tres años. Gastar algo de dinero en ella no era problema, pero no pensaba volver a tocarla ni regresar a la hacienda.

Recordando la escena de la noche en el hospital, agregó sin dudar:

—Incluye una cláusula: que nunca se le acerque a Teresa.

Clara, sorprendida por un momento, reaccionó al instante.

—Entendido.

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