capitulo 5

Esto tiene que ser una broma. Es un maldito egoísta, ¿acaso no se da cuenta de que está a punto de casarse? Y lo peor de todo, ¡es mi profesor!

—Mire, señor Miller, aclaremos unas cosas: Primero, puedo estar con quien yo quiera porque no soy de nadie. Segundo, usted está a punto de casarse. Y tercero, ¡es mi profesor! Así que, por favor, suéltame - Cuando intentaba decir algo, apareció su prometida, que nos miraba algo extrañada.

—¿Pasa algo, cariño? —le preguntó a Santiago sin dejar de mirarme.

—No, amor, no pasa nada.

—Bueno, vamos, algunos invitados quieren hablar contigo, si ya terminaste de charlar con Mía —noté un tono de desprecio en su voz al hablarme.

—Tranquila, puedes llevarte al novio —le dediqué una sonrisa falsa, que ella me devolvió.

Después de un rato en la fiesta, decidí salir a tomar aire. Me afectaba ver cómo Santiago acariciaba a esa mujer, aunque, claro, será su esposa. Pero siento celos, algo que no debería sentir.

Ya en el patio, saqué un cigarrillo para fumar con tranquilidad, pero esa paz no duró ni dos minutos.

—No sabía que fumabas —volteé y vi a Julián acercándose con las manos en los bolsillos.

—No lo hago muy a menudo.

—Eso le hace daño a tus pulmones —genial, también el hermano me lo dice.

—No pasará nada.

—¿Otra vez fumando, señorita Jones? —¡Genial! Justo lo que me faltaba.

—¡Por Dios! ¿Se unieron los dos para molestarme? —dije, algo irritada. Julián se acercó y me abrazó.

—Solo quiero cuidarte —besó mi mejilla y vi cómo Santiago se ponía tenso.

—Mejor me voy —dijo Santiago, serio.

Cuando terminó la fiesta, Julián me llevó a casa, pero antes de entrar me detuvo.

—Espera —vi a Julián nervioso—. Toda la noche he querido hacer algo, pero tengo miedo de que todo salga mal.

—¿Qué quieres hacer? —Dio un paso adelante, tomando mis mejillas con su mano cálida, con la otra rodeó mi cintura y me acercó a su cuerpo hasta que nuestras frentes chocaron.

—Esto —juntó sus labios con los míos lentamente. Mis manos se movieron por sí solas, llegando a su cuello. El beso se tornó más intenso, y supe que, si no paraba, todo se iría al carajo.

—Yo... —Este colocó un dedo sobre mis labios, aún calientes por el beso.

—No digas nada, solo déjame conocerte, dame una oportunidad —bueno, nada pierdo con darle una oportunidad.

—Está bien, démonos esa oportunidad.

Dos meses después

Ya han pasado dos meses desde que comencé a salir con Julián. Es un gran hombre y me quiere, lo cual es más que suficiente para mí. Pero con Santiago la cosa es diferente, cada vez que puede me ataca. Estoy considerando cancelar su clase para que no tenga forma de seguir molestándome.

—Hola, Alex —lo vi en el parque y me dio un abrazo.

—Estabas perdida, preciosa.

—Muchas cosas en la universidad. ¿Tienes lo que te pedí?

—Sabes que siempre lo consigo —sacó un pequeño sobre de su bolsillo y me lo entregó.

—Gracias —le di el dinero, y él se levantó.

—Siempre es un placer verte, preciosa.

—Adiós, Alex - Al entrar al salón, alguien me jaló con fuerza. Cuando vi quién era, me llené de rabia.

—¿Quién te crees para hacer eso?

—¿Qué te dio ese chico? —preguntó serio Santiago.

—Nada —traté de sonar tranquila, aunque por dentro me moría de los nervios.

—No mientas, vi que te entregó un sobre.

—Pues viste mal —Santiago, en un movimiento rápido, me quitó el bolso y comenzó a revisarlo. Antes de que viera el sobre, me le tiré encima, pero él era más fuerte—. ¡Joder, deja mis cosas, imbécil!

Mi corazón se aceleró cuando vi que encontró el sobre y lo abrió, sacando el contenido.

—Nunca lo dejaste – habla con algo de decepción y su cuerpo se pone tenso  

—No es asunto tuyo. Ahora dámelas.

—¡Eso te matará!

—¡No te metas en mi vida! —grité furiosa.

—¿Sabes qué pensará Julián o mi familia cuando se enteren de esto?

—¿Serías capaz de decirles? —mi voz apenas se escuchaba.

—Sí, así que deja esa m****a, te lo advierto.

—No pienso dejarla —aproveché su distracción para quitarle las pastillas, y justo cuando parecía que iba a saltar sobre mí, la gente comenzó a entrar, impidiéndolo.

—Estás advertida, Mía —me senté en mi puesto, y leí un mensaje de Julián diciendo que sus padres querían cenar esa noche.

—¿Qué tal con Julián?

—Van bien, es un gran hombre.

—¿Ya hablaste con Víctor? —Ese era otro problema, aún no le he dicho a Víctor que estoy saliendo con alguien. Solo espero que se lo tome bien.

—Le contaré apenas salga de clases - Cuando salimos de clase, voy y busco a Víctor, que se encuentra tomando un refresco.

—Hola, Vic —le doy un abrazo, y él lo corresponde.

—Hola, princesa, ¿cómo estás?

—Muy bien, ¿y tú?

—Con mucha cosa, pero ahí vamos.

—Vic, quiero decirte algo.

—Sí, dime —tomo todo el aire posible para decirle esto.

—Estoy saliendo con alguien —veo cómo su cara se coloca totalmente seria, simplemente no me dice nada—. Por favor, no me odies ni te alejes de mí, no lo soportaría.

Mi voz se quiebra, y como veo que no me dice nada, decido mejor pararme. Pero con solo dar dos pasos, ya estoy en sus brazos.

—No me vas a perder, siempre seremos amigos —suelto el aire que tenía retenido y me volteo para verlo.

—¿Estás enojado?

—No, preciosa, solo debes entender un poco mi situación.

—Claro, entiendo —hablamos un rato más y le comento algunos detalles de mi relación con Julián, pero decido no dar muchos para no lastimarlo más.

En la tarde, voy a casa y al llegar voy directo a mi cuarto para ver qué ponerme.

—Estás preciosa —dice Julián, dejando un casto beso en mis labios.

—Gracias —mis mejillas automáticamente se ponen rojas como un tomate.

—Ven, vamos —nos montamos en el auto y arrancamos, hasta llegar a una casa enorme.

—Vaya, sí que es grande.

—Espera a verla por dentro —toma mi mano y caminamos hasta la entrada. Este saca las llaves y cuando abre la puerta me encuentro con una hermosa casa.

—Es preciosa.

—Cuando nos casemos, tendrás una igual a esta - ¿Casarnos? ¿Julián piensa en un futuro juntos? Espero no sea así, porque en mi cabeza todavía ronda su hermano, aunque no debería, ya que yo estoy con Julián.

—¡Mamá, papá, llegamos! —En ese momento aparece la señora María, al lado del señor Lorenzo, que nos reciben con una sonrisa.

—¡Qué bueno que vinieron! —dice ella, dándome un gran abrazo—. Estás preciosa, querida.

—Gracias, usted también está muy hermosa.

—Hola, querida —Lorenzo me da un abrazo y luego se lo da a su hijo.

—Vengan, pasen que ya la cena está lista —todos nos sentamos en la mesa, y luego aparecieron varias chicas que comenzaron a servir la comida—. Espero que te guste todo, querida.

—Estoy segura de que sí.

—Bueno, querida, cuéntanos un poco de ti —dice el señor Lorenzo.

—Bueno, pues estudio Derecho —soy interrumpida por Julián.

—Santiago es su profesor.

—¡Oh, eso es genial! Es un gran profesor —sí, pero un idiota de persona.

—Así es, aunque algo exigente —trato de sonar casual, y por suerte todos se ríen.

—¿Y piensas trabajar?

—De hecho, estaba buscando trabajo en un bufete, pero es algo complicado.

—Santiago tiene una vacante para ser su asistente —ah no, eso es mala idea.

—No quiero molestar —trato de excusarme.

—¿Qué dices? Se ve que eres buena en lo que haces, y él necesita a alguien que lo ayude —antes de que pudiera decir algo, una voz bastante conocida nos interrumpe.

—¿Qué hace aquí, señorita Miller?

—Es mi novia, Santiago, tiene derecho a estar aquí —veo cómo Santiago aprieta sus puños—. ¿No tenías una cena con Alice?

—Se canceló la boda —en ese momento, la señora María pega el grito en el cielo y yo me quedo en shock.

—¿¡Pero por qué!?

—Luego te cuento, solo quiero comer —Santiago se sienta frente a mí y una de las chicas del servicio trae otro plato.

—Hija, ¿qué planes tienes cuando te gradúes? —pregunta Lorenzo.

—Pues supongo que trabajar.

—Y casarte conmigo —siento cómo el vino que estaba en mi boca se va por otro lado y comienzo a toser como loca. Julián me da palmaditas en la espalda y, cuando miro al frente, Santiago me mira fulminándome.

—¡Tú no te puedes casar con ella! —estalla Santiago.

—¡¿Quién eres tú para prohibirlo?! ¡Yo amo a Mia y ella a mí! —bueno, eso no era tan cierto—. Es una gran mujer.

Escucho cómo Santiago suelta una carcajada, y en ese momento me doy cuenta de que algo malo va a pasar.

—¿Una gran mujer? No me hagas reír. ¿Acaso no estás enterado de lo que hace tu novia?

M****a, m****a, lo va a decir… No, él no sería capaz. Veo cómo todos me observan, pero no digo nada, no me salen las palabras.

—Vamos, Mia, cuéntale a mi familia lo maravillosa que eres.

—Basta, Santiago —grita Julián.

—¡Entonces que hable!

—Es mejor que me vaya —me paro de la mesa, pero lo que más temía se cumplió. Santiago abrió la boca.

—Cuéntales que eres una drogadicta —mi cuerpo se tensa y mis ojos se cristalizan.

—¿Es verdad? —pregunta Julián, quien me mira algo confundido.

—Lo siento mucho —mis lágrimas comienzan a caer—. Mi vida no es fácil. Sé que no es justificación para hacer lo que hago, pero es la única forma que libero el dolor de ser rechazada y prácticamente abandonada por tus padres. Lo siento, Julián, nunca debí aceptar estar juntos.

Tomé mi bolso y antes de salir por la puerta, escucho los gritos de Julián y Santiago, pero ya no importa. Lo único que quiero es salir corriendo. Cojo mi teléfono y llamo al primero que veo.

—Hola, preciosa.

—Alex… —le hablo sollozando.

—Preciosa, ¿qué pasa? ¿Estás bien?

—¿Puedes venir por mí?

—Claro, mándame tu ubicación.

Mi teléfono está lleno de llamadas de Julián, pero siento tanta vergüenza con él y su familia que no quiero responder. Alex llega en menos de 10 minutos, y cuando lo veo, corro hacia él y lo abrazo.

—Linda, ¿qué ocurrió?

—Pasé el peor momento de mi vida —digo llorando, mientras él me acaricia la cabeza.

—Ven, vamos a tomar unos tragos y me cuentas.

Me subo en su moto para ir al bar que queda cerca de mi casa. Bajo con su ayuda, y entramos al bar, que está lleno de gente.

—Sentémonos por aquí —llegamos a una mesa, y Alex nos pide unos shots—. Ahora sí, dime, ¿qué te pasó? —El mesero nos trae los shots y de inmediato lo tomo de un solo trago. Siento cómo el alcohol quema mi garganta, pero no me importa.

—¿Me puedes traer dos más? —El mesero asiente, y luego veo a Alex.

—El idiota del profesor Miller le dijo a toda la familia de Julián que yo era una drogadicta. Ni siquiera puedo verles la cara.

—Ese profesor es un imbécil. ¿Y tú qué hiciste?

—Pues salí corriendo. Julián intentó detenerme, pero ni siquiera podía darle la cara. Todo esto es una m****a y todo por culpa de ese maldito de Miller. Solo quiere arruinarme la vida.

—Pero no entiendo, ¿por qué ese odio hacia ti? —Suelto un suspiro y me tomo los dos shots de golpe.

—Te contaré algo, pero debes quedarte callado.

—Sabes que puedes confiar en mí —tomo su shot y me lo bebo de golpe—. Esto debe ser grave —dice con tono burlón.

—Me he besado en varias ocasiones con el profesor Miller —veo cómo Alex escupe la bebida que estaba tomando y me mira sorprendido.

—¿Te besaste con tu profesor? —dice como si no lo pudiera creer.

—Sí, y también estuvimos a punto de tener relaciones sexuales —me tapo la cara, llena de vergüenza, pero él toma mis manos y las aparta de mi rostro—. Alex, todo esto es una locura. Él está comprometido y yo estoy, o estaba, saliendo con su hermano, que es un sol. Lo odio con todo mi ser por lo que hizo, pero ya no hay vuelta atrás.

—Ya, preciosa, las cosas pasan. Además, no hay nada que esto no solucione —veo de nuevo esas pastillas que tanto placer me dan, pero que me han traído muchos problemas.

—Juro que quiero golpearte por mostrarme eso, pero es lo que más necesito ahora.

—Esto no es malo, querida, solo te ayuda a sentirte mejor.

—Mejor dámela antes de que me arrepienta.

Joder, me levanto con un tremendo dolor de cabeza y al parecer sigo bajo los efectos de esas pastillas, porque aún siento la habitación algo distorsionada.

—Mi niña, tienes que ir a la universidad —¡Joder! Se me había olvidado por completo. Además, la primera clase es la del profesor Miller y no quiero darle el gusto de que piense que estoy mal, aunque en realidad sí lo estoy.

—Me arreglo y bajo, nana —veo una pastilla en mi bolso y una nota que dice que también ayuda para la resaca. Sin pensarlo, me la tomo. No creo que pase nada.

—Nana, ya me voy —le grito mientras bajo las escaleras, aunque me toca hacerlo con cuidado, ya que siento como si tuviera las piernas súper largas.

—¿No vas a comer?

—No, nana, en la universidad como algo.

—Tus padres llamaron —cuando dice eso, me detengo de golpe, pero luego recuerdo lo malos padres que han sido.

—Tal vez los llame luego.

Salgo de casa tomando el auto para llegar lo más rápido posible a la universidad, aunque soy una irresponsable porque con esta droga veo todo raro. Al llegar, estaciono y trato de correr hasta el aula. Cuando entro, el imbécil de Miller ya está, pero afortunadamente no ha empezado la clase.

—Buenos días —respondo seca, voy y me siento al lado de Lucy y la saludo.

—Has estado perdida.

—Cosas que hacer —le respondo con una sonrisa. El profesor Miller comienza la clase, pero de un momento a otro comienzo a sentirme mal. Es como si tuviera un gran mareo, luego una fuerte opresión en el pecho que me impide respirar bien.

—Amiga, ¿estás bien? Te veo pálida —se acerca y revisa mi rostro.

—Sí, creo que iré al baño —me levanto del asiento llamando la atención de todos.

—¿A dónde va, señorita?

—Voy al baño, profesor.

—No le di permiso —jodido cabrón.

—Profesor, me siento mal, solo déjeme ir, ya regreso.

Él cambia su expresión al ver mi palidez, así que solo asiente y yo aprovecho para salir lo más rápido que puedo. Pero es inútil, mi corazón comienza a latir con fuerza, lo que intensifica el dolor, y la respiración se vuelve más difícil.

—Joder, ¿qué me pasa? —me mojo la cara y las manos con agua fría, pero no ayuda. De un momento a otro, mi cuerpo cae al suelo y llevo mi mano al pecho. Escucho que la puerta se abre de golpe y luego veo a Santiago a mi lado, mirándome con preocupación.

—Mierda, Mía, ¿qué tienes?

—No puedo... no puedo respirar —saca su teléfono y marca a emergencias, mientras yo siento cómo poco a poco la vida se me escapa. Lo peor de todo es que siento que todavía tengo mucho por vivir.

—No, Mía, no cierres los ojos —grita Santiago, moviéndome desesperado, pero es inútil. Mis ojos pesan mucho, los cierro y dejo que la paz me consuma. Solo escucho de lejos a Santiago gritar mi nombre desesperadamente.

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