02.

Observo a mi alrededor con cautela, sin mostrar que ya me di cuenta de que alguien o algo me acecha. Finjo que sigo cazando a los diminutos peces. Con el tiempo, aprendí a no huir sin saber de qué estoy huyendo o dónde está. A veces, en lugar de alejarme de la amenaza, me terminaba entregando a ella por no esperar.

Si es un licántropo, debe tener mi edad o más. Ocultar tu olor es algo que se aprende con los años. A pesar de la ligera brisa, no puedo percibir ni una pizca de un aroma ajeno al bosque. Camino fuera del agua para evitar ser atacada ahí; tendrían ventaja si me resbalara. Al terminar de salir, escucho cómo mueven una piedra a unos cuantos metros a mi derecha. Muestro mis colmillos. Está muy cerca como para huir; tal vez si me mantengo en una posición amenazante, quien sea que esté por ahí se retracte.

Mi pelaje se eriza cuando logro captar unas orejas grises a través de unos arbustos muy verdosos. Lentamente sale de ellos una loba. Por el tono de su pelaje y las cicatrices, puedo calcular la edad que debe tener.

— Solo vengo a beber un poco y me iré, no busco peleas — su áspera voz resuena en mi mente.

No contesto. No quiero que sepa lo joven que soy en comparación con ella. La diferencia de edad es evidente tan solo en mi físico, pero sé que en mi forma animal aparento más edad gracias a mis cicatrices por mi inexperiencia al no saber cuándo atacar y cuándo huir.

Simplemente me limito a cruzar el río para mantener una pequeña barrera entre nosotras. En ningún momento me concentro solamente en ella. Es normal que grupos de lobos en mi misma posición utilicen a las hembras para engañar a otros, sobre todo si es otra hembra. Además, el hecho de que sea de mi tamaño y esté tan adulta no la hace inofensiva. Al contrario, si logro sobrevivir a pesar de ser una hembra y vivir como yo lo hago, es por algo.

Veo cómo ella aprovecha que no reacciono de forma agresiva ante su presencia y me intenta imitar al cazar, pero no es tan rápida ni tiene tanta energía como yo. Hace varios intentos, sin embargo, no le funciona.

— Siempre fui mala para esto, mi hija era quien lo hacía por mí — se resigna y bebe tanta agua como puede — tiene más o menos tu edad, por suerte encontró a su mate y ya no tendrá que vivir como nosotras — su voz suena apagada.

Quisiera irme, pero la curiosidad es un defecto en mí. Además, no todos los días encuentras a una loba dispuesta a hablar en vez de arrancarte el cuello. Debo aprovechar cada oportunidad que la vida me da para aprender. Prácticamente me crié yo misma y desconozco muchas cosas.

— ¿Por qué no está con ella? — veo cómo levanta su cabeza para mirarme. Sus ojos son verdes, pero no sé el nombre de ese tono de color.

— Su mate no es de alto rango en su manada. Si hubiera tenido el tiempo, tal vez con algunos ruegos me habrían aceptado, pero no quería poner en juego que el Alfa se molestara y no aceptara a mi hija. Así que me fui. Si no me aceptaban a mí, sabía que mi hija no se quedaría. No quiero más esta vida para mi cachorrita. No es una vida buena para ninguna hembra — sus ojos me escudriñan — una hembra tan joven y bonita como tú sería aceptada en cualquier manada — me dice lo que ya sabía.

— No quiero estar cerca de ningún macho — aunque trate de decirlo con indiferencia, sé que ella nota el tono con el que lo dije.

— Comprendo, pero no serás joven para siempre. Esa puerta tarde o temprano se cerrará y tal vez, si llegas a mi edad, te lamentarás. Una buena opción son los clanes que recién comienzan a formarse. Obviamente, habrá machos, pero no tendrán tantos prejuicios al aceptar a alguien como nosotros — se sienta y yo la miro mejor.

Se ve un poco más delgada que yo. Su cola tiene varios lugares sin pelo, igual que su lomo. Con cuidado, me acerco a ella y pesco un pez. Lo tiro y cae justo a su lado como yo quería. Cuando era apenas una cría, recibí ayuda de cinco hembras en diferentes épocas, ninguna al mismo tiempo, pero dos de ellas me cuidaron por años a pesar de no ser su hija. Ahora puedo devolver un poco de la ayuda que esas entonces desconocidas me brindaron.

— Aún quedan seres con un corazón puro— dice sin mirarme mientras come.

Yo simplemente me limito a pescar unos cuantos más para ella. En ningún momento le contesto o comento lo que dijo. Cuando ya me estoy cansando, decido parar, no sin antes comer unos cuatro pescados más. Me mantengo cerca de ella, pero marcando una distancia prudente.

— ¿A dónde vas?

— Pienso ir a las fronteras de una manada — contesto solo para saber de dónde viene ella.

— Ten cuidado. Aunque normalmente se queden dentro de su territorio, tienen todo el derecho de salir de sus propios límites si te consideran una amenaza. Pero déjame decirte que si vale la pena, hay demasiada comida. A veces, para nuestra desgracia, esa comida se mete en sus territorios. Se sienten seguros ahí porque ellos no cazan tanto, solo lo hacen para que sus lobos se distraigan — aconseja y solo asiento.

— ¿De dónde vienes?

— De una de las manadas que está entre la frontera de Canadá y Estados Unidos. Ahí encontró su mate mi hija.

— ¿No sientes miedo de dejarla sola con muchos machos? — de solo pensarlo, me dan ganas de irme a ocultar en algún lugar.

— Entiendo tu miedo, pero no todos los machos son malos. Al menos en las manadas, la mayoría no piensa como lo hacen los malditos que están en nuestra misma posición — ella se recuesta sin dejar de observar su alrededor.

— Para mí, todos son iguales. No vale el riesgo creer que uno es diferente — mis garras salen por inercia. Solo hablar de ellos me provoca escalofríos.

— Es mejor que nos separemos — ella se levanta y sorpresivamente me da la espalda para perderse por donde vino. Pero antes de irse, me vuelve a hablar — espero que no hayas perdido la esperanza de encontrar a tu compañero.

...

Camino con cuidado entre los pequeños arbustos. En estos momentos, agradezco mi tamaño y mi contextura. Se me facilita moverme en este tipo de lugares. Por desgracia, no he encontrado nada más grande que mi pata para comer. Solo un par de pobres y lindas ardillas, y eso fue hace dos días. Tengo tanta hambre que me comería un alce entero sin pensarlo. Aunque solo vi uno una vez y era tan grande que me dio miedo intentar comerlo sin terminar con un hueso roto por una patada que pudiera darme o un golpe con sus imponentes cuernos.

Mi estómago ruge cuando logro olfatear un venado. No está muy lejos. Me apresuro a ir tras él, pero me tenso al ver cómo pasa la frontera de una gran manada. El condenado animalito mira en mi dirección como si supiera que ahí está seguro. Mueve su pequeña cola como método de burla y se adentra un poco más, dando pasos lentos. Me está dando totalmente la espalda.

— Ve tras él, saldremos antes de que alguien se dé cuenta — suplica mi loba.

Tiene igual o más hambre que yo. Juro que si no como algo, terminaré muerta al final del día. La única comida buena y abundante fueron esos minúsculos pescados de río hace una semana. Además, desde entonces no he vuelto a beber agua.

A pesar de que mi razón me grita que no lo haga, salgo de los arbustos y atravieso el límite de la manada. De inmediato, el joven venado se echa a correr y en cuestión de segundos lo alcanzo. Pero es muy listo y me propina una buena y dolorosa patada en el ojo cuando estaba a punto de morder una de sus delgadas patas. Sin embargo, sigo tras él, ignorando el dolor y el hecho de que perdí momentáneamente la visión de uno de mis ojos. Cuando mis dientes por fin se encajan en el trasero del venado, no dudo en darme la vuelta y tratar de salir lo más rápido que puedo del territorio de esta manada, sintiendo cómo la saliva cae de mi hocico al saber que por fin tendré una de las mejores comidas de mi vida.

Cuando cruzo el límite de la manada, a mi nariz llega un olor mucho más potente y delicioso que el de la sangre que se escurre por mis fauces al estar mordiendo el venado.

Cuando me volteo, quedo petrificada al ver un gigantesco lobo de pelaje marrón. Además, puedo ver sus ojos negros fijos en mí, a unos diez metros de distancia. Nunca en mi vida había visto un macho tan grande e imponente como él. Agacho mis orejas cuando él se empieza a acercar. Su olor me aturde demasiado al punto que suelto el venado y, sin importar que no pueda ver bien con mi otro ojo, decido huir, ya que nunca lograría vencer a ese gigante. Yendo contra mis instintos, los cuales gritan que me tire al piso y muestre sumisión absoluta ante tal poderío, decido huir.

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