Secuestro

Aprieto los puños y espero. Trato de relajarme, con los ojos cerrados, mientras escucho el disparo. Sin embargo, no siento dolor. Todo sigue exactamente igual: el viento que azota mi cara, el llanto de Jasman, el miedo... ¿Dolor? Dolor no.

Abro los ojos como dos platos y pregunto con ira:

—Idiotas, ¿están jugando a la ruleta rusa? Si van a deshacerse de mí, ¡acaben de una vez!

Estoy a punto de golpear a Ramiro, porque los nervios me dominan, cuando escucho que él suelta un grito de dolor.

El bandido arroja la pistola a mis pies y se revuelca en el suelo, como un perro con bichos. De la mano con que ha empuñado el arma sale sangre, mucha sangre. Él está herido, pero sus rugidos no me causan pena.

—¿Se puede saber qué coño están haciendo?

Solo después de escuchar la pregunta me percato de la presencia de un cuarto hombre, que recién ha llegado. Él aún no se ha bajado del caballo, pero me sostiene la mirada con fuerza.

Y yo no bajo la mía.

Eso, ¡jamás!

—¿Quién es esa mujer y por qué iban a dispararle? —ruge el recién llegado como fiera.

A pesar del estrés del momento, no tardo en detallarlo. Él no anda sucio ni harapiento, como el resto de los bandidos. Viste jeans de color oscuro y una camisa blanca, perfectamente alisada, como si estuviese acabada de planchar. Lleva una mochila colgada en la espalda y zapatillas Nike.

Su enorme estatura y su cuerpo bien formado, con músculos definidos, hacen lucir a su caballo como un pequeño poni. Los ojos verdes refulgen, con destellos de ira. Su cabello ensortijado y rubio le cuelga hasta los hombros. Siempre me han desagradado los hombres con coleta, pero juraría que a este se le ve fenomenal. Desconozco qué edad tiene. Aparenta entre unos veinticinco y treinta años, pero por la firmeza de su voz, apuesto a que son más.

Aunque admiro su físico, no dejo de pensar en el parecido que tiene con el hombre del que me enamoré hace algunos años. El mismo hombre que me violó y le entregó mi cuerpo a sus secuaces. También, me recuerda a su hermano, aquel falso médico que me mantuvo drogada para que no le reconociera.

Trago en seco mientras levanto el mentón, en una pose desafiante que le saca una media sonrisa burlona.

—No lo sé, señor. Ella estaba con el niño. Será la madre —susurra uno de los bandidos.

—No —niega el recién llegado—. Amira, la madre del pequeño, posee los ojos azules y una belleza sobrenatural. En cambio, esta chica tiene un rostro muy común.

Estoy de acuerdo en que no parezco una top model, pero tampoco me considero fea. Soy una joven árabe de veinticinco años de edad. Mi pelo sedoso, negro como la noche, brilla con un tono azulado cuando los rayos del sol inciden en él. Me llega hasta la cintura. Se vería mucho mejor si lo llevase suelto y dejase que el viento jugase a despeinarme.

A mis ojos color azabache les vendría bien un poco de maquillaje. Son grandes sin llegar a parecer saltones.

Además, el bronceado natural de mi piel produce la envidia a los turistas que se desnudan para solearse en las playas tropicales.

No le saco la lengua al recién llegado porque mi vida y la de Jasman están en juego. De lo contrario, ya le diría unos cuantos insultos.

—Pues no tengo idea, señor Leonardo. Si la muchacha no es la madre, debe tratarse de una sirvienta, alguien sin importancia. Bien podemos...

El brillo de la mirada de Pedro me dice claramente lo que él no ha expresado con palabras. Su frase no ha quedado inclusa. Está llena de deseo sexual.

Tengo miedo, pero el recién llegado pone freno a los hombres con un solo gesto.

Ya he descubierto que él se llama Leonardo, a pesar de que aún no sé quién es o para qué quiere a mi sobrino.

—Es mi tía Basima. —Logra decir Jasman mientras se escapa del agarre de Ramiro y se esconde entre mis piernas.

De repente, los ojos de Leonardo brillan y su sonrisa se hace más amplia. Quizás ya sepa quién soy.

—Así que tú eres Basima —murmura—. Sé que eres la hermana de Amira, pero jamás había visto tu rostro.

Ante su intensa mirada me sonrojo.

—El jefe jamás dejaría a un testigo con vida —sugiere Gustavo, el hombre que, hasta ese entonces, había dado las órdenes.

Se hace un silencio demasiado pesado, que solo se rompe, de vez en vez, por las risas maliciosas del trío de bandidos. Hasta que, por fin, el recién llegado dicta mi sentencia.

—Ella irá con nosotros. Ustedes jamás matarán a una persona inocente mientras estén bajo mi mando y, tampoco, pondrán sus manos sobre esa mujer. Ahora, ¡andando!

Al resto de los bandidos no le ha gustado su decisión. Le han mirado con cara de pocos amigos, pero la firmeza de la orden del jefe, les fuerza a obedecer.

—¡Andando! —repite Ramiro, tomándome fuertemente por el codo.

Como puedo, alzo a mi sobrino en brazos y le sigo. Este no es el momento de pelear por la libertad, sino el de continuar con vida.

La maleza cruje por los pasos de Leonardo. Sosteniendo a Jasman, me he perdido el momento en que el joven se ha bajado del caballo. Ahora, se encuentra muy cerca de mí, demasiado para mi gusto.

Permanezco completamente inmóvil, conteniendo la respiración.

—¡Usted y el niño, conmigo!

El aire se queda atrapado en mis pulmones y la cabeza me da vueltas cuando la mano del rubio se cierra alrededor de mis rodillas y me veo levantada por los aires.

—¡Jasman! —grito por inercia.

Aún, de un modo casi milagroso, continúo sosteniendo a mi sobrino.

—Mejor no forcejee. No deseará que la separe del pequeño. Mientras se comporte correctamente y me obedezca sin protestar, le permitiré ir con él —susurra mi captor, muy cerca de mi oído.

Su cálida voz hace cosquillas en la piel de mi oreja. Por mucho que me resisto, se me pone la piel de gallina. Es una nueva sensación que jamás había sentido.

—No pierda cuidado, patrón. La perra muerde y no está vacunada —afirma Gustavo, sin dejar de fijar su mirada en mi trasero.

Bien que le gustaría a ese trío de bandidos poner sus manos cochinas en él. Por el momento, tendrán que conformarse con mirar.

—¿Qué va a hacer con nosotros? El padre de Jasman tiene mucho dinero. ¡Millones! Para él, pagar un rescate no sería un problema. —Trato de negociar con el recién llegado, aunque sospecho que la razón del secuestro va más allá de conseguir una buena suma de dólares.

El hombre se queda en silencio, como si no me hubiese escuchado.

—Usted parece una buena persona. ¿Por qué separa a un niño pequeño de su madre? Eso le dejará un trauma permanente —insisto.

Leonardo nos tira encima del caballo, de modo tal que, con tan solo cruzar la pierna, yo quedo sentada.

Rápidamente, sostengo con firmeza a Jasman y estiro la mano hacia las riendas.

Una sola mirada del líder de los secuestradores me detiene en seco. Tal parece que me está retando a escapar. No soy buen jinete, pero cuando se está desesperado, cualquier cosa parece bien.

En mi mente, me veo huyendo, bien lejos. Pero... ¿A quién quiero engañar? Desafiarle sería un suicidio.

De un salto, Leonardo se acomoda sobre la grupa del animal. Otra vez, hemos quedado demasiado juntos. Hago un esfuerzo sobrehumano por no moverme, porque debo reconocer que su cercanía me acelera el corazón.

—Tranquila, Basima —me dice—. No juegues con fuego, porque saldrás quemada. Puedes comportarte como una niña buena o hacer que yo te obligue.

Desde luego que lo haría. Presiento que lo desea.

—No se preocupe, no pienso hacer algo que le moleste. Mi único objetivo es mantener a mi sobrino a salvo. —Bajo la cabeza y mordisqueo mis labios.

Para él, una primera victoria. Para mí, una derrota.

Su pecho se acerca aún más a mi espalda. La piel me hierve. No deseo esto. No quiero que mis hormonas se acaloren y hagan que mi cuerpo me traicione.

—Creo que te gusta mi compañía, Basima —murmura Leonardo.

—En tus sueños —le contesto malhumorada.

—En tus pesadillas —me responde sin tardar.

Noto en sus ojos una mezcla de burla y desprecio. Sin embargo, existe algo más, algo que no consigo definir.

Una nube de polvo se levanta detrás de nosotros. Es todo lo que me separa de la mansión, de mi pasado. Hacia delante, solo hay maleza y espinos en un viaje a mi incierto futuro.

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