(Narra Leonardo)Basima no desea que la bese. Todo su cuerpo me está pidiendo que me detenga. No me refiero solo a su postura, que se contorsiona alejándose de mí y, tampoco, a la expresión de horror que tienen sus ojos ni a la mueca de sus labios temblorosos. Es mucho más: La frente perlada por las gotas de sudor que la cubren, el rojo encendido que colorea sus mejillas, la piel de gallina... Ella está aterrada. Por eso, y solo por eso, he dado un paso hacia atrás y he volteado el rostro. z la muchacha.—¿Me das una piruleta? Siempre que el médico me examina, me como una —responde Jasman, ajeno a toda la lucha que libro en el interior de mi corazón. Suspiro profundamente. Gracias a Dios, él ha aceptado un "no" por respuesta. —En cuanto la compre, porque las que tenían ya se me han acabado; pero no te preocupes. Solo te dolerá un poquito. Será como si te picase un mosquito —le digo cuando le acerco la anestesia. —Yo soy muy valiente. Soy el hombre de la casa cuando mi papá no es
(Narra Basima)Con huevos, harina de pan, grasa y un sartén no se pueden inventar muchas recetas. Ruedo los ojos porque sé que el secuestrador se burlará de mi comida.De hecho, él ya ha entrado a la cocina con una cara de disgusto que mete miedo al susto. Labios mordisqueados + Ceño fruncido = Leonardo en fase atómica Sonrío levemente por mi ocurrencia. Lo cierto es que no sé por qué; pero, cuando los dos conversamos, me siento algo relajada, como si el asunto del secuestro fuese un juego y, no, real. —¿Qué tienes, Basima? ¿Te ha picado una mosca? —me grita. ¡¡¡¡Idiota!!!! Ya se me han borrado los sueños de la cara. Ensayo una gran sonrisa fingida. —Nada. Solo imagino la ropa que usaré en su entierro. Algo brillante, bien alegre, repleto de lentejuelas doradas —le respondo, con aparente frialdad, aunque me hierve la lengua.—Pues vuelve a la vida real, que aún estoy bien vivo, y ¡muévete!Pone cara de asco al ver mis huevos revueltos. Solo por eso, no se ha dado cuenta de que m
—Ve comiendo, Jasman. Ya mismo regreso —murmuro entre dientes. Beso la herida de mi sobrino antes de correr al dormitorio. Allí, mi secuestrador echa en la mochila varios medicamentos, las esposas, una cantimplora con agua y una manta. También, se ajusta, en el cinturón, un par de pistolas y un cuchillo. Actúa como si no me hubiese visto, aunque nuestras miradas se han cruzado un par de veces. —No te sabes ninguno —afirmo. —¿Ningún qué? —Enarca una ceja sin dejar de organizar su bolso. —No conoces ningún cuento infantil. Esa es otra mentira, una más.En un solo movimiento, Leonardo devora la distancia que existe entre los dos. A pesar de que ya se ha puesto una camisa de color negro, me sobrecoge la cercanía de nuestros cuerpos. Sus ojos me detallan con un fuego ardiente. Quiero alejarme a la cocina, refugiarme cerca de Jasman, pero las piernas se me clavan al suelo y se niegan a dar un paso. Mi corazón late sin freno. Trago saliva y espero a que el infierno caiga sobre mi cu
Jasman suelta una carcajada cuando ve su imagen en el trozo de espejo. Su cabello ha dejado de ser negro. Tampoco le cae hasta los hombros. Ahora, es un niño rubio, con un pelado rebajado y una curita en la frente. —Ni tus padres te reconocerán —afirmo. Realmente, Leonardo ha hecho un excelente trabajo con nuestros disfraces. De repente, una nube gris empaña las pupilas del pequeño. —Yo sí quiero que mi mami y mi papá sepan quién soy —solloza. Jasman mete su cabeza rubia entre mis piernas y me abraza con fuerza. He metido la pata. Leonardo me guiña un ojo y se muerde el labio inferior. Busca que le secunde. —Tu tía está bromeando, hombrecito —dice—. Claro que tus padres siempre te reconocerán. Un padre nunca se olvida de su hijo porque él es lo más importante de su vida. Mientras el niño asiente con la cabeza, en sus labios se dibuja una sonrisa de alegría. —Es solo que tengo miedo, tío Leo —admite. —No deberías, porque estás con tu tía Basima y conmigo. Los dos
—No entiendo qué ha podido suceder. —musita Leonardo, con cara de quien está a punto de darse por vencido. Él trata de quitarse de la frente los cabellos que se han escapado de su moño. Ambas manos se le han llenado de grasa durante la media hora en que el muchacho ha luchado por echar a andar la motocicleta. Su camisa impecable, perfectamente alisada, ya es cosa del pasado. Yo me encojo de hombros para responderle. De tanto chillar me encuentro sin fuerzas. Jasman también se ha quedado demasiado tranquilo luego de haber preguntado cuándo nos vamos más de medio millón de veces. Todos estamos demasiado cansados. El estrés nos está matando. —¿Quién sabía del escondite? —pregunto con lentitud. —Nadie. Este poblado quedó deshabitado luego de la pandemia de COVID-19. Solo anda por aquí un señor mayor que cuida la casa. Él responde a mis intereses, no, a los del jefe —¿Es la persona que cocinó la sopa que comimos cuando llegamos? ¿Dónde ha estado todo este tiempo? ¿Tiene un t
(Narra Leonardo) Improvisar no se me da bien. ¿El plan? Correr hasta que el cansancio nos venza y las piernas dejen de sostenernos. Simplemente, correr. Con tanto apuro, no he tenido tiempo para consultar la brújula. Estamos perdidos. En esta época del año, las intensas lluvias desarrollan la vegetación de los bosques. La maleza se nos enreda en las piernas, llenándonos de arañazos. A pesar de que me es difícil moverme con soltura, al llevar a Jasman en brazos, Basima se nota mucho más agotada. Le falta entrenamiento físico. —Detente, Leonardo, por favor. —Cuando coloca su mano en mi brazo desnudo, un estremecimiento me recorre de pies a cabeza. —No, Basima. Tenemos que continuar andando —digo, a mi pesar, porque también quiero dejarme caer. —Me duelen todos los huesos, todos los músculos, me tiembla el cuerpo entero. Ya no puedo continuar. Necesito descansar —susurra, con el poco aliento que le queda. Un grito, seguido de relinchos de caballos, interrumpe
(Narra Basima)Jasman se ha quedado dormido luego de haberse tragado el último bocado de comida. Él se ha perdido las danzas, las risas, los cantos y las narraciones a la luz de la fogata. En el campamento, cerca de cien personas nos han recibido con alegría y han compartido sus pertenencias con nosotros: sopa, carne asada y ropa limpia. Es un sueño increíble para los fugitivos. Pero estoy cansada, tan cansada que los ojos comienzan a pesarme. —Nos vamos a dormir. Estamos muertos. —Leonardo se pone de pie y yo le sigo, casi por inercia. Estoy tan dormida, que no me he dado cuenta de que la cabeza de Jasman descansa sobre mis piernas. Si Leonardo no llega a sujetarla, el niño él se hubiese dado otro buen golpe. Esta vez, sería por mi culpa. —¡Cuidado, Bas...! —chilla. Lanzo a Leonardo una mirada fulminante. Ha sido tanto el miedo, que me he despertado de golpe. Ha faltado poco para que se revelase mi verdadero nombre. Para los gitanos somos Frank y Marina. —Cuidado, va... vas a
Las campanadas nos despiertan antes de que amanezca. Ahora, es cuando me sale el cansancio acumulado de estos dos días. Me duele el cuerpo entero. Para colmo de males, Jasman está acostado encima de mí. Ese niño tiene un mal dormir de mil demonios juntos. Tengo la espalda hecha cuadritos. —Córrete, bebé —murmuro bien suave.Aunque él se mueve, continúo sintiendo su rodilla clavada en mi costado derecho. —¡Jasman! —protesto en alta voz, arriesgándome a que se despierte Leonardo. De igual modo, ya hay que levantarse. Las campanadas no paran de sonar. —¿Qué sucede? —pregunta el hombre, sin abrir los ojos. Aprovecho el momento para echarle una ojeada sin que él me atrape. Se ve muy sexy cuando se despierta.Puedo sentir el calor que emana de su cuerpo. Me estremezco cuando pequeños escalofríos de deseo me recorren. Me ponen a mil sus gruesos labios. Quiero probarlos. ¡Y mejor no hablar acerca de lo que me provoca ver su torso completamente desnudo! Mi imaginación se hunde en cada un