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Emociones fuera de juego

(Narra Leonardo)

Jamás pensé que la vida me jugaría una mala pasada. Huí lejos de la influencia negativa de mi padre porque los negocios de la familia siempre me dieron asco. Lo único que realmente me importaba era mi trabajo como Ginecoobstetra en un hospital de Tenerife. La medicina siempre ha sido mi pasión. Me he dedicado a traer niños al mundo durante muchos años. 

Ya había olvidado mi mala procedencia hasta que, hace dos meses, recibí aquella llamada. 

Después, nada fue lo mismo. Pasé de ser un profesional admirado y querido por todos mis pacientes a convertirme en un malvado secuestrador. 

Trago un poco de sopa, ya medio fría, luego de hacer otra ronda por la casa. Quiero a ese trío de asesinos lejos del niño y, sobre todo, de Basima. Ella es demasiado perfecta para caer en las garras de alguno de ellos. Lo que más me llama la atención no es su belleza física, sino la pasión con la que protege a Jasman. Me impresiona porque jamás nadie ha hecho lo mismo por mí. 

Echo una ojeada más antes de entrar al dormitorio y cerrar la puerta con llave. Basima me mira asustada. Aunque quiere parecer valiente, las lágrimas empañan sus ojos color café. Ella se rueda a la esquina de la cama sin dejar de abrazar a su sobrino. 

—¿Qué quieres de nosotros? ¿Jasman volverá alguna vez a ver a su madre? —insiste en hacer preguntas que no sé de qué manera responder. 

—Dame tu mano —le indico sin titubear, como si su desesperación me fuera indiferente. 

Del bolsillo trasero del pantalón saco un par de esposas relucientes. Para poder descansar tranquilo, debo inmovilizar a la muchacha.

—¿Qué quiere decir? 

—Estoy seguro de que me has entendido perfectamente. No eres idiota. 

—¡No! —Niega mientras esconde las manos tras la espalda. 

—No te lo estoy pidiendo, ¡te lo estoy ordenando! ¡Acuéstate en la cama y coloca una de tus manos sobre la cabeza!

Veo el miedo a apoderarse de su rostro. 

—No, por favor. 

Basima gira en redondo. Las lágrimas se le escapan sin control. 

—¡Ahora! —Repito en alta voz para convencerme a mí mismo de no abandonar mi papel de villano. 

Tengo miedo de que su dolor me detenga. Sin embargo, sujeto entre mis manos las esposas. Suenan al chocar entre sí porque estoy temblando. Actúo como un robot, sin pensar para no quebrarme. El llanto de esa mujer me hace débil. 

Ella se pone en pie de un salto y se dirige hacia una ventana enrejada. No sé si pretende montar una escena con muchos gritos, pero me apresuro y, en dos zancadas, llego antes.

Su cabello color azabache se agita con el viento que se cuela por las hendijas de la madera. 

—No, no lo permitiré. Esto no me sucederá una vez más —ruge. 

Basima pelea como una fiera en mi contra, retorciéndose ante el agarre de mis manos. No protesta por los arañazos que le produzco, aunque estoy reprimiendo mis fuerzas para no hacerle daño. 

—¡Aléjese de mí! —chilla como una niña malcriada dando una perreta.

Luego de soltar varias malas palabras, coloco la mano sobre su boca. Aprieto a la muchacha contra mí, tratando de calmarla, pero mi compañía le enfurece, le hace más mal que bien. 

Con ira desmedida, Basima cierra la mandíbula en mi carne. Mi sangre corre desde la comisura de sus labios hasta la barbilla. 

El miedo le ha cegado, le hace actuar sin pensar. No estoy haciéndole frente a una mujer, sino a una fiera irracional que busca sobrevivir a toda costa. 

—¡Mierda! ¡Joder! ¡Suéltame, bestia salvaje! —grito. 

—¡No! Podrás violarme, pero no te lo pondré fácil. —afirma, sin darse cuenta de que, para hablar, me ha dejado libre.

Antes de que Basima me muerda de nuevo, aprieto los dedos sobre sus muñecas y le obligo a colocar uno de los brazos por detrás de la espalda. Luego, lo estiro hasta hacerle llegar a la reja de la ventana y le coloco las esposas. 

Mientras, ella no ha dejado de luchar. Sin embargo, no lo hace de una forma lógica, sino como cucaracha con las patas hacia arriba: pataleteando.

Ya con más calma, examino la herida que me ha dejado en la palma de la mano. Es profunda y suelta mucha sangre.

—Para que lo sepas, esto lleva puntos de sutura. Me dejará una enorme cicatriz —le digo con toda la calma del mundo, como si no me doliese. 

Saco de mi maletín un botiquín de primeros auxilios. Coser a otras personas, para mí, es algo sencillo. Lo malo es que, esta vez, soy yo el paciente. 

—Me alegro mucho. Ojalá se te infecte y mueras de gangrena. —Basima se hace la importante, aunque no deja de mirar, con el rabillo del ojo, cada uno de mis movimientos. 

—Se nota que te caigo mal. No te esfuerces en hacérmelo saber. —Trato de sonreír para poner una pausa a la tensión del momento. 

—Yo no le podría desear algo diferente a un secuestrador y violador. —Respira con agitación. 

—¿Violador? ¿Yo? —El asombro me saca un par de preguntas. Es casi imposible que esta mujer conozca mi pasado, pero mi presente es muy diferente.— Jamás pondré un dedo sobre ti en contra de tu voluntad —afirmo.

—¡Ah, no! ¡Claro! No lo harás porque yo tengo una cara muy común y, también, un cuerpo demasiado común. Ningún hombre, en su sano juicio, se sentiría atraído por mí. Es eso lo que piensas, ¿verdad? Pues bien, que me aborrezcas sería lo mejor que me podría suceder.

A pesar de estar atada, ella ha recuperado su seguridad. Habla con firmeza, sin titubeos.

—Yo jamás te he dicho eso. En realidad, no eres el tipo de mujer que yo...

—Que escogerías.

"Que rechazaría", es lo que trato de decir, pero ella se me adelanta y me corta la inspiración. 

Sonrío a lo tonto y guardo silencio. Mientras menos coquetee con Basima, será más sencillo regresar a mi vida normal una vez que esto termine. 

—Soy muy vulgar para tu gusto. —Repite, buscando que me enoje. 

No lo conseguirá tan fácilmente. 

—Nunca he dicho eso —reafirmo. 

Y si lo hiciese, sería una gran mentira. Me encantan las morenas. Son mi debilidad. 

—¡Así que no lo has hecho! Recuerda que le aseguraste a tus hombres que yo no tenía la portentosa belleza de mi hermana Amira, la lumbrera de Ruhit. 

De inmediato, me vienen a la cabeza las palabras que solté en un momento de puro nervio. Todas muy lejos de la realidad. 

—No te gusto, pero ya que estoy disponible, te aprovecharás de mí. Lo harás porque eres un animal, un salvaje, un patán que no merece el perdón de Dios. Odio a todos los de tu clase. Te odio con todas las fuerzas de mi corazón. Te odio como jamás pensé que volvería a odiar a alguien. 

Todo su cuerpo escupe rabia: los ojos que chispean, la postura agresiva, su respiración agitada, sus palabras hirientes...

Basima se equivoca conmigo. Sin embargo, debo mantenerme firme. No puedo ceder espacio. Ni a ella ni a nadie. Es hora de ser fuerte. 

—¡Ya empezamos de nuevo! ¿Buscas que me avergüence? ¡Pues, entérate! ¡No lo lograrás! ¡No eres una víctima de mis palabras, sino de ti misma! —Le suelto con prisa.— Eres quien ha tomado esa posición poniendo una barrera entre tú y los hombres que buscan tu compañía. 

—¿Qué sabes tú de mí? Nada. No me conoces. —Se pone a la defensiva, aunque se le han subido los colores al rostro.

Sonríe en una mueca. 

—Todo, Basima —Me apresuro a responder.

—Todo, menos mi rostro. Eso has dicho a tus hombres.

Otra vez, me recuerda mis palabras. Ella tiene una excelente memoria. 

Tomo una bocanada de aire para continuar discutiendo. Se me acaba la paciencia. 

—Antes de acercarme a la mansión, estuve estudiando los movimientos de sus habitantes durante varias semanas. No hay deseo o emoción oculta que yo no sepa de ustedes. Nunca había visto una foto de tu rostro porque, aunque vives en España, no has dejado de ocultarte de los hombres que trabajan para tu familia. Tu corazón y tus costumbres siguen siendo árabes. Podrías vivir a plenitud, pero no lo haces porque tienes miedo de ser feliz. 

—¡Eso es mentira! ¡Tú no te puedes meter dentro de mi cabeza! ¿Sabes que, hace ya algunos años, fui secuestrada por una banda de traficantes de mujeres? ¿Sabes que fui violada de una forma cruel y salvaje durante varios días? ¿También sabes que los golpes me produjeron una hemorragia interna, que estuve al borde de la muerte y que, luego, me drogaron para hacerme pasar por loca? 

Loca sí, eso es lo que parece, llevando su lacio pelo completamente desgreñado. Se sale de su moño. 

Loca es lo que parece con el maquillaje corrido por el llanto. Las manchas negras, bajo sus ojos, opacan la piel bronceada. 

Loca es lo que parece cuando levanta, con orgullo, la nariz respingada, y me señala con su único dedo índice libre.

Loca es lo que parece cuando se empina sobre la punta de los pies para ser más alta de lo que ya es, a pesar de que debe medir cerca de 1.70 metros. Aun así, me llega solo a la barbilla. 

Los gruesos goterones de sus lágrimas mojan las mangas de mi camisa. Tengo que terminar con esta escena cuanto antes. De lo contrario, no respondo de mi autocontrol. 

—Yo nunca te haría daño, Basima — le digo con ternura.

Necesito que ella crea en mí, que haga conmigo una especie de vínculo desesperado. 

—¿¡Ahhh, no!? —pregunta con ironía —. ¿No has arrancado a mi sobrino y a mí de nuestro hogar, de la familia? ¿No nos has arrastrado por los campos en contra de nuestra voluntad? Si eso no hacerme daño, entonces, ¿qué lo es?

El sonido victorioso de su voz hace que sus palabras se claven en mi interior. Ella tiene razón, pero no puedo dársela. No ahora, cuando estoy tan cerca de lograr mi objetivo. 

—Te llevaré a la cama, muy lentamente, y ataré una de tus manos al retablo de hierro. También yo necesito descansar y no podré hacerlo contigo dando vueltas alrededor, buscando una manera de escapar. Afuera de la casa, están mis hombres, los mismos hombres que trataron de matarte hoy en la tarde. Si yo fuese tú, lo pensaría dos veces antes de intentar cualquier clase de locura —digo muy despacio, con el ceño fruncido y los brazos entrecruzados a la altura del pecho. 

Dicho y hecho. Avanzo hacia ella con las emociones fuera del juego. 

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