Capítulo 5 Disfraz de caballero
(Narra Basima) ¡Qué duerma con él en la misma cama! ¡Mentiroso traicionero! ¿A qué viene tanto cuento si enseguida se ha quitado su disfraz de caballero? —¡Ni viva, ni muerta, ni moribunda! Gracias al cielo, el pequeño está profundamente dormido. No le han molestado mis gritos. —Es eso o pasar la noche atada a una silla. Tú decides —afirma él sin dar un paso más. Está tomándose su tiempo para someterme. Juega al gato y al ratón. —Prefiero dormir en fuego del infierno antes de estar cerca de usted. ¡No es más que un maldito! Es en ese instante en el que suelto todos los insultos que conozco. Incluso, invento algunos nuevos. Mi pecho sube y baja con rapidez, por el agitado corazón que palpita tan fuerte como si quisiese salirse. Aprieto con los dedos el frío metal de las esposas hasta que me duelen. Las uñas contra mi piel me sacan la sangre. Quiero matar a este hombre. Quiero y soy capaz de hacerlo porque cuando le miro a los ojos no dejo de pensar en las pesadillas de mi pasado y en el peligro del presente. Mis labios tiemblan por la impotencia. —Bien. Será como desees. —Él mordisquea sus labios mientras me mira fijamente, midiendo la distancia entre nosotros. Los músculos de su cuello se endurecen. Inclinándose, pasa un brazo bajo mis rodillas y me levanta a la altura de su pecho. Por el chasquido de las esposas sé que soy libre, pero solo por un breve momento. —¡No! —Me retuerzo entre sus fuertes brazos, buscando su rostro con mis uñas. De un solo golpe, él me tira contra una superficie de metal. Adivino que se trata de una silla. Con una de sus rodillas sobre mis piernas me impide incorporarme mientras sus manos llevan las mías hacia atrás. El miedo se adueña de mi cuerpo, paraliza mis pobres fuerzas. —¡Basta ya! Me hace daño —suplico como una niña pequeña a punto de llorar. —Escucha para que me entiendas, Basima, porque te hablaré bien claro. —Frunce el ceño.— Para nada me interesa tu cuerpo. Si quisiera tomarlo, ya lo habría hecho desde que entramos a esta casa. O, incluso, en medio del monte. Lo creas o no, conmigo estás a salvo. Que duermas esposada a esta fría silla de hierro o a los barrotes de la cama, me da exactamente lo mismo. Esta es tu última oportunidad. ¿La tomas o la dejas? Por más que me cuesta admitirlo, he sido derrotada. Si sigo mi orgullo y me quedo en la silla, estaré dejando solo a Jasman. —¡Bien! Tú ganas. —Me falta el aire cuando bajo la cabeza en señal de sumisión. Una sonrisa irónica se dibuja en los labios de Leonardo. Sin embargo, me atrevo a afirmar que sus ojos se ven algo tristes. Ya no hay más forcejeos, gritos ni insultos cuando me dejo conducir hacia la cama. Solo mantengo la mirada fija en Jasman mientras mi secuestrador esposa mi mano derecha en el retablo. —Buenas noches, Basima. ¡Qué descanses! —me dice con fingida educación. Un silencio enorme cae sobre nosotros. Soy incapaz de quedarme dormida, pero mantengo a mi sobrino abrazado. Así, soy medianamente feliz.(Narra Leonardo) Apenas amanece y ya mi teléfono vibra dentro del bolsillo del pantalón. No tengo que revisar el identificador de llamadas para saber de quién se trata. Es el jefe. Es tan grande su odio que le falta la paciencia para esperar. Está ansioso por tener al niño en su poder y vengarse de Amhed Hassim. Opto por dejar el móvil en modo avión y continuar un rato más en la cama. ¡El jefe qué se rompa la cabeza pensando! Joderle me hace bien. Me cae mejor que el desayuno temprano en la mañana. Basima se ha pasado toda la madrugada sollozando, con la cabeza metida en la almohada para no hacer ruido. Sin embargo, su llanto no me ha permitido descansar. Hace solo un rato se ha quedado dormida. Jasman cruza una de sus piernecitas sobre mí, con toda confianza. Se nota que aún no se ha despertado del todo, porque, de lo contrario, estaría llorando y pataleteando —Papi, buenos días. Te quiero mucho —susurra con los ojos cerrados—.¿Sabes que anoche tuve una pesadilla muy fea? Per
(Narra Basima) Un ruido intenso me despierta. Quiero continuar durmiendo. Estoy muy cansada. Me imagino en el mullido colchón de mi cama, en la mansión familiar; pero el llanto de un niño pronto me recuerda que hay una enorme diferencia entre la fantasía y la realidad. —¡Jasman! No lo veo a mi lado aunque, por sus gritos, sé que se encuentra bien cerca de mí. Forcejeo contra la esposa que aprisiona mi mano derecha hasta que el dolor me asciende por el brazo. —¡Jasman! ¡Jasman! ¡Jasman! —Repito hasta que la voz se corta en mi garganta y las lágrimas se cuelan por los huecos de mi nariz. Antes de que la puerta de la habitación se abra por completo, y Leonardo entre en ella, comienzo a lanzar maldiciones. —¡Hijo de perra! ¿Cómo se atreve a poner sus sucias manos en este inocente niño? ¿Qué le ha hecho a Jasman? Hay un Dios en el cielo que le cobrará cada una de sus lágrimas. ¡Ojalá se pudra en el infierno! Para reafirmar mis palabras, le lanzo una patada cuando él pasa cerca
—¡Jasman! Mi amor, ¿estás bien? Me tiro en el suelo, a su lado. De su pequeña frente brota un hilillo de sangre que ha formado un pequeño charco en el suelo. No es la gran cosa, pero a mí todo lo relacionado con mi sobrino me pone a temblar.—¿Somos libres? —pregunta al verme sin las esposas—. ¿El hombre ha dejado de ser malo? ¿Nos iremos a casa con mamá y papá?Me quedo en silencio porque no me gusta mentirle. Sé que el pequeño creerá fielmente cada una de mis palabras. También sé que ese sería el mejor camino. Sin embargo, me niego a traicionar su confianza. Clavo la mirada en Leonardo, en una súplica de ayuda. Él asiente con un leve movimiento. —Yo nunca he sido malo, Jasman —afirma con un tono de voz tan dulce, que hasta yo le creo.—Él dice la verdad. —Me raspa cada palabra que sale de mi garganta. Aun así, me sumo a la mentira.— Leonardo es mi amigo. El niño no deja de mirarme con sus grandes ojazos llenos de asombro. Su mente infantil se niega a comprender. —Pero... Pero,
(Narra Leonardo)Basima no desea que la bese. Todo su cuerpo me está pidiendo que me detenga. No me refiero solo a su postura, que se contorsiona alejándose de mí y, tampoco, a la expresión de horror que tienen sus ojos ni a la mueca de sus labios temblorosos. Es mucho más: La frente perlada por las gotas de sudor que la cubren, el rojo encendido que colorea sus mejillas, la piel de gallina... Ella está aterrada. Por eso, y solo por eso, he dado un paso hacia atrás y he volteado el rostro. z la muchacha.—¿Me das una piruleta? Siempre que el médico me examina, me como una —responde Jasman, ajeno a toda la lucha que libro en el interior de mi corazón. Suspiro profundamente. Gracias a Dios, él ha aceptado un "no" por respuesta. —En cuanto la compre, porque las que tenían ya se me han acabado; pero no te preocupes. Solo te dolerá un poquito. Será como si te picase un mosquito —le digo cuando le acerco la anestesia. —Yo soy muy valiente. Soy el hombre de la casa cuando mi papá no es
(Narra Basima)Con huevos, harina de pan, grasa y un sartén no se pueden inventar muchas recetas. Ruedo los ojos porque sé que el secuestrador se burlará de mi comida.De hecho, él ya ha entrado a la cocina con una cara de disgusto que mete miedo al susto. Labios mordisqueados + Ceño fruncido = Leonardo en fase atómica Sonrío levemente por mi ocurrencia. Lo cierto es que no sé por qué; pero, cuando los dos conversamos, me siento algo relajada, como si el asunto del secuestro fuese un juego y, no, real. —¿Qué tienes, Basima? ¿Te ha picado una mosca? —me grita. ¡¡¡¡Idiota!!!! Ya se me han borrado los sueños de la cara. Ensayo una gran sonrisa fingida. —Nada. Solo imagino la ropa que usaré en su entierro. Algo brillante, bien alegre, repleto de lentejuelas doradas —le respondo, con aparente frialdad, aunque me hierve la lengua.—Pues vuelve a la vida real, que aún estoy bien vivo, y ¡muévete!Pone cara de asco al ver mis huevos revueltos. Solo por eso, no se ha dado cuenta de que m
—Ve comiendo, Jasman. Ya mismo regreso —murmuro entre dientes. Beso la herida de mi sobrino antes de correr al dormitorio. Allí, mi secuestrador echa en la mochila varios medicamentos, las esposas, una cantimplora con agua y una manta. También, se ajusta, en el cinturón, un par de pistolas y un cuchillo. Actúa como si no me hubiese visto, aunque nuestras miradas se han cruzado un par de veces. —No te sabes ninguno —afirmo. —¿Ningún qué? —Enarca una ceja sin dejar de organizar su bolso. —No conoces ningún cuento infantil. Esa es otra mentira, una más.En un solo movimiento, Leonardo devora la distancia que existe entre los dos. A pesar de que ya se ha puesto una camisa de color negro, me sobrecoge la cercanía de nuestros cuerpos. Sus ojos me detallan con un fuego ardiente. Quiero alejarme a la cocina, refugiarme cerca de Jasman, pero las piernas se me clavan al suelo y se niegan a dar un paso. Mi corazón late sin freno. Trago saliva y espero a que el infierno caiga sobre mi cu
Jasman suelta una carcajada cuando ve su imagen en el trozo de espejo. Su cabello ha dejado de ser negro. Tampoco le cae hasta los hombros. Ahora, es un niño rubio, con un pelado rebajado y una curita en la frente. —Ni tus padres te reconocerán —afirmo. Realmente, Leonardo ha hecho un excelente trabajo con nuestros disfraces. De repente, una nube gris empaña las pupilas del pequeño. —Yo sí quiero que mi mami y mi papá sepan quién soy —solloza. Jasman mete su cabeza rubia entre mis piernas y me abraza con fuerza. He metido la pata. Leonardo me guiña un ojo y se muerde el labio inferior. Busca que le secunde. —Tu tía está bromeando, hombrecito —dice—. Claro que tus padres siempre te reconocerán. Un padre nunca se olvida de su hijo porque él es lo más importante de su vida. Mientras el niño asiente con la cabeza, en sus labios se dibuja una sonrisa de alegría. —Es solo que tengo miedo, tío Leo —admite. —No deberías, porque estás con tu tía Basima y conmigo. Los dos
—No entiendo qué ha podido suceder. —musita Leonardo, con cara de quien está a punto de darse por vencido. Él trata de quitarse de la frente los cabellos que se han escapado de su moño. Ambas manos se le han llenado de grasa durante la media hora en que el muchacho ha luchado por echar a andar la motocicleta. Su camisa impecable, perfectamente alisada, ya es cosa del pasado. Yo me encojo de hombros para responderle. De tanto chillar me encuentro sin fuerzas. Jasman también se ha quedado demasiado tranquilo luego de haber preguntado cuándo nos vamos más de medio millón de veces. Todos estamos demasiado cansados. El estrés nos está matando. —¿Quién sabía del escondite? —pregunto con lentitud. —Nadie. Este poblado quedó deshabitado luego de la pandemia de COVID-19. Solo anda por aquí un señor mayor que cuida la casa. Él responde a mis intereses, no, a los del jefe —¿Es la persona que cocinó la sopa que comimos cuando llegamos? ¿Dónde ha estado todo este tiempo? ¿Tiene un t