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Había pasado poco más de un mes desde la última vez que Liam había visto y hablado con David, desde ese día en que había decidido alejarlo, pero sin importar qué, siempre se las arreglaba para colarse en sus pensamientos, igual que el sol se colaba a través de las rendijas de las persianas de los ventanales de su oficina cada mediodía, recordándole lo estúpido y débil que Liam era.

Ya todos habían salido a almorzar y él se quedó en su escritorio, pensando igual que lo había hecho cada día desde aquel día. Si bien siempre evitaba el sol de mediodía, ahora parecía tener más motivos, y parecía ser más consciente de él.

Se echó hacia atrás en su cómoda silla y levantó sus pies sobre el escritorio en una posición poco glamorosa, pero ¿a quién le importaba? Podía dejar de ser el Liam perfecto que todos querían y admiraban cuando se encontraba a puertas cerradas, o eso intentaba. Miró una vez más las tres rosas eternas que adornaban el lugar, levantándose ostentosas sobre la rústica caja de
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