Ingresé al apartamento, no tenía derechos de sentir celos, ¡ningún derecho…! Ella era muy feliz, además Deacon la adoraba, tenía una familia preciosa. Tiré las llaves al mueble, fui a la nevera y saqué una cerveza, en la mañana compré lo necesario para preparar mi comida este fin de semana… —La imagen de ella sonriéndole, verla besarlo—. Era difícil hacerle caso a lo que me pedía el padre Castro; por eso era preferible poner distancia, llegué al mueble, bebí media cerveza.
—Estoy solo.
Cada vez que veía a mis amigos, anhelaba tener lo mismo, así sea para tener una mujer que me lance zapatos. —sonreí—, tomé la billetera, saqué las tres fotos que aún guardaba de Blanca. Una de ellas era de cuando éramos novios, y las otras dos fueron hace poco; en una de las reuniones de nuestros amigos.
» El padre me dice que debo botarte, —le dije a la foto, definitivamente ya debía de estar loco—. ¿Por qué me duele tanto verte, Brisa?
Las palabras del padre regresaron. «David, puede que sea muy duro, pero no sucumbas en la tentación de desear la mujer, el prójimo». En mi sano juicio y raciocino estaba de acuerdo con el padre, pero el pecho no hace caso, ese órgano seguía vibrando con verla, o escucharla. «Hijo, ya tienes suficientes pecados que debes limpiar como para que te endoses otro»
» Debes comprender que ella no era para ti. —volví a decirme en mi triste monólogo.
Terminé de beberme la cerveza, el celular sonó. Era un mensaje de Alejandro, al abrirlo era una foto, la había enviado al chat que témenos entre nosotros tres, había otro donde estaban José Eduardo, Carlos y Deacon, otro donde estaban todos. Este era el privado.
La foto enviada era la de nuestra graduación, éramos de facultades diferentes, pero eran los grados de todas las carreras. A las afuera del coliseo de la universidad nos tomamos esa foto, estaba al lado de Blanca, había quedado mirándola a ella.
» Han pasado trece años y sigo jodido contigo. Espero algún día poder pedirte perdón. Jamás fue mi intención hacerte sentir que no eras importante. —Le dije a la imagen ampliada de Blanca en mi pantalla. Comenzaron las burlas en el chat.
«Como te dije David, mañana va a estar Julieta Lara». —Hice mi mala cara. Esa vieja era un fastidio.
«No empiecen, nos vemos mañana en el Desquite». —respondí.
«¡Salió correteado!» —escribió Alejando.
El despertador sonó, eran las cinco de la mañana, me levanté, me puse mi ropa de hacer ejercicio y salí a trotar, una hora después estaba en el gimnasio. —por mi nuevo proyecto de una empresa de vigilancia con un viejo amigo del pasado requería que me mantuviera en perfecto estado físico, estábamos recibiendo una buena acogida en el mercado.
Al ingresar al apartamento, fui a la cafetera y me puse a preparar el desayuno; salchichas, huevo con espinaca en un sartén, en le otras dos arepas de chócolo, mientras estaba andando el fogón, piqué la fruta para revolverla con el cereal y leche. Casi todo estuvo al tiempo. Desayuné.
No salí del apartamento, me preparé el almuerzo y luego la cena. Tomé el acordeón, lo puse en la mesa del comedor para que no se me quedara al partir. Me bañé de nuevo, bóxer, jean, camisa negra manga larga, mi chaqueta, perfume, pasé las manos por el cabello, ya que no encontré con qué peinarme. Todo quedó ordenado en la habitación, llaves de la casa, del carro, aunque muy seguro lo deje en el parqueadero de la discoteca, y regresaría a casa sin carro, porque iremos a tomar.
Acordeón en mano y directo al Desquite. «Karma». Llegando y ellos también lo hacían, Blanca, como siempre sonriendo, de la mano de su esposo, caminaron en dirección a mí… ni pienses en lo bien que le queda ese vestido.
—¡David! —saludó Deacon.
—Hola, Deacon. Hola, Blanca.
Nunca la había saludado de beso, como lo hacía con mis otras amigas, estrechamos la mano.
—Andando, Carlos dijo que en media hora estarán llegando, —ella se adelantó, su esposo la siguió y me quedé de último… Los labios rojos le quedan…
—¿Entonces te regresas el lunes? —indagó el magnate para hacerme conversación.
—Sí, señor. Mucho trabajo y Guillermo se quedó solo en el apartamento. —Llegamos a las escaleras.
—¡El Regalo! —gritó Blanca, Deacon sonrió.
—Ya voy por eso al carro, amor.
—Aquí te espero.
—Vayan ingresando.
Deacon se alejó y por un segundo nos miramos, jamás nos hemos quedado solos. Se giró, subió las escaleras, continué también mi camino, no supe con qué se resbaló, Simplemente por reflejo actué y evité que se cayera.
—¡Cuidado, Brisa!
Su aroma… ¡Carajos!, lo suave de su piel, lo bien que se sintió tenerla cerca. Había olvidado… ¡No pienses!
—Torbellino, ¿te hiciste daño?
Deacon llegó a su lado; me alejé mientras ella seguía pensando en algo. Tenía su pie alzado.
—Sí, pisé algo y me resbalé.
—Ingresemos. —dijo Deacon con el regalo en la mano, Blanca negó.
—Dime que pisé, se sintió asqueroso, —hizo una mueca que nos sacó un par de sonrisas a los dos. Su esposo miró y yo hice lo mismo—. Amor ¡¿qué pisé?!
—Flema, —la cara de asco de Blanca nos hizo reír a los dos sin poder evitarlo.
—¡¿Pisé un gargajo?! —tenía el pie alzado. Se miraron y él suspiró.
—Ten aquí David. Ya vengo.
Deacon le quitó el zapato a su esposa, bajó las escaleras y se alejó un poco para limpiar el tacón. Al mirarla ella lo hacía con rabia.
—¿Qué pasa?
—¡No me hablas fuera de una mesa de amigos, no me saludas como a las otras!, es evidente que te produzco… Lo que sea que te produzco, ¿ahora vienes y dices ese apodo?
—¿De qué hablas?
—Deja ese lindo apodo en el lugar al cual pertenece.
—No te entiendo, Blanca. —Era cierto, ¿de qué hablaba?
—¡No me llames Brisa!, sabes cuán significativo fue ese apodo para mí, perdóname por ponerme de esta manera, solo no quiero volver a recordar que por culpa de esa manera de llamarme me hice… ¡creí, en una mentira!
—Listo, Torbellino. —No comprendía su comentario o llamado de atención.
—Te recibo el regalo.
Dijo Blanca, se lo entregué. Mi mente trababa de pensar en su actitud. Ellos entraron tomados de la mano.
—¿Se te quedó el acordeón? —preguntó Alejo que salía de la discoteca.
—No, lo tengo en el carro.
—Yo también voy por algo olvidado por Virginia en el carro, últimamente soy el mandadero. —sonreí—. Vamos.
—Bien.
—¿Qué te pasa?
Miré a Alejandro, tenía tantas ganas de confesar todo el sentimiento de lo que en verdad había pasado y sentía. A algunos les he comentado por retazos. Sin embargo, su manera de hablarme era evidente que se encuentra dolida, discriminada y piensa que no significó nada para mí.
—Alejo, no preguntes mucho, pero ¿puedo pedirte un favor?
—¡Cómo no!, somos amigos.
—Como cosa tuya, ¿puedes cantar la canción Historia de amor de Nelson Fuente interpretada por Silvio Brito?
Alejandro se quedó mirándome. Como buen conocedor de lo que decían esas letras… su expresión era una confirmación a lo que les había ocultado, pero muy seguro si hablarán ellos, sacaban un resumen de mi triste verdad.
—David…
—Lo sé. Ella piensa que jamás fue importante, acabo de darme cuenta de que en parte me tiene rabia porque he marcado la diferencia entre ella y mis otras amigas.
—La letra de esa canción…
—Por eso te estoy pidiendo el favor Alejando. No voy a acercarme a ella para aclararle lo que realmente pasó. Ya no viene al caso, Blanca tiene su vida y eso lo respeto, pero tampoco me parece justo que se llene de resentimiento para conmigo por algo que no fue así y mi reacción es para.
—No lo digas. Ay, amigo, no alimentes sentimientos para con una mujer casada.
—No lo hago, sin embargo, ayúdame con esa canción. Por favor.
—¿No crees que se va a dar cuenta?
—Ojalá comprenda, esas letras es lo único que puedo decirle sin faltarle, esas letras es mi agonía diaria Alejandro, por favor…
En la tarima estaban los instrumentos de nuestros músicos, faltaba el acordeón… ¡Ignora lo ocurrido! Comencé a saludar de besos y abrazos, le entregué nuestro regalo a Virginia para que ella se lo entregara a Fernanda. A Deacon le ingresó una llamada, me miró, alzó una de sus cejas, giró la pantalla y era su hermano. Yo no tenía una suegra jodona, ni bruja.Yo tenía un cuñado de mierda, un envidioso, mujeriego, despilfarrador, y rodeado de malas compañías. El cual por alguna razón decía que yo le hacía daño a la vida de Deacon; tal era su odio que al nacer mis hijos no le bastó el parecido que les hizo una prueba de ADN. Mi presencia en la familia Katsaros era similar al de una plebeya ante un gremio de aristócratas… «¡de pacotillas!», —salió mi yo, peleonera. Según ellos, yo fui la embaucadora que fue por el dinero del magnate más cotizado y jodí todo su linaje, porque jamás uno de ellos se había casado con una tercermundista. «Por la gloria de lo divino», —en fin—, Deacon era tan d
Deacon se puso a mi lado y José Eduardo al otro. Las mujeres se quedaron en las mesas. Voy a tener que estar detrás de mis amigos para librarme de esa mujer que evidentemente trajeron para ser mi pareja.—¡Se requiere a la cumplimentada, por favor! ¡Suéltenla! —subió a la tarima de la mano de su esposo, César traía oculto con un trapo el cuadro trofeo—. ¿Alguien de los aquí presente quiere hablar?—No, por mi parte, tú eres un digno representante, —comentó Deacon, José Eduardo y yo nos reímos.—Gracias por confiar en mis dotes de presentador.—O solo queremos que tú seas el primero en levantar a chancletazos.Dijo su primo, volví a reír, lo cierto es que con Fernanda y Alejandro todo podía pasar; desde nada, hasta la destrucción del mundo.—Bueno, me han concedido el honor de ser quien te diga unas palabras en tu día, —Fernanda lo señaló, todos soltamos la carcajada—. Tranquila amiga mía, hoy no recibiré lo que tanto te caracteriza y qué en contables momentos lo merecíamos. Hoy no ten
No tenía idea a que se refirió David, pero tampoco le iba a dar mente. Le entregué el vaso con whisky a Deacon, los muchachos se organizaban para tocar. Me quedé de pie a espalda de mi esposo, él sentado y mis manos puestas sobre sus hombros. Tenía que convencerlo para ir al médico, en las últimas se cansa mucho.—¡Blanca! —llegó Julieta a nuestro lado—. No me has presentado a tu esposo.—Deacon, te presento a Julieta.—Mucho gusto. —La estúpida miró de arriba abajo a mi marido.—¡Oye respeta! —A Deacon le encantaba verme celosa.—¡Tranquila!, yo solo tengo ojos para David.—Pues, él se encuentra en la tarima.—¿Siempre es así de celosa?Le preguntó la brincona esta, a mi marido, quien se levantó y me regaló un delicioso beso.—Me encanta que lo haga.—¡Señoras y Señores! —comenzó a hablar Alejandro—. Esta tanda es de ustedes, pidan que este pechito cumple.Todos se sentaron, Deacon volvió a sentarse, quedé en la misma posición. La pesada se sentó en una de las sillas de primera. Maju
Llegamos a nuestra casa a eso de las cuatro de la mañana. Cuando mi esposo iba en dirección a nuestro cuarto lo detuve.—¿A dónde cree que va, señor Katsaros?—A nuestra habitación, señora Katsaros.—Usted se encuentra desterrado.Se quedó mirándome. Me había sentado en uno de los muebles de la sala y él alzó una ceja.—¿Esto es por lo de mi hermano?—Sí. Pero eso no quiere decir que no cumpliré con mis veinticuatro horas de intenso placer…La picardía de mi marido me encantaba, mi madurito comenzó a desvestirse, a pesar de sus cincuenta años hace un mes cumplido se veía increíble, el muy pillo se sentó a mi lado y comenzó a besarme, sus labios bajaron por mi cuello, sus manos apretaron territorio solo explorado por él, hizo a un lado mi vestido y liberó una parte a su boca, yo no me quedé atrás, comencé a acariciarlo, su parte más sensible me demostraba cuanto me deseaba, se lo apreté como le gustaba y no tardó en rugir de deseo. De un momento a otro se alejó, vi malestar en su rostr
El hombre se quedó callado, esperando a encontrar las palabras correctas y yo aproveché para calmar un poco mi pulso. Quedamos en decirnos la verdad.—Yo no investigaba a Blanca, mi hermano lo hizo y dijo que tú habías sido su amante, lanzó varias blasfemias en contra ella. Una vez terminó y me entregó el supuesto informe manipulado con parte de la verdad y otra con mentiras. Su intención era para no casarme con Torbellino, comprendí la clase de familia que tenía.» Esa fue la cereza del pastel. Inventó muchas más aventuras, con decirte que viajó hasta acá para reunir testimonios de cómo era ella. A raíz de esas grabaciones le puse el apodo de Torbellino latino. Cuando mi hermano exigió el no casarme, decía que unirme en matrimonio con ella era un error monumental por mujerzuela. Fue ahí cuando lo enfrenté y encaré. Lo callé cuando le dije que había sido el primero en su vida. —Deacon se levantó y comenzó a caminar por la sala.» Blanca sabe del chantaje de mi hermano, y de ese inform
Escuché la mitad de la eucaristía, una vez terminó, rodeé la iglesia e ingresé por la casa cural, toqué a la puerta. En el jardín se encontraba el esposo de la señora que trabajaba para el padre Castro, si no estaba mal se llamaba Mila. —No tomé un taxi para llegar hasta aquí, preferí caminar todas esas cuadras… lo necesitaba—, de mi cabeza no sacaba la extraña conversación con Deacon. —toqué la puerta y esa amable señora sonrió al verme.—Joven David, ya le llamo al padre. —esperé en la sala.—¡Qué gusto es verte, muchacho!, —me levanté a saludarlo—. Sabes que hoy es mi día maratón de la semana. Mientras almorzamos platiquemos.—No era necesario, pero no despreciaré nunca un plato de comida casero.—Y menos los manjares de Mila. ¿Qué día llegaste?—El jueves en la noche, el viernes pasé trabajando, ayer fue el cumpleaños de Fernanda, hoy me regreso a Jamaica, la obra va a mitad, espero entregar pronto y que nuestra decoradora haga su magia.—¿Y pasaste por mi casa solo para saludarme
Le empacaba la maleta a Deacon para su viaje repentino de negocios, no me gustaba lo que siento que estaba pasando. Apenas le dije de ir al médico, le surgió el viaje de la nada.—¿Sigues enojada, Torbellino?Besó mi cuello. Los niños hace rato se habían dormido, mañana tienen clase y la cita que le había sacado en la clínica de Benjamín me tocará cancelarla.—Me prometiste que este año no trabajarías, que te quedarías conmigo todos los días. Además, tenemos una cita médica.—Cariño, esto es muy importante, —hice pucheros. Deacon escondía algo, mi corazón me lo decía y no era otra mujer. Los ojos se me humedecieron, ¿será algo con su familia?—. Amor.Terminé de guardarle sus artículos personales, dos mudas, me pidió ropa para un viaje casual, sin embargo, suelo meterle un traje formal por si debe ir a una cena importante, el resto de su ropa fue informal. Cerré la maleta, la dejé a un lado. Nuestro cuarto era inmenso, de hecho, la casa que compró era demasiado amplia.Pero no se compa
Llegué a la cafetería sobre la séptima, ya esperaban Maju y Virginia, me tardé un poco más por el tráfico en la avenida Boyacá. Las saludé de besos y de una le hice señas al mesero.—¿Hace mucho esperan? —miré el reloj, tenía siete minutos de retraso.—No mucho, ya sabes que soy maniática de la puntualidad y con César uno aprende. —Nos echamos a reír todas.—Vengo del aeropuerto.—Antes llegaste. —dijo Virginia—. Te apuesto, primero llega Patricia, que estaba en citas médicas con las niñas que Fernanda Villarreal.—Contaré el chisme cuando estemos todas.—¿Nos vas a dejar en espera? No tenemos la culpa de que no sean puntuales. —comentó Virginia.—Pidamos algo para picar mientras llegan. Pero el chisme se los dejo para cuando estemos todas. No voy a repetir dos veces.—¿Deacon viajó? —suspiré ante la pregunta de Maju.—Sí, detesto dormir sola. Hoy hago arrunche con mis hijos. —Las dos afirmaron.—Lo que es la costumbre, dormir en pareja es una de las mejores cosas que se hacen en el m