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Capítulo 4 - El regalo

Deacon se puso a mi lado y José Eduardo al otro. Las mujeres se quedaron en las mesas. Voy a tener que estar detrás de mis amigos para librarme de esa mujer que evidentemente trajeron para ser mi pareja.

—¡Se requiere a la cumplimentada, por favor! ¡Suéltenla! —subió a la tarima de la mano de su esposo, César traía oculto con un trapo el cuadro trofeo—. ¿Alguien de los aquí presente quiere hablar?

—No, por mi parte, tú eres un digno representante, —comentó Deacon, José Eduardo y yo nos reímos.

—Gracias por confiar en mis dotes de presentador.

—O solo queremos que tú seas el primero en levantar a chancletazos.

Dijo su primo, volví a reír, lo cierto es que con Fernanda y Alejandro todo podía pasar; desde nada, hasta la destrucción del mundo.

—Bueno, me han concedido el honor de ser quien te diga unas palabras en tu día, —Fernanda lo señaló, todos soltamos la carcajada—. Tranquila amiga mía, hoy no recibiré lo que tanto te caracteriza y qué en contables momentos lo merecíamos. Hoy no tendré de tu parte un zapatazo, taconazo o chancletazo. ¿He sido el único que he recibido las tres versiones? —Nos miró a todos.

Cuando estuve en la universidad recibí un par de tenis, a ella le encanta quitarse los zapatos, apenas se sienta, era increíble.

—Te faltaron los tenis. —intervine. La cumplimentada se cruzó de brazos en señal dé sigan molestando.

—¡Sandalias! —gritó Maju.

—Una vez me lanzó una bota. —Ahora fue Virginia quien habló, los invitados volvieron a reír.

—¿Ahora si comprendes? Ese es la razón por la que varias veces resultas con un solo zapato y eres tan descarada Fernanda al echarle la culpa a nuestro pulgoso. —Le dijo su esposo.

—¿Para eso me hicieron subir a la tarima?

—En parte, —continuó el presentador. Suspiró—. Si una persona se ganara el trofeo a la verdadera amistad, esa sin duda, serías tú. —Fernanda arrugó su frente—. La verdadera amiga no es la que alcahuetea todo, la que te apoya sin importar si lo que haces es bueno o malo. Esa clase de personas no será nunca un buen amigo.

» El verdadero es quien te dice las verdades sin ofenderte como persona, es aquella que repudia el acto y te dice de frente; te estás equivocando. Tú eres increíblemente buena en eso. En cada uno de nosotros, de los que estamos presentes, has hecho mella en la grandeza de la verdadera amistad.

» Peleas por nosotros, y nos golpeas de ser necesario. Sin duda, en el fondo de ese escudo apodado Chuky nos has traído a la realidad; ya sea con un zapatazo, taconazo, chancletazo o cualquier denominación que encierre el mismo concepto. Cuando la cagamos nos has hecho recapacitar, en infinitas ocasiones nos has apoyado en silencio.

» Aceptas nuestros errores, y en enumerarles de veces te has convertido en una metiche milagrosa para demostrarnos que el amor también es rejo. Tú has estado ahí en algún momento de nuestras vidas. Yo diría que en los momentos precisos llegaron esos artefactos voladores.

Fernanda apretaba la boca para no llorar por la elocuencia verbal del presentador, quien se estaba luciendo.

» Nos has prestado tu hombro en el cual todos hemos llorado, de la misma manera que nos has insultado con las palabras más explicitas conocidas en la jerga colombiana, —a este punto Fernanda ya derramaba lágrimas y el labio le temblaba—. Has desgreñado fufurufas en nombre de tus amigas, nos has dejado un chichón cuando lo hemos necesitado, eres el fastidio perfecto, la mamonería necesaria, y sin duda alguna Fernanda Villareal eres la amiga perfecta.

» La que festeja nuestros triunfos, la que llora a nuestro lado con las desdichas, quien nos zapatea y jala las orejas cuando nos descarriamos, quien, sin duda, si necesitas un consejo, va a cantarte la tabla plena. Por eso, en honor a todo lo que has hecho por nosotros, te concedemos el trofeo a ¡la mejor amiga del mundo!

César quitó el trapo, dejando al descubierto el cuadro. Se acercó, leyó todo lo que cada uno le puso. Carlos tuvo que abrazarla porque ella no podía del llanto, luego acarició el trofeo. No pudimos abrazarla, se aferró a los brazos de su esposo, como si dependiera de ello. Nos quedamos mirando, Blanca subió a la tarima con una botella de agua, después de tomársela nos miró.

—Las chicas me dieron un precioso álbum recordándome todo el tiempo de ser amigos, pero… —volvió a tomar agua—. Yo pensaba que ese impulso mío de arrebato endemoniado al lanzarles los zapatos lo detestaban, —trataba de respirar—. Ustedes son parte de mi familia.

» Me hicieron sentir segura en un momento de mi vida que fue devastador, me demostraron cuán valiosa seguía siendo, ese suceso, solo fue un mal momento más, no debía sentenciar eso como un lastre en mi vida. Jamás pensé que me apreciaran tanto, —se aferró a los brazos de Carlos.

» Por lo grosera que puedo llegar a ser. ¡GRACIAS! —corrió a los brazos de César, luego fue a los de Alejandro, pasó a mis brazos, José Eduardo y por último a Deacon—. Tú eres el único que no ha recibido un zapatazo, te las cagas con mi amiga, ¡y ya sabe! Qué te diga este. —Le dio un manotazo a José Eduardo, quien le dio un beso en la frente.    

Ella bajó feliz con su regalo, Carlos lo tomó para llevarlo al auto junto con el álbum, junto con el resto de los obsequios recibidos. La fiesta continuó, los tragos iban, la primera tanda de música bajo la voz de Alejo se escuchó. Descansamos, pusieron la música de bailar y llegó el pegote. Los pendejos de mis amigos solo se cagaban de la risa, mientras que a mí me tocaba aguantar a Julieta.

—Estás más bello ahora.

—Gracias.

Bailábamos un merengue, siguió hablando tonterías de mujer necesitada, me indignaba ver una mujer casada en esas. Yo intentaba seguirle el paso. Mis amigas se pusieron en el mismo plan burlón por el encarte. El problema es que no podía ser descortés. Por fin la canción se estaba acabando. Alejandro me miró, después de esta canción ya comenzaremos a tocar de nuevo y vendría el favor solicitado.

Blanca se alejó de sus amigas. Es ¡ahora o nunca! Terminó la canción, me alejé. Como tonto caminé en dirección a Blanca para decirle lo que necesitaba decirle. ¡Por una vez!, por esta vez David. —Me recriminé mientras caminaba detrás de ella. No demoraba Alejandro gritarme para ir a tocar—. Blanca llegó a la barra de los licores, ahora era el momento. Me envalentoné y llegué a su lado, mi excusa fue pedir la tanda de cervezas.

—Un whisky, por favor. —Le pidió al barman.

—A mí cuatro cervezas, por favor, —desvió la mirada—. Blanca.

—Parece que hoy ha sido el día en el que te diriges a mí. —Su reclamo tenía mucha justificación.

—Te entiendo, muchas cosas no quedaron claras en el pasado y ya no viene al caso hablar de ello, pero si quiero decirte, tú nunca fuiste un juego. Y solo por hoy, te irrespetaré un poco. La canción a continuación es para ti.

Esos ojazos cafés y esos labios los cuales siempre lucían pintados en tono fuerte y siempre me hacían agua, la boca se abrieron, su mirada era de asombro absoluto.

—David…

—Nunca más volveré a pasar esta línea, eres una mujer casada y respeto eso. Pero esa letra dice lo que fue, es y será nuestra historia de amor. Hasta el nombre de la canción nos hace el honor.

Tomé las cervezas y me dirigí a la tarima. Ya llegó un momento después. Al menos sepa que no fue un juego. Sin duda ella era esa herida la cual nunca sanaba en mi alma, supongo debe ser por la culpa.

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