Tres días después, Alister abrió los ojos lentamente, parpadeando ante la luz tenue que ingresaba por la ventana. Su cuerpo estaba pesado y adolorido, como si cada hueso y músculo hubieran sido atravesados por la guerra misma. Cuando trató de moverse, una punzada de dolor lo detuvo, recordándole las heridas que apenas comenzaban a sanar.A su lado, Samira dormía profundamente, sentada en una silla junto a la cama, con toda la parte superior recostada en el borde. La observó en silencio, para luego colocar suavemente su mano sobre la de ella, la cual estaba extendida, y sintió el calor que irradiaba de su piel, una calidez que lo conectaba con la realidad, como un ancla en un mar turbulento.Con un esfuerzo tembloroso, Alister hizo entrelazar sus dedos con los de Samira y la sintió apretarlo levemente, reaccionando aún en su sueño. Sus ojos comenzaron a abrirse, y cuando vio al Alfa despierto, una expresión de sorpresa y alivio inundó su rostro.—¡Alister! —exclamó, inclinándose hacia
Samira no pudo contenerse más. Las palabras de Alister la habían tocado de una manera que nadie más podía. Las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas, primero en silencio, pero pronto se convirtió en un llanto que parecía provenir de lo más profundo de su ser.—No quiero que hagas eso… —manifestó—. No quiero que pienses en morir, Alister. No quiero que… por favor, no.El Alfa levantó una mano para acariciarle la mejilla con ternura, atrapando con sus dedos algunas de las lágrimas que seguían cayendo.—Samira… —pronunció—. Sé que te he fallado, sé que cuando más me necesitaste, yo no estuve ahí. Te di la espalda, dudé de ti… incluso dudé de nuestro hijo. Dudé de tu amor, del amor más puro que he conocido en toda mi vida.Ella apretó los labios, intentando reprimir el llanto, pero las palabras de Alister rompían cada barrera que había construido en su corazón.—Y lo siento… —continuó él—. Lo siento de verdad, más de lo que puedo expresar con palabras. Sé que este no es el mome
El nacimiento del bebé marcó un nuevo comienzo para todos en el Clan Valkyria. Finalmente, el primogénito del Alfa Alister, había llegado al mundo, llenando de emoción y orgullo a los miembros del Clan. Este niño era el futuro líder, el símbolo de un linaje que prometía fortaleza y unión.El pequeño, aunque humano en apariencia, mostraba ya rasgos que dejaban entrever su herencia de lobo, pero no podía transformarse en uno. No era habitual que un lobo tuviese a una humana como compañera destinada, así que no sabían mucho sobre bebés mestizos. Jonás, el médico del clan, explicó que quizás, con el tiempo, probablemente desarrollaría su capacidad para transformarse, un proceso que solo requería paciencia. Lo importante era que estaba sano, fuerte y lleno de vida.A todos les llamó la atención su peculiar cabello pelirrojo, un rasgo que había heredado de Samira. Muchos no podían evitar imaginar cómo sería su forma de lobo con ese color poco común. Un lobo pelirrojo no era algo que se vier
Samira miró al bebé primero, buscando algo en él, tal vez un consuelo, tal vez una respuesta. Luego, lentamente, dirigió su mirada hacia Alister, como si necesitara asimilar la presencia de ambos antes de tomar una decisión. Por un momento, sus ojos se entrecerraron, tornándose pensativos. Su mente recorría rápidamente las opciones, las posibles consecuencias, todo lo que ya había sucedido y todo lo que aún podría venir. —Todos los problemas que hemos tenido no fueron realmente nuestros. Nosotros siempre nos hemos llevado bien, pero hubo malos entendidos. Alguien quiso destruir lo que teníamos.Alister apretó la mandíbula, reconociendo la verdad en sus palabras, pero no interrumpió.—Me dolió pensar que no confiabas lo suficiente en mí, que nuestro amor, algo que creía tan sólido, tan inquebrantable, era tan frágil como para romperse con la más mínima situación —añadió—. Y la verdad es que ambos hemos sufrido mucho, cada uno a su manera, con un dolor que nos ha marcado. Tú me hiciste
Pasaron los días, las semanas y los meses, y con ellos, Kael iba creciendo, desarrollándose poco a poco. Aunque todavía no podía hablar, parecía comprender más de lo que cualquiera imaginaba. Alister, por su parte, se tomaba horas de su tiempo cada día para dedicárselas exclusivamente a su hijo.Lo llevaba al jardín, mostrándole las flores y los árboles. Alister le hablaba con una ternura que habría desconcertado a cualquiera que conociera su carácter imponente.—¿Sabes, Kael? Esta casa ha sido el hogar de nuestra familia por generaciones. También tenemos una casa en el bosque, el cual ha sido un lugar sagrado para nosotros —le decía, sosteniéndolo con cuidado en sus brazos mientras señalaba las copas de los árboles—. Aquí y allá correrás algún día, libre y fuerte.A veces le contaba historias del Clan, sobre los lobos que habían liderado antes que él, o anécdotas de su propia vida. Aunque Kael solo respondía con balbuceos y risas, era como si entendiera cada palabra.Cuando no estaba
Samira observaba a Alister desde la distancia, quien estaba sentado junto con Kael en el jardín, mostrándole una flor y describiendo algo que el pequeño apenas entendía. La escena era tan tierna como muchas otras que había presenciado últimamente, pero algo se sentía diferente. Las flores ya no llegaban, las cartas tampoco, y aunque Alister seguía mostrándose como un padre dedicado, parecía haber retrocedido en sus intentos de reconquistarla.Samira había pasado días negándose a darle importancia al cambio, pero la inquietud crecía. Esa mañana, mientras caminaba por los pasillos, se detuvo frente a la ventana de la sala principal. Desde allí los vio otra vez, Alister sosteniendo a Kael en brazos, sonriendo con una calidez que derretía cualquier muro.«¿Por qué me afecta tanto esto?», pensó. «Él dijo que me reconquistaría. ¿Por qué entonces dejó de intentarlo? ¿Se rindió? ¿Se cansó de mí?»La duda se hizo insoportable, así que en ese momento, armándose de valor, decidió confrontarlo. F
Samira se despertó con un dolor punzante en la mejilla. La luz de la mañana se filtraba a través de las rendijas de la ventana, iluminando su pequeño cuarto de manera casi cruel. Se llevó una mano al rostro y sintió el calor y la hinchazón donde su suegra la había golpeado la noche anterior.Recordó el incidente con claridad: “¡Nunca serás lo suficientemente buena para mi hijo!” había gritado su suegra antes de abofetearla con una fuerza que aún sentía. Las palabras se habían clavado en su corazón más profundamente que el golpe mismo. Luchó por contener las lágrimas mientras recordaba la crueldad en los ojos de aquella mujer que nunca la había aceptado.Con esfuerzo, Samira se levantó y se miró al espejo. La imagen que reflejaba no era la de una mujer feliz. Sus ojos estaban hinchados y enrojecidos, y la marca en su mejilla era un recordatorio doloroso de su sufrimiento. Sabía que tenía que salir de esa situación, pero ¿cómo? Estaba atrapada en un matrimonio donde no solo su suegra, s
El bosque era como su segundo hogar en el cual podía tener sus momentos de calma, lejos de la bulliciosa ciudad. Cada rincón de esos árboles y sombras profundas, el lobo blanco los conocía muy bien. Mientras caminaba por el bosque esa noche, sus sentidos agudos captaron un olor familiar, uno que aceleró su corazón y encendió una chispa en su pecho. El olor de su mate, su alma gemela, estaba en el aire.Sin embargo, su interés se transformó rápidamente en preocupación cuando detectó otro aroma que lo acompañaba: el penetrante olor a sangre.El lobo Alfa, Alister, percibió que la situación era grave. Solo podía pensar en que probablemente su mate estaba herida. Por lo tanto, cierta determinación lo impulsó a correr.Sabía que debía llegar a ella lo antes posible. Sus pies apenas tocaban el suelo mientras corría, zigzagueando entre los árboles con una gracia sobrenatural. Finalmente, llegó al sitio de donde provenía el aroma.La escena ante él lo dejó ciertamente desconcertado. Una mujer