Pasaron los días, las semanas y los meses, y con ellos, Kael iba creciendo, desarrollándose poco a poco. Aunque todavía no podía hablar, parecía comprender más de lo que cualquiera imaginaba. Alister, por su parte, se tomaba horas de su tiempo cada día para dedicárselas exclusivamente a su hijo.Lo llevaba al jardín, mostrándole las flores y los árboles. Alister le hablaba con una ternura que habría desconcertado a cualquiera que conociera su carácter imponente.—¿Sabes, Kael? Esta casa ha sido el hogar de nuestra familia por generaciones. También tenemos una casa en el bosque, el cual ha sido un lugar sagrado para nosotros —le decía, sosteniéndolo con cuidado en sus brazos mientras señalaba las copas de los árboles—. Aquí y allá correrás algún día, libre y fuerte.A veces le contaba historias del Clan, sobre los lobos que habían liderado antes que él, o anécdotas de su propia vida. Aunque Kael solo respondía con balbuceos y risas, era como si entendiera cada palabra.Cuando no estaba
Samira observaba a Alister desde la distancia, quien estaba sentado junto con Kael en el jardín, mostrándole una flor y describiendo algo que el pequeño apenas entendía. La escena era tan tierna como muchas otras que había presenciado últimamente, pero algo se sentía diferente. Las flores ya no llegaban, las cartas tampoco, y aunque Alister seguía mostrándose como un padre dedicado, parecía haber retrocedido en sus intentos de reconquistarla.Samira había pasado días negándose a darle importancia al cambio, pero la inquietud crecía. Esa mañana, mientras caminaba por los pasillos, se detuvo frente a la ventana de la sala principal. Desde allí los vio otra vez, Alister sosteniendo a Kael en brazos, sonriendo con una calidez que derretía cualquier muro.«¿Por qué me afecta tanto esto?», pensó. «Él dijo que me reconquistaría. ¿Por qué entonces dejó de intentarlo? ¿Se rindió? ¿Se cansó de mí?»La duda se hizo insoportable, así que en ese momento, armándose de valor, decidió confrontarlo. F
Samira se despertó con un dolor punzante en la mejilla. La luz de la mañana se filtraba a través de las rendijas de la ventana, iluminando su pequeño cuarto de manera casi cruel. Se llevó una mano al rostro y sintió el calor y la hinchazón donde su suegra la había golpeado la noche anterior.Recordó el incidente con claridad: “¡Nunca serás lo suficientemente buena para mi hijo!” había gritado su suegra antes de abofetearla con una fuerza que aún sentía. Las palabras se habían clavado en su corazón más profundamente que el golpe mismo. Luchó por contener las lágrimas mientras recordaba la crueldad en los ojos de aquella mujer que nunca la había aceptado.Con esfuerzo, Samira se levantó y se miró al espejo. La imagen que reflejaba no era la de una mujer feliz. Sus ojos estaban hinchados y enrojecidos, y la marca en su mejilla era un recordatorio doloroso de su sufrimiento. Sabía que tenía que salir de esa situación, pero ¿cómo? Estaba atrapada en un matrimonio donde no solo su suegra, s
El bosque era como su segundo hogar en el cual podía tener sus momentos de calma, lejos de la bulliciosa ciudad. Cada rincón de esos árboles y sombras profundas, el lobo blanco los conocía muy bien. Mientras caminaba por el bosque esa noche, sus sentidos agudos captaron un olor familiar, uno que aceleró su corazón y encendió una chispa en su pecho. El olor de su mate, su alma gemela, estaba en el aire.Sin embargo, su interés se transformó rápidamente en preocupación cuando detectó otro aroma que lo acompañaba: el penetrante olor a sangre.El lobo Alfa, Alister, percibió que la situación era grave. Solo podía pensar en que probablemente su mate estaba herida. Por lo tanto, cierta determinación lo impulsó a correr.Sabía que debía llegar a ella lo antes posible. Sus pies apenas tocaban el suelo mientras corría, zigzagueando entre los árboles con una gracia sobrenatural. Finalmente, llegó al sitio de donde provenía el aroma.La escena ante él lo dejó ciertamente desconcertado. Una mujer
Alister se mantuvo callado mientras Samira continuaba sumida en su dolor. Después de un rato, decidió romper el silencio, sintiendo empatía por su sufrimiento.Las palabras del hombre la hicieron detener su llanto.—¿Quieres vengarte, dices? —articuló—. Puedo ayudarte con eso —dijo sin titubear.Samira parpadeó varias veces y sus ojos se abrieron con incredulidad mientras miraba fijamente a Alister. Sus labios temblaban ligeramente mientras procesaba las palabras que acababa de escuchar. No podía creer lo que estaba oyendo.—¿Ayudarme con mi venganza? —repitió en voz baja, como si necesitara confirmar que había entendido correctamente—. Pero, ¿por qué? Ni siquiera nos conocemos. ¿Por qué querrías involucrarte en algo así?—Porque nadie debería tener que pasar por lo que tú has pasado. Porque creo que nadie merece vivir con el peso del dolor sin justicia —respondió con sinceridad, dejando claro que su motivación venía del deseo de ayudarla, sin mencionar que en realidad estaban unidos
Samira se encontraba sumida en un profundo sueño, uno que parecía más real que cualquier otro. En su mente, veía un bosque oscuro, iluminado únicamente por la luz plateada de la luna llena. Allí, en medio de aquella luz, un majestuoso lobo blanco con destellos oscuros la observaba con sus penetrantes ojos dorados. De repente, el lobo comenzó a transformarse, su forma animal se desvaneció para dar lugar a un hombre alto y fuerte, con el cabello oscuro y ojos dorados. Samira sintió que conocía a ese hombre, que lo había visto antes.Luego, lo reconoció. Era Alister, Alister Frost.De pronto, se despertó de golpe, con el corazón latiendo con fuerza en su pecho. Miró a su alrededor, confundida. El sueño había sido tan vívido que parecía más un recuerdo. ¿Pero cómo podía ser eso posible? ¿Un hombre lobo? La idea era ridícula, pero no podía sacarse de la cabeza la imagen de Alister transformándose frente a ella.Respiró profundamente y observó la habitación en la que se encontraba. Era una
Samira observaba desde la ventana de la casa mientras Alister y los demás miembros de la manada partían hacia la empresa.Decidida a no ser una carga, comenzó a ofrecer su ayuda en las tareas diarias. Aunque al principio los sirvientes se mostraron reticentes, poco a poco fueron aceptando su presencia y disposición. Samira ayudaba en la cocina, limpiaba y aprendía sobre las costumbres del hogar. Sin embargo, lo que más le llamaba la atención eran los hijos de algunas sirvientas. Eran cachorros, pequeños lobeznos que correteaban por la casa y llenaban el ambiente de risas y juegos.Samira se agachaba para jugar con ellos, sintiendo una ternura que le calentaba el corazón. Los cachorros se encariñaron rápidamente con ella y Samira se encontraba riendo y correteando con ellos por toda la casa. En esos momentos, los problemas y preocupaciones parecían desvanecerse.Además de los cachorros, Samira también observaba cómo algunos de los sirvientes se transformaban. Lo hacían con una naturali
Su corazón que momentos antes latía con fuerza debido a la ansiedad, ahora parecía detenerse y al mismo tiempo acelerarse en un tumulto caótico de miedo y desconcierto. Su piel se volvió fría, como si todo el calor hubiera sido succionado de su cuerpo, dejándolo tembloroso. Norman trató de tragar saliva, pero su garganta estaba seca, como si hubiera tragado arena.No podía ser ella. Samira estaba muerta.—¿Samira? —murmuró con incredulidad.Ella levantó la vista y lo miró fijamente. Al ver el impacto que tuvo en Norman el hecho de tenerla en frente, decidió burlarse de él.—Lo siento, pero creo que me confundes con otra persona.Norman soltó su brazo lentamente y retrocedió unos pasos, sintiéndose mareado.—No puede ser. Esto no puede estar pasando. Yo te vi... te vi muy lastimada en el bosque. Era imposible que te salvaras… con esas heridas… —susurró, tratando de mantener el equilibrio.Samira mantuvo su mirada sólida, sin parpadear.—No sé de qué me estás hablando —continuó—. Insist