Dos meses parecen mucho tiempo, Alonso se sentó a como nuevo, había pasado las últimas semanas viviendo en una isla con sus hijos, que sí quería estrangularles la mayor parte del tiempo, pero, le gustan esos momentos en los que todo era felicidad, silencio o amor fraternal.
Se sentó a fumar un cigarro y vio a sus hijos mayores sentarse alrededor con un deck de cartas. Sonrió, porque no había podía vencerle al 21 y eso se debía a unos tips de Carrick, el joven sonrió y le dio un beso a su hijo mayor en la mejilla.
—Papá, te agradecemos no morir de cáncer de pulmón.
—Sí, estamos viendo en tu página de F******k mujeres elegibles —dijo Lauren y Alonso rio.
—¿Cómo van con eso?
—Bueno, tuviste a mamá, guapísima en sus veinte, Cristina guapísima en sus veintes y Sophia, un poco vieja, en sus 30 tempranos.
—Te van más las veinteañeras, de pelo rosado.
—¿Qué dijeron sus hermanos?
—La nueva secretaria de papá, está
Los primeros días con el jefe. A ver, ella se había esforzado, acomodó su armario en los colores del arcoíris para no tener que repetir, además, estaba demasiado orgullosa del sistema de organización que había desarrollado junto a sus compañeros. Sería más fácil para Alonso localizar la información si cada departamento tenía un color asignadotrabajar y de esa forma mejorar la eficacia del lugar de trabajo. Había pensado en otorgarle a su jefe unas blancas, pero, se decidió por un color marfil que le daban el toque de: soy el jefe, pero, soy majo y participo. Alonso pareció no notar la diferencia en sus hijas, solo en la de los demás y se quedó serio la primera vez así que ella asumió que no le estaba gustando, pero no había dicho nada. Trabajar con Alonso era intenso, mucho, es un hombre que le pone demasiado empeño a su trabajo. Es un jefe firme, pero nadie le teme, accesible y le gustaba eso. Su hijo mayor que era una copa con
Lucrecia se sentía terriblemente mal. Sentía que el corazón se le iba a explotar en el pecho. Era un golpe de realidad golpeándole a los ojos y no podía dejar de llorar, estaba tan avergonzada, era una niña grande y ridícula, algo no estaba bien con ella y fue la primera en detectarlo. No podía poner demasiada atención, hablaba demasiado rápida, le gustan los colores de más, por último, la necesidad de cambiar por otra actividad, odiaba no poder terminar las cosas, pero no lograba hacerlo. Sus padres creyeron que era normal, solo una etapa, pero, cuando tuvo un accidente en el patinaje, los síntomas empeoraron y todo comenzó a ser más difícil, más asfixiante, complicado, sus padres peleaban. La casa estaba llena de terapeutas físicos y tutores académicos, pero, poco a poco no quedó más que reconocer los diagnósticos. Era disléxica y como morbilidad tenía déficit atencional. Su padre era de descendencia asiática para él
Fácil todavía no era. Simplemente porque Alonso no sabía como comportarse menos mal humorado en frente de Lucrecia, había días en los que pasaba secretamente odiándole porque todo lo había reestructurado y le gustaban las formas a su manera. Otras veces pensaba que ella estaba desperdiciándose en una oficina de secretaria porque su habilidad se salían del puesto de secretaria por mucho. A pesar de ello,Alonso y Lucrecia se estaban llevando bien, después de un par de meses trabajando juntos y lograr el equilibrio, estaban haciéndolo muy bien; Alonso estaba yendo a terapia del control de la ira como recomendación familiar y por último eres un mejor jefe. Estaba en una reunión de personal en la cual la mayoría de jefes estaban contentos porque sus secretarias parecían más motivadas, él vio a Lucrecia la cual era increíble por sí sola, estaba tomando el curso con las demás y parecía disfrutar demasiado a de su trabajo.
Lucrecia se alejó de él y le dio una sonrisa. La joven reconoció en un susurro que ser viuda no era fácil cuando sentías que te había quedado tanto sin decir, sin perdonar o tanto amor que expresar. Alonso sabía una cosa o dos sobre eso, asintió,le miró a los ojos y le tomó de la mano. —El domingo sigo libre—Dijo Alonso. — Así que si quieres ir a beber o si quieres ir a conocer algún lugar inapropiado de la ciudad, ejemplo la playa o montaña puedes llamar. —Gracias, estaré mejor cuando pase y Pri vuelve, me tomaré una botella de vino. —Seguro. Si no te sientes bien el lunes puedes faltar eh… —Gracias, pero creo que voy a hacer ahí, tienes la junta con los proveedores de materiales y los ingenieros. —Cierto. Fue un fin de semana atípico, si bien no había abierto la botella de vino, tampoco había tenido el valor de llamar a Alonso, puesto que, había soñado con su jefe más de una vez en el fin de semana.
Priscila estaba preparando el desayuno para su mamá el día siguiente, Lucrecia se acercó y le llenó de besos las mejillas. Apagó el fuego y la acercó a un banquillo. Le tomó de las mejillas y le dio un último beso antes de mirarle a los ojos. —Te amo, peque. —Te amo, pero los huevos… —Mi amor, leí un pedacito de esa carta. Sé que papá tuvo muchos días malos—Reconoció. —Priscila, tu papá te amaba, muchísimo. Ahora, si hay algo que necesites perdonarle, sanar, hablar y no te sientas cómoda haciendo conmigo podemos ir con un terapeuta. Un psicólogo, tal vez. —Estoy bien —Respondió. —¿Estás bien o quieres que yo piense eso? —Estoy bien. Ni necesito hablar con nadie. Solo… papá estaba enfermo y fue un gilipollas, puedes aceptarlo. Lucrecia miró a la pared y asintió. —Fue un gilipollas. —Gracias ¿podemos desayunar? La mujer asintió y tomó asiento. En la casa de los Pieth, todos observaban a su papá el cual hab
Después de que Lucrecia le diera una rápida repasada a la maravillosa vista de la ciudad, Alonso se sentó para sacar la comida de las bolsas. La vio seriamente y dijo: —Ok, no le puedes contar a nadie que comimos en Rico´s. ¿Puedes fingir que es tu descubrimiento?—empezó a sacar las cosas. La verdad es que le gustaba muchísimo el restaurante, tanto como para llegar a la conclusión de que en su tiempo de jubilación podía dedicar su vida a hacer cosas parecidas. Comidas llenas de queso, fritas y bebidas con cantidades inexcusables de azúcar, era perfecto, lo único malo era que también es el restaurante favorito de su padre en toda la ciudad y odiaba que tuviesen tantas cosas en común. —¿Estas son quesadillas de solo queso? —preguntó encantada —Son mis favoritas. —En serio, las mías iguales, quesadillas no frijoladas ni aguacate, ni ensalada, queso. —Gracias, vivimos en México y soy alérgica a los frijoles, lo odié todo el tiempo.
La semana siguiente había sido mejor, Alonso había regresado de un exitoso viaje de negocios, solo había estado fuera unos tres días, pero se veía contento y para aprovechar la energía Lucrecia quería hacer algo para motivarle y después de mucho pensar y terminar de hacer su trabajo. Pensó que era momento de aprovechar que Alonso estaba ocupado para hacer un trabajo de decoración de interiores. Lucrecia aprovechó su hora del almuerzo para comprar un marco y decorar la pared de Alonso con fotos de sus hijos él había elogiado la pared de su casa con fotos de Pri y ella en todos los paraísos que había conocido poner una foto de su hija en su escritorio. Alonso había iniciado el día diciendo que no habría cambios de oficina ni despidos, solo tendrían que trabajar un poco en la logística. La joven tomó algunos marcos extra para sorprender a su jefe, fue por el almuerzo de Alonso el cual estaba en una reunión telefónica
Alonso y su secretaria fueron recibidos por un equipo de trauma, estaba liderado por su primo Arturo el cual vio a la mujer y a su primo. —¿Qué pasó? —Se cayó la pared y ella la recibió con la frente, se quedó esperando que la sostuviera. —Si no le regañaras mucho estaría bien. —Arturo vio a su paciente. — Lucrecia, ¿te acuerdas de mí? Soy Arturo y voy a atenderte —La mujer vomitó y Arturo le apuró al interior junto a su equipo. Mientras atendían a Lucrecia y le hacían exámenes para verificar que no tuviese hemorragias ni hematomas cerebrales. Estaba bien, el joven fue a la sala de espera en la cual estaba su primo con sus mejores amigos y vio en el rincón a su novia, sentada, con una sonrisa en el rostro cuando se acercó. Arturo corrió y le dio un abrazo a su novia todos en la sala se le quedaron mirando. —Buenas, doctor Pieth. —Asesinaste a tu empleada—Dijo en el momento en el cual Mily, Isa, Sergio, Bash y Priscila entraban.