Todos están ocupados

Priscila estaba preparando el desayuno para su mamá el día siguiente, Lucrecia se acercó y le llenó de besos las mejillas. Apagó el fuego y la acercó a un banquillo. Le tomó de las mejillas y le dio un último beso antes de mirarle a los ojos.

—Te amo, peque.

—Te amo, pero los huevos…

—Mi amor, leí un pedacito de esa carta. Sé que papá tuvo muchos días malos—Reconoció. —Priscila, tu papá te amaba, muchísimo. Ahora, si hay algo que necesites perdonarle, sanar, hablar y no te sientas cómoda haciendo conmigo podemos ir con un terapeuta. Un psicólogo, tal vez.

—Estoy bien —Respondió.

—¿Estás bien o quieres que yo piense eso?

—Estoy bien. Ni necesito hablar con nadie. Solo… papá estaba enfermo y fue un gilipollas, puedes aceptarlo.

Lucrecia miró a la pared y asintió.

—Fue un gilipollas.

—Gracias ¿podemos desayunar?

La mujer asintió y tomó asiento. En la casa de los Pieth, todos observaban a su papá el cual hab

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