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CAPÍTULO 2 — Un encuentro… ¿Casual?

Ese día en la noche, junto a varios compañeros nos fuimos a un bar que quedaba cerca del restaurante de Gerardo. Ya habíamos comenzado las vacaciones varias semanas atrás, pero habíamos tenido mucho trabajo y cada uno estaba con sus problemas personales. Llegamos al local que estaba repleto de gente. Universitarios y personas adultas bailaban y reían en aquel lugar oscuro por la poca visibilidad que generaban las luces. Era un bar muy concurrido y de amplios espacios, con una pista de baile enorme.

Nos sentamos en una mesa para diez personas, pero éramos quince, por lo que algunos chicos quedaron de pie. Comenzamos con una ronda de shots y luego cada uno pidió lo suyo. La noche estaba recién comenzando y yo ya me sentía demasiado alegre. Por lo que dejé de tomar mi trago y fui al baño a mojarme el rostro.

Mientras mojaba mis manos, no podía parar de pensar en esos ojos de color celeste caribe. Qué sensación tan extraña había sentido cuando tomó mi brazo y cuando nuestros dedos se tocaron. Podría ser mi tío ese señor… pero aún no sabía con exactitud su edad.

Una vez lista salí del baño; recorrí el pasillo hasta llegar a la pista de baile y vi a mis compañeras de trabajo bailando. Me acerqué a ellas y bailamos extasiadas por la música. La pista se llenó y luego los chicos se acercaron a nosotras. Bailamos todos juntos, sin separarnos. Necesitaba esto, necesitaba relajarme un rato y salir de mis problemas existenciales y de mi soledad.

A las dos de la mañana salí a la calle, necesitaba respirar aire fresco, adentro, el local estaba sofocante. Me apoyé en mis rodillas con las manos y respiré con todas mis fuerzas. La combinación de aire sofocante, shots y tragos, no había sido una buena mezcla. Por entremedio de mi cabello que colgaba hacia adelante, vi unas zapatillas que se pararon frente a mí. Levanté la cabeza dispuesta a decirle, a quien sea, que se joda y me dejara tranquila, cuando vi, nuevamente, esos ojos que me perturbaron en la mañana, unas horas atrás.

—Ivanna, qué agradable sorpresa encontrarte acá.

—Señor Brown ¿Qué hace usted acá?

— ¿Qué hago acá? ¿Acaso no puedo venir a un bar cualquiera a divertirme con mis amigos? Ahh entiendo, entiendo. Crees que soy un abuelo que se cree joven ¿Es eso?

— ¿Qué? No ponga palabras en mi boca que no he dicho. No me interesa su edad, simplemente preguntaba qué hacía acá, en el bar, la casualidad, dos veces en un día, solo eso.

—Pues, vine con unos amigos a celebrar por los buenos negocios que hemos hecho el día de hoy. No soy de venir a estos lugares, pero necesitaba distraerme un rato.

—Entiendo. Bueno, que tenga una buena noche— Me despedí de él, giré para entrar al bar y sentí un agarre en mi brazo. Me giré para ver qué sucedía y nuevamente era el señor Brown.

—Ivanna, disculpa, no quiero ser impertinente, pero ¿Crees que te pueda llevar a tu casa?

— ¿Y usted por qué tendría que llevarme a mi casa? — En ese momento, yo igual pensaba que mi cuerpo ya había recibido su cuota de alcohol y no necesitaba más. Pero a él no lo conocía.

—Bueno, la verdad, me asusté al verte en la posición en la que estabas tratando de tomar aire y me gustaría llevarte a tu casa, y saber que estás a salvo.

— ¡Wow! qué gentil ¿O será que sufre de algún síndrome de millonario caritativo, que piensa que las chicas como yo, que trabajan y estudian, y que no les sobra el dinero, necesitamos a alguien como usted para ser felices y vivir en un cuento de hadas, etc., etc., etc.? — Mis brazos cruzados y yo, estábamos alerta.

—Pero… ¡Qué pensamiento más idiota! — Me dijo en un tono bastante alto —Solo quería ser amable, llevarte a tu casa, dejarte sana y salva— En ese momento comenzó a reírse en mi cara. Si había algo que me enoja demasiado, era justamente ese gesto, que se rieran de mí y en mi cara.

— ¿Soy su payaso acaso? ¡No se ría de mí! — Me di la vuelta para dejarlo solo, pero mi cabeza me traicionó y un mareo desagradable me hizo perder el equilibrio. En ese momento sentí su agarre en mi cintura.

— ¡Ivanna, cuidado! No te vayas a caer, será mejor que te lleve a tu casa— Le hizo señas a alguien y le pidió entrar a buscar mis cosas. En menos de un minuto, un hombre alto, vestido con un traje de color negro, le entregó mi bolso, mi chaqueta y me tomó en brazos para subirme al auto. Yo no entendía nada ¿Cómo sabía cuál era mi bolso? Ya en ese punto, el alcohol había hecho efecto y no podía caminar, por lo cual, no me quejé. Al parecer “me había tomado el aire” y yo ya no me encontraba con mis cinco sentidos en buen estado.

Una vez arriba del auto, me pidió mi dirección. Se la di al señor de traje negro que conducía y en menos de quince minutos estábamos afuera de mi casa. El señor Brown bajó primero y rodeó el auto para ayudarme a salir. El chofer también me ayudó y para ese entonces, ya me sentía patética. Me dejaron de pie y armándome de valor como pude, logré quedar recta y despabilar por un par de minutos. Definitivamente, no iba a beber más. Caminé hacia la entrada de mi casa y me di la vuelta para despedirme de la manera más idiota que se me ocurrió.

—Gracias, señores, por traerme ¡son un amor de persona! — Les hice una reverencia, como las del teatro cuando termina una obra y me dispuse a entrar a mi casa. Ya estaba muy pasada de copas, definitivamente. Mi madre, si hubiese estado viva, no se hubiese dado cuenta de la hora ni del ruido. En momentos como esos, agradecía vivir sola.

— ¡Ivanna, espera, deja ayudarte! Henry, espérame un momento— Le dijo al chofer.

—Señor, no es necesario, mi madre ni cuenta se dará. Porque está muerta, así que no se preocupe. Puedo entrar sola— le dije bastante borracha. Trataba de buscar las llaves de la casa en mi bolso y no las hallaba. Decidí dar vuelta todo el contenido en el suelo, hasta que vi el brillo de éstas. Definitivamente, estaba muy borracha, porque yo no hablaba de mi madre jamás, así que sí, estaba en muy mal estado a esas alturas, como para mencionar su muerte.

— ¡Ivanna, yo las recojo, quédate quieta! — me dijo el señor Brown. Obedecí lo mejor que pude, mientras trataba de mantener el equilibrio. El señor Brown abrió la puerta de mi casa y me ayudó a entrar. Encendí las luces para no tropezar y él entró detrás de mí.

—Muy linda casa, Ivanna ¿Hace cuánto vives sola?

—Un poco menos de tres años, mi madre falleció cuando tenía diecinueve. Por suerte la casa era de ella y la heredé— Le dije tratando de no arrastrar las palabras.

— ¿Y tu padre?

— ¡Qué te importa! Ya mejor vete, si no quieres que vomite sobre ti, tratando de echarte.

—Está bien, me iré, pero mañana vendré a verte— Sin yo alcanzar a responder algo, se acercó a mí y me dio un beso en la comisura de los labios. Su aliento a menta y a alcohol era llamativo. A pesar de su edad, cosa que aún no sabía con certeza, era muy atrevido. Y ahí caí en cuenta de lo que estaba haciendo. Lo saqué de encima mío como pude. Solo sabía su nombre, nada más.

— ¡Ey! quítate, no te conozco, estoy borracha pero no inconsciente. Con suerte sé tu nombre y por lo que veo, podrías doblar mi edad ¡Qué te sucede!

—Discúlpame— Me dedicó una hermosa sonrisa y aunque estaba muy borracha, era la sonrisa más linda que había visto en un hombre.

—Mejor vete, eres un extraño— Le dije mientras lo empujaba hacia la calle.

—Volveré mañana para que puedas conocerme mejor— me respondió riendo.

Y así sin más, se fue. Se subió a su auto y se marchó con el tal Henry, el chofer. Qué momento más raro, debía estar muy borracha y de seguro esto había sido algo de mi imaginación.

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