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CAPÍTULO 4 — Una conversación

Llegamos a un restaurante elegante pero no en exceso, lo que agradecí, porque no iba vestida para algo más. Nos sentamos en la mesa más apartada, aprovechando que el lugar aún no se llenaba del todo. El mesero nos atendió inmediatamente, tomó la orden y se fue a preparar nuestro pedido.

—Y bueno, cuéntame un poco más de tu vida, Ivanna.

— ¿Qué quieres saber?

—Sobre tus padres— No alcancé a contestar, porque el mesero apareció con mi jugo de piña natural y la copa de vino que Arthur pidió. Al parecer, el mesero notó mi incomodidad, porque se retiró muy rápido y se disculpó con la mirada. Era algo que solo los meceros entendíamos, según yo.

—Bueno, mis padres se separaron cuando ellos tenían dieciocho años. Mi madre quedó embarazada y a mi padre le entró el pánico y la abandonó. Luego de eso, mi madre no supo más de él. Sé que nunca lo superó. Desde que tengo uso de razón, recuerdo a mi madre tomando algún trago después del trabajo. Ella trabajaba solo medio día el último año de vida, en una librería. Me heredó el gusto por la lectura y los libros. Un día, hace un poco más de tres años, recibí una llamada a mi teléfono. Llamaban de un hospital, porque algún vecino había llevado a mi madre por una intoxicación con alcohol. En esa época yo ya estaba trabajando en el restaurante y ya llevaba unos meses en la universidad. El vecino se dio cuenta que algo sucedía, porque a mi madre se le quedó la llave del agua del jardín abierta y comenzó a inundar el pasto, y el agua a bajar por la calle. Al vecino le pareció raro, fue hasta la puerta, tocó el timbre, golpeó la puerta y nada. Llamó a la policía, pensando que a mi madre algo le había pasado. Cuando la policía llegó, tuvo que abrir de una patada la puerta y ahí estaba ella. Tirada en el suelo, con tres botellas de alcohol a su alrededor. El vecino, al ver que la ambulancia no llegaba y que la policía no lograba reanimarla, la tomó en brazos y se la llevó al hospital escoltado por la patrulla. En el lugar no pudieron hacer nada. Ella había llegado fallecida. No se bebió las tres botellas por completo, pero sí una muy buena cantidad, porque eso le provocó un infarto y por eso cayó desmayada en la casa. Solo tenía cuarenta y tres años, y toda una vida aún por delante, pero jamás se dio cuenta de eso— Tomé un sorbo de mi jugo para frenar la melancolía que sentí brotar desde mi alma. Aunque ya lo había superado, el recuerdo en sí era doloroso —Espero no estar aburriéndote— le dije.

—Para nada. ¿Y qué hiciste en el hospital?

—En ese momento, iba en mi primer año de universidad. Ya tenía amigas, bueno mis tres mejores amigas. Una de ellas viene de una familia muy bien acomodada y me ayudó con los contactos para hacer los trámites del funeral y de la herencia, porque yo no sabía nada sobre eso. Mi madre, afortunadamente, tenía asegurada la casa y sus bienes. El abogado se encargó de todo y cobró un monto muy mínimo por sus servicios. Mi madre tenía uno que otro ahorro y con eso solventé los gastos. A veces pienso que ella sabía que se moriría joven.

— ¿Es un tema superado para ti?

—Totalmente, de igual manera me genera melancolía, pero ya lloré lo suficiente y la perdoné por el estilo de vida que llevó. Y bueno, tiempo después del funeral, continué trabajando para distraerme y seguir pagando mis estudios, cosa que me ayudó bastante, y aquí me ves, en último año, tratando de ser lo más independiente posible y buscando mi camino en la vida— le respondí —Bueno… Ahora te toca a ti, Arthur.

—Muy bien… Me casé joven, a los veintitrés años, curiosamente, tu edad, según me doy cuenta. Ella tenía la misma edad, la conocí en una fiesta de año nuevo y cuando la vi, supe que estaríamos juntos toda la vida. Pero no fue así. Un día, cuando ya llevábamos doce años de casados y teníamos treinta y cinco años cada uno, despertó con mucho dolor de cabeza. Le dije que fuéramos al doctor, posiblemente no era nada. No quiso ir y yo no insistí. Fue un error. Al día siguiente, me llamaron cuando estaba en la oficina. Milly, mi ama de llaves lloraba desesperada; Anna, así se llamaba mi exesposa, se había levantado peor que el día anterior, tenía mucho dolor de cabeza y de un momento a otro comenzó a hablar incoherencias, a balbucear y no se podía levantar de la silla del comedor. Fue en ese instante, que Milly fue a buscar el teléfono de la cocina y cuando volvió al comedor, Anna se había desmayado y estaba en el suelo. Manejé hasta el hospital, tratando de llegar antes que la ambulancia. Cuando llegué, el doctor me explicó que Anna había sufrido un accidente cerebro vascular y que las posibilidades de una recuperación total sin secuelas eran escasas debido al tiempo transcurrido y a la tardanza en diagnosticarla. Anna nunca más despertó, estuvo un mes en coma. Ella siempre me decía que, si algo le pasaba, debía dejarla ir. Por eso, al mes siguiente, firmé para que la desconectaran. Sus padres nunca me perdonaron por eso y yo tampoco los busqué para explicarles que ella había dejado una carta solicitando que no la reanimaran— Dio un suspiro —Mis padres murieron hace unos años. Mi madre de cáncer y mi padre de un infarto— Su cara era de culpa. Una culpa que lo carcomía, seguramente, hasta ese momento. Había decidido alivianar el tema de conversación, porque se estaba tornando muy profundo, pero afortunadamente, justo había llegado el mesero con nuestros platos, así que, hicimos una pausa.

— ¿Y luego conociste a alguna otra chica? — le pregunté curiosa.

—Sí, a ti.

— ¿Haz estado soltero desde entonces? ¿Cuánto tiempo ha pasado? Tienes cuarenta y cinco… ¡Diez años!

—Diez años exactos— Me dijo con media sonrisa.

— ¿Por qué?

—No lo sé, creo que me concentré demasiado en mi trabajo, mis empresas, mis sobrinos, mi familia. Y no sentí la necesidad de estar con nadie.

— ¡Wow!

— ¿Qué?

—Disculpa el descaro por lo que voy a decir, pero eres hombre, tienes… necesidades.

—Pues, rara vez tuve citas de una sola noche ¿Me explico?

—Totalmente, no necesito saber más sobre eso— Puse cara de asco para burlarme de él y me regaló su sonrisa nuevamente. Era una sonrisa muy hermosa.

—Y bueno, hasta que te vi a ti.

—Pero solo nos vimos ayer, nadie se enamora de la noche a la mañana.

—El amor es relativo, puede suceder o puede que no. Y la edad es solo un número y un tabú en la sociedad, además, no he dicho que me enamoré. Eres muy linda y me gustas.

—Sí, pero no me conoces.

—Yo no estoy enamorado de ti, por si eso te preocupa. Dije que me encantas, que me gustas, pero no es lo mismo que enamorarse.

—Bueno, Arthur, no quiero ser infantil, pero no estoy en búsqueda de nada serio con ninguna persona por el momento. Me gusta mi independencia, vivir sola, trabajar y pagar mis cosas por mi propia cuenta. Aún no termino mis estudios y ni siquiera sé lo que quiero en la vida.

—Ayer te dejé una tarjeta, podrías trabajar en mi editorial desde mañana mismo si quisieras.

—Sí, bueno, sobre eso, lo había olvidado— le dije, algo que claramente, era mentira.

—Bueno, yo te lo recuerdo. Ivanna, puedes trabajar conmigo si lo deseas, no directamente conmigo, pero sí en mi editorial.

—Muchas gracias, Arthur, pero no.

— ¿Por qué no quieres? ¿Crees que te voy a acosar o algo parecido? — cuando dijo eso, me reí. Debió sonar muy fuerte, porque algunas personas se dieron vuelta para verme con el ceño fruncido.

—No seas ridículo, Arthur. Me sé cuidar sola. No necesito a ningún príncipe azul. Soy romántica, sí, me encantan las novelas de amor, sí, pero sé que solo son historias de ficción. Así que, no necesito de nadie en este momento.

—Está bien, seguiré intentando, aún queda tiempo.

—Está bien, seguiré rechazando tu oferta. Y creo que ya me tengo que ir, si no, llegaré tarde al trabajo y ya estoy en la cuerda floja con Gerardo— Y apenas dije eso me arrepentí, pero era la verdad, siempre llegaba unos minutos tarde al trabajo y Gerardo se enfadaba conmigo.

— ¡Ves! Puedes trabajar en mi empresa.

—Arthur… Gracias por tu invitación a comer, pero debo irme— le dije. Me levanté de la mesa y él hizo lo mismo. Le extendí la mano para despedirme y me quedó mirando con una leve sonrisa en sus labios. En ese momento, se acercó y depositó un tierno beso en mi mejilla. Su perfume inundó mi nariz ¡Qué delicioso aroma! Luego del beso, se quedó mirándome y besó mi mano.

—Hasta pronto, Ivanna. Que tengas un buen día, espero que nos volvamos a ver.

—Que tengas un buen día, Arthur— le respondí. Me sentía muy sonrojada y solo quería salir de ahí.

Salí tan rápido como pude del restaurante, con unas ganas tremendas de respirar todo el aire que fuese capaz de soportar mis pulmones. Por suerte, estaba cerca de mi trabajo, a solo unas cuadras y aún me quedaban quince minutos para entrar a mi turno, por lo que, me fui caminando y tratando de despejar mi mente. Ese hombre me había nublado el juicio por un par de horas, pero, a la vez, me había gustado hablar con él.

Sí, lo sabía. Sabía que en dos días era difícil definir un sentimiento, pero este hombre me había encantado y me había intrigado a la vez. Cuando llegué al trabajo decidí olvidarme de él por el resto del día.

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