Durante ese mes que estuvimos solos en mi casa, las cosas habían estado bien. Más que bien diría yo. La primera semana juntos, nos fuimos juntos en las mañanas. Máximo me pasaba a dejar a la empresa y luego él se iba al bufete. En las tardes pasaba por mí y nos íbamos juntos a casa. A veces cenábamos en casa y otras veces en algún restaurante de la ciudad. Pero cada noche, la cerrábamos con mucho, pero mucho sexo.Debía ser honesta y reconocer, que me encantaba estar con él en casa. Hicimos el amor en cada rincón de esa casa. En la piscina, en la oficina, en la cocina, en el baño, en la sala de estar, en el prado, en el auto cuando no alcanzábamos a entrar a la casa, en el comedor.—Podría comer esto— le dije una noche, mientras miraba mi tenedor con un trozo de carne enterrado en él —O mejor podría comerte a ti— le dije de forma sensual.—Come, Ivanna. Luego hacemos el amor— me respondió divertido. Pero yo no quería seguir comiendo. Había estado todo el día en la oficina recordando n
Cuando bajamos del ascensor en el piso de la oficina de Máximo, Mercedes tenía un rostro demacrado. Era obvio que estaba batallando internamente. Sentí tanta rabia en ese momento, que la Ivanna perra y maldita de los negocios salió a flote. Era como mi doble personalidad. Caminé hacia la recepción, seria e imponente, pero ni siquiera me detuve frente a Mercedes.— ¡Tú, ven! — le hablé autoritaria a la chica, mientras le indicaba con mi dedo que me siguiera. Ella se asustó, pero me siguió, porque los abogados le volvieron a decir que caminara.Las personas que había en el piso nos quedaron mirando sorprendidos. Sabía que me veía como una perra maldita caminando con tres abogados y más encima, todos vestidos de negro, coincidentemente. Cuando llegamos al escritorio de Susan, ella me miró sorprendida y se puso de pie.—Disculpe, señorita Brown, pero no puede pasar— me dijo ella. Podía notar su enojo en sus palabras. No me importó en lo más mínimo. La miré enojada y seguí caminando hacia
Me encontraba mirando por la pared de vidrio de mi oficina, que me mostraba cada mañana el centro de la ciudad. El día estaba soleado, era hermoso. Amaba mi vida, tal cual estaba, con todos los altos y bajos, era demasiado feliz. Repasé cada detalle de lo que había sido este año, hoy era treinta de septiembre. Había pasado muy rápido el tiempo. Hoy en la noche tendríamos una junta familiar en mí casa, bueno, en la casa de Máximo y mía. La misma casa de siempre. A los meses de ser novios, decidimos vivir los dos en mi casa, junto a Milly y Henry. Máximo conservó su departamento en el centro de la ciudad, para cuando quisiéramos escaparnos para hacer todo el ruido que quisiéramos.Yo vendí mi casa. La casa donde crecí, llena de recuerdos de mi madre y míos. Decidí venderla, porque más que recuerdos felices, había recuerdos amargos y tristes. En cambio, la casa grande, estaba llena de recuerdos hermosos de un matrimonio pasado y una vida feliz. Lloré cuando entregué la casa de mi madre.
Había vivido una vida plena. Había sido muy feliz. No me quejaba de nada. Máximo me había dejado sola una mañana de domingo. Sufrió un infarto, ya era muy viejo. Murió a los noventa y seis años. Yo logré vivir un año más que él. Su pérdida no me dolió tanto como la de Arthur, porque en el fondo de mi corazón, sabía que los volvería a ver pronto, que no iba a ser tan larga la espera.Estaba decaída, mis huesos me dolían. No estaba enferma, pero sí vieja. Escuché que el doctor les decía a mis sobrinos, que ya me quedaba poco y que moriría de vejez. Mi cama me reconfortaba. La sentía suave y cómoda. Había pedido que, cuando ya me quedara poco tiempo de vida, no me llevaran a un hospital. Quería morir en paz, en mi casa, junto a mi familia.Mis sobrinos fueron mis hijos. Con Máximo nunca descansamos por darles todas las herramientas para que se desarrollaran en la vida. Ahora ya eran adultos, estaban casados, con hijos y siendo felices. Los amaba con mi vida y ellos a mí, siempre me lo de
Llevaba diez años solo. Había tenido aventuras. Muchas en ese tiempo. Pero nada me satisfacía. Siempre buscaba ese algo, en cada chica que me llevaba a los hoteles por una noche. Ese algo que me deslumbrara, que me hiciera querer más. Rubias o morenas, altas o bajas, rellenas o delgadas, con un trasero y una delantera envidiables por las chicas de la ciudad. Nada me satisfacía. Eran hermosas, no podía negarlo. Pero solo era eso, hermosas y vacías por dentro. Sin amor propio, sin inteligencia, sin metas en la vida, más que cogerse al primer millonario de la ciudad que les hiciera ojitos.Milly siempre me miraba por el umbral de la cocina, cada vez que llegaba tarde. Nunca me dijo nada, ella sabía de dónde venía. Sobre todo, cuando, cada cierto tiempo, alguna chica quería más y se lograban conseguir el número de mi casa y llamaban. Milly nunca me recriminó nada, sabía que un hombre tenía necesidades. Detestaba que se quedara despierta hasta tan tarde, solo para comprobar que llegaba sol
Cuando mis padres se enfurecieron conmigo, por el supuesto secuestro del idiota con el que mi hermana se veía, fue el día más triste de mi corta existencia. Estuve varios días sin procesar bien todo lo que estaba ocurriendo. Yo solo había defendido el honor de mi hermanita, no entendía por qué me estaban castigando.Estuve muchos años enojado con mis padres, con la vida, con todo. Tenía tanta rabia acumulada, que estaba cegado por el odio. Pero cuando Ivanna apareció en mi vida, fue como un rayo de luz que iluminó todo. Al principio no estaba enamorado de ella, solo quería conocerla, porque la veía como alguien excepcional en los negocios. Y en algún punto, se transformó en un modelo a seguir. Quería ser como ella y lograr las mismas cosas que ella ya había logrado.Por muchos años, despilfarré mi dinero, pero cuando me propuse ser como ella, comencé a utilizar mi dinero con mayor sabiduría. Así, con el tiempo, mi patrimonio personal fue aumentando considerablemente. Por un momento, p
Estaba en mi cama, muerta en vida, como el primer día que tuve que volver a casa sin Arthur. Abrazaba su almohada y aspiraba su perfume, el que debían rociar sobre la tela cada vez que terminaban de limpiar mi habitación. No sabía qué hora era. Probablemente, pasadas las tres de la mañana. Un pensamiento asaltó mi mente y lo odié en el mismo instante en que llegó. Recordé que era catorce de febrero, el día de San Valentín. Arthur había fallecido hace un poco más de un mes. Exactamente, un mes y seis días.Ni siquiera habíamos alcanzado a planificar este día, como lo hacíamos cada año. Un día antes de San Valentín, planificábamos que haríamos. Tratábamos de ser espontáneos y a la vez, divertidos. Obviamente, cada año terminábamos en la cama dándonos demasiado amor durante horas. Eso sin contar todo el sexo que teníamos a cada momento. Nos daba igual que ese día, fuera algo comercial, porque nos entregábamos amor durante todo el año. ¡Demasiado amor!En cambio, ahora, estaba sola, trata
Ese día por la mañana, todo había comenzado de forma normal. Jamás me hubiese imaginado que iba a conocer al amor de mi vida. Mucho menos en mi propio trabajo.Cuando había terminado de atender aquella mesa, una mano agarró suavemente mi brazo y me obligó a dar la vuelta. Me quedé helada por el contacto de su mano con mi piel. Creí que él lo había notado, porque me soltó de inmediato cuando miré su mano. Levanté la vista y vi unos ojos de color celeste preciosos, como el agua de las playas del caribe. Eran los ojos más hermosos que había visto en la vida. Un sentimiento de vergüenza me recorrió la cara, miré a todos en la mesa y me di cuenta, que se parecían mucho, como si fueran hermanos.—Disculpe, señorita ¿Es posible que pueda agregar un vaso de agua mineral al pedido? Por favor— me preguntó el hombre que agarró mi brazo de forma amable.—Sí… Claro, disculpe. Vuelvo enseguida— Caminé hacia la cocina sintiendo mi rostro ardiendo por la vergüenza de haberlo quedado mirando como una