Ese día por la mañana, todo había comenzado de forma normal. Jamás me hubiese imaginado que iba a conocer al amor de mi vida. Mucho menos en mi propio trabajo.
Cuando había terminado de atender aquella mesa, una mano agarró suavemente mi brazo y me obligó a dar la vuelta. Me quedé helada por el contacto de su mano con mi piel. Creí que él lo había notado, porque me soltó de inmediato cuando miré su mano. Levanté la vista y vi unos ojos de color celeste preciosos, como el agua de las playas del caribe. Eran los ojos más hermosos que había visto en la vida. Un sentimiento de vergüenza me recorrió la cara, miré a todos en la mesa y me di cuenta, que se parecían mucho, como si fueran hermanos.
—Disculpe, señorita ¿Es posible que pueda agregar un vaso de agua mineral al pedido? Por favor— me preguntó el hombre que agarró mi brazo de forma amable.
—Sí… Claro, disculpe. Vuelvo enseguida— Caminé hacia la cocina sintiendo mi rostro ardiendo por la vergüenza de haberlo quedado mirando como una idiota, embobada en sus ojos.
¡Qué hombre más hermoso! Me situé tras la pared de vidrio polarizado que había en el local junto al pasillo que daba a la cocina y los observé un momento. Eran dos mujeres y cuatro hombres. Las dos mujeres y uno de los hombres tenían el mismo color de ojos celestes caribe que ese hombre, según me había dado cuenta, segundos antes. Los otros dos señores, no se parecían en nada a ellos, tal vez, eran amigos de la familia o los maridos de las mujeres, o de los dos hombres, quien sabe. Todos eran de cabello negro azabache y de piel blanquecina, menos los dos tipos que no se parecían en nada, porque sus cabellos eran de color castaño oscuro. Pero, aun así, todos eran guapísimos.
Entregué el pedido en la cocina, antes de que Gerardo me regañara y le pedí a Luis, mi compañero, que, por favor, llevara ese pedido a la mesa siete. Ofrecí regalarle la propina de aquella mesa incluso, pero que, por favor, él los atendiera.
— ¿Te han tratado mal? ¿Se han propasado contigo? Malditos ricachones, que se creen, no porque seamos meseros valemos menos— Me dijo Luis con evidente enojo.
—No, no, Luis, me duele un poco la espalda y necesito ir al baño un momento— Mentí.
— ¿Estás bien? Has trabajado toda la semana sin parar, no porque sean tus vacaciones de la universidad ¡te vas a matar trabajando, Ivanna! — Me dijo sujetando mis hombros.
—Luis, estoy bien, solo esta mesa ¡Por favor, por favor! — Le pedí con las manos en súplica.
—Mira, no te preocupes, llevaré el pedido, tú después lo cobrarás y me regalarás la mitad de tu propina ¿Te parece?
— ¿Sabes qué eres un excelente amigo? ¡Te adoro latino de mi corazón! — Le dije mientras le daba un abrazo. Me fui hasta el baño y me encerré ahí por varios minutos. Estaba muy nerviosa y no sabía por qué.
Agradecía, en parte, que Gerardo me hubiese regañado minutos antes. Me hubiese perdido de esa vista tan interesante. Había decidido sentarme, solo un rato, en una silla que había en la cocina del restaurante. Miraba a mis compañeros pasar de un lado a otro, a los cocineros vueltos locos preparando cada platillo; ese día estaba lleno el local, como cada viernes. Dentro de lo agotada que me sentía, en el fondo estaba agradecida de la vida. Tenía un trabajo que me permitía pagar mis estudios. Afortunadamente, ya me quedaba solo el último año de Literatura. Amaba mi carrera, mi sueño era formar, algún día, mi propia editorial, donde le daría espacio a los escritos de nuevas promesas, personas de todas las edades y clases sociales, que hayan sido rechazados por las grandes editoriales. En mi empresa, definitivamente, tendrían un lugar importante.
Estaba sentada, cuando un grito fuerte interrumpió mis pensamientos. Era mi jefe, Gerardo, un mexicano que viajó a Estados Unidos junto a sus padres cuando solo tenía cinco años, en busca de nuevas oportunidades. La vida les sonrió y lograron, con mucho esfuerzo, abrir un local de comida rápida. Con los años, Gerardo fue perfeccionando sus recetas y ganando clientes fieles. Logró estudiar Cocina Internacional en una universidad cerca de su casa. El boca a boca le funcionó a la perfección. Hoy tenía uno de los restaurantes más hermosos y rentables de la ciudad.
— ¡Ivanna! Qué sucede niña, por dios, ve a tomar pedidos, aún no es tu hora de descanso.
—Sí, disculpa, Gerardo. Solo me senté un minuto.
— ¿Un minuto? ¡Querrás decir diez minutos! Ve por favor y ya no holgazanees.
De mala gana me había levantado y había ido a preguntarles a mis compañeros por las mesas, para saber cuál debía atender. Luis me había indicado que la mesa siete se acababa de llenar. Me obligué a colocar mi mejor sonrisa y caminé hacia el mesón en donde estaba la caja, porque había dejado ahí mi libreta para tomar pedidos.
Antes de caminar hacia la mesa, miré para inspeccionar a los comensales; vi a seis personas, dos mujeres hermosas, bien vestidas y cuatro hombres, todos vestidos con trajes y con sus relojes caros que brillaban hasta más no poder. Estaba a una distancia considerable y aun así podía notar el brillo de esos aparatos.
—Genial, millonarios antipáticos— Me dije.
La sonrisa se me había borrado del rostro. Tomé mi libreta y lápiz del mesón, caminé hacia la mesa y sin mirarlos les di la bienvenida al restaurante “Gerard”. Comencé a preguntarles qué pedirían. Un compañero ya les había entregado la carta, afortunadamente.
Mientras recordaba esos instantes previos, ahora sí estaba segura, de que haberle pedido a Luis que entregara el pedido, había sido lo correcto, porque no podía con los nervios. Cuando creí que ya había sido tiempo suficiente, salí del baño. Tal como me había dicho Luis, llevó el pedido completo hasta la mesa, pero cuando yo estaba volviendo al enorme comedor me detuve, nuevamente, en la pared de vidrio polarizado que había, porque logré ver que, algo le preguntaba el hombre que me había agarrado del brazo y Luis le respondía muy amablemente. Lo vi caminar hacia donde me encontraba yo e hice como que venía saliendo recién del baño del personal.
—Muchas gracias, Luis— Le dije con media sonrisa.
—Parece que causaste sensación en la mesa siete, el tipo me preguntó por ti.
— ¿Preguntó por mí? No lo conozco, qué raro.
—Me preguntó si te encontrabas bien, porque no entregaste el pedido tú.
— ¿Qué? ¿Qué le respondiste?
—Que te habían llamado adentro para otra cosa, pero que volverías enseguida y luego tú les cobrarías. Y su cara de decepción ¡wow! calaste hondo en él chica.
Luis se carcajeó y yo solo lo miré confundida. Miré a través de la pared polarizada a la mesa siete. Su cuerpo tonificado y su espalda amplia ¡Wow! qué belleza de hombre. Pero se veía muy mayor, de unos cuarenta y cinco o cincuenta años, diría yo. No sabía si podría estar con alguien así, nunca se me había pasado por la cabeza. Cuando algún hombre mayor me decía algún cumplido en la calle, yo simplemente les mostraba el dedo de en medio o les decía algún improperio y les recordaba a sus hijos y esposas.
Afortunadamente, justo en ese momento, Gerardo me pidió guardar unas cajas en la bodega, por lo que no volví a aparecer en el sector del comedor y mucho menos, volví a pensar semejantes bobadas. Después de todo, quién se podría fijar en una simple mesera. Mucho menos, alguien de clase alta.
Después de unos cuarenta minutos, cuando terminé de ordenar las cajas. Me fui al baño del personal, ordené mi ropa y me volví a hacer una cola en el cabello para verme más presentable. Salí del baño, me fui al comedor y ahí estaban aún en la mesa siete. En ese momento, Luis me llamó, muy fuerte para mi gusto, por mi nombre y ellos voltearon a verme.
— ¡Ivanna! — “Genial, ahora saben mi nombre” pensé de inmediato. No me gustaba que las personas desconocidas supieran mi nombre. Corrió para alcanzarme y siguió hablando —Ivanna, hoy en la noche iremos a un bar cerca de acá ¿Te animas?
—Sí, claro, necesito distraerme un rato— Le dije mientras sentía las miradas de los comensales de la mesa siete.
— ¡Estupendo amiga!
Me iba a dar la vuelta para caminar hacia la cocina, pero cometí el error de mirar hacia la mesa siete por un segundo y el hombre guapo aprovechó de hacerme una seña para que les llevara la cuenta. Con un gesto les indiqué que iba enseguida. Fui hasta la caja para anotar el pedido y cobrarlo. Emití la boleta, corroboré el pedido y el cobro. Tomé la máquina para pagar con tarjetas y me dirigí hasta la mesa.
En ese momento, las dos mujeres se levantaron para ir al baño, los dos hombres que no se parecían a ellos indicaron que saldrían a fumar y que los esperarían afuera, y solo se quedaron en la mesa el tipo que agarró mi brazo y el otro que se parecía mucho a él.
—Señores, espero que hayan tenido un agradable almuerzo en el restaurante Gerard.
—Muchas gracias, señorita, estuvo estupendo— Me contestó el otro hombre de manera muy correcta y cordial.
El hombre hermoso me tendió la mano para recibir el sobre que contenía dentro la boleta de cobro. La miró y sacó de su billetera una tarjeta de color negro brillante y me indicó que cobrara la cuenta por completo incluida la propina.
—Cóbrelo todo, por favor— Me dijo.
—Sí, claro señor, gracias— Traté de no mirarlo mientras recibía la tarjeta. Le entregué su boleta y el otro hombre se adelantó a salir. Quedamos los dos solos por unos minutos y justo cuando el hombre se puso de pie, decidí darle la despedida del local.
—Muchas gracias, señor, que tenga buen día— Mi voz sonaba tan tímida que me desconocía.
—Gracias a usted, aunque me desilusionó que desapareciera y no atendiera por completo nuestra mesa. Es usted muy hermosa y discúlpeme el atrevimiento, pero no podía irme del lugar sin mencionarlo— Me quedé perpleja. Su voz era grave y varonil. Como pude le contesté, porque estaba nerviosa y no sabía por qué. Ni siquiera lo conocía.
—Gra… gracias, señor, me pidieron ayuda adentro y no podía negarme. Pero me correspondía a mí hacer el cobro de todos modos.
—No me dé explicaciones. Está todo bien, usted está en su horario laboral y por más que yo quisiera que usted viniera a mi mesa, simplemente no se pudo.
—Sí, bueno, así es el trabajo— Le dije encogiéndome de hombros nerviosa.
— ¿Puedo preguntarle su nombre? — No sabía si mentirle o no, pero algo me hizo decirle la verdad.
—Ivanna, me llamo Ivanna Williams— Le extendí la mano en señal de saludo y él hizo lo mismo, pero su agarre era suave, delicado. Sentí una calidez que no había sentido con nadie, nunca en mi vida, y algo muy raro en mi estómago y en mis mejillas. Este tipo estaba provocando algo muy desconocido en mí en ese momento.
—Mucho gusto, Ivanna. Soy Arthur Brown, encantado de conocerte ¿Puedo preguntar qué haces acá? No me malinterpretes, es un buen trabajo, pero ¿estudias alguna carrera? — Sus ojos eran muy intensos y yo ya me sentía demasiado nerviosa.
—Podría malinterpretarlo… Pero veo en su cara mucha curiosidad. Trabajo acá por turnos y estudio Literatura en la universidad, en unas semanas, entraré nuevamente para cursar mi último año. Y luego… Bueno, luego decidiré qué hacer con mi vida.
—Literatura, interesante carrera. Bueno, trabajo en una editorial y siempre necesitamos pasantes. También aceptamos estudiantes en último año. ¿Me permites entregarte mi tarjeta? Y cualquier duda, consulta o lo que desees saber sobre el trabajo, puedes llamarme— En ese momento sacó de su bolsillo interno de la chaqueta una tarjeta en color blanco.
— ¡Oh, señor! No se preocupe, ya veré qué hacer con mi vida laboral, además, aún me faltan semanas para entrar a mi último año de estudios— Le dije con mis manos levantadas indicándole que no necesitaba esa tarjeta.
—No me preocupo, pero me gusta trabajar con gente joven, le dan otra armonía a la empresa y siempre aportan ideas interesantes. Por favor, recibe mi tarjeta y si no requieres de mi ayuda, pues, está bien— Lo dudé por un segundo, pero sentí que hubiese sido muy maleducado dejarlo con la mano extendida.
—Muy bien, recibiré su tarjeta, pero no le aseguro que lo llamaré. Aún no decido qué haré el último año— Recibí la tarjeta y por unos segundos nuestros dedos se tocaron, sintiendo una electricidad que jamás sentí con ninguno de mis novios anteriores.
—De igual manera… Espero tu llamado, Ivanna. Que tengas un buen día.
—Gracias, señor Brown. Usted también— Nos miramos por unos segundos y luego se marchó. Y así como si nada, me quedé con una sensación extraña y con una tarjeta cuyo contenido podía cambiar mi vida para siempre. O quizás no.
Ese día en la noche, junto a varios compañeros nos fuimos a un bar que quedaba cerca del restaurante de Gerardo. Ya habíamos comenzado las vacaciones varias semanas atrás, pero habíamos tenido mucho trabajo y cada uno estaba con sus problemas personales. Llegamos al local que estaba repleto de gente. Universitarios y personas adultas bailaban y reían en aquel lugar oscuro por la poca visibilidad que generaban las luces. Era un bar muy concurrido y de amplios espacios, con una pista de baile enorme.Nos sentamos en una mesa para diez personas, pero éramos quince, por lo que algunos chicos quedaron de pie. Comenzamos con una ronda de shots y luego cada uno pidió lo suyo. La noche estaba recién comenzando y yo ya me sentía demasiado alegre. Por lo que dejé de tomar mi trago y fui al baño a mojarme el rostro.Mientras mojaba mis manos, no podía parar de pensar en esos ojos de color celeste caribe. Qué sensación tan extraña había sentido cuando tomó mi brazo y cuando nuestros dedos se toca
Desperté con una resaca de los mil demonios. El sol, el ruido de los niños jugando en la calle, los vecinos conversando, la vecina de al lado escuchando música, me tenían harta. Me levanté, cerré la ventana y corrí las cortinas completamente para que no entrara luz. Miré mi teléfono y vi la hora, eran las once de la mañana del sábado. No entraba a trabajar hasta después de las tres de la tarde, así que, tenía tiempo para dormir. Revisé por última vez mi teléfono y había un montón de llamadas perdidas y mensajes de mis compañeros, preguntándome si había llegado bien. Dejé el teléfono en mi cama y me dispuse a dormir nuevamente.No pasaron ni treinta segundos, cuando sonó el timbre de mi casa.— ¡Déjenme dormir, si estoy bien! — grité, pero volvió a sonar el timbre —Mierda ¡Ya voyyy! — volví a gritar.Bajé como pude la escalera, abrí la puerta y la sorpresa que me llevé, cuando frente a mí, estaba el señor Brown con una sonrisa hermosa, con su peinado y barba impecables, una camiseta de
Llegamos a un restaurante elegante pero no en exceso, lo que agradecí, porque no iba vestida para algo más. Nos sentamos en la mesa más apartada, aprovechando que el lugar aún no se llenaba del todo. El mesero nos atendió inmediatamente, tomó la orden y se fue a preparar nuestro pedido.—Y bueno, cuéntame un poco más de tu vida, Ivanna.— ¿Qué quieres saber?—Sobre tus padres— No alcancé a contestar, porque el mesero apareció con mi jugo de piña natural y la copa de vino que Arthur pidió. Al parecer, el mesero notó mi incomodidad, porque se retiró muy rápido y se disculpó con la mirada. Era algo que solo los meceros entendíamos, según yo.—Bueno, mis padres se separaron cuando ellos tenían dieciocho años. Mi madre quedó embarazada y a mi padre le entró el pánico y la abandonó. Luego de eso, mi madre no supo más de él. Sé que nunca lo superó. Desde que tengo uso de razón, recuerdo a mi madre tomando algún trago después del trabajo. Ella trabajaba solo medio día el último año de vida, e
Ese día salí tarde del restaurante. Los sábados se llenaba el local y se hacían filas enormes para entrar a cenar. Eso era bueno y malo. Bueno por las propinas, malo por el horario de salida. Vivía en un barrio tranquilo, por lo que no me daba miedo llegar tarde a casa. La casa… Pienso en ella, fue la segunda cosa buena que hizo mi madre por mí. En sus primeros años de madre soltera, se preocupó de comprar una casa y de dejar un seguro en caso de que le pasara algo a ella. No era una casa grande, pero era suficiente solo para mí y estaba ubicada en un buen sector.Cuando salí del restaurante, me encontré a Henry, el chofer de Arthur, aparcado justo afuera del restaurante. Me vio y se acercó, me saludó muy formal, protocolar, y eso me confundió. No estaba acostumbrada a ese tipo de trato.—Buenas noches, señorita Ivanna, el señor Arthur me envió a buscarla para llevarla hasta su casa y no transite sola por las calles— No mentiré… estaba muy cansada y no quería tomar el bus ni mucho men
Pasamos el resto del día limpiando y ordenando la casa. Cuando terminamos, ya eran las cinco de la tarde, así que, nos sentamos en el sillón y lo felicité por la ayuda que me había dado.—Muy bien, señor Brown. Lo felicito por cumplir su palabra. Me ayudó en todo lo que le pedí, muchas gracias.—De nada, soy un hombre de palabra— Me dijo, mientras yo le daba la mano en señal de agradecimiento, pero Arthur tenía otras intenciones. Tiró suavemente de mi mano y se acercó a mí, puso sus manos en mi rostro y me dio un beso, un beso cargado de deseo y pasión. Nos separamos y pegó su frente a la mía.—Vamos por esa comida Ivanna, antes de que no nos podamos despegar más.—Espera, debo cambiarme. No tardaré, lo siento— Le dije, porque había recordado que, cuando llegamos a la casa, después del desayuno, no me había cambiado ropa ni duchado ¡Era un asco! Así que corrí a mi habitación y me bañé lo más rápido que pude. En un tiempo récord para mí, estaba vestida con una falda a cuadros con línea
Los días pasaron y con Arthur nos veíamos cada noche. No pude cambiar mis turnos en el restaurante, puesto que los había pedido con antelación. Ya estaban listos y agendados hasta el final de mis vacaciones. Había tomado solo los turnos de las tardes, desde las tres hasta las diez de la noche, así que, solo me quedó aceptar mi error y aprovechar cada noche con Arthur y a veces con Henry junto a nosotros, cuando cenábamos los tres. Ellos realmente se llevaban muy bien. Cada día que pasaba, sentía a Henry como un padre. Se preocupaba mucho por mí y siempre me decía que quería presentarme a Milly, su esposa. Según me dijo Arthur un día, ellos no tenían hijos.Cumplimos un mes con Arthur viéndonos solo en las noches. Él pasaba por mí al trabajo en la semana y nos quedábamos en mi casa a cenar y a las doce de la noche en punto, se retiraba. Los días sábado en la noche, pasaba por mí al restaurante y luego salíamos a cenar en algún lugar; los días domingo, salíamos a hacer alguna actividad
En la madrugada, un sueño junto a mi madre me despertó. Me senté en la cama asustada. Siempre me pasaba. Arthur sintió el movimiento y se despertó. Me miró confundido y luego se asustó.—Cariño ¿estás bien?—Sí, solo tuve una pesadilla— Le respondí. Me acercó hacia él y me abrazó fuerte.—Todo está bien, estás acá conmigo, yo te cuidaré y velaré tus sueños esta noche.—Gracias, Arthur— Subí mi cabeza para mirarlo y noté en sus ojos el deseo latente. Me acerqué y le di un beso. Sus manos comenzaron a acariciar mi espalda, mi trasero y mis muslos. Sus caricias encendían mi cuerpo. Estaba perdida en sus brazos. Hicimos el amor nuevamente. Qué exquisito era sentirlo. Estaba enamorada, ya no temía pensarlo.A la mañana siguiente, me desperté por el ruido de un despertador. Arthur me soltó la cintura y se dio vuelta para apagar el despertador de su teléfono. Eran las seis con treinta minutos de la mañana.—Buenos días, hermoso.—Buenos días, preciosa— Me respondió, dándome un beso suave en
Llegamos a la enorme casa y subieron mis maletas al dormitorio de Arthur. Milly me dijo que, por la hora, dejara todo en las maletas. Al día siguiente ella me ayudaría a desempacar y a ordenar todo. Le agradecí con un abrazo y le di las buenas noches. Estaba agotada físicamente. Subí la escalera y fui hacia la habitación de Arthur, quien venía saliendo del enorme armario que tenía. Había dejado mis maletas ahí.—Son las doce de la noche, acostémonos y mañana Milly te ayudará a desempacar.—Sí, estoy muerta, hoy ha sido agotador— Le dije, mientras me tiraba boca abajo sobre la cama de Arthur, exagerando mi reacción.—No seas dramática, Ivanna— Se carcajeó. Se tiró a mi lado y apoyó la cabeza en su mano y con la otra acarició mi espalda con suavidad.—Debes colocarte pijama, no te vayas a quedar dormida con ropa.—Prefiero dormir sin nada de ropa, no tengo fuerzas para levantarme y buscar en la maleta,—Bueno, no me molesta que duermas desnuda, puedes hacerlo todas las noches si quieres