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CAPÍTULO 3 — Un almuerzo para conocernos

Desperté con una resaca de los mil demonios. El sol, el ruido de los niños jugando en la calle, los vecinos conversando, la vecina de al lado escuchando música, me tenían harta. Me levanté, cerré la ventana y corrí las cortinas completamente para que no entrara luz. Miré mi teléfono y vi la hora, eran las once de la mañana del sábado. No entraba a trabajar hasta después de las tres de la tarde, así que, tenía tiempo para dormir. Revisé por última vez mi teléfono y había un montón de llamadas perdidas y mensajes de mis compañeros, preguntándome si había llegado bien. Dejé el teléfono en mi cama y me dispuse a dormir nuevamente.

No pasaron ni treinta segundos, cuando sonó el timbre de mi casa.

— ¡Déjenme dormir, si estoy bien! — grité, pero volvió a sonar el timbre —Mierda ¡Ya voyyy! — volví a gritar.

Bajé como pude la escalera, abrí la puerta y la sorpresa que me llevé, cuando frente a mí, estaba el señor Brown con una sonrisa hermosa, con su peinado y barba impecables, una camiseta de polo azul marino, unos jeans negros y una chaqueta americana negra. Parecía todo un modelo de revista de unos cuarenta y tantos años.

—Buenos días, Ivanna. Vine a ver cómo estabas.

— ¡Ay no! ¿Me levanté solo para esto? — Y así de sencillo, su sonrisa se desvaneció.

—Disculpa, no pensé que mi presencia te molestaba tanto— Me dijo con rostro serio.

—No es eso, estoy desordenada, no me he levantado aún. Detesto que me vean así.

—Estás hermosa, tal como te dejé anoche.

—Será porque estoy con la misma ropa— dije mientras me miraba la ropa que llevaba puesta aún.

— ¿Puedo pasar? — lo dudé por unos segundos, pero la verdad, no veía nada malo en él, así que, lo dejé entrar.

—Sí, claro, supongo que no se irá hasta confirmar que estoy bien.

—Supones bien— Entró a la casa y comenzó a mirar.

— ¿Qué trae en esa bolsa? — Le dije, para desviar su mirada de mi casa.

—Tú desayuno— Me dijo, estirando su mano con la bolsa.

— ¿Me ha traído desayuno? ¿Quién es? ¿Mi novio? — Le dije, mientras miraba el interior de la bolsa.

—Me encantaría serlo— me respondió.

—Sí, claro— Mis ojos giraron en tono burlesco y él se acercó un poco a mí.

—Eres hermosa, Ivanna. ¿Quién no querría ser tu novio?

—Arthur… Digo, señor Brown, no me conoce, no lo conozco, usted podría ser mi padre o mi tío, no sé, cualquiera de las dos opciones— le dije mirándolo confundida.

— ¿Tan viejo crees que soy?

—No… Digo, sí… Digo, no… — le respondí cada vez más confundida.

—Muy bien— Me quitó la bolsa de las manos y la dejó en la mesita de la entrada. Me tomó de la mano, me sentó en el sillón y él hizo lo mismo a mi lado —Entonces, me llamo Arthur Brown, un placer conocerte. Tengo cuarenta y cinco años, soy el mayor de cuatro hermanos, tengo negocios, vaaarios negocios, tengo dinero, sí, efectivamente, pero el dinero no lo es todo en la vida. Mis padres murieron hace unos años. Me dedico cien porcientos a mis hermanos y sobrinos, y a mi trabajo. Me gusta escalar montañas, la vida al aire libre. He recorrido muchos países, me considero muy inteligente, encantador y guapo, debo admitirlo. Soy escorpión, un poco enojón a veces y me encantas, y quiero que me tutees, por favor. ¿Es suficiente para partir? — Me quedé congelada, sin saber qué decir. Qué tipo más directo, pero me gustaba que la gente fuera así, porque detestaba los rodeos.

—Mucho gusto, Arthur. Soy Ivanna Williams, tengo veintitrés años, soy cáncer y un poco lunática a veces. Estudio literatura y estoy en mi último año de universidad. No tengo hermanos ni padres. Soy una chica independiente, me gusta mi libertad, me gusta salir a donde se me dé la gana sin ataduras. Soy romántica, me encanta leer, trabajo como mesera en “Gerard” hace unos tres años. Amo a mis amigas, son como mis hermanas, pero en estos momentos están de vacaciones con sus familias, así que me dejaron sola por el momento. Y podría ser tu hija, definitivamente— Su cara era divertida, su sonrisa era grande y mostraba unos dientes blancos perfectos. Su mirada profunda me decía que estaba disfrutando mi presentación.

—Definitivamente me encantas ¿Te puedo invitar a almorzar?

—Debo trabajar.

— ¿Ahora ya?

—Mmm no, más tarde— le contesté con un poco de duda.

— ¿A qué hora?

—A las tres de la tarde.

— ¡Perfecto! Ve a cambiarte y te estaré esperando acá abajo.

— ¿Y cómo se yo que no eres un pervertido? Porque, no sé si estamos en la misma sintonía mental, pero esto es bastante raro. No te conozco, mucho menos tú a mí y ya dices que “te encanto” — le contesté marcado unas comillas con los dedos.

—Veamos… en primer lugar, no soy un pervertido, porque podría haberte hecho lo que quisiera anoche, pero no lo hice, qué sentido tendría hacerte algo ahora que ya nos conocemos un poco más y en parte, dejé de ser un extraño. Y sí, es bastante raro, pero ya te había visto antes en el restaurante, solo que no me había atrevido a tomar tu brazo para pedirte agua mineral. Y si lo miras desde afuera, sin alguna maldad de por medio, solo soy un hombre tratando de conquistar a una chica muy hermosa, sin ninguna mala intención más que ganarse su corazón algún día. Si eso te parece raro, entonces dímelo y saldré por esa puerta. Me será muy difícil dejar de visitar el restaurante o dejar de buscar alguna excusa para acercarme a ti, porque en serio me gustas. Pero si crees que soy un acosador, está bien y lo entenderé— siendo sincera, ese nivel de sinceridad lo agradecía. Arthur era bastante guapo y debía reconocer que su forma de ser, hasta el momento, me había encantado.

—Okeey, quédate acá y no te muevas— le respondí. Subí lo más rápido que pude a mi habitación y en el camino aproveché de coger la bolsa del desayuno.

Me bañé en tiempo récord, mordisqueé el sándwich y tomé un poco del jugo de naranja que venía con el desayuno. Me puse unos jeans negros ajustados que realzaban mi figura y una camisa de tirantes de color verde oscuro de tela suave. Dudé por un momento, porque no sabía si vestirme normal, como cada día, o si usar algo más recatado. Pero bueno, si Arthur ya me había visto con anterioridad, según había dicho, debía conocerme tal cual yo era, sencilla y humilde, porque así era Ivanna Williams, y jamás cambiaría por nada ni por nadie. Muchos menos por un hombre.

Dejé de mirarme en el espejo de pie que tenía en mi habitación, porque no tenía sentido dudar. La camiseta del trabajo y las zapatillas que utilizaba para trabajar las eché dentro de mi bolso. Me puse unos zapatos bajos de estilo ballerina, me hice una cola en el cabello, ricé mis pestañas y apliqué mi lápiz labial en tono piel que me encantaba, porque encontraba que realzaba mis labios carnosos. Me miré por última vez; mi cabello castaño oscuro en su lugar, mi tez trigueña se acentuaba con la camisa verde. Mis ojos color café oscuro tenían un brillo extraño. Quizás era la emoción del momento. No lo sabía con exactitud.

Recogí mis cosas y bajé la escalera lentamente, no quería parecer desesperada. Arthur estaba esperando de pie, en la sala de estar, mirando las fotos que estaban encima de la chimenea.

—Eras muy linda de pequeña— me dijo Arthur.

—Ehhh… Sigo siendo una niña— le contesté con ironía. Al decir eso, se dio vuelta a mirarme y sus ojos tenían un brillo encantador, admiraban mi cuerpo. Se acercó a mí y sentí, en ese instante, que algo nuevo estaba naciendo dentro de mí, era como una emoción extraña, algo que hace mucho tiempo no sentía.

—Estás hermosa y no eres una niña. Eres una adulta hermosa.

—Gracias, usted… digo, tú… tú también— Se acercó un poco más y tomó mi mentón con su mano, haciendo que levantara mi cara. Sus ojos hermosos de un color celeste caribe me daban una mirada profunda, como si me hablaran.

— ¿Puedo besarte, Ivanna?

—No, aún no te conozco lo suficiente y recuerdo el beso de anoche, que, por cierto, fue muy descortés de tu parte. Cualquiera pensaría, que te gusta aprovecharte de las jóvenes alcoholizadas— Mis palabras sacaron una carcajada en él.

—No, claro que no. Jamás me había pasado esto con otra persona que no fuera mi esposa, digo, mi exesposa.

— ¿Eres casado? ¡Pero qué m****a te crees! — Traté de empujarlo, pero no me dejó.

—Dije ex, exesposa, bueno, más bien… difunta esposa— Sus ojos se apagaron por un segundo y vi en ellos un profundo dolor, soltó mi mentón y agachó la cabeza.

—Oh, lo siento, no quise ser infantil, discúlpame, creo que ese detalle se te escapó en la presentación de hace un rato.

—Sí, trato de no hablar de eso.

—Pues, yo no te preguntaré si es que no quieres hablar de ello— me dedicó una leve sonrisa y asintió.

—Bueno ¿Te parece si vamos a comer?

—Mmm… Siendo honesta, muero de hambre.

—Entonces, vamos ¿Puedo tomar tu mano?

—No.

—Ok— Se encogió de hombros y salimos de mi casa rumbo a algún lugar para almorzar.

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