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CAPÍTULO 5 — Corriendo por la ciudad

Ese día salí tarde del restaurante. Los sábados se llenaba el local y se hacían filas enormes para entrar a cenar. Eso era bueno y malo. Bueno por las propinas, malo por el horario de salida. Vivía en un barrio tranquilo, por lo que no me daba miedo llegar tarde a casa. La casa… Pienso en ella, fue la segunda cosa buena que hizo mi madre por mí. En sus primeros años de madre soltera, se preocupó de comprar una casa y de dejar un seguro en caso de que le pasara algo a ella. No era una casa grande, pero era suficiente solo para mí y estaba ubicada en un buen sector.

Cuando salí del restaurante, me encontré a Henry, el chofer de Arthur, aparcado justo afuera del restaurante. Me vio y se acercó, me saludó muy formal, protocolar, y eso me confundió. No estaba acostumbrada a ese tipo de trato.

—Buenas noches, señorita Ivanna, el señor Arthur me envió a buscarla para llevarla hasta su casa y no transite sola por las calles— No mentiré… estaba muy cansada y no quería tomar el bus ni mucho menos caminar.

—Buenas noches… Henry ¿Verdad? sinceramente, estoy muy cansada y tomaré el ofrecimiento por esta vez, pero solo esta vez, dile, por favor, a Arthur, que no lo vuelva a hacer.

—Señorita Ivanna no le prometo nada. El señor es muy insistente.

— ¡Me imagino! — Giré los ojos en tono burlesco y los dos nos echamos a reír. Henry era un hombre joven, quizás de unos 40 años. Me agradaba su presencia. Me subí a la camioneta y agradecí el gesto, pero no volvería a pasar.

Íbamos llegando a mi casa, cuando Henry recibió una llamada a través de los manos libres.

—Señor, hemos llegado recién a la casa de la señorita Ivanna… si… como usted diga— colgó la llamada y me miró por el espejo retrovisor.

—Señorita, hemos llegado, que tenga una buena noche.

—Muchas gracias, Henry, agradezco el gesto, pero no lo volveré a aceptar, coméntaselo a tu jefe por favor— me bajé del auto, agradeciendo a Henry por abrir mi puerta, me despedí de él y entré a mi casa.

Mi único lugar seguro, era mi casa. Subí las escaleras y me tiré sobre la cama, pensando en cada detalle del día que ya pronto acababa. El desayuno rápido, el almuerzo que tuvimos y hace un rato, ese gesto tan amable de traerme hasta mi casa. Siempre me he sentido bien conmigo misma y mi soledad. En tres años uno se acostumbra a estar sola. Tuve novios de adolescente, pero siempre los vi como novios pasajeros, que no me completaban, porque mi independencia y crecimiento personal eran más importantes que el amor. Pero este hombre, en dos días sacó sentimientos que creí ocultos en mí, me encantaba. Para mí, su edad, no era un problema, pero las personas… Sí, la gente es muy prejuiciosa. No puedo evitar pensar en esos ojos celeste caribe, en su barba semi larga moldeada a su rostro, su peinado, sus cabellos negros, su cuerpo tonificado, y en cómo andaba vestido hoy. Pensándolo bien, no representaba su edad real. Decidí que ya era suficiente de pensar en él y me puse mi pijama para acostarme. Había sido suficiente por hoy.

A la mañana siguiente, me desperté asustada. La pesadilla parecía tan real. Mi madre despidiéndose de mí en la mañana, antes de dirigirme a la universidad. El sueño cambiaba de escena y estaba sentada con mis amigas en el pasto, en un pequeño parque frente a la universidad. Sonaba mi teléfono y me decían que mi madre me necesitaba. Me levantaba del suelo y corría lo más rápido que podía. Llegaba a mi casa y veía a mi madre en el suelo, rodeada de botellas de alcohol. Lloraba desconsoladamente por ella. Me arrodillaba a su lado y trataba de despertarla. Y como si me hubiese escuchado, abría los ojos y me miraba. Siempre despertaba en ese momento. Un sentimiento de nostalgia y soledad muy profundos inundaron mi mente. Por primera vez en tres años, la pesadilla había dejado un gusto amargo en mí. Sabía que solo era una pesadilla, pero hoy me sentía diferente.

Decidí levantarme, porque ya eran las nueve de la mañana del domingo. Era el día de descanso de todos en el restaurante y como cada domingo, debía salir a correr para hacer un poco de ejercicio. Y ahora me ayudaría para despejar mi mente. Me puse mi ropa deportiva, amarré mi cabello en una cola, me miré en el espejo y salí rápido de la casa.

Iba escuchando música en reproducción aleatoria mientras corría. Sonaba una canción de reggaetón, género musical que agregó a mi lista de reproducción mi amiga Jazmín, una latina de corazón. Extrañaba demasiado a mis chicas: Jazmín, Lily y Laura. Estas vacaciones serían eternas y ellas andaban de viaje. Lily se fue a un crucero con sus padres y hermanos por dos meses. Jazmín volvió por dos meses a México, su país natal, para visitar a sus padres y familia. Laura, de seguro, andaba en algún país de Europa, codeándose con la alta sociedad del continente. Una costumbre que tenían sus padres, pero no ella. Ella era sencilla y humilde. Y las tres eran muy inteligentes y solteras, cabe mencionar. Nos amábamos como si fuéramos hermanas de sangre. Nos habíamos apoyado en todo momento desde que nos conocimos en la universidad. Definitivamente hoy había amanecido nostálgica. Y solo habían pasado dos semanas desde que se habían ido.

No me había dado cuenta de todo lo que había corrido, hasta que llegué al centro de la ciudad. No había muchas personas en la calle, eran recién las nueve cuarenta de la mañana. Pensar me distraía demasiado, pero, como si el destino tratara de decirme algo, me di la vuelta para volver a mi casa, cuando vi a Arthur y a Henry bajándose de la camioneta. Arthur parecía molesto y Henry le hablaba, como si tratara de calmarlo. En ese momento, Henry miró hacia mi dirección y me sonrió. Estaba a unos veinte metros de ellos y no sabía si acercarme.

—Señorita Ivanna— Definitivamente, me había visto Henry, qué ilusa —Que gusto verla— Decidí acercarme, Arthur me quedó mirando y su sonrisa apareció, hermosa como en estos dos días.

—Henry, que gusto verte— Le sonreí, me agradaba él —Arthur buen día— Le hablé un poco más seria a él.

— ¿Solo Henry es merecedor de tus buenos saludos y tu sonrisa? — Me miró con cara de pena y eso me causó risa, no lo pude evitar.

—Arthur buen día, dichosos los ojos que te ven en este momento— Le dije, tratando de sonar “normal”.

—Qué bueno que sean solo tus ojos— Me dijo acercándose y besando mi mejilla. Se quedó cerca de mí y su perfume me distraía, así que me alejé un poco y les contesté.

—Qué coincidencia. Salí a correr un rato y no me había dado cuenta de lo lejos que había llegado.

—O seguramente, querías encontrarte conmigo y decidiste salir con la excusa de ejercitarte, cuando en el fondo anhelabas encontrarme en el centro.

—No seas pretencioso— Rodeé los ojos y no pude evitar reírme. Eso le causó risa a Arthur y aprovechó para acercarse a mí y abrazarme.

—Es una broma solamente. Me alegro de que existan las coincidencias ¿Ya vuelves a tu casa?

—Sí, necesito un baño con urgencia— Dije mientras me alejaba un poco de él y olfateaba mi sudadera. No tenía olor a nada más que a mi desodorante, pero estaba muy transpirada.

—Me encanta que te ejercites ¿Es algo que haces siempre?

—Sí, siempre. Me levanto temprano en la semana y salgo a trotar antes de que la ciudad despierte. Y hoy lo necesitaba urgente— No sé qué cara había puesto, pero sentí la nostalgia aparecer nuevamente en mi mente. Arthur lo notó enseguida.

 — ¿Te sientes bien hoy? Tu rostro refleja tristeza ¿Te puedo ayudar en algo?

—No, tranquilo, solo amanecí nostálgica. Pero ya debo volver a mi casa.

— ¿Quieres desayunar conmigo y Henry?

— ¿Desayunan juntos?

—Sí ¿Tiene algo de malo? Henry forma parte de mi familia.

—Para nada. Me parece… lindo

— ¿Lindo Henry? ¿O linda la situación?

—Claramente la situación— Nos reímos juntos y en un segundo volvió mi buen ánimo.

—Bueno… ¿Desayunamos?

—Sí, me parece perfecto— Terminé aceptando.

—Estupendo, vamos— Tomó distancia y sostuvo mi mano, como si fuéramos novios —Henry tenemos una invitada a nuestro desayuno de domingo— Henry me sonrió de una forma muy… ¿Paternal? Creo que esa era la palabra… No estaba segura.

— ¿Es una tradición para ustedes?

—Claro, hace años que lo hacemos. Milly nos acompaña, pero en ocasiones solamente. No disfruta mucho de la ciudad como nosotros.

—Ella prefiere descansar los domingos. Mi esposa ama su espacio personal— Me dijo Henry, me sorprendió que tuviese esposa, pero decidí no comentar nada. Después de todo, no los conocía aún.

No recordaba haber pasado una mañana tan agradable hace años. Claro, con mis amigas era distinto, éramos como hermanas. Pero en específico con un hombre, nunca había tenido un desayuno tan agradable. Conversamos de tantas cosas. Vi en Henry, un hombre culto, sabía mucho sobre historia y Arthur no se quedaba atrás, era muy letrado, inteligente y culto. Se tenían mucho afecto y conversaban mucho los dos. Henry me evocaba ternura, como un padre. No sabía lo que era tener un padre, pero quería imaginar que, debería ser como Henry. Atento y calmado.

Arthur, por otro lado, me evocaba sensualidad. Era extremadamente guapo, sencillo y humilde. Cada vez que se reía fuerte, su carcajada nos contagiaba a Henry y a mí. En un momento, miré hacia un costado y las chicas que había en la cafetería, estaban embobadas mirando a Arthur y a Henry reír. Los dos eran muy guapos, pero Arthur era especial. Miré mi teléfono porque sonó una notificación y era Laura, nos había mandado un mensaje al chat que teníamos las cuatro. Vi la hora y ya eran las diez cincuenta y siete. No tenía nada que hacer ese día, pero no quería parecer una niña patética que no tenía ni un solo compromiso un domingo. Por lo que, comencé a despedirme de ellos.

—Creo que ya debo volver a mi casa, se me pasó la hora y debo hacer cosas el día de hoy.

—Pero es temprano aún— Arthur y Henry se levantaron de sus sillas, al ver que yo me había levantado. Su cara era de decepción. No tenía nada más que hacer, más que ordenar mi casa y lavar la ropa.

—Discúlpenme, es que debo hacer muchas cosas en mi casa. Hoy es el único día que tengo de descanso en la semana y vivo sola, así que debo retirarme.

—Entonces, te iremos a dejar para que no te demores en llegar.

—Noooo muchas gracias, ya me invitaron el desayuno, con eso es suficiente. Me iré trotando devuelta a mi casa.

— ¿Trotando? Pero si acabas de comer— Me dijo Arthur con cara de preocupación.

— ¿Y qué tiene de malo? No me voy a morir por trotar un par de cuadras.

—Señorita Ivanna, puede ser contraproducente que corra con el estómago lleno, podría sufrir de algún calambre estomacal— Me dijo Henry.

—Henry tranquilo, ya he hecho esto antes— ¡Mentirosa! Jamás hacía ejercicio si había comido recién — No se preocupen, estaré bien. Muchas gracias por la invitación.

Y lo más rápido que pude, me despedí y salí de la cafetería. Comencé a trotar lento, para no sufrir por el estómago lleno que llevaba devuelta a casa.

A mitad de camino, comencé a sentir un dolor muy fuerte en el costado izquierdo. ¡Maldición! Me estaba dando un calambre estomacal. Henry tenía razón. Tuve que parar, apoyarme en mis rodillas y respirar lo más fuerte que pude. El dolor disminuyó un poco, así que, seguí trotando.

Me faltaban unas quince cuadras, cuando ya no podía más del dolor. Debí haber aceptado la amabilidad de ellos. Pero, como si el universo me hubiese leído la mente, Henry y Arthur se estacionaron a un costado.

—Ivanna creo que te advertimos de los calambres estomacales— Me dijo Arthur con una media sonrisa mientras me miraba desde el auto. Se estaba burlando de mí.

—Shhh— Levanté mi dedo índice en señal de silencio, mientras seguía agachada tratando de respirar.

— ¿Te sientes bien? — Arthur bajó del auto tan rápido, que no me dio tiempo de erguirme nuevamente.

—Arthur estoy bien, solo tengo un dolor en el costado izquierdo. Necesito unos segundos hasta que se me pase para seguir trotando.

—Ah no, nada de trotar, ya fue suficiente por hoy— Me dijo y en un segundo tan rápido como el viento, me tomó en brazos y caminó hacia la camioneta —Sube Ivanna por favor, te llevaremos a tu casa.

—Está bien, gracias— Y sin reclamar, subí y me senté con los ojos cerrados, dándole gracias a los dos, mientras Arthur se subía al lado mío y tomaba mi mano con delicadeza. Abrí los ojos y lo miré, mientras trataba de controlar la respiración. No había notado su ropa antes. Jeans azul oscuro, camiseta polo blanca, chaqueta americana azul marino y zapatillas. Realmente no representaba su edad ¡Qué hombre más guapo dios! Debería ser un pecado su belleza.

Cuando llegamos a mi casa, Arthur se bajó de la camioneta conmigo. Saqué las llaves para abrir la puerta y me despedí de ellos.

—Muchas gracias por traerme y lamento asustarlos.

—No debes agradecer nada Ivanna, haría cualquier cosa por ti— Me dijo. No supe qué decir y solo esquivé su mirada.

—Gracias Henry, que estés bien.

—No hay de qué señorita Ivanna, que tenga un buen domingo— Henry se marchó, pero Arthur no.

—Ivanna ¿Qué harás el día de hoy? — Me preguntó.

—Bueno, debo lavar ropa, ordenar mi casa, ya sabes, cosas comunes— Le digo.

— ¿Puedo quedarme contigo y acompañarte?

— ¿Qué? ¿Me vas a ayudar a ordenar mi casa? Porque si te quedas me debes ayudar, en esta casa todos los monos bailan— Le dije, cruzada de brazos.

— ¿De dónde sacaste esa frase? — Me preguntó riendo.

—Mi madre me lo decía cuando era día de orden y limpieza.

—Bueno, haré lo que me pidas.

— ¿Estás seguro?

—Nunca había estado tan seguro de algo— Me dijo, mientras mis mejillas ardían como el sol, por la mirada que me estaba dando.

—Bueno, no te haré limpiar los baños, eso lo haré yo— Le dije y me di la vuelta para abrir la puerta. Arthur fue hasta donde Henry lo estaba esperando y conversaron un par de segundos. Se despidieron y Henry se fue en la camioneta.

Entramos en la casa, Arthur se sacó su chaqueta y la colgó en el perchero de la entrada.

—Bueno, tú me dirás en qué te ayudo.

—Bueno… mmm— Me detuve a pensar en qué tareas podía darle, claramente lavar la ropa no era una opción, asear los baños era mucho. Termino decidiendo que aspirar la casa, era tarea suficiente para él.

—Bueno, podrías usar la aspiradora. No tiene ninguna ciencia, más que encenderla y aspirar la suciedad.

— ¿Me estás molestando? Claro que sé cómo usar una aspiradora. Muy bien ¿Dónde está? — Saqué la aspiradora de la mini bodega que tenía bajo la escalera y se la entregué. Le indiqué que primero debía aspirar el primer piso y después el segundo.

— ¿Alguna pregunta? — Le dije en tono burlesco. Se carcajeó y se acercó demasiado a mí.

—Si quisiera clases, quizás sería de otras cosas— Me dijo. Su boca estaba muy cerca de la mía. Y sin pensarlo dos veces, me acerqué un poco más y nuestra respiración se comenzó a agitar.

—No tendrás clases privadas de nada. Ahora a trabajar— Le dije. Me alejé con una sonrisa pícara y subí las escaleras tan rápido como pude y me encerré en mi habitación. Sentía mi corazón agitado, latiendo a mil por hora, quería besarlo, pero me contuve. Me apoyé en la pared de la habitación, tratando de calmarme. Segundos después, escuché en el primer piso, que la aspiradora se había encendido.

Limpié mi habitación y el baño con mucho detalle. Salí de ella y caminé hacia el final del pasillo del segundo piso. Me detuve en la última puerta y la abrí lentamente. En ese instante, un recuerdo cruzó mi mente. Mi madre, rodeada de botellas de alcohol, dormida en el suelo. Su habitación oscura y sin ventilar. El olor del alcohol inundando la cama, las paredes, el suelo. Las botellas de alcohol vacías, como su alma, porque sé, que, en el fondo de su ser, siempre se sintió vacía, siempre sintió que algo le faltaba. No me culpaba de su muerte, pero sí me culpaba de no haber sido suficiente para ella, de que mi sola existencia no la hubiese ayudado a superar el abandono de mi padre.  

No me di cuenta del tiempo que estuve de pie en la puerta, cuando de repente, sentí una mano que tomó mi cintura. Me asusté y volteé rápido, su cara quedó cerca de la mía. Con su otra mano acarició mis mejillas. Su roce era delicado y exquisito, no pude evitar cerrar los ojos al sentir sus dedos rozar mis labios. Su respiración y la mía se agitaron en un ritmo conjunto. Y en ese punto, la complicidad nos superó. Sentí sus labios pegados a los míos. Nos besamos lentamente. Sus labios cálidos y suaves envolvieron a los míos y le correspondí con todo mi corazón, mi razón y mi alma. Me daba igual haberlo conocido hace solo tres días. Me sentía sola y estaba cansada de estarlo. Y debía reconocer, que él me encantaba, definitivamente, podría enamorarme de alguien como él. No me interesaba ni su edad, ni el resto de las personas. Ya no.

Dejó de besarme lentamente y sostuvo mi rostro con sus dos manos. ¡Qué pasión desbordaban sus labios junto a los míos!

—Eres preciosa, Ivanna. Has hechizado mi corazón y mi mente por completo.

—Creo que tú has hecho lo mismo conmigo.

—No podré alejarme de ti nunca más.

—No lo hagas. Nunca. Jamás— Su sonrisa me devolvió a la realidad, esa realidad que no estaba viendo. Me encantaba Arthur, me gustaba demasiado. No quería que se alejara de mí, no quería que me dejara.

— ¿De quién es esta habitación? — Me solté de su agarre y volteé a ver. Se me había olvidado cerrar la puerta. Sus caricias me habían distraído.

—Era de mi madre, rara vez entro a limpiarla. Pero, pensándolo bien, hoy no tengo ganas de entrar.

—Como tú digas— Arthur cerró la puerta y tomó mis manos —Quiero conocerte mejor, quiero saber todo de ti, pero solo cuando tú decidas contarme cosas sobre tus veintitrés años de vida— Me dijo. Le sonreí porque sus palabras me daban consuelo y ánimos.

—Gracias, espero que tú también me cuentes sobre tus cuarenta y cinco años de vida en esta tierra.

— ¿Qué te parece si hoy salimos a cenar?

— ¿Hoy? — Me puse a pensar unos segundos, porque era domingo, al día siguiente debía trabajar desde las doce del día, puesto que había elegido el turno largo, porque hace tres días estaba sola.

—Es posible ¿Que vuelva temprano a casa? Mañana trabajo desde las doce del día— Le dije. Hice una mueca, porque detestaba tener que priorizar mi trabajo en estos momentos.

— ¿Sabes qué? Mejor comamos acá, en tu casa. Compremos algo y lo traemos para cenar ¿Qué te parece?

—Me parece bien. Disculpa, pero hace tres días estaba completamente sola y tomaba los turnos largos.

—Lo entiendo, yo también estaba solo y tres días después estoy ayudando con la limpieza, cosa que, ni siquiera en mi casa hago— Me dijo y nos comenzamos a reír fuerte. Creo que nuestras vidas estaban cambiando.

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