CAPÍTULO 2: MI PESADILLA

CAPÍTULO 2: MI PESADILLA

Hazel

Me llevan a rastras hacia la habitación de ese hombre… de esa cosa. Estoy segura de que no es humano. Sin embargo, no quiero pensar en ello. No quiero aceptar que esto es real. Esto es una pesadilla, solo eso.

La mujer que me escolta no oculta su desprecio. Me empuja al interior de una habitación espaciosa con una fuerza que me hace trastabillar.

—¡No! ¡Por favor! —grito golpeando la puerta con los puños mientras escucho cómo se cierra con un golpe seco y certero.

No hay respuesta.

El silencio de la habitación me envuelve, frío e implacable. Siento el ardor en mis ojos por las lágrimas que amenazan con salir, pero las reprimo. Llorar no cambiará nada. Doy media vuelta, escudriñando el lugar en busca de una salida.

Frente a mí hay una enorme ventana. Me acerco con rapidez, con la desesperación palpitando en mis venas. Pero cuando me asomo, mi esperanza se disuelve: estoy en un tercer piso y debajo hay un suelo de roca. Si salto, solo encontraré la muerte.

—Vamos, Hazel, piensa —me susurro tratando de calmarme.

Una idea absurda me cruza la mente. He visto esto en películas. Atar las sábanas de la cama y descender. Es una locura, lo sé, pero ¿qué opción tengo?

Corro hacia la cama y arranco las sábanas con torpeza, mis manos se sienten torpes y tiemblan intentando ser rápidas y eficaces. Estoy atando un nudo cuando la puerta se abre de golpe.

El estruendo resuena como un trueno en mis oídos, y un grito agudo escapa de mi garganta antes de que pueda contenerlo. Me giro para correr, pero las sábanas, traicioneras, se enredan en mis piernas. Tropiezo, y el suelo duro y frío parece inevitable.

Cierro los ojos, preparándome para el impacto. Pero nunca llega.

En su lugar, un par de manos fuertes y cálidas me atrapan con precisión letal, como si hubiera anticipado mi caída. El aire se queda atrapado en mis pulmones, y cuando finalmente abro los ojos, me encuentro frente a frente con él.

Su rostro está a centímetros del mío. Su mirada es de un rojo carmesí ardiente, implacable y dominante. Sus ojos me perforan, quemando cualquier vestigio de resistencia que me queda. El peso de su presencia es abrumador, un torrente de poder me envuelve, incapaz de respirar, incapaz de pensar.

—¿Qué crees que estás haciendo, humana? —murmura, su voz profunda reverbera en mi pecho.

El calor de su aliento roza mi piel, mezclándose con un aura de peligro magnético que hace que cada fibra de mi ser se paralice. Su agarre es firme, posesivo, pero no me lastima.

—P-por favor… —susurro, mi voz quebrada es casi inaudible.

Él inclina la cabeza, me estudia con una expresión de burla e interés que me aterra.

—¿Por favor qué? ¿Quieres que te deje huir de mí?

Me quedo aturdida e impactada, ¿cómo… cómo rayos supo lo que estaba pensando?

Intento apartarme, pero sus manos no me sueltan. Sus dedos se aferran a mi cintura, inmovilizándome con facilidad.

—No lo entiendes todavía, ¿verdad? —prosigue, con una sonrisa peligrosa que deja entrever sus colmillos afilados—. Aquí no hay escapatoria, Hazel. Yo decido lo que haces, adónde vas… incluso lo que piensas.

Un nudo se forma en mi garganta, y el terror finalmente supera a mi cuerpo. El mundo a mi alrededor comienza a girar, mis piernas pierden toda fuerza, y la oscuridad me envuelve.

Lo último que siento antes de caer en la inconsciencia son sus brazos, manteniéndome firme como si yo fuera algo demasiado valioso para dejar caer…

El primer indicio de que estoy despierta es la sensación de algo suave rozando mi piel, algo que no se parece en nada a la áspera bata que llevaba antes. Mi mente se siente confusa, apenas recuerdo la tensión y el miedo que experimenté antes de desmayarme.

Entonces, abro los ojos de golpe. La habitación está en penumbras, iluminada solo por la tenue luz de una lámpara sobre una pequeña mesita de noche. Frente a esa ventana, de pie como una sombra imponente, está él.

Mi respiración se acelera mientras mis ojos recorren su figura. Su espalda ancha, los hombros tensos bajo la camisa negra, y la postura relajada pero alerta. No dice nada, no me mira siquiera, como si mi despertar fuera algo insignificante para él.

Mi cuerpo reacciona antes de que mi mente lo procese. Me siento de golpe con el corazón latiendo desbocado, y en ese mismo instante él se gira. Sus ojos rojos brillan como brasas bajo la luz de la luna, encontrando los míos sin esfuerzo.

—¿Finalmente despiertas? —dice con calma, pero su tono profundo me envuelve como un rugido.

Es entonces cuando me doy cuenta. La bata que llevaba ha desaparecido. En su lugar, llevo un vestido de tela fina, delicado, que cubre lo justo pero no lo suficiente para que me sienta cómoda. Mis manos vuelan instintivamente hacia mi cuerpo, tratando de cubrirme.

—¡¿Me cambiaste la ropa?! —le grito sin disimular la indignación y el miedo de solo pensar que…

Él ladea la cabeza y en ese momento una sonrisa arrogante curva sus labios.

—No ibas a quedarte en esa bata inmunda —responde como si fuera lo más natural del mundo.

—¡¿Me tocaste?! —espeto, mi cuerpo tiembla mientras lo señalo con el dedo de forma acusadora.

Su risa profunda llena la habitación, un sonido peligroso y burlón que hace que mi piel se erice.

—Hazel —dice mi nombre lentamente, como si estuviera saboreándolo—. Eres mía. Si quisiera tocarte, lo haría. Pero no lo hice.

—¡Mentiroso! —le grito, retrocediendo hacia la pared.

—Te cambió una de mis Omegas —añade, ignorando mi reacción.

Frunzo el ceño.

—¿Omega? ¿Qué demonios significa eso?

Él se cruza de brazos, inclina ligeramente la cabeza mientras me estudia con esos ojos penetrantes.

—No necesitas entenderlo todavía.

—¡Déjame ir! —exijo, mis palabras salen con más fuerza de la que siento realmente.

Erik da un paso al frente. Luego otro. Su andar es lento, calculado, como un depredador acechando a su presa.

—No puedes irte —dice finalmente. Se detiene frente a mí, tan cerca que puedo sentir el calor que emana de su cuerpo.

De pronto, su mano se mueve. Antes de que pueda reaccionar, la coloca suavemente sobre mi vientre. Mi cuerpo se tensa de inmediato, y una oleada de pánico atraviesa mi pecho.

—¿Q-quién te crees que eres? ¡Aléjate! —jadeo, pero mi voz es apenas un susurro.

Él no se mueve. Su mirada se suaviza, pero no su dominio.

—Realmente está ahí —susurra—. Mi cachorro está creciendo en tu vientre.

El mundo parece detenerse. Mis ojos se abren al límite mientras suelto un jadeo tembloroso.

—¿De qué estás hablando? —mi voz tiembla con incredulidad.

Él me mira fijo.

—La inseminación funcionó. —Su tono es grave, como si acabara de hacer una declaración divina—. Eres la primera humana en trescientos años que puede soportar cargar a mi descendencia.

El suelo bajo mis pies se tambalea. Mi mente no logra procesar lo que acaba de decir. Un escalofrío recorre mi cuerpo, pero logro articular las palabras que me queman en la garganta.

—¿Qué eres?

Erik retrocede un paso, su expresión se transforma. Hay un destello de algo casi solemne en su mirada, como si lo que fuera a decir tuviera un peso ineludible.

—Tienes razón —dice en voz baja, pero cargada de autoridad—. No me he presentado formalmente.

Se endereza, sus ojos rojos brillan con una intensidad feroz mientras me observa como si no fuera una simple humana, sino algo mucho más importante.

—Mi nombre es Erik Stone, Alfa de la manada Luna Sangrienta. Soy un hombre lobo.

Mis piernas ceden, y tengo que apoyarme contra la pared para no desplomarme. Sus palabras retumban en mi cabeza, amenazando con derribar cualquier noción de realidad que haya tenido hasta ahora.

Un hombre lobo.

Esto no puede estar pasando.

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