CAPÍTULO 3: PROVOCACIÓN

CAPÍTULO 3: PROVOCACIÓN

Erik

"¿Hombres lobo?"

Su pensamiento atraviesa mi mente como un susurro frágil, tan débil que me irrita. La sola idea de su incredulidad es una ofensa. Siento las garras extendiéndose en mis palmas mientras lucho contra el impulso de destrozar la absurda ingenuidad que refleja.

Miro su figura temblorosa. Tan frágil. Tan… ordinaria.

—¿Un… qué? —tartamudea con la voz quebrada por el miedo—. Eso… eso no existe.

Me río, un sonido bajo y grave que llena el espacio entre nosotros. Es una risa cargada de burla, de exasperación.

—No juegues conmigo, por favor —añade suplicante, como si pudiera conmoverme.

Pobrecilla. Su mente es tan limitada. Ingenua. ¿Cómo puede ser esta mujer la elegida? ¿Cómo es posible que de todas las humanas sea ella la que haya sobrevivido al proceso?

La observo con detenimiento, mis ojos recorren cada línea de su rostro. Es pálida como la porcelana, sus ojos marrones son comunes, pero unas enormes pestañas afinan su mirada. Tiene unos labios rosados y carnosos, pero quebradizos por la falta de líquido. Es demasiado enclenque; le falta incluso vitalidad. Sus manos tiemblan, y su respiración se acelera. La debilidad emana de ella y es tanto física como emocional. Podría aplastarla con un solo movimiento, romper su delicado cuerpo como si no fuera nada.

Y aun así, hay algo que me detiene.

No tiene sentido. No hay nada especial en ella. Es pequeña, frágil, una criatura destinada a ser parte del rebaño, no la portadora del linaje de un Alfa. Y, sin embargo, aquí está. De pie ante mí, desafiándome con esa vulnerabilidad que debería despreciar.

—No estoy jugando, humana —digo al fin. Mi voz es baja y afilada, como un cuchillo—. Pero me da igual si me crees o no. Es irrelevante.

Mis palabras la hieren como esperaba. Veo el pánico en sus ojos, la forma en que su pecho sube y baja con rapidez. Me deleito en su confusión, en el miedo que la consume, aunque no lo admito ni ante mí mismo.

—Siempre y cuando puedas cargar a mi cachorro hasta el final —añado dando un paso hacia ella.

—¿C-cachorro? —balbucea, retrocediendo con torpeza. Su espalda golpea la pared, y me detengo justo frente a ella invadiendo su espacio sin remordimiento.

Sus ojos buscan los míos, pero apenas logra sostener mi mirada.

—¡Yo no tengo nada tuyo! —grita desesperada.

La inclino hacia adelante, acorralándola. Mi sombra cubre su cuerpo mientras me inclino lo suficiente para que nuestras respiraciones se mezclen.

—¿Nada… mío? —repito lentamente—. ¿Estás segura de eso?

Coloco una mano firme sobre su vientre, y su reacción es instantánea. Un jadeo entrecortado. Su piel tiembla bajo mi toque, y el aroma embriagador de su miedo llena mis sentidos.

—No lo entiendes todavía, pero lo harás. —Mis dedos se quedan inmóviles sobre ella, y mi voz baja al nivel de un susurro—. Mi cachorro está creciendo dentro de ti, humana. Eso ya te hace mía.

Su mirada se abre de par en par reflejando la incredulidad y el terror.

La observo con detenimiento. Podría odiarla. Debería hacerlo. Pero hay algo en ella, en su vulnerabilidad, en su resistencia por mantenerse en pie pese al miedo, que me fascina tanto como me exaspera.

La dejo asimilarlo. Me quedo quieto, observando, esperando. Esta humana. Tan insignificante, y, sin embargo, tan crucial. Es mía, lo quiera o no. Y pronto, lo entenderá.

—¡Eso no es posible! —exclama llena de pánico. Su cuerpo se estremece bajo la presión de mi mirada, y puedo ver la lucha interna en su expresión.

—¿No es posible? —repito desafiándola con mis palabras mientras mi ceño se frunce.

Hazel se esfuerza por hablar, pero su lengua parece trabarse. Finalmente, deja escapar un susurro que apenas escucho:

—Yo… soy… virgen.

Su voz se rompe en la última palabra, y un destello de calor colorea sus mejillas. Se detiene abruptamente, incapaz de completar la frase, pero no necesito que lo haga. Sus pensamientos están escritos en su rostro.

La intensidad de su rubor es casi palpable, pero lo que realmente me golpea como un relámpago es el olor. Es débil, casi imperceptible, pero ahí está: un rastro de 3xcitación mezclado con su miedo.

Mi lobo ruge con fuerza, exigiendo que tome lo que es mío, que reclame lo que ya le pertenece. La bestia dentro de mí no tolera que la provoquen de esta manera, y su necesidad primitiva se estrella contra mis sentidos. Mis manos se aprietan en puños, las uñas rozan la carne mientras lucho por contenerme.

No. No voy a ceder.

La ira comienza a reemplazar ese deseo insoportable. ¿Cómo se atreve? ¿Cómo puede una criatura tan frágil hacerme tambalear de esta manera?

—¿Crees que esto es un juego? —mi voz es un gruñido, profundo y cargado de amenaza.

Antes de que pueda responder, la tomo del brazo con un agarre brusco. Es pequeña, y su cuerpo apenas ofrece resistencia cuando la arrastro fuera de la habitación.

—¿Qué… qué estás haciendo? —pregunta forcejeando débilmente.

—¿Sabes qué, Hazel? —Mi tono es frío y afilado, cargado de desprecio—. Cambié de opinión.

Ella no comprende, y eso solo hace que mi irritación crezca. Mi agarre se afianza mientras la llevo por los pasillos de la mansión. Sus intentos de resistirse son inútiles, pero aun así lucha, lo que arranca una chispa de respeto de mi parte. Al menos tiene un poco de fuego en su interior.

Empujo la gran puerta trasera, y el aire fresco de la noche nos envuelve. La luz de una luna creciente ilumina la amplia extensión de terreno detrás de la mansión, donde varios miembros de mi manada están reunidos.

Hazel se queda inmóvil cuando los ve.

—No… no puede ser… —susurra.

Los lobos están en su forma verdadera, imponentes, majestuosos, pero también aterradores para una humana que jamás ha visto algo semejante. Sus colmillos relucen a la luz de la luna, y sus ojos brillan con una intensidad sobrenatural.

Hazel grita, un sonido agudo y desgarrador que resuena en el aire nocturno.

Su miedo es palpable, y por un momento, me deleito con ello. Su vulnerabilidad, su horror, su impotencia. Todo alimenta una parte oscura de mí que he mantenido bajo control durante demasiado tiempo.

—Míralos —ordeno con firmeza y un tono frío mientras la obligo a mantenerse de pie frente a ellos—. Esto es lo que soy, Hazel. Esto es lo que somos.

Ella tiembla, su cuerpo se sacude por los sollozos mientras intenta apartar la mirada, pero no se lo permito.

—¿Lo entiendes ahora? —me inclino hacia ella, mi aliento cálido choca con su piel fría—. Esto no es un sueño. No es una pesadilla. Es tu realidad. Y no tienes escapatoria.

Hazel cierra los ojos con fuerza, como si pudiera borrar todo lo que está ocurriendo. Pero no lo hará. Yo me encargaré de que no lo haga.

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