Vientre de Luna: El hijo del Alfa
Vientre de Luna: El hijo del Alfa
Por: Aurora Love
CAPÍTULO 1: VENDIDA

CAPÍTULO 1: VENDIDA

Hazel

—¿Cuánto me van a pagar por ella?

La voz del hombre se escucha cerca, grave y cortante. Intento moverme, pero mis muñecas están atadas y el vendaje en mis ojos me mantiene en completa oscuridad. Mis lágrimas empapan la tela; sé que algo terrible está por suceder.

—¡¿Esa miseria?! ¡Es virg3n! —grita el hombre, enfurecido.

Un nudo se forma en mi estómago. ¿Cómo terminé aquí? Lo último que recuerdo es celebrar con mis compañeras nuestra salida del orfanato. Ahora, estoy encerrada en una especie de jaula, vendida como si fuera un objeto.

—No te conviene regatear, a menos que quieras que él sea quien negocie.

Un gruñido bajo y profundo interrumpe la conversación, tan extraño y gutural que me hiela la sangre. No hay más discusión, solo el sonido de pasos alejándose y el chirrido metálico de unas puertas que se cierran.

Todo comienza a moverse. Estamos siendo transportadas. Mi corazón late con tanta fuerza que temo que se detenga. No sé cuánto tiempo pasa hasta que el vehículo se detiene. Unas manos fuertes me arrastran fuera, ignorando mis intentos de resistirme.

De repente, me quitan el vendaje. La luz blanca me ciega por un momento, pero pronto distingo dónde estoy: una casa lujosa y minimalista con paredes y suelos de un blanco inmaculado. Todo en este lugar se siente frío y desalmado, desde el mármol bajo mis pies hasta las miradas de los hombres que nos rodean.

—Estas no parecen muy resistentes —dice uno, estudiándonos con desdén.

Antes de que pueda procesar sus palabras, nos llevan a otra habitación. El ambiente cambia de inmediato: frío, metálico y clínico. Hay cinco mesas de acero alineadas en el centro. Parece un laboratorio.

—¡No! ¡Déjenme ir! —grito, pero es inútil. Me desgarran la ropa y me ponen una bata, dejándome expuesta. Mi mente grita que luche, pero mi cuerpo no responde, paralizado por el terror.

Lo que sigue es confuso y doloroso: unas mujeres entran con jeringas e instrumentos fríos. Pero por más que gritemos, ellos no responden a nuestras súplicas. Me siento ultrajada mientras introducen algo extraño en mi interior. Chillo e intento resistirme, pero es inútil. Finalmente, las luces se apagan en mi mente mientras me dejo llevar por el agotamiento.

Cuando despierto, el silencio es aterrador. Miro alrededor y veo los cuerpos inmóviles de las otras chicas. Un grito de horror escapa de mis labios.

—¡Dios mío! —jadeo, intentando desatarme. Pero antes de que logre moverme, unos pasos me paralizan.

—¿Qué demonios…? —La voz de un hombre se detiene al verme despierta—. No puede ser. Está viva.

Las ataduras caen. Me obligan a sentarme en la mesa, mirándome como si fuera una rareza.

—Llama al Alfa, ahora mismo.

Esa palabra… “Alfa”. Algo en el tono de voz del hombre me estremece. No pasan ni cinco minutos antes de que las puertas del laboratorio se abran de golpe.

La figura que entra al cuarto se mueve como un depredador, cada paso que da parece calculado. Es imponente: su altura, la anchura de sus hombros, y la intensidad que emana de él llenan todo el espacio. Su cabello rubio cae desordenado sobre una frente marcada, y su mandíbula firme acentúa su aura autoritaria. Pero lo que realmente me congela son sus ojos: un rojo carmesí que parece arder con una ferocidad sobrenatural.

Los demás en la habitación bajan la cabeza de inmediato. Nadie se atreve a mirarlo directamente, como si un solo cruce de miradas pudiera ser su sentencia de muerte.

—¿Esta es la que sobrevivió? —pregunta con un tono gutural y grave que me hace estremecer.

—Sí, Alfa —responde uno de los hombres con voz temblorosa.

Intento retroceder, pero la mesa metálica me impide moverme. Quiero desaparecer, ser invisible, pero también hay algo en él que me obliga a mantener la mirada.

—Parece… frágil —murmura, dando un paso hacia mí.

Cada músculo de mi cuerpo se tensa mientras lo veo acercarse. Su mirada no se aparta de la mía, y en su intensidad hay algo que me atrapa, como si él fuera un imán y yo no tuviera otra opción que ceder.

Cuando está frente a mí, me toma del mentón con una mano fuerte, su piel áspera y caliente ahora está contra la mía. No hay delicadeza en su toque, pero tampoco me lastima. Simplemente ejerce un control total sobre mi cuerpo con un simple gesto.

—Nunca había pasado, Alfa. Siempre mueren —dice la mujer que está junto a nosotros, todavía con la cabeza baja.

—Bueno, sin duda es… diferente —dice él sin apartar su mirada de mí. La manera en que pronuncia esa palabra, “diferente”, hace que mi corazón lata con fuerza.

—P-Por favor… déjame ir —suplico en un susurro.

Sus labios se curvan en una sonrisa burlona que revela unos colmillos largos y blancos, demasiado afilados para ser humanos.

—¿Dejarte ir? —repite, inclinándose hacia mí. Su voz se vuelve más suave, casi hipnótica—. ¿De verdad crees que eso es posible?

El calor de su aliento roza mi rostro, y un extraño cosquilleo se instala en mi pecho. Mi cuerpo me traiciona, mezclando el terror con una atracción inexplicable.

—Yo te compré, humana. Ahora me perteneces, Hazel —añade, pronunciando mi nombre con una intensidad que me deja sin aire.

—¿C-compraste? —tartamudeo.

Su sonrisa se amplía, pero sus ojos no muestran compasión alguna.

—Así es. Eres mía. Tu vida, tu cuerpo… todo. Y tú harás exactamente lo que yo ordene.

—¡No! —grito con un atisbo de valentía que ni siquiera sé de dónde proviene—. ¡No soy de nadie!

Sus ojos chispean, no de enojo, sino de algo que parece… interés.

—¿De nadie? —repite, inclinándose más cerca, hasta que nuestros rostros están a centímetros—. Vamos a ver cuánto tiempo puedes mantener esa actitud, humana.

Su proximidad me abruma. Puedo sentir el calor que emana de él, su presencia poderosa y salvaje. Es intimidante, pero a la vez, una parte de mí —una parte que odio— no puede evitar sentirse atraída.

—Eres más interesante de lo que pensé —dice con un tono casi divertido, antes de soltar mi rostro y dar un paso atrás.

Mi cuerpo se siente frío al instante, como si el espacio que ha dejado hubiera robado algo vital de mí.

—Llévenla a mis aposentos —ordena, volviendo a su tono autoritario.

—¿Q-qué? —balbuceo, horrorizada.

Él se gira una última vez, sus ojos arden como brasas.

—Esta conversación no ha terminado, Hazel. No olvides… que me perteneces.

Me quedo inmóvil y con las palabras atascadas en mi garganta. La puerta se cierra tras él, y aunque el terror sigue presente, hay algo más que no puedo ignorar: la sensación de que mi vida acaba de cambiar para siempre, y no sé si será para bien… o para algo mucho peor.

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