Venganza hacia la mujer CEO.
Venganza hacia la mujer CEO.
Por: Davy jones.
1. Por tu culpa. 1/2

Silencio. Un silencio total y completo reinaba en aquel lugar, creando un ambiente propicio para lo que estaba a punto de suceder.

Entró con paso firme, el sonido tenue de sus viejos tenis blancos apenas audible en el espacio. Cada paso que daba lo llevaba más adentro, hacia ese lugar donde confiaba en que todos lo escucharían.

Sus manos, curtidas por trabajos que en el fondo sabía que nunca debería haber hecho, rozaban las sillas de cedro a medida que avanzaba. Su mano derecha, algo áspera, tocaba la madera, creando un suave murmullo que se unía al de sus pasos. Caminaba hacia el frente, hacia un espacio que contrastaba con su apariencia: los colores, el estilo y la iluminación del lugar eran totalmente opuestos a la ropa gastada que llevaba puesta, compuesta por jeans azules desgarrados y una camisa blanca desgastada. Sus ojos, de un verde esmeralda frío, también parecían chocar con el ambiente cálido y lleno de luz que lo rodeaba, como si su propia luz interior fuera diferente.

Lo sentía, lo percibía de esa manera, como si la única similitud con la luz que lo rodeaba fuera la tez blanca de su piel, similar a las paredes y pilares altos de lo que ahora sabía que era "The Last Night", la iglesia central de Londres.

Realizó una genuflexión al llegar, haciendo la señal de la cruz frente a la imagen antes de arrodillarse sobre la colcha del reclinatorio. Sus manos descansaron sobre la parte superior del mismo durante unos segundos, antes de retirarlas y soltar un suspiro al contemplar la imagen durante otro breve instante. Luego, dirigió su mirada esmeralda hacia su propio pecho, sosteniendo con su mano derecha una medalla de plata de la Virgen María. Finalmente, sin soltar la medalla, volvió a mirar a la imagen y habló.

— Por fin pude acercarme a Dalia Hiddleston, y fue gracias a usted. Ahora sé por qué mi padre se enamoró de ella: es hermosa, elegante y los años no han desvanecido su encanto. Tan amable y buena persona como parece, pero sé que por dentro, es una rata asquerosa.

— ¿Champagne? — Se acercó, tras haber permanecido un largo tiempo en segundo plano, observando cuidadosamente el momento perfecto para aproximarse. La había visto tan confiada, tan impecable en su atuendo deportivo, destacándose entre los demás de su clase mientras jugaba al golf con tiros perfectos y cosechaba aplausos a su alrededor. Aprovechó ese momento con la misma audacia que cuando se infiltró en ese entorno campestre con carpas circundantes, disfrazándose como un camarero más del lugar. Se esmeró en parecer uno de ellos, pero aún más en llamar la atención. Su cabello blanco — Que en otras ocasiones lo tenía de color rojo como la misma sangre —  como las nubes sobre él, estaba perfectamente peinado hacia atrás. Su rostro lucía fresco, con un brillo sutil en los labios y una expresión fingida de amabilidad, servicio y respeto. Vestía una camisa blanca de manga larga, pantalones de vestir negros que se ceñían a sus piernas, un chaleco negro de tres botones con una bolsa en la parte frontal derecha y una corbata de moño negra que hacía juego con sus relucientes zapatos negros. Se veía como todos los demás, pero destacaba de manera deslumbrante, especialmente por su sonrisa patentada cuando tomó una copa de la bandeja de plata que sostenía, ofreciéndosela a la mujer que había deseado tener frente a sí durante tanto tiempo...

La misma copa que la mujer contempló antes de decir:

— Claro, muy amable... — Sus palabras quedaron suspendidas en el aire, al igual que la copa cuando, sin previo aviso, un hombre vestido con elegancia deportiva, pero sin perder su encanto ni el brillo de las canas en su cabello castaño, se acercó a ella con una sonrisa que no necesitaba más palabras.

— Hola... — Murmuró él con esa sonrisa aún en su rostro, pasando junto al hombre de mirada esmeralda como si fuera invisible, hasta llegar a la mujer más alta, quien lo recibió con una sonrisa.

— Hola, cariño...

— ¿Cómo estás?

— Estoy maravillosamente, mi vida — respondió ella, depositando un beso casto en los labios de él y acariciando sus mejillas morenas con ambas manos. — ¿Y tú? ¿Cómo estás?

— Estoy excelente, corazón.

— Me alegra oírlo — le sonrió. — ¿Deseas algo? ¿Quieres una copa de champagne? — preguntó, mientras ambos observaban la bandeja que el hombre de mirada esmeralda sostenía.

El hombre negó y dijo:

— No, cariño, gracias. Tengo que estar con Chris más tarde.

— Pero solo una copa, por favor...

— No puedo, amor...

— Bueno, entonces, lleva a Alexandra contigo.

— ¿Estás segura?

— Sí.

— ¿Trajiste tu coche?

— Sí.

— ¿En serio?

— Sí, tengo mi coche — le dijo, y el hombre le dio un breve beso. — Te veré allá en un rato. Avísame cuando llegues.

— Pero no te demores.

— No, no lo haré.

— Bien, eso suena perfecto — dijo ella, sosteniendo una de sus manos. — El evento fue un éxito, te felicito.

Él le sonrió, mostrando su dentadura intacta.

— Gracias, cariño.

— De nada, nos vemos después — dijo ella, dándole otro beso entre risas antes de retirarse.

Cuando el hombre se alejó, ella volvió su mirada al mesero que estaba allí y, con cierta vergüenza, dijo:

— Ay, perdón — hizo una breve pausa y, entre una sonrisa, tomó la copa de champagne que el hombre de mirada esmeralda le ofrecía. — Muchas gracias.

— ¿Algo más? — preguntó él con una sonrisa.

La mujer respondió sin mirarlo directamente a los ojos antes de continuar su camino hacia algún lugar del campamento:

— No, gracias.

— Un placer... — le sonrió mientras ella se alejaba, antes de desvanecerse como la espuma una vez que ella ya no estaba.

— Fue la primera vez que estuve tan cerca de ella... Y no fue solo para verla, sino para sentir cómo el odio me inundaba...

El hombre se dio la vuelta con la bandeja en la mano, con las copas aún en ella, y miró hacia el fondo de una de las carpas. Allí estaba ella, ahora con gafas de sol negras que ocultaban sus ojos, caminando lentamente. Sus miradas se cruzaron. Él, con esos ojos de esmeralda, le sonrió desde la distancia. Ella no respondió con una sonrisa, solo sonrió hasta que volvió a sellar sus labios en negro.

— Sentí ganas de gritarle en la cara: ¡Maldita, ¿sabes que mi padre murió por tu culpa?!

Flashback:

Carritos de juguete de segunda mano, esparcidos por el desgastado suelo de aquella casa, pasaron a un segundo plano cuando se escuchó el corto estruendo de uno de ellos. El niño de ojos esmeralda los dejó caer y corrió hacia la ventana rota del patio. Apoyó sus pequeñas manos en ella, con una expresión de terror, angustia y desesperación cuando vio lo que vio, hasta que solo pudo gritar sin saber qué más hacer:

— ¡Papá, papito!

Su padre, la luz de sus ojos, quedó suspendido como un columpio que ya nunca oscilaría, como si nada.

Una imagen que jamás olvidaría, como nunca olvidaría... La risa para ocultar el llanto que se aproximaba de la mujer que, hasta hoy, lo sigue velando a su manera...

Fin del flashback.

Capítulos gratis disponibles en la App >
capítulo anteriorcapítulo siguiente

Capítulos relacionados

Último capítulo