3. Dos caras de la moneda.

Las Carreras de Motos, o bien el motociclismo, como habitualmente se le llama a esta disciplina, se ha dado a conocer como uno de los grandes eventos que actualmente existen, ya que este hace uso de las motocicletas deportivas o de sus diversas modalidades que se comercializan para estos eventos. Lo cierto es que una carrera de motos consta de ser un evento el cual consiste de los recorridos a ciertas distancias, es decir, que van de un lugar hacia otro en el menor tiempo posible, o bien al recorrer una mayor distancia de acuerdo a un tiempo predefinido, o pasar la distancia en el menor tiempo posible, cualquiera de estos deben ser seguidos de forma correcta por parte de los conductores quienes posteriormente serán premiados si llegan entre los primeros 3 lugares. 

Y, en este preciso momento, entre la arena, en medio del bullicio de la multitud, bajo las grandes carpas azules, y en la línea recta de motos de variados colores, se dio inicio a la carrera. Una pasión que muchas personas adoran, una afición que les saca de su mundo de presión y los traslada a una presión más fascinante, captando la atención de todos.

Motocicletas en fila, con los motores rugiendo, levantando la arena detrás de ellas como una espuma efímera, todas listas, esperando que el atractivo hombre frente a todas ellas bajara la bandera blanca que sostenía en alto. La tensión se sentía en el aire, mezclada con el abrasador sol, el ruido de la multitud y la arena que volaba con el viento. En medio de los participantes, había uno que ansiaba, más que nadie, ganar la carrera.

—¿¡Listas!? —gritó el hombre a pocos metros de los motociclistas, su voz resonando como un eco en el ambiente. La respuesta llegó a través del rugido de los motores, ansiosas por desencadenarse en medio de la arena. —¡Ya!

Con eso, el hombre corrió rápidamente hacia un lado de la pista, marcando el inicio de la carrera.

La arena se alzó frente a todas, el viento azotó los rostros de las motociclistas, y el bullicio de los espectadores se hizo aún más ensordecedor. En particular, un hombre de mirada castaña, cabello rojo como el vino en su apogeo, piel trigueña y una figura esbelta y atractiva que encajaba perfectamente con sus facciones simétricas y pecas, destacaba entre los demás. La emoción brillaba en sus ojos, y a su lado, una mujer rubia de baja estatura, con una mirada tan oscura como la medianoche, piel también trigueña y rasgos delicados que realzan su atractivo. Ambos sonreían mientras observaban la carrera, inmersos en la emoción y los aplausos.

—Esto es excelente —comentó él, dirigiendo una sonrisa a la mujer a su lado, quien asintió en acuerdo y volvió la mirada hacia la pista.

La carrera continuaba con todo su esplendor, con acrobacias y obstáculos que mantenían la atención de todos los presentes. Todos estaban expectantes, preguntándose quién sería la vencedora.

—¿Tienes agua por ahí? —preguntó él a la mujer a su lado, tratando de elevar un poco la voz debido al ruido de los motores y el bullicio de fondo.

—Sí, tengo —respondió ella, sacando una botella de agua de la mochila que descansaba frente a ellos en una silla blanca. Abrió la botella y se la entregó. —Aquí tienes.

—Gracias, tenía sed —expresó él, dando un sorbo apresurado que casi lo hizo atragantarse.

—Ten cuidado —advirtió ella entre risas mientras él trataba de limpiarse el agua que corría por las comisuras de sus labios.

—Por Dios... —rio él mientras ella utilizaba su pulgar para secar su barbilla. —Soy un torpe, Jesús. Gracias —dijo con una sonrisa después de que ella terminara de ayudarlo.

—De nada...

Sin decir más, intercambiaron sonrisas y volvieron la vista a la pista.

Todo iba sobre ruedas. Estaban a punto de llegar a la meta cuando, de repente, una motocicleta completamente roja se detuvo bruscamente.

Desde las carpas, dos personas notaron este incidente más que otros.

—Pero, ¿qué ha pasado ahí? ¿No es esa Katherina? —preguntó él a la mujer a su lado, sin dejar de mirar la pista.

Hacia la pista de arena, donde estaba la mencionada, ella miraba hacia una pequeña carpa cercana, gritando con evidente frustración:

—¡Recoge mi moto, hazlo ahora!

—¡Katherina! —gritó él desde la distancia, esperando que ella lo escuchara, pero no fue así.—Vamos, mejor nos vamos —dijo él a la mujer a su lado, quien asintió, y comenzaron a caminar lejos de la carpa.

Mientras tanto, la mujer en la moto logró llegar a la tienda de mecánica. Dos mujeres con monos mecánicos negros con  estampados en blanco, se acercaron y tomaron la moto. Ella se bajó con evidente enfado, retirando el casco negro de su cabeza.

—Katherina... —la llamó una de las mujeres, y la mencionada la miró con una expresión de fastidio que intimidaba debido al azul profundo de sus ojos.

Con voz sarcástica, Katherina respondió:

 —¿La revisaste esta mañana? ¡No revisaste nada! ¿Ahora qué, tengo que venir yo y hacerle mantenimiento a la moto?

—No, no es eso, Katherina, discul...

—¡Toma esto y déjame en paz! —exclamó, entregándole bruscamente el casco.

—Katherina...

—No, ¡déjalo ya! Esto es una completa tontería —dijo mientras caminaba hacia un pequeño remolque cercano, pasando por los demás sin decir una palabra más.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó él a la mujer a su lado, quien no supo qué responder.

—No lo sé, creo que es mejor alejarnos un momento y esperar a que se calme.

—Bien, creo que tienes razón...

Dijo él mientras se alejaban, dejando atrás a una Katherina visiblemente enfurecida.

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En ese momento, se encontraba contemplando el altar de la Virgen María por última vez. La Virgen, que llevaba él como  una medalla al cuello, y después de hacer la señal de la cruz, se disponía a abandonar el recinto. Sin embargo, su intención se vio abruptamente interrumpida por una mujer que le resultaba muy familiar. Esta mujer, de la misma estatura que él, de piel trigueña, cabello negro como la noche y una figura atractiva, tenía una mirada café que dejaba entrever intenciones poco amigables, al igual que lo había hecho durante toda su vida. Su rostro estaba adornado con pecas alrededor de las mejillas, y su comportamiento y personalidad eran insoportables para él. Ahora, esta mujer estaba dentro del recinto, y él sabía que venía a molestarlo.

—¿Qué quieres? —le preguntó él con desdén.

—Solo quería saber cómo estás, mi amor —respondió ella con una mirada insinuante, como siempre lo hacía desde que se conocieron—. ¿Cumpliste tu sueño de ser un exitoso?

Al tocar su mejilla y su cabello, él se apartó bruscamente y respondió con frialdad:

—Sí, me fue bien, gracias.

Ella continuó provocándolo:

—¿Y ahora que tienes tu propia cuestión, ya no quieres saber nada de mí?

Él se dio la vuelta y, con una sonrisa cínica, le preguntó:

—¿Realmente pensaste que eso me haría volver contigo? —Siguió caminando, pero ella lo detuvo agarrándolo del brazo derecho.

—Ven, hablemos tranquilamente...

—¡Déjame en paz, Selena! —Se liberó bruscamente de su agarre y retrocedió.

—Hablemos tú y yo, calma...

—¡Selena!

Ella exclamó cuando, junto a él, apareció un hombre. Era un poco más bajo que ella, moreno, con ojos castaños, atractivo pero desaliñado. Sus pantalones de mezclilla estaban arrugados, al igual que su camisa blanca, y sus tenis blancos estaban sucios de barro. Se acercó con expresión de reclamo y enojo, que se acentuaba por su cabello rubio ondulado que caía desordenadamente sobre su rostro.

—Exacto, así quería encontrarte —dijo mientras se acercaba.

—¿Qué te pasa, Mariano? ¿Me seguirás a todas partes o qué? —Selena exclamó.

—Seguir, ¿a quién sigues? —preguntó él.

—Hablemos tú y yo, en privado —le dijo Selena al hombre de mirada esmeralda.

—Selena, no tengo nada que hablar contigo, aléjate —dijo él, pasando a su lado y continuando su camino.

Mariano se volvió hacia Selena:

—Así te gusta que te traten, ¿verdad? Como un objeto. Te trata mal, igual que ese tipo que solo busca mujeres y calienta ovarios.

—¿A quién llamaste "calienta ovarios"? —preguntó él al volver a acercarse.

Mariano se mostró cohibido:

—Me refería a otro tipo…

Él suspiró y sonrió irónicamente:

—Definitivamente, no tienes la moral para ofenderme.

Siguió caminando, pero Mariano lo detuvo nuevamente:

—¿Qué dijo?

—Te llamé "bruto", por si no entendiste —respondió, girándose para mirarlo.

—¿"Bruto" yo? Te voy a enseñar quién es bruto...

Selena intervino, poniéndose entre ellos:

—Vamos, cálmate. ¿Qué te pasa?

—¿No me vas a defender? No me...

Él parecía dispuesto a pelear nuevamente, pero Selena lo frenó:

—No tengo por qué defenderte. Fuiste tú quien empezó los problemas.

—Sabes que no es así. Déjame, puedo ocuparme de él.

—Está bien, déjalo —dijo él—. Pero si me tocas, te arrepentirás, Mariano.

Mientras discutían, se escuchó una voz masculina. Era el padre de la iglesia, acompañado por otro hombre más joven. El padre reprendió a todos por causar disturbios en la casa de Dios.

—Están faltando el respeto en este lugar sagrado —dijo el padre.

Selena trató de disculparse, pero el padre la interrumpió:

—No me vengas con excusas. Deben irse.

Los dos salieron de la iglesia. Mariano pasó junto a él, con ganas de pelear, pero finalmente siguió su camino. Selena, que intentaba obtener la bendición del padre, fue rechazada y también siguió su camino. Todo quedó en silencio, con miradas reprochables, dentro de la iglesia.

Una vez más...

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