6. Reto/pelea.

— Mira, mamá, ahora no estoy de humor para uno de tus sermones, así que ahórratelos, por favor. — Entrando al despacho de su madre en el tercer piso, la morena declaró mientras se acercaba a ella. Su madre estaba sentada en una silla giratoria de color negro, detrás de un escritorio de madera de cedro. Estaba tomando un café y habló.

— Bueno, pero ¿qué te pasa? Yo solo...

— No, mamá, Jess y yo estamos buscando un nuevo patrocinio.

— ¿Me estás escuchando? — Le preguntó su madre. — Cálmate, no te voy a dar ningún sermón. Por otro lado, ya sabía lo del patrocinio.

— ¿Ah, sí? — preguntó, apoyando sus manos en el escritorio.

— Sí.

— Qué cosas... ¿Y tú, desde cuándo sabes cosas de mi vida o qué?

— Siempre me ha interesado tu vida, aunque no lo creas o te parezca gracioso.

— No, no es gracioso, es... sorprendente, más que todo. — Corrigió y se hizo un silencio entre ambos mientras su madre la miraba entreceñida.

Un silencio que quedó atrás cuando la mujer, de mirada lapislázuli y apariencia muy similar a la de su hija, pero un poco más envejecida y con el cabello gris, lo rompió. Quitó sus lentes dorados bruscamente de sus ojos y le dijo:

— A veces no estoy de acuerdo con lo que haces, eso pasa...

— Ah, ya veo, ya viene el sermón, te habías tardado, ¿no? — Se dio la vuelta y caminó un poco hacia el fondo del despacho, escuchando la voz de su madre.

— No es ningún sermón. — La mujer se levantó de la silla y la siguió hasta salir al balcón del despacho. — ¿Te parece que esto es un sermón? Solo quiero saber qué tienes planeado para tu vida, ¿acaso eso es un sermón?

— Mira, mamá, sé que esta situación es un tanto inusual; hace tiempo que no estábamos todos juntos, pero esto es temporal. Y eso no te otorga el derecho de controlarme como si tuviera 15 años.

— No te estoy controlando, no me interesa para nada ejercer control sobre ti. Mi interés radica en que tomes decisiones serias. — Le aclaró, y la morena solo guardó silencio, observando la vista verde frente a ella durante unos segundos. — ¿Hace cuánto obtuviste tu diploma? ¿Hace cuánto te graduaste? No has buscado un departamento y todo esto por estar encima de...

— Una moto, mamá.

— Sí, encima de una moto. ¿Qué hago yo en este caso? No es que desprecie lo que te gusta, lo que te entusiasma. Pero, francamente, no visualizo un futuro para ti encima de una moto.

— Pero, ¿quién podrá ver un futuro para mí, mamá, con ese grupo de incompetentes que tengo como equipo, por Dios?

— Bien, bien. — Rio brevemente. — De acuerdo, echemos la culpa al equipo hoy, mañana podrás echarle la culpa a quien quieras, incluso a ti mismo, o a la gasolina que no funciona... — Suspiró. — Katherina, lo que quiero que comprendas es que tienes una empresa que es tuya, que te ofrece oportunidades, y estás desperdiciando el tiempo...

La morena la miró frunciendo el ceño y le dijo:

— A ver… Mamá, en esa empresa, en tu empresa, sería vista como la hija de la dueña. Una empleada VIP. ¿A quién le importará lo que yo pueda hacer?

Su madre le respondió con otra pregunta.

— ¿No será que aún no has demostrado lo que puedes hacer?

 Hubo un silencio entre ambas mientras se miraban, hasta que la morena volvió a hablar.

— ¿Entonces lo que quieres es ponerme a prueba, es eso?

— Pues... Eso es lo que la gente hace cuando trabaja, ¿sabes? Si deseas demostrar que puedes lograr grandes cosas, eso sería un buen punto de partida.

— Perfecto… Entonces entrégame Tejares Del Lago.

El rostro de su madre cambió drásticamente.

— ¿Tú sabes lo que es Tejares Del Lago? Ese proyecto lo manejo yo directamente con Castellano.

— Uh… Con Castellano, claro ... ¿Tú para qué te desgastas tanto, mamá? Sí, las dos sabemos que en mí no confías, ¿entonces?

— Katherina, me estás pidiendo que te entregue el proyecto más importante en este momento.

— Sí… Y sí… Entonces, ¿cuál es tu temor, mamá? ¿Qué no te dé la talla o qué?

El rostro de su madre se ensombreció y de no ser porque se oyó la voz del patriarca de la casa, le hubiera dicho lo que se le cruzó por su mente ante su altanería.

— Harrison y Jess los están esperando abajo...

— Fresca... — Dijo la morena, palmeando el brazo de su madre con una sonrisa breve en el rostro. Después, sin más preámbulos, se encaminó hacia la salida del despacho. Sin embargo, antes de llegar a la puerta...

— Es tuyo — Su madre habló, y ella se volvió para mirarla. — Tejares Del Lago es tuyo. ¿Quieres demostrar que estás dispuesta a hacer cosas grandes, que deseas un lugar en la empresa? Muy bien, tómalo. Encárgate de ese proyecto.

La morena miró a su madre con alegría en los ojos y se acercó a su padre, depositando un beso en su mejilla antes de salir del despacho con estas palabras:

— Los espero abajo.

— ¿Acaso me he vuelto completamente loca, has escuchado? — La mujer habló una vez que su hija ya no estaba y su esposo se acercó, acariciando su mejilla con ternura.

— No, en absoluto, cariño. Solo le estás dando una oportunidad, sabes que es capaz.

— Sí, sé que es capaz. Lo que no sé es si está comprometida...

— Dalia... — El hombre negó con la cabeza y su esposa le miró con una sonrisa. Ambos compartieron una mirada cómplice y se dieron un beso en la mejilla.

— Vamos con los demás, ¿de acuerdo?

— Claro, vamos con los demás.

Dicho esto, salieron del balcón y descendieron al primer piso.

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Al salir de la iglesia tras el incidente con Selena y Mariano, se dirigió directamente a su casa. Esta residencia se encontraba alejada de las lujosas y costosas viviendas de las afueras del barrio. Al entrar, lo hizo con cautela y en silencio. Sin embargo, su atención se centró de inmediato en un rincón junto a la puerta. Allí, descubrió un altar improvisado abarrotado de velas, santos, Vírgenes Marías y otros objetos religiosos. Este era un lugar que solo una persona visitaba regularmente, y esa persona estaba presente como siempre, en silencio y sin emitir palabra alguna.

Suspiró y continuó su camino hacia el pequeño patio de la casa. Allí encontró a un joven moreno, de atractivo semejante al de Mariano, pero con una pureza, pulcritud y recato que lo hacían destacar. El joven lavaba la ropa a mano, concentrado en su tarea y con su avellana mirada fija en ella. Su cabello gris y largo cubría gran parte de su rostro.

— ¿Qué más? —preguntó y saludó al acercarse a él.

El joven de mirada avellana detuvo su labor por un momento, sin soltar la ropa, y respondió:

— Mira, Thomas, el escándalo en la capilla fue realmente desagradable. Lamento lo que ocurrió con el Padre Miguel.

— Regañé a Selena y a Mariano, fueron ellos los que empezaron.

— Claro, ellos fueron quienes comenzaron, pero usted continuó, ¿no es así? —le preguntó mientras pasaba junto a él para colgar una camisa negra mojada en una de las tiras del patio. Al terminar, lo miró y añadió—: Ten mucho cuidado con Selena, entre más concesiones le hagas, peor será la situación.

— Ella misma se mete en problemas. Pero estoy seguro de que puedo manejarla —respondió cruzando los brazos, notando el cinismo en las palabras de su interlocutor.

— Oh, por supuesto, "puedo manejarla". ¿Y qué sucede cuando no estás aquí? ¿Quién la manejará entonces? —preguntó mientras colgaba más camisetas, sin poder evitar mirar hacia la entrada del patio. Allí estaba ella, sosteniendo un bastón de madera que le proporcionaba equilibrio debido a su falta de visión, con un parche en un ojo y el otro completamente cerrado. A pesar de los años, conservaba su rigidez, neutralidad y frialdad.

Ella habló entonces:

— De manera que pasas por encima de tu abuela y ni siquiera la saludas.

El hombre de tez similar a las nubes suspiró, dio la vuelta y le respondió antes de intentar salir del patio:

— Buenas…

La anciana se interpuso en su camino y le preguntó:

— ¿Con quién estabas?

— Estaba con el Padre Miguel y algunas personas en la iglesia.

— No huele a Padre Miguel ni a gente de la iglesia ni a iglesia... —dijo mientras caminaba hacia el fondo del patio y se sentaba en un banco, y continuó—. ¿Con quién estabas?

— Estaba con mi hermana Leila, ¿estás satisfecha?

El rostro de la mujer se oscureció.

— No. Sabes perfectamente que no me agrada que visites a esa joven.

— Ella es mi hermana.

— No, esa bastarda no tiene relación con nosotros. —Ella lo reprendió, golpeando el suelo del patio con la punta de su bastón.

— Es mi hermana, y si tú le has dado la espalda, yo no voy a hacer lo mismo, Pepper.

— El juez ya ha tomado su decisión, señora. Por lo tanto, procedamos — dijo un hombre de esmoquin, cuya expresión dejaba claro que representaba a los servicios sociales, mientras intentaba llevarse lo que ella defendía con determinación.

— Si es necesario, pueden llevarse a la niña, pero les ruego que no se acerquen a los niños, por favor — suplicó, tratando de evitar que se dirigieran directamente hacia el patio donde se encontraban los niños y la niña.

— No, ninguno de ellos — el hombre seguía negándose.

Logró esquivar a la mujer mayor en un intento de tomar a los dos niños que estaban allí. Ella logró evitarlo, tomando a los dos en sus brazos y abrazándolos contra su pecho.

— Por favor, por favor, a mis niños no…

— A la que tenía que rescatar era a usted, no a ese estorbo. 

— Ese estorbo, como usted le dice, tiene mi sangre.

— No…

—¡No se los lleven, por favor, los niños no, por favor! — Gritaba con desesperación, intentando alejar de los dos pequeños a aquellos hombres que intentaban levantarlos del suelo en donde se hallaban, entre lágrimas. —¡Se lo suplico! Si quieren, pueden llevarse a la niña, pero a los niños no.

—Señora, por favor, deje todo esto en paz — El hombre le decía cuando logró agarrar a uno de los niños, logrando sacarlo de la casa.

— Tiene la sangre de esa desgraciada. Sí, no fuera  por esa miserable, su padre todavía estaría vivo. 

— Leila no es culpable de nada, Pepper. No merece tu odio. Por favor, déjala en paz. — Con un tono enojado en su voz, pronunció estas palabras y salió del patio, dejando a la mujer y al otro hombre atónitos, con una expresión de preocupación en sus rostros.

Silencio…

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