La morena salió por completo de la oficina, sus tacones resonando en el pasillo mientras caminaba hacia el otro extremo. Se detuvo y se asomó con cautela, esperando que Justin se fuera. El teléfono en el escritorio de Justin sonó, interrumpiendo el silencio tenso del corredor.—Sí, sí, señora, ya se lo llevo —dijo Justin, colgando el teléfono bruscamente. Tomó varios documentos y se puso de pie, lanzando una mirada fugaz y despectiva al pelinieve antes de entrar a la oficina.El pelinieve, con un suspiro de frustración, viró los ojos, aunque Justin no pudiera verlo, quedando solo en el pasillo por unos instantes.—Nunca me dijiste que venías buscando a la Doctora Hiddleston —la voz de la morena, suave, pero firme, rompió el silencio mientras se apoyaba en uno de los pilares cercanos.El pelinieve, al verla, soltó otro suspiro, esta vez de fastidio, y respondió:—¿Por qué tengo que decirte lo que hago o dejo de hacer?—Porque si fueras un poco más amable, podría haberte ayudado —contes
Cuando Thomas llegó a la oficina, abrió la puerta con un leve empujón, encontrándose con Dalia al fondo, absorta en unos documentos. Su presencia llenaba la habitación con una mezcla de autoridad y calidez.—Permiso —dijo Thomas, su voz profunda resonando en la sala.Dalia levantó la vista, esbozando una sonrisa antes de acercarse. Le tendió su mano derecha, firme y segura.—¿Cómo siguió con el golpe? —preguntó Dalia, su mirada fija en él.—Bien, bien, doctora. De verdad, solo fue un susto —respondió Thomas, sintiendo el calor de su mano mientras se sentaba en la silla giratoria que ella le señaló.Dalia volvió a su asiento, sus ojos nunca dejando de evaluar cada movimiento de Thomas.—Bueno… Pues me alegra mucho que haya venido —dijo ella, su sonrisa iluminando la habitación.—Pues… Lo pensé bastante antes de venir a molestarla —confesó Thomas, con un tono de sincera humildad.—¿Sí? —Dalia inclinó la cabeza, intrigada.—Sí.—Pero… ¿Querías saber qué le iba a proponer? —preguntó ella,
La noche había caído sobre la ciudad, envolviendo el edificio de Hiddleston Constructores en un aura de calma y luces titilantes. Dentro de la oficina, la morena Katherina Hiddleston, aún sumida en sus tareas, hablaba por teléfono con Castellano, el atractivo ejecutivo principal de la compañía.—¿Así tal cual, mi mamá le quería presentar la propuesta a Holguín? —preguntó Katherina, su voz reflejando preocupación.—Katherina... Tu mamá hizo el proyecto tal cual cree que debemos presentarlo —respondió Castellano, su voz suave y segura a través del auricular.—Ya… Oye… ¿A ti no te parece que estamos siendo un poco generosos con los porcentajes de participación? Tejares Del Lago es el proyecto más importante de la empresa y no vamos a sacarle el provecho que deberíamos.—Mira, para tu mamá lo más relevante es enganchar a Holguín. Ya después… Vendrán otros proyectos para compensar, así que ahora el marco de ganancias no sea tan bueno.—Okay, Castellano, gracias.—De nada.Katherina colgó y
Del otro lado, en la sesión de almuerzos—la cafetería exclusiva para empleados y ejecutivos de la oficina—un grupo de ellos se encontraba reunido, compartiendo un momento de relajación entre cafés y conversaciones ligeras. Entre ellos, Noelia, conocida por su afición a los chismes, revolvía su taza de café con una expresión pensativa, preparándose para soltar su último rumor.—Acuérdense de mis palabras, chicos y chicas —dijo Noelia, inclinándose hacia adelante con un aire conspirador—. Antes de que termine el año, ese señorito nos va a hacer el cajón a alguno de nosotros tres y hasta termina de ejecutivo.—Ay, Noelia, por favor, no seas tan paranoica —respondió Michael, llevándose la taza a los labios y disfrutando del amargor del café—. No todos somos como tú, siempre buscando la próxima oportunidad para ascender. Mabel, por ejemplo, ha estado en esta empresa desde que se puso el primer ladrillo en este edificio...—¿Qué? —interrumpió Mabel, alzando una ceja con incredulidad—. ¿Me e
El pelinieve estaba de pie bajo la tenue luz de la tarde, que comenzaba a fundirse con la noche, esperando que algún taxi o autobús apareciera en el horizonte. El día había sido fructífero, sí, pero no en la forma en que otros podrían imaginar. Para el pelinieve, cada pequeño paso hacia su objetivo lo acercaba más a la venganza que había anhelado por tanto tiempo. Sus pensamientos eran un remolino de recuerdos dolorosos y una determinación sombría. El aire se sentía denso, cargado de un calor húmedo que hacía que su camisa se pegara incómodamente a su espalda. Estaba inmerso en este malestar cuando un auto negro, elegante y reluciente, se detuvo frente a él con un suave ronroneo de motor. La puerta se abrió, y de ella emergió una mujer morena que Thomas reconoció al instante.Ella salió con la gracia de alguien que sabe que está siendo observada, su cabello oscuro enmarcando un rostro que irradiaba confianza y cierta frialdad. Apoyándose con naturalidad en la entrada del auto, sus ojo
— ¿Cómo le fue, señorita? — preguntó Kenia, abriendo la imponente puerta de madera mientras recibía con suavidad el bolso de su jefa.— Bien, Kenia, gracias — respondió Dalia, con una voz que denotaba cansancio tras un largo día.— ¿Le dejo el bolso en el estudio o en la habitación, señorita Dalia? — inquirió Kenia, cerrando la puerta y siguiendo a su jefa con pasos ligeros.Dalia, sin detenerse, le respondió con un gesto de la mano. — En el estudio, por favor. Gracias.— Con mucho gusto — dijo Kenia, subiendo las escaleras con el bolso, mientras Dalia continuaba hacia la sala de estar.Allí, Jackson, su marido, se levantó de un sillón de cuero al verla entrar. Una sonrisa cálida se dibujó en su rostro al acercarse a ella. — Hola, mi amor — dijo con dulzura, extendiendo la mano para recibir la chaqueta negra que Dalia llevaba. — Ven, déjame ayudarte. ¿Qué tal tu día? Cuéntame.— Bien — respondió Dalia, con una sonrisa suave mientras se inclinaba para darle un beso en los labios. — A
La morena se encontraba dentro de su auto, esperando pacientemente a que el semáforo cambiara a verde. Delante de ella, un hombre hacía malabares en medio de la carretera, su actuación tan efímera como la luz del semáforo que amenazaba con cambiar en cualquier momento. Mientras observaba sin realmente ver, su mente vagó hasta aquel instante en que conoció al intrigante pelinieve. Desde el momento en que lo vio por primera vez en el ascensor, su presencia había quedado grabada en su memoria, como una melodía repetitiva que no podía dejar de tararear.Había algo en él, una especie de atracción magnética que la había seguido incluso después de que lo dejó frente a esa modesta casa. Era irónico, hermoso, atractivo… y envuelto en un halo de oscuridad que ella no sabía cómo descifrar. Respiró hondo, tratando de sacarlo de su mente, pero el recuerdo persistía, latente, en el borde de sus pensamientos.Finalmente, después de unos momentos, volvió a la realidad. Miró a su alrededor, sintiéndose
Silencio. Un silencio total y completo reinaba en aquel lugar, creando un ambiente propicio para lo que estaba a punto de suceder.Entró con paso firme, el sonido tenue de sus viejos tenis blancos apenas audible en el espacio. Cada paso que daba lo llevaba más adentro, hacia ese lugar donde confiaba en que todos lo escucharían.Sus manos, curtidas por trabajos que en el fondo sabía que nunca debería haber hecho, rozaban las sillas de cedro a medida que avanzaba. Su mano derecha, algo áspera, tocaba la madera, creando un suave murmullo que se unía al de sus pasos. Caminaba hacia el frente, hacia un espacio que contrastaba con su apariencia: los colores, el estilo y la iluminación del lugar eran totalmente opuestos a la ropa gastada que llevaba puesta, compuesta por jeans azules desgarrados y una camisa blanca desgastada. Sus ojos, de un verde esmeralda frío, también parecían chocar con el ambiente cálido y lleno de luz que lo rodeaba, como si su propia luz interior fuera diferente.Lo