4. Otra vez....

La carrera había llegado a su fin. Lentamente, las personas se retiraban del lugar, dejando solo la arena atrás. Las motociclistas se habían agrupado en un solo punto, entregando sus motos, cascos y equipo. En ese mismo lugar, dos personas esperaban a la morena, quien se acercaba mientras el otro le preguntaba:

— ¿Y? ¿Cómo estás?

— ¿Cómo crees que estoy?

— Bueno, ¿qué pasó, el embrague? —preguntó la rubia a un lado del trigueño.

— Hoy el embrague, mañana los frenos, pasado no sé, cualquier otra cosa —respondió bruscamente mientras arrojaba su mochila a la parte trasera de su auto rojo.

— Ay, amor, pero no te pongas así, no fue tu culpa —le dijo el de cabello vino tinto.

— ¿De quién fue la culpa entonces? A mí no me importa, fui yo la que perdió, ¡fui yo! —Se señaló a sí misma, con enfado.

— Bueno, sí... Pero tampoco es necesario que me hables así —contestó él mientras miraba hacia adelante y jugueteaba con los bordes de su abrigo negro, apoyado en el auto rojo.

La morena suspiró al ver eso y se acercó a él.

— Perdón, perdón, no era contigo —acarició su cabello rojo y tomó su rostro con ambas manos—. De verdad, ¿sí? No era contigo —le dio un beso en la frente, aunque él carraspeó dejándose hacer, pero aun con una expresión de enojo.

Se alejó de él y se hizo el silencio, un silencio que rompió la rubia apoyada en la punta del auto.

— Bueno, ¿qué hacemos? ¿Vamos a comer algo? ¿Te llevo a tu casa...?

— Sí, sí, quiero irme de aquí, vámonos —respondió, tomando de nuevo su mochila y comenzó a caminar.

— ¿Eso también me incluye a mí? —preguntó el trigueño, y la morena lo miró de nuevo desde la corta distancia.

— Bueno, pero... ¿Vas a lidiar con mi genio o qué?

— Depende, dependerá de cuánto te duré —respondió, dejando el enojo atrás. Se acercó a ella, la tomó del brazo y, sin más, junto a la rubia, comenzaron a caminar fuera del lugar…

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Todas las ciudades se dividen en barrios, y en algunos de ellos, es necesario extremar las precauciones y actuar con cuidado. En ciertas zonas, la presencia de delitos relacionados con drogas y la difícil situación de sus habitantes son una constante amenaza para los residentes. Y esto no es diferente en el barrio donde reside un hombre de mirada esmeralda.

"The Underground" es un barrio de Post, conocido por su alta conflictividad. Se considera una zona poco segura debido a la gran cantidad de chabolas que la componen. Los apartamentos carecen de servicios básicos, ya que ni siquiera los trabajadores de la limpieza o los instaladores de telefonía se atreven a ingresar sin protección policial. La venta de drogas, las agresiones, los tiroteos entre bandas y las trágicas muertes de personas de todas las edades son lamentablemente comunes. Sin embargo, a pesar de este oscuro panorama, el barrio tiene sus propios encantos: un ambiente un tanto libertario, puestos de comida rápida y la risa de los pocos niños valientes que se aventuran a jugar cerca de la Casa Deportiva del barrio. La venta de flores, hombres y mujeres luchando por sobrevivir y mantener una sonrisa en sus rostros; todo esto contribuye, en cierta medida, a la relativa paz que se puede encontrar en el lugar. Y en medio de este barrio, en este momento, se desarrolla una discusión entre un hombre y una mujer.

— Selena, debes decidir si quieres a Thomas o a mí —afirmó el hombre con mirada verdosa, cuestionando a su compañera.

— Mariano, ¿de qué estás hablando? Ya te he elegido a ti —respondió Selena mientras caminaba tras él, intentando alcanzarlo.

— ¡Claro, cómo no! Mientras no esté mirando, tú estás detrás de él.

— Mira, solo le pregunté por un trabajo que conseguí gracias a él, Mariano, eso es todo —explicó Selena mientras cruzaban una cancha un tanto descuidada, pero sus palabras no parecieron convencer al rubio, lo que quedó claro por su resoplido.

— Deja de tomarme por tonto, Selena —Mariano se volvió hacia ella y la señaló—. Maldición, dejé a Hailey por ti, y mira lo que estás haciendo —gruñó y bramó en un pequeño salto de frustración.

— Ven aquí, por favor, cálmame —rogó Selena.

— Suelta, Selena —le pidió Mariano, y ella finalmente accedió a regañadientes.

— Te lo diré con sinceridad —comenzó Selena, poniendo sus manos en una especie de posición suplicante mientras miraba a los ojos de Mariano.

— Claro, claro —resopló Mariano con cinismo.

— Puedo sacar a Thomas de mi cabeza, pero necesito que colabores un poco y dejes de sentir celos. Ven, dame un poco de cariño —Selena se acercó y dejó besos en el cuello de Mariano.

— No, no, no —Mariano la apartó y cruzó los brazos—. Selena, prométeme que no volverás a ver a Thomas.

— ¿Ves lo que digo sobre los celos? —respondió Selena con frustración.

— ¿Ves? ¿Ves? No quieres hacer nada —le dijo Mariano y comenzó a caminar, pero, al tiempo, Selena lo detuvo—. A ver… Prométeme que no lo volverás a ver o de plano, no me volverás a ver a mí —con un dedo al aire, señalándole, le pidió, sentenció.

— Bien… Bien —tomó su mano y dejó un beso en el mismo. Lo soltó y agarró de su pecho en sí, el escapulario que allí tenía—. Mira… Por esta… —dejó un beso en lo que agarraba—. Que no vuelvo a buscar a ese patialegre, ¿contento? —le preguntó y el contrario solo se quedó en silencio, echando su cabello rubio hacia atrás—. ¿Un beso a la reina? —le dijo después de un rato y sin más, el rubio, como respuesta al ella tomarle del cuello, le plantó un beso, quedando allí, arreglada, la discusión.

Otra vez…

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