El aire en el vestíbulo era un muro invisible, una presión asfixiante que dificultaba la respiración. La tensión vibraba en cada mota de polvo danzando en la escasa luz, lista para estallar en una violencia sin cuartel. La luz del atardecer, filtrándose a través de los altos ventanales, teñía las paredes de un rojo ominoso, como si la sangre de batallas pasadas se negara a desaparecer, presagiando la furia desatada que estaba a punto de inundar el salón.Damián, una estatua de músculos tensos como cuerdas de arco, apretaba los puños hasta que sus nudillos se tornaron blancos hueso, la piel estirándose dolorosamente. Su pecho era un fuelle agitado por la tormenta interior, cada inhalación un temblor contenido, cada exhalación un gruñido silencioso. Sus ojos, normalmente de un castaño profundo y cálido, ahora eran dos pozos de ámbar puro, la mirada salvaje y posesiva de su lobo ancestral buscando una presa a la que marcar y reclamar.Frente a él, Raven, permanecía firme como un roble az
Raven se pasó una mano por la mandíbula, limpiando el rastro cálido de sangre que le corría por el corte. El sabor metálico aún le ardía en la lengua. Alzó la mirada y la cruzó con la de Damián. No hacía falta decir nada. Ambos sabían que eso no había terminado. Solo se habían detenido... por ahora.Rowan, con esa timidez dolorosa que solo tienen los niños cuando el mundo de los adultos se desmorona frente a ellos, se acercó a su padre. Buscó su mano con la suya, tan pequeña, y la apretó con fuerza, como si pudiera sujetarlo al presente.Damián bajó la mirada. En esos ojos plateados encontró la única calma que le quedaba.—No seas así, papá… por favor.— suplicó el cachorro.Cerró los ojos. Respiró hondo, profundo, como si ese aliento fuera lo único que lo separaba del colapso. Trataba de encerrar al lobo dentro, de encadenar la rabia antes de que escapara. No dio un paso más. No gruñó. Pero el temblor en sus hombros hablaba por él: seguía al límite.El vestíbulo quedó en un silencio t
Raven con el pelaje erizado en el cuello, avanzó un paso, sus ojos oscuros centelleando con una furia apenas contenida hacia Evelyn. —¡La verdad! —espetó con un gruñido cargado de desdén—. ¿Qué clase de verdad puede salir de esa lengua viperina, traidora? Intentaste arrebatarle su cachorro a Abigail. Por mí, deberías estar pudriéndote en el pozo más profundo de este castillo, si no muerta y olvidada.Damián asintió con un rugido bajo y amenazante, su mirada ámbar clavada en Evelyn como si pudiera incinerarla con la intensidad de su odio. —Estoy de acuerdo con Raven. Tu sola presencia aquí es una afrenta, una mancha en este hogar. No tienes nada que decir que merezca ser escuchado.Evelyn soltó una risa amarga, el sonido áspero y carente de alegría. —¿Ven? —exclamó, girándose hacia Alexander y los demás lobos que observaban la tensa escena— Fui su concubina durante más de cinco largos años, compartí su lecho, le entregué mi cuerpo y mi lealtad… y ahora me habla como si fuera la últ
—Antes de continuar con esta unión —la voz del Alfa Damian era dura como el acero y su mirada fría como el hielo— quiero que se le realice una prueba de virginidad a Isolde.El mundo de Isolde se congeló en ese momento. Fue como si los latidos del corazón se le detuvieran en el pecho, y un incómodo zumbido retumbaba sin parar en sus oídos.Estaba de pie en el claro, con el bordado plateado de su vestido de novia blanco brillando a la luz de la luna, simbolizando la bendición de la Diosa de la Luna sobre todos los lobos. Pero en ese momento no sintió ningún atisbo de santidad, sólo un frío penetrante que se le clavaba en la piel como sí miles de agujas la estuvieran atravesando a la vez.La expresión del Alfa Damian le resultaba desconocida. No había ternura, ni amor, ni siquiera un atisbo de emoción en su mirada. La observaba como si se tratara de una mercancía a inspeccionar.—¿Qué…? —susurró ella, sin comprender del todo lo que acababa de escuchar.—A mis oídos han llegado rumores d
Era Evelyn, su prima.Odiaba a Isolda, mucho.Nunca había entendido porque ella tenía más privilegios si las dos venían de la misma sangre, si la única diferencia entre ellas era que Isolde era la hija del primogénito de su abuelo y ella solo la hija del segundo hijo, que el simple orden de nacimiento hubiera evitado que se convirtiera en la princesa heredera del clan. Era mucho más digna que Isolde estaba convencida de ello.No estaba dispuesta a rendirse ni mucho menos, y ahora empezaba la diversión, su momento de hacerles pagar a los suyos por no haberse dado cuenta de que ella era una princesa mucho más digna.Evelyn sonrió con malicia, alzando la voz para que todos la escucharan.—Yo misma puedo dar testimonio de lo que ha estado haciendo mi prima, tio. No es ningún secreto que Isolde ha pasado por la mayoría de los machos de nuestra manada.—¡Mentira! —gritó Isolde incapaz de contener por más las lágrimas y estallando a llorar— Eso no es cierto, no puedo pasar la prueba pero no
—Está muerta — dijo uno de los guerreros tras agacharse e intentar encontrar el pulso de la joven sin lograrlo.El eco de la masacre aún flotaba en el aire, mezclándose con el olor a sangre, traición y muerte que impregnaba el claro.Los cuerpos sin vida de los caídos cubrían el suelo como hojas marchitas tras una tormenta. Los gritos se habían apagado, sustituidos por el pesado silencio que deja la muerte a su paso.Evelyn, con el vestido rojo empapado en sangre ajena, avanzó con hasta donde yacía el cuerpo de Isolde. La luna, testigo de su victoria, brillaba sobre su piel pálida y su mirada chispeó con una satisfacción oscura.—¿Estás seguro? —preguntó, observando el cuerpo inerte de su prima.—No hay respiración, mi señora —confirmó el guerrero— Su pecho no se mueve y tampoco fui capaz de encontrarle el pulso.—Bien.—La sonrisa de Evelyn fue lenta, cruel, victoriosa.Se agachó, sus dedos acariciaron con desdén la mejilla de Isolde, manchándola de la sangre que aún tenía en la mano.
El frío la envolvía como un sudario.Isolde respiró con dificultad, cada movimiento le arrancaba una punzada de dolor. Sus extremidades estaban entumecidas, sus músculos temblaban por el esfuerzo de arrastrarse fuera de la cueva en la que había caído. Su instinto le gritaba que debía moverse, alejarse, ocultarse antes de que alguien descubriera que aún respiraba.Pero el agotamiento pesaba sobre ella como una cadena invisible.Se apoyó contra la roca húmeda, intentando calmar la tormenta en su pecho. Su vientre seguía irradiando ese calor extraño, una protección silenciosa que le recordaba que no estaba sola.Entonces, algo cambió.La brisa nocturna se espesó de forma antinatural. Una niebla densa comenzó a deslizarse entre las rocas, avanzando con una fluidez inquietante, envolviéndolo todo en un velo plateado. Isolde parpadeó, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.La niebla no era normal.No era la simple humedad de la noche ni el aliento del río lejano.Era algo… vivo.El in
—No puedo seguir aquí escondida —dijo Isolde, rompiendo el silencio. Estaba sentada frente a la hoguera, con una mano en su muy abultado vientre. Su hijo se movía, inquieto.Raven, apoyado contra la pared de piedra, la miró sin inmutarse.—Puedes y debes hacerlo.—No. No puedo quedarme de brazos cruzados mientras Damian y Evelyn siguen ahí afuera, viviendo como si nada — aseguro sin dejar de acariciarse el vientre, su hijo estaba agitado esa noche, pero no le dio mayor importancia, creyó que simplemente estaba reaccionando a su estado emocional — Me lo arrebataron todo ¿Cómo esperas que simplemente me siente aquí a esperar?—No te estoy diciendo que olvides tu venganza — él asintió como si con eso quisiera decirle que entendía su preocupación— Solo que no es el momento, mírate, estás apunto de tener a tu hijo.Isolde apretó los dientes.—¿Y cuándo será el momento entonces? llevamos meses escondidos mientras todos esos asesinos viven como si nada.—Tendrás tu venganza, Isolde. Te lo pr