29. No suelo hacer bromas.

El silencio que siguió a la declaración de Damián fue incómodo, casi sofocante. Los ancianos intercambiaron miradas desconcertadas, sin atreverse a hablar. Evelyn, que hasta ese instante se sentía segura de su victoria, quedó completamente inmóvil, su rostro perdiendo todo rastro de color. Sus ojos se clavaron en Isolde como dagas afiladas, rebosantes de incredulidad y rabia contenida.

Cinco años.

Cinco malditos años esperando una propuesta del Alfa.

Cinco años de paciencia, de fidelidad, de asegurarse de estar siempre en su camino. Y ahora, de la nada, esa extraña llegaba y se convertía en su prometida.

Pero Isolde… ella solo sonrió.

No fue una sonrisa abierta ni descarada. Apenas una sutil curva en sus labios. Lo justo para que Evelyn la viera. Lo justo para que entendiera que aquello no era una coincidencia, ni un simple capricho del Alfa.

Había algo más detrás.

—Alfa, ¿está seguro de esto? —preguntó uno de los ancianos, todavía incrédulo por lo que acababa de escuchar.

—Jamás habí
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