Damian levantó la vista de los papeles que fingía leer y la observó con una expresión indescifrable. Sin embargo, su atención pronto se deslizó hacia el niño que permanecía a su lado, aferrado a la mano de Isolde. —Espero que hayáis dormido bien —comentó con aparente calma, aunque sus ojos seguían fijos en el pequeño. Había algo en él, algo que le provocaba una sensación extraña, la misma que sintió la primera vez que lo vio en el bosque… antes siquiera de saber que era el hijo de la loba blanca— ¿Cómo te llamas, chico? El niño lo miró sin titubeos, con una confianza inusual para su edad. —Soy Rowan, señor Alfa. Damian arqueó una ceja, sorprendido por la firmeza con la que el cachorro hablaba. No había miedo en su voz, ni vacilación. Era un cachorro valiente, y eso, aunque no quisiera admitirlo, le gustó. —Pero no hace falta que me prepare una habitación —continuó Rowan con naturalidad— Me gusta dormir con mi mamá. Ella y yo siempre dormimos juntos. Damian sintió cómo, contra tod
Evelyn caminaba furiosa hacia la cocina. Su paso era firme, pero en cuanto cruzó la puerta y se aseguró de que nadie más estaba cerca, apretó los dientes con rabia y dejó escapar un suspiro tembloroso. En realidad, lo que quería era gritar con todas sus fuerzas.Había imaginado muchas cosas aquella mañana. Se había deleitado con la idea de ver a Isolde derrotada, avergonzada, temblando después de lo ocurrido la noche anterior. Esperaba que Damián la mirara con desprecio, que la despojara del poco orgullo que le quedaba. Que anulara su compromiso. Que despreciara a ese bastardo.Pero no.Isolde se había sentado a la mesa con la cabeza en alto, con su cachorro en brazos, como si ya hubiera ganado.Y lo peor de todo… Damián la había defendido. Había aceptado al bastardo como suyo.No solo eso. Ni siquiera se había dignado a mirarla a ella. Ni siquiera la había echado él mismo. Como si no valiera nada. Como si los cinco años que habían compartido no significaran absolutamente nada. Solo ú
Rowan se bajó de su silla y se acercó a Damián sin titubear. Sus ojitos brillaban de emoción, una sonrisa amplia iluminaba más su rostro todavía y en su expresión no había ni un atisbo de duda.—Señor Alfa —dijo con voz clara— ¿de verdad va a ser mi papá?El comedor quedó en completo silencio.Damián seguía mirando la puerta por donde Alexander se había marchado. Sabía bien que a su beta no le gustaba en absoluto aquella situación, pero eso no le haría retroceder.Entonces bajó la vista y encontró al pequeño que lo observaba con esos enormes ojos grises. Por un instante, se preguntó si su padre también tendría esa mirada. Si Rowan la había heredado de él… y, sobre todo, cómo aceptaría a un hijo que no era suyo.Había muchas cosas que podía ignorar, muchas situaciones que podía afrontar con frialdad, pero la expresión de aquel cachorro lo desarmó por completo.No era suyo.Ese niño no era su hijo.Y, sin embargo, cuando lo miraba, sentía algo extraño en el pecho. Algo parecido al afect
El jardín estaba envuelto en la luz cálida del atardecer, proyectando sombras alargadas sobre el césped. El aroma de la hierba recién cortada flotaba en el aire, entremezclándose con la dulce fragancia de las flores en plena floración. Rowan reía con inocencia mientras corría entre los arbustos, su risa infantil resonando en la brisa ligera de la tarde. A unos pasos de distancia, una de las sirvientas lo vigilaba con discreción, asegurándose de que no se alejara demasiado.Isolde y Damián se alejaron en silencio, dejando al niño sumido en su propio mundo. Caminaron sin rumbo fijo hasta adentrarse en una zona más apartada del jardín, donde los árboles ofrecían un resguardo natural y la luz se filtraba entre las hojas en suaves destellos dorados. El ambiente, sin embargo, se tornó más denso, cargado de una tensión latente que crecía con cada paso.Damián se detuvo abruptamente y se giró hacia ella, cruzando los brazos sobre su pecho. Su mirada era intensa, escrutadora. Buscaba respuesta
El jardín estaba envuelto en la luz cálida del atardecer cuando Damián observó a Isolde acercarse a su hijo, agacharse y abrazarlo mientras le llenaba el rostro de besos. Aquella escena le hizo sonreír. Esa actitud, ese instinto maternal, lo llevaban a admirarla aún más. Y de algún modo, la sonrisa de aquel niño también lo hacía sentirse feliz. Era extraño. Debería estar celoso de un cachorro que no era suyo. En la antigüedad, los alfas podían incluso eliminar a los cachorros de otro macho si tomaban a una hembra. Hoy en día, algo así sería considerado un sacrilegio, pero aquel instinto aún latía en lo más profundo de su naturaleza. Sin embargo, no lo sentía. Ese niño le provocaba emociones que no terminaba de comprender.El sonido de unos pasos lo distrajo. Alzó la vista justo a tiempo para ver a su beta, Alexander, acercandise a él con una molestia que se le hacía muy evidente.Damián resopló. Sabía que su beta intentaría hacerlo cambiar de opinión, que le reprendería por la forma
—Escucha bien lo que voy a decir — más que hablar parecía que gruñía —Primero que todo, ese niño será tomado como mi hijo, así que mide tus palabras y la forma en que te refieres a él. Y segundo… estoy tan convencido de que mi loba romperá la maldición que, si en un año Abigail no me ha dado un heredero, haré mi sucesor al lobo alfa más joven de nuestra manada, excluyendo a Rowan. Así tendrán la certeza de que la manada seguirá bajo el control de nuestra sangre.El murmullo creció entre los ancianos. La oferta de Damián era fuerte, irrefutable. Sin embargo, Evelyn no estaba dispuesta a perder la oportunidad de seguir atacando.—¿Y qué hay de lo que oculta? —preguntó, con una sonrisa ladeada, afilada como un cuchillo—. ¿Nos tomarás por idiotas? Sabemos que guarda secretos, que hay cosas que aún no ha dicho. ¿Realmente vas a poner a la manada en peligro por alguien que no confía lo suficiente en nosotros para hablar con claridad?—Lo que sé —intervino Isolde con voz firme, elevando la b
El silencio pesaba en la sala. El anciano observó a Rowan con asombro y, sin pensarlo, se agachó a su altura para ver esos ojos más de cerca. Su declaración había sacudido la reunión, dejando a todos en un estado de incertidumbre y curiosidad.Isolde sintió cómo el pulso se le aceleraba, pero no dejó que su expresión delatara nada. Su hijo, ajeno a la tensión del momento, se aferró con más fuerza a su pierna, buscando refugio en ella. Con suavidad, le pasó una mano por el cabello antes de enfrentar al anciano.—Explíquese —ordenó Damián sintiendo un impulso que tuvo que contener, el de apartar a ese hombre del cachorro, no importaba que no fuera suyo ni que apenas lo acabara de conocer, le generaba un instinto de protegerlo que no sabía muy bien de dónde salía.El anciano se levantó y observó a Isolde, también a Damián, mientras intentaba ordenar sus ideas en su cabeza para explicarles aquella historia a todos los presentes, pues él era el más anciano del lugar y el que mejor conocía
La noche era densa y oscura, como si la luna misma estuviera reteniendo su luz en espera de lo que estaba por suceder. Evelyn paseaba de un lado a otro en la habitación, con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Su frustración era palpable. El aire estaba cargado de tensión, y el silencio solo era roto por el crujido de las maderas del viejo edificio.—Esto tiene que detenerse —soltó al fin, dirigiéndose a la figura sombría que se mantenía en la penumbra de la estancia—. No puedes dejar que esa boda se lleve a cabo. ¡Si la luna los bendice, no habrá marcha atrás!El hombre, su cómplice en las sombras, no respondió de inmediato. Se limitó a observarla con ojos calculadores, como si midiera hasta qué punto podía arriesgarse a actuar.—Te escucho…—La poción —insistió Evelyn, acercándose a él—. Debes dársela antes de la luna llena. Si lo haces después, será demasiado tarde. No habrá forma de evitar que ella le dé un heredero, y tú y yo sabemos lo que eso significa para nuestra causa.—