Estaba completamente desorientada. El día había sido un revoltijo de situaciones inexplicables. Todo había sucedido demasiado rápido, demasiado extraño. No podía dejar de preguntarse por qué Raven había permitido que su hijo escapara sin mover un solo dedo para protegerlo. ¿Por qué no había aparecido? ¿Por qué había permanecido al margen? Nada encajaba, y la duda le carcomía la cabeza. Pero ese no era el único peso sobre sus hombros. Aún llevaba atravesada la amarga sensación de la conversación con Damián y la forma en que su prima había intentado humillarla delante de todos. Al menos, cuando abrió la puerta, se sintió aliviada al ver a su hijo profundamente dormido en la cama. Junto a él, sentada en un sillón, estaba la misma mujer que por la mañana le había llevado ropa limpia. —Mi señora —murmuró la loba al verla entrar, poniéndose de pie de inmediato— Todo está en orden. El pequeño estaba un poco inquieto, pero en cuanto sintió su aroma en las sábanas, se calmó y se quedó dormid
A la mañana siguiente, la luz tenue que se filtraba por las cortinas despertó poco a poco a Isolde. Apenas había logrado dormir unas pocas horas; su mente no dejaba de repasar los sucesos de la noche anterior y cómo sus planes se habían salido de control. Sin embargo, toda esa angustia se disipó por un instante cuando sus ojos se posaron en su hijo, aún acurrucado a su lado, dormido y ajeno al mundo. Esperó pacientemente a que comenzara a moverse. El niño se desperezó con lentitud, frotándose los ojos con sus pequeñas manos, hasta que su mirada, aún somnolienta, la encontró entre las sábanas. —Buenos días, mamá —murmuró con voz adormilada, estirando los brazos hacia ella. Isolde sonrió, envolviéndolo en un abrazo cálido mientras respiraba hondo, grabando en su memoria la calidez de ese instante. —Buenos días, mi amor. Lo sostuvo contra su pecho por un rato, acariciando su cabello con ternura. Pero, poco a poco, la seriedad volvió a asentarse en su expresión. —Cariño… quiero que
Damian levantó la vista de los papeles que fingía leer y la observó con una expresión indescifrable. Sin embargo, su atención pronto se deslizó hacia el niño que permanecía a su lado, aferrado a la mano de Isolde. —Espero que hayáis dormido bien —comentó con aparente calma, aunque sus ojos seguían fijos en el pequeño. Había algo en él, algo que le provocaba una sensación extraña, la misma que sintió la primera vez que lo vio en el bosque… antes siquiera de saber que era el hijo de la loba blanca— ¿Cómo te llamas, chico? El niño lo miró sin titubeos, con una confianza inusual para su edad. —Soy Rowan, señor Alfa. Damian arqueó una ceja, sorprendido por la firmeza con la que el cachorro hablaba. No había miedo en su voz, ni vacilación. Era un cachorro valiente, y eso, aunque no quisiera admitirlo, le gustó. —Pero no hace falta que me prepare una habitación —continuó Rowan con naturalidad— Me gusta dormir con mi mamá. Ella y yo siempre dormimos juntos. Damian sintió cómo, contra tod
Evelyn caminaba furiosa hacia la cocina. Su paso era firme, pero en cuanto cruzó la puerta y se aseguró de que nadie más estaba cerca, apretó los dientes con rabia y dejó escapar un suspiro tembloroso. En realidad, lo que quería era gritar con todas sus fuerzas.Había imaginado muchas cosas aquella mañana. Se había deleitado con la idea de ver a Isolde derrotada, avergonzada, temblando después de lo ocurrido la noche anterior. Esperaba que Damián la mirara con desprecio, que la despojara del poco orgullo que le quedaba. Que anulara su compromiso. Que despreciara a ese bastardo.Pero no.Isolde se había sentado a la mesa con la cabeza en alto, con su cachorro en brazos, como si ya hubiera ganado.Y lo peor de todo… Damián la había defendido. Había aceptado al bastardo como suyo.No solo eso. Ni siquiera se había dignado a mirarla a ella. Ni siquiera la había echado él mismo. Como si no valiera nada. Como si los cinco años que habían compartido no significaran absolutamente nada. Solo ú
Rowan se bajó de su silla y se acercó a Damián sin titubear. Sus ojitos brillaban de emoción, una sonrisa amplia iluminaba más su rostro todavía y en su expresión no había ni un atisbo de duda.—Señor Alfa —dijo con voz clara— ¿de verdad va a ser mi papá?El comedor quedó en completo silencio.Damián seguía mirando la puerta por donde Alexander se había marchado. Sabía bien que a su beta no le gustaba en absoluto aquella situación, pero eso no le haría retroceder.Entonces bajó la vista y encontró al pequeño que lo observaba con esos enormes ojos grises. Por un instante, se preguntó si su padre también tendría esa mirada. Si Rowan la había heredado de él… y, sobre todo, cómo aceptaría a un hijo que no era suyo.Había muchas cosas que podía ignorar, muchas situaciones que podía afrontar con frialdad, pero la expresión de aquel cachorro lo desarmó por completo.No era suyo.Ese niño no era su hijo.Y, sin embargo, cuando lo miraba, sentía algo extraño en el pecho. Algo parecido al afect
El jardín estaba envuelto en la luz cálida del atardecer, proyectando sombras alargadas sobre el césped. El aroma de la hierba recién cortada flotaba en el aire, entremezclándose con la dulce fragancia de las flores en plena floración. Rowan reía con inocencia mientras corría entre los arbustos, su risa infantil resonando en la brisa ligera de la tarde. A unos pasos de distancia, una de las sirvientas lo vigilaba con discreción, asegurándose de que no se alejara demasiado.Isolde y Damián se alejaron en silencio, dejando al niño sumido en su propio mundo. Caminaron sin rumbo fijo hasta adentrarse en una zona más apartada del jardín, donde los árboles ofrecían un resguardo natural y la luz se filtraba entre las hojas en suaves destellos dorados. El ambiente, sin embargo, se tornó más denso, cargado de una tensión latente que crecía con cada paso.Damián se detuvo abruptamente y se giró hacia ella, cruzando los brazos sobre su pecho. Su mirada era intensa, escrutadora. Buscaba respuesta
El jardín estaba envuelto en la luz cálida del atardecer cuando Damián observó a Isolde acercarse a su hijo, agacharse y abrazarlo mientras le llenaba el rostro de besos. Aquella escena le hizo sonreír. Esa actitud, ese instinto maternal, lo llevaban a admirarla aún más. Y de algún modo, la sonrisa de aquel niño también lo hacía sentirse feliz. Era extraño. Debería estar celoso de un cachorro que no era suyo. En la antigüedad, los alfas podían incluso eliminar a los cachorros de otro macho si tomaban a una hembra. Hoy en día, algo así sería considerado un sacrilegio, pero aquel instinto aún latía en lo más profundo de su naturaleza. Sin embargo, no lo sentía. Ese niño le provocaba emociones que no terminaba de comprender.El sonido de unos pasos lo distrajo. Alzó la vista justo a tiempo para ver a su beta, Alexander, acercandise a él con una molestia que se le hacía muy evidente.Damián resopló. Sabía que su beta intentaría hacerlo cambiar de opinión, que le reprendería por la forma
—Escucha bien lo que voy a decir — más que hablar parecía que gruñía —Primero que todo, ese niño será tomado como mi hijo, así que mide tus palabras y la forma en que te refieres a él. Y segundo… estoy tan convencido de que mi loba romperá la maldición que, si en un año Abigail no me ha dado un heredero, haré mi sucesor al lobo alfa más joven de nuestra manada, excluyendo a Rowan. Así tendrán la certeza de que la manada seguirá bajo el control de nuestra sangre.El murmullo creció entre los ancianos. La oferta de Damián era fuerte, irrefutable. Sin embargo, Evelyn no estaba dispuesta a perder la oportunidad de seguir atacando.—¿Y qué hay de lo que oculta? —preguntó, con una sonrisa ladeada, afilada como un cuchillo—. ¿Nos tomarás por idiotas? Sabemos que guarda secretos, que hay cosas que aún no ha dicho. ¿Realmente vas a poner a la manada en peligro por alguien que no confía lo suficiente en nosotros para hablar con claridad?—Lo que sé —intervino Isolde con voz firme, elevando la b