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Cuando Alaia abrió los ojos, el mundo a su alrededor había cambiado por completo.

Ya no estaba en el bosque, ni sentía el frío del suelo bajo su cuerpo. En cambio, se encontraba sobre una cama algo rudimentaria, cubierta por mantas pesadas y desgastadas.

La luz del sol se filtraba suavemente a través de las ventanas de una pequeña cabaña de madera. A su lado, el bebé dormía tranquilamente en una cuna improvisada.

—Estás despierta —dijo una voz grave y ronca desde la esquina de la habitación.

Ella giró la cabeza lentamente, sintiendo el peso de su cuerpo como si fuera nuevo para ella.

Un anciano de aspecto frágil se acercó. Su cabello blanco y desordenado y la piel curtida por los años le daban un aire de sabiduría innegable.

—Te encontré en el camino hacia la ciudad… apenas con vida —se arrodilló a su lado y le tomó la mano con una suavidad que contrastaba con sus ásperas manos de trabajador—. Soy Darius. El veneno que te dieron casi acaba contigo, te di un antídoto justo a tiempo.

Ella intentó hablar, pero su garganta se cerró de inmediato. Ninguna palabra salió de sus labios.

Frustrada, llevó sus manos a su cuello, intentando forzar una explicación, pero sólo produjo un jadeo ahogado.

—Tranquila… tranquila —le dijo Darius, adivinando su angustia—. El veneno casi destruyó tus cuerdas vocales. No podrás hablar, al menos no por ahora.

El horror de esas palabras golpeó a Alaia con fuerza. ¿No podía hablar? ¿Cómo cuidaría de su bebé si no podía expresar ni una sola palabra?

Lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas, silenciosas, pero imbuidas de una profunda desesperación.

—Lo sé, debe ser terrible para ti —continuó Darius, viéndola con compasión—. Pero no todo está perdido, he hecho lo que he podido para sanar tu cuerpo. Quizás pueda devolverte la voz, he visto milagros antes. Tal vez, con el tiempo…

Ella intentó decirle que le agradecía mucho por haberla salvado, sintiendo que sus ojos se llenaron de lágrimas. Se limpió avergonzada, suspirando.

—El veneno fue poderoso y tu apariencia ha cambiado a causa de los efectos secundarios del antídoto... —suspiró el anciano, poniéndose de pie—. Algunos dicen que poseo habilidades sobrenaturales, aunque no todos lo creen. Pero lo importante es que estás viva, y tu bebé también.

Ella le miró fijamente, tratando de asimilar lo que decía. ¿Su apariencia había cambiado?

La idea la asustó profundamente, pero en ese momento, la gratitud de estar viva, y de que su bebé estuviera bien, pesaba más que cualquier otra cosa. La tristeza la envolvía, pero también sentía una pequeña chispa de agradecimiento.

Aún así, no pudo evitar sentir un nudo en la garganta. Todo lo que había pasado, todo lo que le habían robado... se sentía perdida, rota.

Darius la observó con ternura y se inclinó hacia una mesa cercana, tomando una hoja de papel y una pluma para entregársela, ya que se dio cuenta de su estado anímico.

Ella lo tomó con manos temblorosas, escribiendo lentamente su nombre. Las letras eran torpes, como si sus dedos aún no pudieran coordinarse del todo, pero lo logró.

"Gracias, señor Darius", escribió. Después de dudar un momento, añadió otra palabra: "¿Cómo fue que lo hizo?"

El anciano leyó su pregunta y sonrió suavemente. Se sentó a su lado, apoyando las manos en las rodillas.

—He pasado toda mi vida estudiando las artes de la curación —explicó—. Mi madre me enseñó, y ella aprendió de su madre antes que ella. Con los años, aprendí a mezclar hierbas y extractos que otros consideraban imposibles de controlar. No todos los venenos tienen cura, pero he dedicado mi vida a intentarlo.

Ella asintió lentamente, agradecida pero aún abrumada. Sus manos temblaban mientras volvía a mirar a su bebé, que seguía dormido en paz.

Las lágrimas seguían cayendo por sus mejillas, pero esta vez no solo eran de tristeza, sino de alivio, de una gratitud tan profunda que no podía expresarla con palabras, aunque tuviera voz.

Darius la observó un momento más antes de preguntar:

—¿Estás lista para ver tu nueva apariencia?

Ella negó con la cabeza de inmediato, apretando los labios. El solo pensamiento de mirarse al espejo le causaba un miedo visceral.

No estaba lista para enfrentar eso, no después de todo lo que había pasado. En lugar de responder, levantó una mano temblorosa y señaló hacia una jarra de agua que descansaba en la mesa.

—Claro, toma —dijo Darius, entregándole un vaso de agua.

Bebió lentamente, sintiendo el líquido refrescante bajar por su garganta irritada. Estaba agradecida por estar viva, por estar con su bebé.

Pero mientras lo miraba, las lágrimas volvieron a sus ojos. Aún le habían robado algo invaluable. Aún faltaba un pedazo de su alma, uno que tal vez nunca recuperaría.

Bajó la mirada hacia su pequeña, quien permanecía ajena al caos que la rodeaba. Besó su frente una vez más, acariciando su pequeña cabeza.

Posiblemente esa era justo la bendición del destino que le daba una segunda oportunidad…

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