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Apenas Alaia cruzó la puerta, la tensión explotó en la habitación como una bomba.

Liam, incapaz de contener su furia, comenzó a romper todo a su alrededor.

Volcó sillas, rompió una lámpara y lanzó un jarrón contra la pared, sus respiraciones entrecortadas, como si cada objeto roto pudiera aliviar el dolor que sentía.

—¡Basta! —gritó Nolan, dando un paso adelante—. Estás actuando como un animal. ¿Crees que esto solucionará algo?

Liam, con el rostro enrojecido, lo miró con rabia en los ojos.

—¡No te metas! —rugió, su voz llena de frustración—. ¡Tú lo arruinaste todo! Estaba a punto de convencerla de que se quedara, pero tú tuviste que intervenir.

Nolan lo miró fijamente, su voz más calmada, pero llena de determinación.

—Alaia ya había tomado su decisión, Liam —dijo fríamente—. Nada de lo que dijeras la haría cambiar de opinión. Ni siquiera yo, a quien ella ama.

El cuerpo de Liam se tensó ante esa última frase. Un brillo peligroso apareció en sus ojos.

—¿Crees que te ama más qu
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