La noche era oscura, apenas iluminada por la pálida luz de la luna llena que se asomaba entre las nubes.
Los árboles en el bosque denso ondeaban con el viento, y las sombras parecían alargarse y retorcerse como si las mismas tinieblas quisieran atraparla. El silencio era roto únicamente por el sonido de su respiración entrecortada y el suave sollozo del bebé que sostenía entre sus brazos. Ella corría, el sudor le perlaba la frente y su cuerpo temblaba por el agotamiento. La criatura en sus brazos apenas tenía unas horas de vida, y cada vez que el bebé lloraba, su corazón latía más rápido, temiendo que el sonido atrajera a quienes la buscaban. —No... no puedo parar —se dijo a sí misma entre jadeos. Sus palabras eran apenas un susurro, pero le servían como mantra, una promesa que se hacía a sí misma y al pequeño ser que apretaba contra su pecho—. Debo protegerte... debo… No podía ceder. Sabía que si la encontraban, no mostrarían piedad. Sus pies descalzos se clavaban en las ramas caídas y el barro del suelo, pero el dolor físico no era nada comparado con el tormento que sentía en su alma. La sombra de su pasado la perseguía, y el miedo se asentaba en cada rincón de su mente. La traición, la pérdida, la desesperación. Todo aquello le pesaba como un yugo imposible de sacudir. A pesar del agotamiento que sentía, y del dolor punzante que recorría su cuerpo recién destrozado por el parto, su instinto de madre era aún más fuerte. No sabía qué había hecho para merecer este cruel destino, solo sabía que no podía permitirse detenerse. El bebé en sus brazos era lo único que la mantenía en pie. Miró su carita frágil y sonrosada entre las mantas desgastadas. Apenas podía creer que hubiera traído vida al mundo en medio de tanto caos. Su respiración era irregular, dolorosa, y sentía que las fuerzas la abandonaban con cada paso. Las sombras desdibujadas parecían girar a su alrededor mientras el mundo se desenfocaba por momentos, una señal clara de que su cuerpo había llegado al límite. —No llores… por favor, no llores —susurró con desesperación, tratando de calmar a la pequeña con movimientos suaves. Sus ojos, ya cargados de lágrimas, brillaban en la oscuridad. El crujir de ramas detrás de ella la alertó. Se detuvo de inmediato, ocultándose detrás de un grueso tronco de árbol, respirando tan bajo como podía. Sus perseguidores estaban cerca, podía sentirlo. Ella cerró los ojos por un momento, rogando en silencio que no la encontraran. “Por favor… que no me vean… que no me vean…”, pensó, rezando a la diosa luna que la escuchara, pero su ruego fue en vano. Unos pasos pesados resonaron a su lado, y una mano áspera y fuerte la sujetó del brazo, tirándola hacia atrás con brutalidad. El pánico la atravesó como una lanza. —¡Aquí está! —gritó el hombre que la había capturado, con una voz ronca y satisfecha—. Les dije que no se iría lejos. Ella luchó, intentando proteger a su bebé mientras era arrastrada, pero su cuerpo magullado no tenía la fuerza para oponer resistencia efectiva. El dolor físico y emocional la desgarraba desde dentro. Las lágrimas caían libremente por sus mejillas, y el terror apretaba su garganta. El mundo parecía desmoronarse a su alrededor. El hombre que la sujetaba era alto, con una barba descuidada y ojos crueles. La tiró al suelo frente a otro grupo de hombres que la observaban con desprecio y una sonrisa maliciosa en el rostro. —Te advertimos que no podías escapar —dijo uno de ellos, un hombre fortachón con una cicatriz que cruzaba su mejilla—. No puedes huir de tu destino. —Por favor… mi bebé… —intentó suplicar, pero su voz apenas era un murmullo. Sabía que no le escucharían, pero tenía que intentarlo. El hombre de la cicatriz esbozó una sonrisa fría antes de agacharse a su nivel. —Silencio, perra —gruñó el hombre que la sostenía. Sacó una pequeña botella de su bolsillo, llena de un líquido oscuro y espeso. Sin mediar palabra, le sujetó la mandíbula con una fuerza brutal, obligándola a abrir la boca. —No te resistas. No tienes elección —murmuró con una voz gélida. El líquido fue vertido en su boca antes de que pudiera siquiera comprender lo que estaba ocurriendo. El sabor era amargo, una mezcla nauseabunda de hierbas y algo más que no podía identificar. Intentó escupirlo, pero su garganta ya lo había tragado involuntariamente y esta comenzó a arder como si estuviera envuelta en llamas. —Eso será suficiente. Ahora, deja que el veneno haga su trabajo —ordenó el hombre antes de ponerse de pie. Los hombres se retiraron, dejándola tirada en el suelo junto al bebé que lloraba desconsolado. Ella intentó moverse, pero un dolor agudo comenzó a extenderse desde su estómago hacia todo su cuerpo. Gritó, pero fue sofocado por la parálisis que lentamente la invadía. Con la vista nublada, trató de estirar el brazo hacia su bebé, que lloraba desesperado unos metros más allá. Pero sus dedos apenas rozaron el borde de la manta antes de que el dolor la consumiera por completo. Unas botas negras se acercaron a ella, y aunque quería alzar la cabeza para ver quién se acercaba, no tuvo las fuerzas suficientes y su corazón se llenó de pánico de que algo le pasara a su pequeña. Su respiración se volvió superficial, entrecortada. Intentó gritar, pero su garganta ya no le respondía. Solo le quedaba un pensamiento antes de que todo se volviera negro: "Mi bebé...".Cuando Alaia abrió los ojos, el mundo a su alrededor había cambiado por completo. Ya no estaba en el bosque, ni sentía el frío del suelo bajo su cuerpo. En cambio, se encontraba sobre una cama algo rudimentaria, cubierta por mantas pesadas y desgastadas. La luz del sol se filtraba suavemente a través de las ventanas de una pequeña cabaña de madera. A su lado, el bebé dormía tranquilamente en una cuna improvisada.—Estás despierta —dijo una voz grave y ronca desde la esquina de la habitación.Ella giró la cabeza lentamente, sintiendo el peso de su cuerpo como si fuera nuevo para ella. Un anciano de aspecto frágil se acercó. Su cabello blanco y desordenado y la piel curtida por los años le daban un aire de sabiduría innegable.—Te encontré en el camino hacia la ciudad… apenas con vida —se arrodilló a su lado y le tomó la mano con una suavidad que contrastaba con sus ásperas manos de trabajador—. Soy Darius. El veneno que te dieron casi acaba contigo, te di un antídoto justo a tiempo.
Con el paso de los días, Darius comenzó a enseñarle todo lo que sabía. El anciano no solo era un médico, sino también un sabio conocedor de antiguas artes curativas. Bajo su tutela, Alaia aprendió a preparar hierbas, a mezclar ungüentos, y a sanar heridas graves. Su habilidad para comunicarse sin palabras se volvió su mayor fortaleza y aprendió a observar, a interpretar señales, a usar sus manos para transmitir todo lo que necesitaba decir.—Tienes un don para esto —le dijo Darius un día mientras ambos trabajaban en la cabaña, preparando una medicina para una herida infectada—. A veces, el silencio nos enseña más que las palabras. Es en ese vacío donde encontramos la verdadera comprensión.Ella asintió, agradecida por su sabiduría, aunque dentro de su corazón aún cargaba con el peso del dolor. Los días pasaban y cada noche, mientras acunaba a su bebé en los brazos, sus pensamientos volvían a los hombres que la habían envenenado. No podía olvidar el frío en sus ojos, la manera en q
Alaia había logrado lo que se propuso: se había ganado su lugar como la nueva médica de la manada. Había trabajado con una calma implacable durante las pruebas, manteniendo su mente enfocada en su objetivo final. Su plan de venganza estaba en marcha, pero lo que la había impulsado a tomar ese riesgo no era solo el deseo de justicia, sino algo mucho más profundo.Después de ser aceptada, comenzó su labor diagnosticando a todos los miembros de la manada, una tarea que la mantuvo ocupada durante semanas. Observaba con atención, registrando en su mente cada síntoma, cada patrón que veía en los cuerpos y comportamientos de aquellos que examinaba. Sin embargo, fue durante uno de esos chequeos rutinarios cuando su mundo interior se sacudió.Agnes, su ex mejor amiga, ahora la Luna de la manada, se sentó frente a ella en la sala de diagnóstico. El aire estaba cargado de tensión, aunque ambas mujeres mantenían una fachada de cordialidad. Alaia realizó los exámenes pertinentes con precisión,
Alaia estaba completamente concentrada en su trabajo.Diagnosticaba a los miembros de la manada uno por uno, anotaba cada detalle en su iPad, manteniendo la calma mientras su mente siempre estaba alerta, buscando alguna pista que pudiera llevarla a su hijo perdido.El bullicio del día pasaba a su alrededor, pero para ella todo era secundario. Cada examen, cada conversación era un paso más hacia su venganza y hacia la verdad que tanto necesitaba descubrir.Había terminado de revisar a uno de los guerreros cuando escuchó un murmullo en la habitación contigua. Su cuerpo se tensó ligeramente, pero continuó su trabajo, esperando a que el siguiente paciente entrara en la sala.Cuando la puerta se abrió, Alaia sintió un cambio en el ambiente. Levantó la vista y se encontró con un hombre alto y de aspecto imponente, con ojos de un azul profundo que parecían atravesarla. Su respiración se entrecortó, y sus manos temblaron ligeramente. ¿Por qué ese hombre se encontraba justamente allí? ¿Qué pr
Alaia permanecía atrapada en una incómoda dinámica con los hermanos Ryker, enredada en un pasado que ni Nolan ni Liam entendían completamente, mientras ella mantenía una fachada impenetrable de profesionalismo. La revelación de que Liam tenía un hermano gemelo la había dejado perpleja. ¿Cómo era posible que nunca hubiera escuchado sobre Nolan durante los años que estuvo involucrada con Liam? Reflexionando, se dio cuenta de que, cuando llegó a la manada, Nolan estaba tan absorto en sus estudios que apenas era mencionado. Después, partió al extranjero para estudiar medicina. La conexión entre ambos hermanos había permanecido desconocida para ella hasta ahora.Se levantó de su escritorio, decidida. Si algo había aprendido durante los últimos años era que la vida estaba llena de sorpresas, pero que debías seguir adelante y adaptarte a las circunstancias. Había trabajado meticulosamente para infiltrarse en la manada y destruirla desde adentro y ese encuentro con los hermanos Ryker era
Alaia estaba sentada en su pequeño consultorio, el aire estaba impregnado del olor de hierbas secas y fórmulas recién preparadas. Se había decidido a concentrarse en su trabajo, y a olvidar la desconcertante visita el día anterior de Nolan y la chica escandalosa que lo había acompañado.Con cada mezcla que agitaba, trataba de ignorar la agitación interna que la carcomía. "Tienes que enfocarte", se repetía a sí misma, aunque su mente la traicionaba constantemente.Esa misma mañana, una de las enfermeras le había mencionado algo que no podía quitarse de la cabeza.—Es extraño —había dicho la enfermera mientras arreglaba unas vendas—, el hijo del Alfa no se parece a su Luna, Agnes. Tiene los ojos de un verde agua, pero el Alfa tiene los ojos azules y Agnes los tiene color miel. No sabemos a quién se parece.Esa información hizo que Alaia apretara los puños bajo la mesa. "Debo encontrar la manera de ver a ese niño", pensó.Si ese niño era realmente suyo, no descansaría hasta recuperarl
Liam claramente estaba coqueteando con ella, y Alaia supo que debía andar con cuidado si quería que sus planes marcharan a la perfección.Esa seducción podría ser un arma de doble filo, así que debía saber cómo usar sus atributos para tenerlo comiendo de su mano muy pronto.—Planeo ser discreto, Alaia —le susurró Liam, con esa voz que antes la había hecho ceder. Se inclinó hacia ella con un brillo en los ojos—. Solo quiero saber cómo te sientes respecto a mí.Ese comentario la hizo hervir por dentro. ¿Cómo se sentía? Rabia y desprecio eran lo único que sentía hacia él. Sin embargo, Alaia sabía que mostrar sus verdaderos sentimientos no era parte de su plan. Entonces, con un esfuerzo sobrehumano, sonrió tímidamente.Esa sonrisa volvió loco a Liam. Podía verlo en la intensidad de su mirada, en cómo su cuerpo se inclinaba peligrosamente hacia ella, buscando contacto. Él intentó acercarse más, pero Alaia lo detuvo suavemente, colocando una mano firme en su pecho.—Alfa Liam... —dijo en
Liam llevaba horas dando vueltas en la cama, incapaz de encontrar descanso. Los pensamientos de Alaia invadían su mente, haciéndole imposible relajarse. Trataba de imaginar qué estaría haciendo en su consultorio y por qué no había aceptado su invitación a almorzar. “Quizás debería ir a verla en persona”, pensó, esbozando una sonrisa.—¿En qué piensas? —La voz de Agnes, su esposa, lo sorprendió.Liam se giró para encontrarla observándolo con una ceja arqueada, claramente intrigada por la sonrisa que había adornado su rostro hacía un momento.—Oh, no es nada —dijo, tratando de sonar despreocupado—. Simplemente estoy pensando en lo bien que están yendo las cosas en la manada. Es motivo suficiente para estar contento, ¿no crees?Agnes lo miró con escepticismo, pero una sonrisa coqueta se extendió por su rostro mientras se deslizaba más cerca de él en la cama.—Si estás de tan buen humor, tal vez deberíamos aprovecharlo y buscar a nuestro segundo hijo —sugirió, acariciando suavemente el