Venganza de la Luna médica milagrosa
Venganza de la Luna médica milagrosa
Por: Samantha Leoni
1

La noche era oscura, apenas iluminada por la pálida luz de la luna llena que se asomaba entre las nubes.

Los árboles en el bosque denso ondeaban con el viento, y las sombras parecían alargarse y retorcerse como si las mismas tinieblas quisieran atraparla.

El silencio era roto únicamente por el sonido de su respiración entrecortada y el suave sollozo del bebé que sostenía entre sus brazos. Ella corría, el sudor le perlaba la frente y su cuerpo temblaba por el agotamiento.

La criatura en sus brazos apenas tenía unas horas de vida, y cada vez que el bebé lloraba, su corazón latía más rápido, temiendo que el sonido atrajera a quienes la buscaban.

—No... no puedo parar —se dijo a sí misma entre jadeos. Sus palabras eran apenas un susurro, pero le servían como mantra, una promesa que se hacía a sí misma y al pequeño ser que apretaba contra su pecho—. Debo protegerte... debo…

No podía ceder. Sabía que si la encontraban, no mostrarían piedad.

Sus pies descalzos se clavaban en las ramas caídas y el barro del suelo, pero el dolor físico no era nada comparado con el tormento que sentía en su alma. La sombra de su pasado la perseguía, y el miedo se asentaba en cada rincón de su mente.

La traición, la pérdida, la desesperación. Todo aquello le pesaba como un yugo imposible de sacudir.

A pesar del agotamiento que sentía, y del dolor punzante que recorría su cuerpo recién destrozado por el parto, su instinto de madre era aún más fuerte.

No sabía qué había hecho para merecer este cruel destino, solo sabía que no podía permitirse detenerse.

El bebé en sus brazos era lo único que la mantenía en pie. Miró su carita frágil y sonrosada entre las mantas desgastadas. Apenas podía creer que hubiera traído vida al mundo en medio de tanto caos.

Su respiración era irregular, dolorosa, y sentía que las fuerzas la abandonaban con cada paso.

Las sombras desdibujadas parecían girar a su alrededor mientras el mundo se desenfocaba por momentos, una señal clara de que su cuerpo había llegado al límite.

—No llores… por favor, no llores —susurró con desesperación, tratando de calmar a la pequeña con movimientos suaves. Sus ojos, ya cargados de lágrimas, brillaban en la oscuridad.

El crujir de ramas detrás de ella la alertó. Se detuvo de inmediato, ocultándose detrás de un grueso tronco de árbol, respirando tan bajo como podía.

Sus perseguidores estaban cerca, podía sentirlo. Ella cerró los ojos por un momento, rogando en silencio que no la encontraran.

“Por favor… que no me vean… que no me vean…”, pensó, rezando a la diosa luna que la escuchara, pero su ruego fue en vano.

Unos pasos pesados resonaron a su lado, y una mano áspera y fuerte la sujetó del brazo, tirándola hacia atrás con brutalidad. El pánico la atravesó como una lanza.

—¡Aquí está! —gritó el hombre que la había capturado, con una voz ronca y satisfecha—. Les dije que no se iría lejos.

Ella luchó, intentando proteger a su bebé mientras era arrastrada, pero su cuerpo magullado no tenía la fuerza para oponer resistencia efectiva.

El dolor físico y emocional la desgarraba desde dentro. Las lágrimas caían libremente por sus mejillas, y el terror apretaba su garganta.

El mundo parecía desmoronarse a su alrededor.

El hombre que la sujetaba era alto, con una barba descuidada y ojos crueles. La tiró al suelo frente a otro grupo de hombres que la observaban con desprecio y una sonrisa maliciosa en el rostro.

—Te advertimos que no podías escapar —dijo uno de ellos, un hombre fortachón con una cicatriz que cruzaba su mejilla—. No puedes huir de tu destino.

—Por favor… mi bebé… —intentó suplicar, pero su voz apenas era un murmullo. Sabía que no le escucharían, pero tenía que intentarlo.

El hombre de la cicatriz esbozó una sonrisa fría antes de agacharse a su nivel.

—Silencio, perra —gruñó el hombre que la sostenía.

Sacó una pequeña botella de su bolsillo, llena de un líquido oscuro y espeso. Sin mediar palabra, le sujetó la mandíbula con una fuerza brutal, obligándola a abrir la boca.

—No te resistas. No tienes elección —murmuró con una voz gélida.

El líquido fue vertido en su boca antes de que pudiera siquiera comprender lo que estaba ocurriendo.

El sabor era amargo, una mezcla nauseabunda de hierbas y algo más que no podía identificar. Intentó escupirlo, pero su garganta ya lo había tragado involuntariamente y esta comenzó a arder como si estuviera envuelta en llamas.

—Eso será suficiente. Ahora, deja que el veneno haga su trabajo —ordenó el hombre antes de ponerse de pie.

Los hombres se retiraron, dejándola tirada en el suelo junto al bebé que lloraba desconsolado.

Ella intentó moverse, pero un dolor agudo comenzó a extenderse desde su estómago hacia todo su cuerpo. Gritó, pero fue sofocado por la parálisis que lentamente la invadía.

Con la vista nublada, trató de estirar el brazo hacia su bebé, que lloraba desesperado unos metros más allá. Pero sus dedos apenas rozaron el borde de la manta antes de que el dolor la consumiera por completo.

Unas botas negras se acercaron a ella, y aunque quería alzar la cabeza para ver quién se acercaba, no tuvo las fuerzas suficientes y su corazón se llenó de pánico de que algo le pasara a su pequeña.

Su respiración se volvió superficial, entrecortada. Intentó gritar, pero su garganta ya no le respondía.

Solo le quedaba un pensamiento antes de que todo se volviera negro: "Mi bebé...".

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