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Alaia había logrado lo que se propuso: se había ganado su lugar como la nueva médica de la manada. Había trabajado con una calma implacable durante las pruebas, manteniendo su mente enfocada en su objetivo final.

Su plan de venganza estaba en marcha, pero lo que la había impulsado a tomar ese riesgo no era solo el deseo de justicia, sino algo mucho más profundo.

Después de ser aceptada, comenzó su labor diagnosticando a todos los miembros de la manada, una tarea que la mantuvo ocupada durante semanas.

Observaba con atención, registrando en su mente cada síntoma, cada patrón que veía en los cuerpos y comportamientos de aquellos que examinaba. Sin embargo, fue durante uno de esos chequeos rutinarios cuando su mundo interior se sacudió.

Agnes, su ex mejor amiga, ahora la Luna de la manada, se sentó frente a ella en la sala de diagnóstico.

El aire estaba cargado de tensión, aunque ambas mujeres mantenían una fachada de cordialidad. Alaia realizó los exámenes pertinentes con precisión, pero pronto notó algo inusual.

—Luna Agnes —dijo Alaia, frunciendo el ceño mientras revisaba los resultados—, todo parece estar en orden en cuanto a su salud general, pero hay algo que me preocupa. No parece que pueda concebir.

Agnes la miró con incredulidad y frialdad, aunque había un brillo de angustia en sus ojos.

—¿Qué está diciendo, doctora Grayson? —preguntó, su voz era contenida pero cargada de inquietud—. Todos saben que hace unos años tuve un hijo. Liam Ryker es el padre.

Alaia contuvo la respiración. La información encajó en su mente como piezas de un rompecabezas que había estado armando durante años.

Liam Ryker, el Alfa, el hombre que una vez amó, había tenido un hijo con Agnes. Pero ese hijo... ¿podría ser su hijo? El hijo que le habían arrebatado el día que su vida había cambiado para siempre.

Los recuerdos golpearon a Alaia como una ola. Había estado oculta en un refugio, acurrucada en la oscuridad mientras el dolor de parto la desgarraba.

Gritó, empujando con todas sus fuerzas hasta que finalmente escuchó el llanto. Con lágrimas en los ojos, había sostenido a su bebé entre sus brazos, un niño varón, su primer hijo.

Pero el alivio fue fugaz porque de repente, las puertas del refugio se abrieron de golpe.

Un grupo de hombres entró, sus rostros duros e implacables. Alaia había gritado, se había aferrado a su hijo con desesperación, pero ellos la habían empujado, arrancando al bebé de sus brazos.

—¡No! ¡No se lo lleven, por favor! —había suplicado, con su voz rasgada por el dolor—. ¡Es mi hijo!

Los hombres no escucharon. La dejaron allí, devastada y sola, con su alma desgarrada en mil pedazos. Lloró hasta quedar exhausta, con el dolor físico y emocional fusionándose en una oscuridad abrumadora.

Pero la agonía no había terminado. Momentos después, el dolor volvió, más fuerte esta vez. Sintió una nueva ola de contracciones y, con el último aliento de fuerza que le quedaba, dio a luz a su hija, Sally.

Con un esfuerzo titánico, había logrado huir, llevando a su pequeña consigo, pero pronto los hombres la alcanzaron. Si no hubiera sido por la intervención de Darius, nunca habría logrado escapar.

Ahora, sentada frente a Agnes, la realidad la golpeaba como una verdad insoslayable.

Ese hijo que le habían robado... ¿podría ser el hijo que Agnes afirmaba haber dado a luz? No podía permitirse dejar pasar esa posibilidad. Tenía que saber la verdad.

Alaia se obligó a sonreír, ocultando su tormento interno.

—Tal vez sea solo cuestión de tiempo —dijo suavemente—. A veces, el cuerpo necesita sanar antes de concebir nuevamente. No se preocupe demasiado por ahora.

Agnes asintió, pero Alaia pudo ver que la duda se instalaba en su rostro.

—Espero que tenga razón, doctora —dijo Agnes, con su voz aún cargada de inseguridad—. Liam quiere otro hijo, y yo... no sé qué hacer si no puedo darle uno.

Las palabras de Agnes resonaron en la mente de Alaia. El hombre que una vez amó, el hombre que la había traicionado de la manera más cruel, ahora deseaba otro hijo.

¿Y qué había pasado con el hijo que ya tenían? ¿Estaba vivo? ¿Sabía siquiera quién era su verdadera madre?

Esa noche, mientras Alaia ponía a Sally a dormir, su mente estaba lejos sumida en pensamientos sombríos.

—Mamá, ¿por qué estás triste? —preguntó la niña, observando a su madre con ojos preocupados.

Alaia se obligó a sonreír, pero sabía que su hija era más perceptiva de lo que le gustaría admitir.

—No estoy triste, pequeña —respondió Alaia, acariciando el cabello de su hija—. Solo estoy pensando en algo importante. No tienes que preocuparte.

Sally asintió, confiando en las palabras de su madre, pero Alaia sabía que la niña podía sentir la verdad. Después de todo, su pequeña era su ancla, su razón para seguir adelante.

Esa noche, después de asegurarse de que su hija dormía profundamente, Alaia se quedó sentada frente a la ventana de su habitación, mirando la luna llena.

La luna siempre había sido un símbolo de protección y guía para los de su especie, pero para Alaia, era más bien un recordatorio de todo lo que había perdido.

—Si ese niño es realmente mío —murmuró para sí misma—, si es mi hijo, lo encontraré. Y no habrá fuerza en este mundo que me detenga.

La determinación ardía en su pecho.

Sabía que no sería fácil. Sabía que tendría que enfrentarse a su pasado de maneras que no había imaginado, pero estaba dispuesta a todo.

Había llegado hasta allí para vengarse de Liam Ryker por la humillación que le había causado, pero ahora su misión era aún más personal. Encontraría a su hijo, lo devolvería a sus brazos, y entonces, solo entonces, se permitiría sentir que había completado su venganza.

Pero mientras tanto, debía seguir jugando el papel. La médica de la manada, la mujer tranquila y profesional. Nadie debía sospechar lo que realmente estaba tramando.

Y así, mientras la luna brillaba en lo alto, Alaia se preparó mentalmente para el siguiente paso en su plan.

No importaba cuánto tiempo llevara. No importaba cuántos obstáculos enfrentara. Su hijo volvería a ella, y el hombre que le había arrebatado todo pagaría por sus pecados.

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