Capítulo 4.

No terminamos nuestro luto porque quisiéramos, sino porque aún no nos encontrábamos lo suficientemente lejos como para estar a salvo.

No creía que supieran que estaba viva, pero era mejor mantenerlos en las sombras sobre eso. Así que, por precaución, debíamos seguir avanzando.

Tratamos de pescar algo para comer antes de que él se transformará en lobo y se metiera al río directamente a sacar algunos peces en su forma de lobo.

-Necesitas comer. - Dijo cuando salió de ahí y me dió todos los peces. - No podrás transformarte si te encuentras débil. ¿Ya decidiste nuestra ruta? No podemos seguir corriendo a ciegas.

Asentí.

-Hay una manada en los límites del continente que…

-¡¿Qué?!, ¡¿Quieres ir a Colmillos de Sangre?!, ¡¿Has perdido tu mente, mujer?!

Me encogí de hombros mientras clavaba en un trozo de madera uno a uno los pescados.

Su reacción era de esperarse. Colmillos de Sangre era, por mucho, la manada más siniestra y sangrienta del Continente. No por nada era el hogar del Alfa Supremo.

Ese Alfa era el encargado de mantener una paz relativa entre las manadas. No se metía en los asuntos internos así como tampoco tomaba bandos en los conflictos, pero se rumoreaba que terminaba con posibles rebeliones y guerras desde las sombras.

Era temido, era odiado… y muy respetado.

Solamente que nadie acudía a esa manada debido a que el único camino para llegar era escalando porque, bueno, la manada se había asentado sobre una montaña alta.

Subir solo era el primer obstáculo. El hielo, el frío y la manada misma era lo que se tenía que superar.

-No Estoy loca. Iré a pedirle ayuda al Alfa Supremo.

Gail me miró por largos segundos antes de echarse a reír.

-¿Qué te hace pensar que nos ayudará? Con suerte impedirá que su manada nos asesine al vernos.

Eso era más bien un rumor. Se decía que su manada estaba compuesta por lobos y lobas… interesantes.

Despojos de otras manadas, asesinos, lobos sin hogar. Eran sus guardias y agentes de “paz”.

También decían que no recibían bien a los extraños, Pero yo siempre creí que eso debía ser exagerado. Después de todo, el Alfa Supremo no negaba audiencias aunque los asuntos pudieran ser insignificantes.

Era el juez, jurado y verdugo de nuestra raza.

-No creo que lo haga. - Dije intentando y fallando el hacer fuego. Gail me quitó mis “herramientas” y rápidamente encendió el fuego. - De todas formas, si tienes un mejor plan que acudir con el Alfa Supremo, podemos discutirlo en el camino.

Descansamos un par de horas antes de emprender la marcha.

Yo seguía sin poder transformarme, así que una vez más Gail me llevó sobre su hombro por horas.

Teníamos al menos dos semanas de viaje por delante, así que no me preocupó demasiado mi debilidad. Le atribuía eso a mi casi muerte.

No fue hasta seis días después que hablamos sobre mi debilidad porque Gail me miró pensativamente.

Acababa de cazar un siervo y yo me encargaba de recolectar la madera para la cena de esa noche. Habíamos evitado deliberadamente los territorios de unas cuatro manadas, así que el fuego solo lo encendíamos cuando nos alejábamos lo suficiente de ellas.

-¿Qué sucede? - Pregunté cuando lo descubrí mirándome por centésima vez en el día.

-No hueles.

Le arqueé una ceja.

-Gracias. Me bañé en el río cuando…

-No. - Dijo cortándome. - No hueles a nada. No percibo el olor de tu lobo. Ni siquiera hueles a humano, es como si no estuvieras frente a mí.

Me congelé y traté de olerme a mí misma sin éxito.

-Iris. - Dijo Gail llamando mi atención. - He estado pensando… Jeremías rompió su vínculo contigo. ¿Correcto?

-Si.

-¿Qué sentiste?

-Dolor.

Él negó con la cabeza.

-No. Me refiero a… ¿Cuál ha sido tu castigo por ello?

-La muerte… no. No es eso. - Dije lentamente. Si nuestra deidad quisiera mi muerte, yo no habría podido abrir los ojos nuevamente.

Fruncí el ceño y luego cerré los ojos para concentrarme en recordar.

Hubo mucho dolor. Como si me quemarán, como si… me arrancaran la mitad de mí.

Abrí los ojos con horror y ví en los de Gail que había llegado a la misma conclusión que yo.

-No… ¿Cómo podría nuestra deidad?

Caí de rodillas y observé mis manos.

Sin mi loba yo solo era una humana. No era de extrañar que me siguiera sintiendo débil sin importar cuánto comiera.

La comida no sabía igual, no podía escuchar cuando Gail caminaba sigilosamente detrás de mí, mi sentido del olfato era malo y caminar erguida por más de cinco minutos era un triunfo.

¿Lo de la falta de olor? Solo un grano más en la enorme pila de cosas que me habían arrebatado en los últimos días.

Nuestra deidad me había quitado a mi loba y la conciencia de saber eso me hizo llorar hasta el amanecer.

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