Al poco tiempo, Norah entró en la habitación con una energía que cortaba la tensión en el aire. Mientras tanto, Max se había encerrado en el baño para evitar los reproches de su padre.—¿Qué está pasando aquí? —preguntó con voz firme y llena de preocupación.Francesco se giró hacia ella con su expresión aún dura, pero con un destello de sorpresa en su mirada.—Nada que te concierna, Norah —respondió, intentando mantener su autoridad.—¡Claro que me concierne! —replicó ella, cruzando los brazos. —Los gritos los escuché desde el pasillo. Esto no es una discusión normal. ¿Qué le has hecho a Max?Francesco suspiró, sabiendo que no podría evitar el enfrentamiento.—Estamos hablando de cosas importantes. Max necesita entender su lugar en esta familia.—¿Su lugar? —Norah se acercó, su voz ahora más baja pero cargada de rabia. — ¿Desde cuándo ser tu hijo significa cargar con el peso de tus decisiones? No es un soldado, Francesco. Es un joven que necesita a su padre, no a un jefe.Francesco fru
Norah salió del despacho junto a Francesco, y sus miradas se cruzaron como dardos afilados. Maximiliano ya se había marchado hacia la empresa, dejando tras de sí un ambiente tenso. Francesco abandonó la mansión como si huyera de un fantasma, tras la acalorada discusión que había mantenido con Norah sobre su hijo, Maximiliano. Era una verdad que solo ellos conocían.Al marcharse Francesco, Norah entró en la habitación de Abigail, quien estaba inquieta y curiosa por lo sucedido.—¿Qué pasó, Norah? —preguntó Abigail, con los ojos brillantes de curiosidad. — ¿Quién era ese señor?—Es el padre de Maximiliano —respondió Norah, tratando de mantener la calma.—No me gusta ese señor —dijo Abigail, frunciendo el ceño.Norah, con una sonrisa pícara, le preguntó:—¿Estabas espiando, quizá?Abigail se encogió de hombros y sonrió tímidamente.—¡No! Solo... estaba mirando por el filo de la puerta.Norah soltó una suave risa, disfrutando de la inocencia de la joven.—Eres una pequeña espía —dijo, ace
Después de terminar la reunión con su padre, Max se subió al coche y se dirigió a la mansión, que estaba relativamente cerca. Mientras miraba por la ventana, contempló la imponente ciudad de Manhattan. A pesar de la dureza de la vida, veía a personas sonriendo y hablando animadamente entre ellas, incluso a aquellos que vendían en las calles, aparentemente sin un céntimo en los bolsillos.Una punzada de melancolía lo atravesó. Se preguntó cómo habría sido su vida si su madre hubiera estado viva, si ella lo hubiera criado y protegido de las garras de su padre mafioso. La idea de una infancia más feliz, llena de amor y cuidado, lo afligía.Sin saberlo, Maximiliano vivía engañado: su madre no había muerto, como le había hecho creer su padre, Francesco, toda la vida. Esa verdad, oculta en las sombras de su pasado, podría haber cambiado todo. Mientras el coche avanzaba, Max se perdió en sus pensamientos, deseando que las cosas hubieran sido diferentes.*****Minutos después, al llegar a la
Después de la acalorada discusión con Norah y de la inesperada llegada de su padre a la organización, Max buscaba un momento de calma. Con sigilo, se deslizó en la habitación de Abigail, asegurándose de que nadie lo viera. Miró a su alrededor con cautela para evitar encontrarse con Norah, que descansaba en los cuartos de arriba.Al entrar en la habitación, el ambiente se sentía tenso, pero también reconfortante. La tenue luz iluminaba el rostro de Abigail, que dormía plácidamente. Max se detuvo un instante, con una mezcla de culpa y anhelo. Sabía que su vida estaba llena de decisiones equivocadas, pero en ese momento, todo lo que deseaba era protegerla y ofrecerle un refugio en medio del caos que lo rodeaba.«¿Qué estoy haciendo?», murmuró para sí, sintiendo el peso de sus acciones. Se acercó a la ventana y observó el exterior, mientras su mente luchaba entre el deseo de cambiar y la oscuridad de su entorno. Sabía que debía encontrar una manera de reconciliarse con su vida y, sobre to
Max, por su parte, había ido a visitar a su mejor amigo Elliot, que estaba en casa recuperándose del atentado que había sufrido. Sin saber que Abigail y Norah estaban de compras, Max se sentó junto a Elliot, preocupado, pero decidido a brindarle apoyo en su proceso de sanación.Max suspiró y dejó caer la cabeza hacia atrás en el sofá.—Como comprenderás, papá llegó y es muy exigente. Me tiene trabajando el doble, no quiere hacer nada, solo delegar. ¡Es agotador!Elliot soltó una suave risa, a pesar de su convalecencia.—Bueno, al menos tú no estás en la cama recuperándote, como yo. ¡Imagínate si tuvieras que cuidar de mí también!Max se rió, sintiendo un alivio momentáneo.—Eso sería un desastre total. No sé quién necesitaría más ayuda, tú o yo.—Definitivamente tú —respondió Elliot, sonriendo. —Pero en serio, ¿no puedes hacerle entender que no eres una máquina?—Lo he intentado, pero siempre tiene una excusa lista —dijo Max, encogiéndose de hombros. —Es como si estuviera en modo «jef
Al día siguiente, Norah y Abigail terminan de arreglar las cosas que compraron. Fueron tantas que, agotada, Abigail se quedó dormida rápidamente y no pudo acomodarlas ayer. En ese momento, Max entra con mucho cuidado y, desde la puerta, pregunta:—¿Puedo pasar?Abigail mira a Norah, quien asiente con la cabeza. Max entra y observa todo lo que han comprado. Se siente feliz al ver a Abigail con los ojos llenos de alegría por todo lo que han comprado. Aunque el dinero no siempre trae felicidad, al menos les permite comprar momentos gratos, como los que disfrutaron Abigail y Norah mientras paseaban por Nueva York.—¡Mira todo lo que tenemos! —exclama Norah, sonriendo.—Es impresionante —responde Max. —Me alegra ver que se divirtieron tanto con las compras.—Sí, fue una experiencia increíble—dice Abigail, bostezando lentamente. —No hay nada como explorar la ciudad con una jovencita tan risueña, como Abigail.—Y ahora tenemos todo lo necesario para el bebé —añade Abigail, mirando las bolsas
Max estaba a punto de cruzar la puerta de la mansión cuando de pronto, sintió una mano suave pero firme en su brazo. Se volvió y vio a Norah, que lo miraba con una mezcla de preocupación y determinación.—Max, espera —dijo Norah, guiándolo hacia el jardín, lejos de las miradas curiosas de los demás. —Necesito hablar contigo sobre Elisa.Max frunció el ceño, sabiendo que la conversación no sería fácil.—¿Qué pasa? —preguntó, tratando de mantener la calma.Norah lo miró fijamente, con la voz baja pero firme.—Sé que Elisa estuvo aquí y que la dejaste ver a Abigail. ¿Por qué permitiste eso? Sabes lo que significa Elisa para ti, lo que ha sido en el pasado.Max suspiró, sintiéndose atrapado entre su historia con Elisa y su presente con Abigail.—No quería que se armara un escándalo, Norah. Solo quería que todo fuera lo más tranquilo posible.—¿Tranquilo? —replicó Norah, levantando una ceja. — ¿De verdad crees que eso es posible con Elisa en medio? Ella no se detendrá hasta conseguir lo qu
Días después…Oficina del FBI en Nueva York.Damon Castell se apoyó en la mesa del pequeño despacho, con la mirada fija en el mapa de la ciudad que tenía frente a él, lleno de marcadores que señalaban los lugares donde la organización Lombardo había dejado su huella. Carlos Mendiola, su compañero, lo observaba con atención, consciente de la tensión que se respiraba en el ambiente.—Carlos, esto no es solo un caso de robo —comenzó Damon, con su voz grave y decidida. —Estamos hablando de una red criminal que se extiende mucho más allá de lo que vemos. No solo son ladrones; también están involucrados en la trata de personas, el tráfico de drogas y el sicariato. Si queremos atraparlos, necesitamos más que un par de pruebas. Necesitamos aliados.Carlos asintió, consciente del peso de la responsabilidad que recaía sobre ellos. —Lo sé, Damon. Pero la corrupción está tan arraigada en este sistema que es difícil saber en quién confiar. Muchos de nuestros colegas podrían estar en la nómina de Lo