—El contrato mantiene lo acordado con respecto a la deuda. Henry Brunetti tendrá que pagar en un lapso de cuatro meses la cantidad señalada, esta no es negociable… —comienza a explicar Augusto con reserva.
—Si él no llegara a pagar… —dice Nora con miedo por su madre y sus hermanas.
—Morirá —responde Augusto como si fuera algo normal y levanta los hombros.
—Solo él, ¿verdad? —No es que quiera verlo muerto, pero le preocupa que su madre y sus hermanas sean víctimas de los excesos e irresponsabilidad de Brunetti.
—¿Temes por ellas? —deduce el abogado y recibe un asentimiento por parte de Nora—. Entiendo. —Suspira y decide que, al ser su futura cuñada, puede darse el tiempo de ser piadoso—. Al volverte la esposa de Franco D’Angelo, tu madre y tus hermanas se volverían parte de la familia. No serían cercanas ni tendrían muchos privilegios, pero sí cierta protección. Mi hermano no es tan malo como debes de pensar. Si intercedes por tu familia, no dudará en descargar su furia solo contra Brunetti.
—¿No es tan malo? Está obligando a una monja a contraer nupcias con él… ¿Cómo es que eso no lo hace una mala persona? Además de todo lo ilícito que hace comúnmente.
—Tú lo has dicho, casarse con una monja es lo más inocente que ha hecho —responde Augusto levantando los hombros y sonriendo divertido, pero Nora no comparte el chiste.
—¿Qué pasará con Cami?
—Franco pagará en efectivo los servicios médicos, hablando de honorarios, material, medicamentos, hospitalización, atenciones extra e incluso rehabilitación de ser necesaria. Por eso no debes preocuparte. Él cumplirá mientras tú cumplas.
—¿Por qué el contrato es tan extenso si solo dice lo que tú acabas de explicar?
—Porque también habla de tus responsabilidades hacia él. Dígase que tienes que aceptar contraer nupcias en la fecha acordada, ósea hoy, y que, si quisieras huir después de la boda o serle infiel con cualquier otra persona… entonces… «legalmente» tendrás que pagar una compensación económica.
—«Legalmente»… pero ¿ilegalmente?
—Ilegalmente… después de cobrar esa compensación lo más seguro es que mueras. —Intenta mostrarse apenado, pero en este punto de su vida le da igual hacer ese tipo de amenazas, ya no le genera remordimiento.
—¿Solo yo?
—Sabes que no… tu familia siempre estará de por medio. Primero mueren ellos frente a ti y después tú. Él cobrará su dinero en efectivo y en especie.
—Supongo que no hay escapatoria.
—Supones bien —responde Augusto—. Además… Hay otro pequeño detalle que no hemos tocado: hijos. Después de la boda, tienes un año para quedar embarazada y darle un hijo a D’Angelo. Cuando este nazca se le hará una prueba de ADN para corroborar que en verdad sea suyo.
—¡¿Qué?! Pero… Yo… —Un escalofrío recorre la columna vertebral de Nora.
—No pensarás que vas a conservar ese voto de celibato, ¿cierto? —Le guiña un ojo y trata de disimular una sonrisa—. Descuida, mi hermano tiene buena reputación entre las chicas.
¿Cómo pudo Nora olvidar ese pequeño gran detalle? ¿Por qué nunca le pasó por la mente que debería tener sexo con ese hombre? Era lo lógico.
—Si ya quedó aclarado cada punto… firma el contrato de una vez —añade Sandra perdiendo la paciencia.
Nora resopla y con las mandíbulas apretadas asiente con la cabeza. Todo lo que dijo Augusto estaba ahí, plasmado de forma elegante. El abogado le entrega una pluma y ella duda por un momento, pero termina firmando.
—Perfecto… —dice Augusto recibiendo los documentos de la mano temblorosa de Nora—. Bienvenida a la familia, señora D’Angelo —añade antes de salir de la habitación.
—No pierdan tiempo, vistan a la novia —dice Sandra observando con lástima a la pobre Nora.
♥
—Señor D’Angelo, todo está listo —dice Augusto entrando a la habitación donde el novio está terminando de ajustarse la corbata.
—Perfecto. ¿Cómo la viste?
—Nerviosa, con miedo… —contesta con una sonrisa que esconde la lástima que siente por esa pobre monja—, pero es una chica muy bonita. Que desperdicio que se dedicara a monja.
—Todos hablan maravillas de ella, incluso Sandra y mira que es difícil que hable sobre la belleza de otra mujer —dice D’Angelo viéndose ante el espejo mientras se acomoda los puños de la camisa.
—¿Crees que esto funcione? —pregunta Augusto ansioso.
—Tiene que funcionar… —responde Franco no muy seguro, pero sintiéndose presionado.
♥
Un camino de pétalos lleva hacia el altar donde Franco espera pacientemente mientras la reducida lista de invitados permanece sentada, esperando la aparición de la novia. La marcha nupcial comienza a sonar. Todos se ponen de pie y Nora sigue los pétalos, sosteniendo su ramo con fuerza. Mantiene la mirada clavada en el piso, enfocándose en cada pétalo antes de pisarlo.
Algunos de los capos y mafiosos más peligrosos se encuentran entre las bancas, como Bartolomé Sforza, líder de La ‘Ndrangheta y su hija Samantha que se abraza con nostalgia a su esposo, el Demonio ruso, el líder de La Bratva, recordando con ternura cuando ellos se casaron.
Nora ve al hombre que la espera y no está segura de que sea Franco D’Angelo. «Debe de ser una equivocación… ¿Dónde está el mafioso viejo y gordo con el que me voy a casar?» piensa Nora. Llega hasta el altar y se planta frente a Franco, siente que su mirada traspasa el velo que cubre su rostro y las ansias por salir huyendo de nuevo se apoderan de ella. «Santa madre de Dios, ayúdame» pide con devoción controlando su llanto.
Con delicadeza, Franco levanta el velo y descubre el rostro que tanto le habían platicado y que no había podido ver en persona, encontrándose con esa criatura tan frágil y hermosa de ojos grandes y nariz fina, de labios ligeramente carnosos y delineados. Es más bonita de lo que se había imaginado y por primera vez en la vida se queda sin palabras y sin aliento.
Nora se siente incómoda, levanta la mirada hacia el hombre delante de ella y frunce el ceño, siendo su única forma de expresar molestia. Ese simple gesto le causa una sonrisa a Franco que la irrita aún más.
—¿Qué pasa? ¿Por qué me ves así? —pregunta Nora en voz baja y agachando la mirada.
—Nunca había visto una mujer tan hermosa en mi vida —dice Franco sin ocultar su sorpresa, maravillado de su suerte—. Y tu voz suena aún más bella en persona.
—Te lo dije —susurra su hermano detrás de él.
Nora cierra los ojos y aprieta los labios. Se siente como un animal siendo vendido. Inhala profundamente y trata de no llorar cuando el padre comienza a hablar, iniciando la ceremonia. Franco toma las manos de Nora y esta tiembla con desagrado, gesto que solo él puede percibir y decide ignorar.
El tiempo juega con los sentimientos de la novia, haciendo que la ceremonia sea por momentos rápida y por otros lenta. El «sí, acepto» se atora en su garganta, asfixiándola y obligándola a pronunciarlo en voz baja, volviéndose casi inaudible para todos excepto para su esposo y el padre. El anillo se desliza, frío y pesado por su dedo; lo siente como un grillete.
—¡Yo los declaro: marido y mujer! Ahora puedes besar a la novia —dice el padre jubiloso por el amor joven que acaba de unir.
Franco se acerca lentamente a Nora, como si tuviera frente a él a un frágil y temeroso venado y no quisiera asustarlo. Coloca sus manos sobre el fino cuello de ella y sus pulgares se apoyan sobre el borde de su mandíbula, invitándole gentilmente a levantar el rostro hacia él. Todos los presentes guardan silencio, algunos hasta sostienen el aliento, esperando el momento en el que culmine la unión.
Franco nota como una delicada lágrima brota de los ojos de Nora; parece un pequeño diamante deslizándose por la suave piel de terciopelo. Por primera vez en todo su proyecto de boda se siente miserable. Sabe que la está haciendo infeliz, pero ya habría tiempo de arreglarlo. Se inclina lentamente y justo cuando la lágrima llega a la boca de Nora, también lo hace Franco, presionando sus labios suavemente.
No es un beso apasionado, no es un beso hambriento, es solo la presión de dos bocas que no se conocen. Un beso lleno de miedo e incertidumbre, un beso que no tendría que ser el primero para ellos, pero a final de cuentas, pese a todo, es un beso que causa algo más que aberración, un beso que enciende una chispa donde no existía nada.
Todos gritan y ovacionan la unión, los aplausos no se hacen esperar. D’Angelo pone distancia entre los dos y acaricia las mejillas de su esposa con ternura mientras sus ojos intentan descifrarla. La toma de la mano y la lleva por el pasillo de regreso por los pétalos ya marchitos.
Se adentran entre las gruesas paredes de la hacienda y llegan a un pequeño recibidor donde la novia se sienta sobre uno de los sillones. Franco se hinca frente a ella y toma su rostro por el mentón, no puede dejar de admirar la belleza melancólica de la chica.
—Mucho gusto, Nora… Soy Franco D’Angelo.
—Es lógico, a menos que me haya equivocado de boda —dice Nora y aunque pudo ser un comentario muy gracioso, ella no está riendo.
Franco se levanta y la ve ahí, tan pequeña, frágil y temblorosa. Siente ese instinto protector naciendo de él. Tiene ganas de abrazarla y decirle que todo estará bien, eso sería lo ideal si no fuera él quien le está causando ese temor. —Ven conmigo —dice extendiendo su mano.Nora traga saliva y toma la mano de Franco para levantarse. Acomoda su vestido y camina junto a él hasta la fiesta, donde ya están disfrutando los invitados y los meseros sirviendo bebidas. En una de las mesas se encuentra su familia, su madre estira el cuello buscando a su hija entre lágrimas mientras Henry pide que le descorchen una botella de vino.—Ve con tu familia —dice Franco retirando el velo de su cabello y acomodando un par de mechones para que no cubran su cara.Nora voltea hacia él, desconcertada. Parece un cachorro ladeando la cabeza para poder comprender mejor la orden de su dueño. —Ve con ellos porque cuando nos vayamos de aquí, será muy difícil que los vuelvas a ver —añade Franco con frialdad.Si
Bernardo la tomó por los muslos y la levantó, apoderándose de su cuello, besándolo con deseo y sintiendo que sus pantalones comenzaban a apretar. La dejó caer bruscamente en la cama una vez que entraron a la habitación y se quitó la playera mostrando su torso bien trabajado. Un tatuaje se asomó por el borde de sus pantalones, llamando la atención de Nora. Se trataba del rey de corazones enmarcado y sosteniendo su espada. —¿Quieres ver el resto de la carta? —preguntó Bernardo viendo fijamente con deseo a Nora mientras se desabrochaba el pantalón, ansioso por mostrarle más que solo el tatuaje.La adolescente se puso nerviosa y las hormonas la traicionaron. Su sexo palpitaba y se humedecía solo con ver al hombre frente a ella. Se desabrochó lentamente la blusa y en cuanto su sujetador quedó a la vista de Bernardo, este se apoderó de sus pequeños pechos. Se acostó sobre ella mientras sus manos expertas empezaban a meterse debajo de su ropa, acariciándola y aumentando el calor de la habi
—Se alargó la plática con Bartolomé —dice D’Angelo entrando a la casa, desabrochándose los puños de la camisa—. Al parecer saben del estado de salud de Grimaldi y no planean intervenir. —No es algo que les preocupe, La ‘Ndrangheta son los más fuertes y más desde que La Bratva se les unió —dice Sandra avanzando hacia su hermano—. Y tú tampoco tendrías nada que temer. Si Sforza está de tu lado, bien podrías derrocar a cualquiera que te quiera quitar tu lugar como el «capo di tutti capi».—No quiero llegar a eso —responde D’Angelo torciendo la boca—. Necesito visitar a Grimaldi para que conozca a mi esposa.—Te recomiendo que te enfoques en formar una relación sana con esa niña. A Grimaldi no lo vas a convencer solo con haberte casado, él especificó que necesitabas de una compañera y casarte no te da una. La confianza, el amor y la fidelidad, sí. —Sandra presiona su índice contra el pecho de su hermano en cada palabra.—¿Está en la habitación? —pregunta D’Angelo mordiéndose la mejilla.
Las manos de Nora se aferran a los hombros de Franco, encajando sus uñas de forma inconsciente. Aunque el dolor es insoportable, sus piernas se abren más y rodean la cadera de D’Angelo, abrazándolo, manteniéndolo cautivo. —No soy nada para ti, solo un monstruo, pero es cuestión de tiempo para que me ames con desesperación, juro que lo harás —dice Franco en su oído antes de comenzar ese vaivén rítmico que se vuelve una danza dolorosa y al mismo tiempo deleitante. Nora echa la cabeza hacia atrás con los ojos cerrados, todavía liberando lágrimas de dolor, pero gimiendo de placer, aferrándose a la espalda de Franco, deseando sentir su cuerpo por completo adherido al suyo. El calor aumenta dentro de ella y el miembro de D’Angelo lo siente cada vez más duro y punzante. Se vuelve una lucha en su cabeza, no quiere sucumbir ante el placer, pero una vez que el dolor cede, entonces no hay vuelta atrás, sus caderas se mueven junto con las de él, chocando en perfecta coordinación.Franco busca
Los ojos de Nora se abren lentamente, algunas legañas formadas por tanto llorar pegan sus párpados y tiene que tallarlos con gentileza para no inflamarlos más de lo que ya están. Se acomoda en la cama, apoyándose sobre sus antebrazos y analizando la habitación donde está, recordando lo que le ha ocurrido hasta ahora, con horror.—Buenos días —dice D’Angelo sin saber muy bien hasta qué punto acercarse a Nora. No quiere asustarla más.—Buenos días —contesta por educación, no por gusto. —¿Tienes hambre? —pregunta Franco sin quitarle los ojos de encima. Ella rehúye su mirada y solo asiente con la cabeza—. Bien… ¿Qué te parece si tomas un baño caliente mientras yo preparo algo? —¿Sabes cocinar? —Por fin Nora levanta su mirada escéptica hacia él.D’Angelo podría ofenderse por la pregunta, pero la belleza de esa mujer lo deja con la mente en blanco, lo marea y parece que tiene que repasar sus palabras por un momento en su cabeza para poder responder.—No, pero algo se me ocurrirá —dice con
Hace diez años…Mientras Nora tenía batallas incansables con la madre superiora y el resto de las hermanas, una revolución asolaba a la policía de Italia. El clan Marchetti, de los más poderosos de La Cosa Nostra, estaba haciendo lo que otros no habían intentado: enfrentarse a la policía de forma directa y agresiva, sin contemplaciones; sin importar si sus identidades eran reveladas. Mantener el anonimato ya no le interesaba al nuevo líder del clan: Bernardo Marchetti.Un buen día llegó a la casa a la que Nora lo había llevado, pero esta vez no usaba vaqueros ni una playera roída. Iba con un traje negro, pues tenía que asistir elegante al velorio que quería provocar. Abrió la puerta de una patada y sus hombres entraron, asegurando la zona. Beretta bajó con arma en mano, ya había llamado refuerzos.—¡Beretta! ¡He venido por lo que me pertenece! —gritó Marchetti con sorna, pavoneándose insolente—. Deja de esconderte.—No me escondo —respondió Beretta haciéndole frente, apuntando directo
Después de un desayuno silencioso, D’Angelo decide que bajen a la piscina. El sol está radiante y el cielo despejado. Incluso el agua está tibia. Antes de que le dé tiempo a Franco para entrar al agua, ve a su hermana a lo lejos, acercándose con una mano alzada, saludando. —¿Por qué no entras al agua y cuando me desocupe te alcanzo? —dice con media sonrisa y acaricia el negro cabello de Nora.Esta solo asiente con la cabeza y mientras lo ve partir se dispone a sentarse sobre el borde. Nunca había tenido la oportunidad de aprender a nadar y agregando su estúpida fobia infundada a los tiburones, prefiere mantenerse en la seguridad de la orilla, mojando solo sus piernas hasta las rodillas y dejando que el sol caliente su piel. —¿Cómo va tu luna de miel? —pregunta Sandra viendo a lo lejos a Nora.—Dentro de lo que cabe, para un par de desconocidos, creo que bien —responde D’Angelo viendo en la misma dirección que su hermana. Siempre era grato ver a Nora, lo tenía encantado. —¿Tuvieron
Franco la mantiene a flote al mismo tiempo que la abraza por la cintura, sintiendo la calidez y suavidad de su cuerpo. Su cintura es tan estrecha que da la impresión de que con ambas manos es suficiente para sujetarla. Acaricia con sus labios la piel de sus brazos, es como el roce de terciopelo sobre su boca. Voltea hacia su cuello e inhala el aroma que libera su piel y su cabello. Tenerla cerca era un martirio y un goce.—¿Es un buen momento para decir que tengo miedo a los tiburones? —dice Nora angustiada, ignorando las caricias furtivas de D’Angelo.—¿Qué? —pregunta divertido, olvidando ese momento de seducción—. En la piscina no hay tiburones.—Lo sé… Sé que es tonto, pero… —Nora se despega lo suficiente para poder verlo cara a cara.Se le olvida todo lo que iba a decir cuando se da cuenta del calor que comienza a crecer entre ell