8.

Las manos de Nora se aferran a los hombros de Franco, encajando sus uñas de forma inconsciente. Aunque el dolor es insoportable, sus piernas se abren más y rodean la cadera de D’Angelo, abrazándolo, manteniéndolo cautivo.

—No soy nada para ti, solo un monstruo, pero es cuestión de tiempo para que me ames con desesperación, juro que lo harás —dice Franco en su oído antes de comenzar ese vaivén rítmico que se vuelve una danza dolorosa y al mismo tiempo deleitante.

Nora echa la cabeza hacia atrás con los ojos cerrados, todavía liberando lágrimas de dolor, pero gimiendo de placer, aferrándose a la espalda de Franco, deseando sentir su cuerpo por completo adherido al suyo. El calor aumenta dentro de ella y el miembro de D’Angelo lo siente cada vez más duro y punzante. Se vuelve una lucha en su cabeza, no quiere sucumbir ante el placer, pero una vez que el dolor cede, entonces no hay vuelta atrás, sus caderas se mueven junto con las de él, chocando en perfecta coordinación.

Franco busca
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