Después de un desayuno silencioso, D’Angelo decide que bajen a la piscina. El sol está radiante y el cielo despejado. Incluso el agua está tibia. Antes de que le dé tiempo a Franco para entrar al agua, ve a su hermana a lo lejos, acercándose con una mano alzada, saludando. —¿Por qué no entras al agua y cuando me desocupe te alcanzo? —dice con media sonrisa y acaricia el negro cabello de Nora.Esta solo asiente con la cabeza y mientras lo ve partir se dispone a sentarse sobre el borde. Nunca había tenido la oportunidad de aprender a nadar y agregando su estúpida fobia infundada a los tiburones, prefiere mantenerse en la seguridad de la orilla, mojando solo sus piernas hasta las rodillas y dejando que el sol caliente su piel. —¿Cómo va tu luna de miel? —pregunta Sandra viendo a lo lejos a Nora.—Dentro de lo que cabe, para un par de desconocidos, creo que bien —responde D’Angelo viendo en la misma dirección que su hermana. Siempre era grato ver a Nora, lo tenía encantado. —¿Tuvieron
Franco la mantiene a flote al mismo tiempo que la abraza por la cintura, sintiendo la calidez y suavidad de su cuerpo. Su cintura es tan estrecha que da la impresión de que con ambas manos es suficiente para sujetarla. Acaricia con sus labios la piel de sus brazos, es como el roce de terciopelo sobre su boca. Voltea hacia su cuello e inhala el aroma que libera su piel y su cabello. Tenerla cerca era un martirio y un goce.—¿Es un buen momento para decir que tengo miedo a los tiburones? —dice Nora angustiada, ignorando las caricias furtivas de D’Angelo.—¿Qué? —pregunta divertido, olvidando ese momento de seducción—. En la piscina no hay tiburones.—Lo sé… Sé que es tonto, pero… —Nora se despega lo suficiente para poder verlo cara a cara.Se le olvida todo lo que iba a decir cuando se da cuenta del calor que comienza a crecer entre ell
—¿Estás lista? —pregunta Franco con ternura, viéndola como si fuera una niña pequeña y tierna a la cual quiere proteger. —¿Para qué? —Nora voltea sorprendida hacia él. —Tenemos que salir… —Se pone de pie y se estira. La playera negra que trae puesta se adhiere a la perfección a su torso bien ejercitado y Nora desvía la mirada. «No sé qué me hago si ya tuve sexo con él hasta en la piscina» piensa llena de culpabilidad y cubre su rostro con ambas manos «Y lo peor es que me gustó. ¡Me iré al infierno!». La lucha entre hacer lo que quiere y lo que tiene que hacer se vuelve cada vez más complicada. Tantos años en ese convento hicieron que su forma de pensar fuera reservada y este cambio de vida la está matando. —¿Estás bien? —pregunta Franco colocando la mano en su hombro, viendo su arranque de arrepentimiento. —Sí… eso creo —responde Nora con rostro afligido—. ¿A dónde iremos? —Por ropa, necesitas un vestido. —¿Ya
—Ah… Me tomé la libertad de ponerle la gargantilla de diamantes y una pulsera que hace juego a la perfección, así como las hermosas zapatillas del mismo color que el vestido —añade la vendedora desconcertada por el comportamiento de ambos hermanos.—Lo que sea necesario —dice Franco acariciando la mejilla de Nora, sin dejar de suspirar como un pobre enamorado.Nora baja la mirada, sonrojada, intentando esconder su rostro de él, pero Franco la toma por el mentón y lo evita, haciendo que ella se pierda por completo en sus profundos ojos y ahogarse en sus aguas. D’Angelo se inclina y la besa dulcemente, deleitándose con sus suaves labios. Al principio el resultado es el mismo: ella no es capaz de responder el beso, se resiste, pero la tentación es demasiada y sus labios terminan cediendo con timidez, mientras su mano sube hasta la mejilla de él.—&i
—Gracias, Franco —dice Augusto abrazándolo y dándole unas fuertes palmadas en la espalda.—Sí, gracias, «grandulón» —añade Sandra acercándose por detrás y abrazándolo con el mismo cariño.Para Nora era interesante ver la demostración de afecto entre los hermanos. Los tres eran delincuentes y pertenecían al mismo grupo de escoria que formaba el clan de La Cosa Nostra y, aun así, ante los ojos de la monja, parecían una familia unida y llena de cariño.—Necesito que una de las propiedades que me toque… la pongas a nombre de Nora —dice Franco volteando hacia ella, viéndola pensativo.—¡¿Qué?! —pregunta Nora poniéndose de pie con sorpresa.—¿Tienes alguna en mente? —pregunta Augusto ignorando a la monja.—Una no muy cara
—Supongo que tienes razón. —Sandra levanta los hombros y sonríe divertida—, pero eso depende de cómo sean criados. Por eso Grimaldi quiere conocer a las esposas y si hay hijos, a estos también, para saber si hay una unidad o una familia disfuncional. —Se sienta en la cama y resopla—. Es como nosotros, cuando murió papá respetamos que Franco se volviera la cabeza del clan y no solo eso, que fuera el heredero de todo. ¿Qué fue lo que pasó? A mí me volvió su consejera, que es lo más cercano al jefe del clan, y Augusto se convirtió en el abogado de la familia. Juntos somos imparables.—Por eso necesitas que me comporte como una buena esposa con Franco.—Exacto… Si Grimaldi ve que se llevan bien y que se aman, será más fácil que le dé el puesto a Franco, pero si nota que le temes y lo repudias, pasar&aa
El mafioso levanta los brazos y abre sus ojos con sorpresa. Por un momento se queda pasmado sin saber qué hacer. En todo ese tiempo que habían convivido, Nora nunca había intentado tener un acercamiento así. Franco busca con la mirada de sus hermanos pidiendo auxilio en silencio y, como si lo hubieran ensayado, ambos se dan una palmada en la frente. Cuando por fin Nora se comportaba como esa mujer dulce y cariñosa, Franco había decidido colapsar.—Creo que sería lindo que también me abrazaras —dice Nora levantando el rostro hacia él y susurrando su consejo.—¿Qué está pasando? —pregunta Franco envolviendo a Nora entre sus brazos, sintiendo el calor de su cercanía.—¿No te gustan los abrazos? ¿Es alguna clase de regla entre los mafiosos no aceptarlos? —pregunta Nora con media sonrisa, apoyando su mentón en el ho
—Si quieren, vayan ustedes… yo me quedo con Nora —añade Sandra queriendo evitar algún problema con Grimaldi.—Yo no tengo inconveniente en quedarme sola por un momento —dice Nora acariciando el rostro de Franco, motivándolo a voltear hacia ella—. Estaré bien.—Pero yo no —responde Franco sonriéndole con ternura.—¡Bueno ya! ¡Yo me quedo con Nora! —dice Augusto y toma de las manos a los «tortolitos» para separarlos—. Es más importante que vayas con la consejera. A mí me pueden poner al tanto después —explica empujando a Sandra hacia Franco—. ¡Vayan! Yo cuido de Nora, demandaré a quien se le acerque.—Claro… que buen plan —dice Sandra tomándose del brazo de Franco y dudando de las capacidades de pelea de Augusto.—Bien, s&iacu