El mafioso levanta los brazos y abre sus ojos con sorpresa. Por un momento se queda pasmado sin saber qué hacer. En todo ese tiempo que habían convivido, Nora nunca había intentado tener un acercamiento así. Franco busca con la mirada de sus hermanos pidiendo auxilio en silencio y, como si lo hubieran ensayado, ambos se dan una palmada en la frente. Cuando por fin Nora se comportaba como esa mujer dulce y cariñosa, Franco había decidido colapsar.
—Creo que sería lindo que también me abrazaras —dice Nora levantando el rostro hacia él y susurrando su consejo.
—¿Qué está pasando? —pregunta Franco envolviendo a Nora entre sus brazos, sintiendo el calor de su cercanía.
—¿No te gustan los abrazos? ¿Es alguna clase de regla entre los mafiosos no aceptarlos? —pregunta Nora con media sonrisa, apoyando su mentón en el ho
—Si quieren, vayan ustedes… yo me quedo con Nora —añade Sandra queriendo evitar algún problema con Grimaldi.—Yo no tengo inconveniente en quedarme sola por un momento —dice Nora acariciando el rostro de Franco, motivándolo a voltear hacia ella—. Estaré bien.—Pero yo no —responde Franco sonriéndole con ternura.—¡Bueno ya! ¡Yo me quedo con Nora! —dice Augusto y toma de las manos a los «tortolitos» para separarlos—. Es más importante que vayas con la consejera. A mí me pueden poner al tanto después —explica empujando a Sandra hacia Franco—. ¡Vayan! Yo cuido de Nora, demandaré a quien se le acerque.—Claro… que buen plan —dice Sandra tomándose del brazo de Franco y dudando de las capacidades de pelea de Augusto.—Bien, s&iacu
—Mucho gusto, soy Vera Caruso —extiende su mano hacia Nora.—Ah… mucho gusto —responde Nora limpiándose un par de lágrimas fugitivas esperando que la rubia no se haya dado cuenta.—Es un honor conocer a la mujer que logró capturar a Franco —añade Vera sonriente y se acerca aún más—. Soy una vieja amiga. De hecho, lo conozco desde la infancia.Nora sonríe con dificultad y asiente. La presencia de esa mujer le causa indigestión.—Es curioso, porque nunca me platicó de ti —continúa hablando, recargándose en el barandal, a su lado.—Sí, bueno… Todo fue muy rápido y espontáneo —responde Nora alterada.—¿Espontáneo? —pregunta como si fuera una broma de la cual no sabe si reír o llorar.—¿No es as&
—Solo era una broma —responde Franco volteando hacia ella con la camisa desabotonada—. Me gustas Nora y cada día me gustas más, y no solo por tu belleza. Me atraes de muchas formas. —Se acerca con cada palabra que dice.—Me quieres para ser el líder de La Cosa Nostra… ¿Para qué enamorarme? No lo necesitas, pudimos fingir muy bien.—¿Quieres que se quede en eso? ¿Qué solo te utilice?—¿No es ese el plan? Parece que tú eres él que quiere complicarlo.—¿Lo complico al querer enamorarte?—Ya te dije, no hace falta… —dice Nora levantando el rostro hacia Franco, perdiéndose en esos ojos azules tan intensos—. Pienso comportarme como una buena esposa mientras logras tu objetivo y te mantienes lejos de mi familia.Franco coloca sus manos en el fino cuello de Nora, delineando con la
Franco se apoya en el colchón para levantarse y ver fijamente a Nora. Acaricia su rostro con ternura y sus ojos la examinan con adoración, como si nunca hubiera visto una criatura tan maravillosa y hermosa, era la mirada de un hombre perdidamente enamorado. No hay palabras, solo un silencio, una pelea interna en cada cabeza. Que difícil era sucumbir y aceptar la realidad, pero una vez que se aceptaba, todo se volvía más fácil. Eso lo sabían, pero aún seguían aferrados a la negación. Cuando Franco está a punto de decir algo, la cama cruje tomándolos por sorpresa y golpea el suelo violentamente. Nora se engancha al torso de Franco y este la atrae con un brazo para protegerla, aunque no es necesario, simplemente la cama se había roto. Era un mueble viejo y había recibido los embates de una pareja joven, claramente no resistió. Franco se asoma y ve lo ocurrido: las patas rotas y la base sobre el suelo. —Creo que se rompió la cama —dice con una sonrisa
—Aquí nadie nos ve, no tienes por qué fingir… —dice Franco tomando el rostro de Nora con ternura. Sintiendo que su alma se le rompe en pedazos, temeroso de que solo sea parte del trato entre Sandra y ella.—Te quiero, Franco… No debería… No te lo mereces… —dice Nora posando sus manos sobre las de él, presionándolas contra su rostro—. Me amenazaste, amenazaste a mi familia y me quitaste mi libertad. No te lo mereces… pero te quiero —añade entre sollozos.—Nora… —Franco se acerca un poco más, sin poder creer en sus palabras.—Tengo miedo… Después de haber renunciado a todo, no quiero terminar siendo usada… No quiero… que… de pronto te aburras y te deshagas de mí. No quiero ser una mujer en una habitación de tu casa mientras metes a otras en la cama —dice Nora retroced
Todo lo que había hecho Bernardo por Nora le había generado grandes repercusiones, unas no tan buenas como otras. Unos días se levantaba con ganas de buscarla en ese convento y matarla sin hacer preguntas, otros días anhelaba secuestrarla, sacarla de ahí y llevarla con él, obligarla a amarlo.Después de todos esos años, Bernardo no había encontrado a otra mujer que lo hiciera sentir igual. Al despertar de una noche de pasión y ver a la fémina desnuda a su lado, empezaban a llover todos los «hubiera»: «hubiera huido con ella, no hubiera matado a su padre, le hubiera dicho la verdad desde el principio». Al final, la vida seguía igual con todas sus suposiciones o sin ellas, el daño estaba hecho, ella lo odiaba de la misma forma que él la seguía amando.De pronto su teléfono suena, su timbre lo hace salir de sus cavilaciones. S
Nora regresa a la calma, todo vuelve a su cabeza y por fin sabe dónde está y cómo llegó ahí. Ese sueño siempre la trastornaba. Cubre sus pechos desnudos con las sábanas y recuerda el momento de pasión previo al sueño. Poco a poco regresa a la realidad, pero la preocupación de Franco no aminora. —¿Tuviste una pesadilla? —insiste su esposo, rodeándola entre sus brazos, queriendo arroparla contra su pecho. —Una pesadilla que hace muchos años no tenía —dice Nora acomodando su cabeza a modo de escuchar perfectamente el corazón de Franco—. Una pesadilla muy dolorosa. —¿Quieres contármela? —pregunta Franco aún somnoliento, ahogando un bostezo. —Soñé con el día que perdí a mi padre y me quedé en ese convento… —dice Nora en voz baja y con el corazón roto aprieta con más fuerza la cruz en su mano—. Él fue quien me dio esta cruz, quería protegerme metiéndome a ese lugar, quería que tuviera algo conmigo que me recordara a él y a mi madre, pero… yo… desprecié la cruz, la arrojé queriendo romp
Al mismo tiempo que Nora desaparece de la vista de Franco, una mujer menuda, de cuerpo muy esbelto, cabello castaño rizado amarrado en una coleta y una mirada feroz, entra, contoneando su cadera como si el peso de la placa de policía fuera suficiente para motivar el movimiento. Detrás de ella un par de policías de menor rango la acompañan, viendo todo con desconfianza, como si esperaran una emboscada. —Franco D’Angelo —pronuncia el nombre del mafioso con sorna. —Detective… ¿En que la puedo ayudar? —dice Franco con una sonrisa arrogante y exceso de confianza. —Mirna Esposito —se presenta la detective y se mantiene altiva, viendo a los tres hermanos ante ella—. Vine antes a buscarlo, pero me informaron que estaba de luna de miel. —Así es, me casé la semana pasada. —Felicidades. ¿Dónde está la flamante señora D’Angelo? —pregunta la detective con interés. —Cansada por el viaje. ¿Qué necesita detective? —pregunta molesto, pero con una