Tres años después.
Nina suspiró, mientras el cansancio delicioso que seguía al clímax se adueñaba de su cuerpo.
Era su décimo aniversario de bodas, y Jake la había sorprendido con una pequeña cabaña en los Alpes Suizos, un viaje familiar para los niños… ¡con sus tíos! y dos semanas para ellos solitos, como la pareja de tórtolos que se merecían ser por estar criando a cinco huracanes… perdón, cinco hijos.
Se dio la vuelta y se acurrucó contra el costado de Jake, que la atrajo hacia su cuerpo con un gesto posesivo y sensual.
—Eso realmente estuvo muy bien… —murmuró.
—¿Muy bien? ¿¡Solo muy bien…!? ¡Oye, tu marido todavía es un semental! ¡No puedes quejarte…! —protestó Jake y Nina se lev
Nueva York Cuando Jacob* Liberman atravesó la puerta del Spectrum, fue como si cada persona del club le hiciera una reverencia. Después de todo era socio de la mitad de él y había ayudado a Gerry Kent a abrir una nueva y mejorada versión del Spectrum en Nueva York. —¡Tú de verdad disfrutas esto! —casi se burló su mejor amigo, la otra cara de Sheffield & Lieberman Asocs. —¿Qué quieres que te diga? ¡Traigo el ego en la sangre! Cuarta generación de magnates de la industria minera… —¡De los que te apartaste para seguir tu propio camino! —Connor Sheffield no tenía pelos en la lengua—. Así que por ahora eres el hijo renegado, el insolente, el ingobernable… —El único —replicó Jake levantando una ceja sugerente—. Le guste al viejo o no, soy su único hijo, y los Lieberman no son de los que donan todo a la beneficencia. No se sentaron en uno de los reservados, sino en «el» reservado principal, uno que habían hecho solo para él. En p
«¿Un…un… idiota bilingüe?» Para ser uno de los mejores abogados del país, Jacob Lieberman tenía instintos demasiado extremos y aquella mujer le despertaba todos a la vez, en especial porque podía sentir todo de ella: la curva de su cuerpo mientras se arqueaba contra la barra del bar, el calor en su vientre, el temblor en sus piernas, la inexistencia absoluta de su respiración… —¡Mierd@! Te juro que no me provocas ni una sola buena decisión —murmuró muy cerca de su cara, acariciándole el labio inferior con el pulgar—. Es como si solo pudiera besarte o matarte. Nina sintió un nudo en el estómago que estaba lejos de tener algo que ver con el miedo. —Qué poca imaginación tienes… —respondió—. También se puede matar a besos… Jake ladeó la cabeza, y sintió que el cuerpo se le hacía de mantequilla. No era capaz de describir las cosas estúpidas que esa chiquilla le hacía sentir, y lo peor de todo era eso, que él era un hombre he
Connor estaba en el quinto sueño cuando su teléfono comenzó a sonar, pero contestar ya era un acto reflejo para él, y por suerte lo hizo, porque al otro lado de la línea escuchó la voz contenida de Jacob.—¿Connor?—¿Jake? ¿Qué pasa? —preguntó medio dormido.—Necesito que vengas por mí.Connor miró la hora en su reloj y bufó con fastidio.—¡No jodas, Jake! ¡Son las tres de la madrugada! ¡Toma un maldito taxi…!—Estoy en la comisaría, en el Precinto 64 —gruñó Jake interrumpiéndolo y Connor se sentó en la cama de golpe.—¿Tienes un cliente? —Fue lo primero que le llegó a la cabeza, pero las siguientes palabras de su amigo lo descolocaron.—Estoy preso.—¡¿Preso?! ¡&iques
Para Nina Smith, el verdadero pecado de la carne… era que no hubiera ninguna para comer. Y de eso sí sabía mucho. Había pasado suficiente trabajo en la vida a su corta edad, como para que un momento incómodo con un desconocido sexi no le quitara el sueño. Que un hombre como aquel se encaprichara con ella era casi un elogio, pero hacerle la maldad de dejarlo desnudo en un callejón, era suficiente como para alegrarle las dos semanas que pasaría alejada de sus amigos.Por suerte Jayden la conocía lo suficiente como para ir directamente a hablar con Gerry Kent, el otro socio del club, en cuanto la había visto salir. Y como los pedidos de tragos que Nina generaba eran escandalosos, Gerry dio el asunto por zanjado con independencia de lo que pudiera suceder entre ella y Jake. Eso sí, fue lo bastante inteligente como para pedirle a Jayden que la volviera a llevar al menos un par de veces al me
Se arrepintió en el mismo momento en que aquellas palabras salieron de su boca. Era una estupidez, lo sabía, un rezago de la mala vibra de su madre, pero ya lo había soltado. Esperó la bofetada, sabía que se la merecía; esperó la indignación, los gritos… pero nada de eso llegó. Y cuando Jacob Lieberman abrió los ojos, lo que encontró en los de Nina fue mil veces peor. Una mezcla de decepción con desprecio que la muchacha ni siquiera se molestaba en disimular. —¿Eso te mantiene la autoestima en su sitio? —le escupió con una serenidad horripilante—. ¿Creer que si no quiero acostarme contigo, no es por ti mismo, sino porque me estoy acostando con tu padre? Jake apretó las mandíbulas y negó. —Lo siento, fue una estupidez dec… —¿Sabes qué? Hasta ahora tu arrogancia casi había rayado en lo sexi, pero en este justo momento solo eres un imbécil pedante que no sabe controlar su ego. —Nina… —Será mejor que me sueltes —sent
Nina suspiró con aburrimiento. Odiaba aquel tipo de fiestas: todo el mundo estirado, agarrando las copas con las puntas de los dedos como si fueran dioses… ¡Y al final eran tan trágicamente mortales que no podían evitar caer en las peores tentaciones! Había pasado media noche escapando de un imbécil con complejo napoleónico, que no dejaba de sonreírle como si fuera irresistible. Y de verdad lo era, pero no en el buen sentido. Por suerte o por desgracia, aquel gesto incómodo en la expresión de Theodore fue su carta de salida. Se acercó a él y esperó a que se quedara solo para hablarle. —¿Te sientes mal? El viejo negó con cansancio. —Son estas maldit@s cenas llenas de estúpidos, que me ponen incómodo —murmuró. —Cualquiera diría que estabas acostumbrado. —Precisamente. Pero ya hasta dolor de cabeza me dan. —¿Quieres venir conmigo al despacho por un calmante? Tengo autorización para secuestrarte siempre que sea por motivos
Increíblemente, aquel «OK» que salió por entre los labios apretados de su hijo, logró calmar a Theodore Lieberman. Jake siempre había sido un espíritu rebelde, pero cuando acordaba algo, aunque lo hiciera a regañadientes, siempre cumplía con su palabra. Lo vio salir de la casa con el mismo paso firme de cuando se frustraba y fue a buscar a la otra contendiente. Al parecer los conocía bastante a los dos para saber cómo reaccionarían, y tal como había esperado, Nina estaba anidando en su sillón del despacho. —¿Mal día? —preguntó con un suspiro, mientras se sentaba frente a ella. La muchacha hizo un puchero involuntario y se encogió de hombros. Estaba cansada, malhumorada y sabía absolutamente todo lo que había hecho mal. —Escucha, Nina, sé que todavía estás incómoda por lo que sucedió anoche, o los últimos días… o los últimos dos años… ¡yo qué sé! —Se agobió Theodore—. Pero no la pagues con Jacob, por favor. —No fue mi intención ser gros
Desesperado, ansioso, agobiado por cada mal pensamiento que había en el mundo. Esa era la descripción perfecta para Jacob Lieberman cuando se dio cuenta de que Nina estaba desaparecida. Porque por desgracia esa era la palabra: estaba desaparecida. —Pero ¿cómo no se te ocurrió buscarla? —le reclamó Jake a su padre mientras se mesaba los cabellos. —Bueno yo… pensé que estaban tratando de llevarse bien… —murmuró Theodore. —¿Durante todo el día? ¿Crees que Nina se hubiera olvidado de ti todo el día? El rostro de Theodore se ensombreció porque su hijo tenía razón, Nina jamás había pasado más de dos horas sin revisarlo. Pero él tenía tantas cosas en la cabeza que simplemente se había encerrado en el despacho y había evitado hablar con nadie. ——¡Pues no me di cuenta, hijo, no me di cuenta! ¿Qué quieres que te diga…? —se desesperó—. ¡Pero vamos a buscarla, vamos! Jake no se lo hizo repetir. A grandes zancadas llegó hasta la habitación