Se arrepintió en el mismo momento en que aquellas palabras salieron de su boca. Era una estupidez, lo sabía, un rezago de la mala vibra de su madre, pero ya lo había soltado. Esperó la bofetada, sabía que se la merecía; esperó la indignación, los gritos… pero nada de eso llegó. Y cuando Jacob Lieberman abrió los ojos, lo que encontró en los de Nina fue mil veces peor.
Una mezcla de decepción con desprecio que la muchacha ni siquiera se molestaba en disimular.
—¿Eso te mantiene la autoestima en su sitio? —le escupió con una serenidad horripilante—. ¿Creer que si no quiero acostarme contigo, no es por ti mismo, sino porque me estoy acostando con tu padre?
Jake apretó las mandíbulas y negó.
—Lo siento, fue una estupidez dec…
—¿Sabes qué? Hasta ahora tu arrogancia casi había rayado en lo sexi, pero en este justo momento solo eres un imbécil pedante que no sabe controlar su ego.
—Nina…
—Será mejor que me sueltes —sentenció la chica sin una gota de emoción en la voz—. Digo, a menos que pienses violarme, porque puedo garantizarte que no voy a responderte ni un solo beso más.
Y Jacob supo que era cierto, lo tenía escrito en el rostro. La había cagado en grande y eso no se le olvidaría en ningún momento cercano. Así que prefirió soltarla.
—De verdad lo siento, no quise decir eso, solo se me salió… —dijo pasándose la mano por la cabeza, mientras la veía recoger las sábanas del suelo y lanzarlas sobre la cama.
—Eso no me extraña. Acabas de hablar con tu madre ¿no?
El antagonismo estaba implícito, y Jake estaba seguro de Meredith no le había hecho la vida fácil a la muchacha.
—Ella… ella parece creer que tú serías capaz de hacer ese tipo de cosas por mi padre.
Nina arrugó el ceño ante aquel eufemismo tan rebuscado y se plantó frente a él.
—Por tu padre yo haría lo que fuera, ¿está claro? —siseó—. Lo que ese hombre quisiera, cualquier cosa que saliera de su boca, cualquier cosa que me pidiera se la daría. ¿Sabes por qué? Porque estoy convencida de que «acostarme con él» jamás será una de ellas. A diferencia de ti, tu padre me respeta, me aprecia, y me quiere. Y si eso no les agrada a tu madre o a ti, pues tienen doble trabajo los dos, porque te aseguro que no voy a irme a ningún lado.
Jake se mordió el labio inferior mientras veía a la leona despertar en el interior de Nina, y aquella sinceridad desafiante salirle por cada poro.
—Lo lamento…
—Lárgate de mi cuarto —dijo ella descorriendo el seguro de la puerta—. Si creíste que era mala por dejarte desnudo frente a la policía, es porque no sabes hasta dónde puede llegar mi imaginación. ¡Vete!
Y Jake se fue, era mejor no enfrentarla sabiendo que no tenía razón, pero si creyó que la admisión de aquel error lo dejaría dormir tranquilo el resto de la noche, estaba completamente equivocado. No dejó de dar vueltas, de pensar en la forma tan tajante y honesta en que le hablaba, y sobre todo en la manera tan especial que tenía de que él no le importara para nada.
Debían ser las siete de la mañana cuando por fin se decidió a salir de su habitación, pasó por la cocina por un café y se dirigió al despacho de su padre. Era madrugador así que no había forma de que no estuviera despierto.
Sin embargo, cuando atravesó la puerta se topó con que no era el único que estaba allí.
—¿Te dolió? —preguntaba Nina, sacando la aguja del brazo de su padre.
—Para nada, tienes manos de ángel —respondió Theodore alcanzando su mano libre y palmeándola con cariño.
—Más me vale, porque con dos de estas diarias te voy a convertir en un colador —suspiró Nina y tiró la jeringa al bote de la basura.
—¡Hijo! —exclamó Theodore levantándose para abrazarlo, y Jake le respondió con cariño, aunque sabía que solo duraría hasta que mencionaran la sucesión del imperio Lieberman—. ¡Qué gusto me da verte!
—A mí también me da gusto verte, viejo. ¿Te sientes bien?
—Eso debería preguntártelo yo, ya supe que esta señorita te lo ha hecho pasar mal —respondió su padre y Jake le dirigió una mirada asesina a la muchacha.
—¿Se lo tenías que contar todo? ¿No podías aguantarte la lengua? —gruñó y su padre arrugó el entrecejo.
—Tu padre se refiere a que anoche te confundí con un ladrón —siseó Nina abriéndole los ojos para que no fuera a decir ninguna estupidez, pero era demasiado tarde, porque a Theodore Lieberman no se le escapaba nada.
—¿Cómo que «todo»? —preguntó frunciendo el ceño y Jake quiso que la tierra se lo tragara—. ¿Ustedes ya se conocían?
Nina se concentró en recoger su pequeña maleta médica mientras Jake intentaba dar una explicación.
—Bueno… nos conocimos en mi club hace dos noches…
—¿Tienes un club? —lo interrumpió su padre y Jake asintió.
—Sí, tengo uno… El caso es que Nina fue y yo… bueno me propasé un poco con ella...
Theodore Liberman dio un paso atrás, evidentemente disgustado.
—¿Por qué no me habías dicho nada, Nina? —preguntó girándose hacia ella—. ¿Qué pasó?
—No pasó nada, Theo —respondió la muchacha y Jake se dio cuenta de que le hablaba con familiaridad.
—Pero él acaba de decir que se propasó…
—Tu hijo cree que invitarme a una copa y ponerse insistente ya cuenta como propasarse —le aseguró Nina, restándole importancia—, pero te aseguro que no pasó nada más. Criaste a un buen chico. —Le dio una palmada en el hombro y recogió su maletín—. Voy por un café, con permiso.
Theodore estaba a punto de pedirle que no se fuera, que se quedara con ellos, cuando la figura inquieta del ama de llaves se asomó a la puerta.
—Nina, la señora Lieberman quiere verte.
Automáticamente los dos hombres en aquella habitación se giraron hacia ella y arrugaron el ceño.
—¿Sabes para qué? —preguntó Nina, ahorrándoles el trabajo de interrogarla.
—Está reuniendo a todo el personal de la casa. Y tú eres parte del personal ¿no? —La lealtad de la señora Pierce siempre había estado con la dueña de la casa, así que Nina había recibido de ella más de un desplante en los últimos años.
Resopló, apartándose el cabello del rostro, y fue tras el ama de llaves con paso firme.
Theodore Lieberman apretó las mandíbulas con impotencia y miró a su hijo durante un segundo.
—Dame un momento, Jacob. Déjame ver de qué se trata esto… —murmuró saliendo del despacho detrás de ellas, porque tenía un mal presentimiento, y al parecer Jake también lo compartía porque no se quedó a esperarlo.
Para cuando llegaron a la sala, Meredith ya tenía al personal reunido y estaba dando órdenes.
—La cena de esta noche tiene que ser perfecta. Le estamos dando la bienvenida a mi hijo, así que vendrán varios invitados importantes —decía—. Ya todos saben lo que tienen que hacer, el chef invitado ya tiene su menú, así que procuren obedecerlo en todo. Decidí no contratar camareros porque son pocos invitados, pero quiero que cada uno esté bien atendido. Margarita estará en la terraza encargada de la champaña, lo mismo Josh en el salón principal y Nina en el comedor para asistir la cena.
Jake pudo reconocer el intento de humillación apenas escuchó aquello, su madre no cambiaba, pero antes de que nadie pudiera decir una sola palabra vio que Nina arrugaba el ceño.
—Disculpe, señora Lieberman… ¿Me estoy equivocando o quiere que esta noche le haga de camarera? —preguntó con claridad.
—Esta noche tenemos una cena importante y todo el servicio debe ayudar. Y tú eres parte de la servidumbre de esta casa. ¿O se te olvidó? —siseó Meredith, levantando una barbilla altanera delante de ella.
—¡Meredith! ¿Qué estás haciendo? —gruñó su padre y Jake sabía que iba a enojarse con toda la razón.
—Solo le estoy encargando una tarea a la chica —replicó su madre—. Si es parte de la servidumbre de la casa entonces tiene que ay…
—¡Ella no tiene que hacer nada! —sentenció Theodore—. Ella no es parte del servicio, es mi acompañante médica, si necesitas camareros contrátalos, que para eso hay dinero…
—No te preocupes, Theo. —Nina alzó la voz y no se molestó con las formalidades, porque sabía que aquello sacaba de quicio a Meredith—. Si tengo pulso para encajar una aguja, tengo pulso para llevar una bandeja de champaña. Claro, si nos ponemos de acuerdo en el precio, señora Lieberman, porque exactamente como acaba de decir Theo, a mí me contrataron como acompañante médica, no como camarera, y mis horas extras las cobro muy pero muy caras.
Meredith Lieberman se puso más roja que una bolsa de sangre y Jake supo que a menos que interviniera, aquello acabaría en desastre.
—¡Bueno ya! ¡Suficiente! —exclamó—. Mamá, el trabajo de Nina es cuidar de la salud de mi padre, eso es más importante que andar sirviendo champaña. Ya déjala en paz —dijo haciéndole un gesto a Nina para que se fuera y la chica no demoró ni un segundo en obedecer, porque también veía el escándalo muy cerca.
Theodore se retiró protestando entre dientes y Meredith retó a su hijo con la mirada por un momento, sin conseguir de él ni una sola reacción.
Conversar con su padre en medio de aquellos preparativos se convirtió para Jake en una misión imposible. La casa era un revuelo de cortinas y manteles y Jacob ya se imaginaba quiénes exactamente serían los distinguidos invitados de su madre: varias familias que también tenían residencias de descanso en la zona, de preferencia con hijas en edad de parir. Y entre ellos no debían faltar Damian y Danielle, los insoportablemente mimados herederos de los Campbell. Damian era un idiota petulante y Danielle era una fresa engreída. Y Jake no toleraba a ninguno de los dos.
Pasó el día esquivando a su madre, y lo único que sí pudo ver fue que Nina apenas se despegaba de su padre. Lo revisaba al menos una vez cada dos horas, administraba sus medicamentos y procuraba estar siempre vigilante sin molestarlo. Parecía que tenía pequeños nidos hechos por toda la casa: un sillón en un rincón del despacho, un cojín en una esquina de la terraza. A donde fuera Theodore ella iba también, pero solo interactuaba con él para revisarlo, se notaba que procuraba hacerse invisible.
Incluso cuando empezaron a recibir a los invitados, se sentó en una de las sillas alejadas del salón, pero siempre atenta a los movimientos de su padre. No parecía tener otra intención que cuidarlo y eso lo preocupó. ¿Su padre realmente estaba peor de lo que le habían dicho o…?
—Jacob, querido, ven a saludar, por favor —le pidió su madre sacándolo de sus pensamientos, y dos minutos después Jake se vio rodado por los insufribles de los Campbell.
Meredith parecía encantada con ver a Danielle pegada a su brazo como una garrapata, y Jake se puso incómodo en el mismo segundo en que vio a Damian centrar su atención en Nina. Estuvo a punto de intervenir cuando lo vio llevarle una copa de champaña, que Nina agradeció amablemente, pero que no se bebió, sino que dejó sobre cualquier mesa mientras lo esquivaba para ir al otro extremo del salón.
Al parecer los gemelos Campbell tenían en común la insistencia, porque tal como Danielle trataba de llamar su atención, el fastidioso de Damian parecía perseguir a Nina a donde quiera que fuera.
—Damian —escuchó a su padre llamarlo—, la muchacha está trabajando.
—Señor Lieberman —lo saludó el hombre, que no debía pasar de los treinta años—, solo es un interés inofensivo.
—Y unilateral —le gruñó Theodore—. Déjala en paz.
Fue la conversación más breve que Jake había escuchado esa noche, pero la amenaza estaba implícita. Sin embargo, tenía la corazonada de que había sido inútil, y cuando se dio cuenta de que lo había perdido de vista, su primer instinto fue buscar a Nina. Sus ojos vagaron por el salón, alrededor de su padre, por todos lados, pero no pudo encontrarla.
—Jake, ¿pasa algo? —escuchó la voz chillona de Danielle y por primera vez le prestó atención.
—¿Dónde está tu hermano? —le gruñó la pregunta y la chica se encogió de hombros.
—¡Y yo qué sé! Seguro por ahí, rompiendo corazones… Su lema es: «uno por noche», y creo que esta noche ya encontró el suyo ¿sí me entiendes?
Jake hizo una mueca de asco ante el desparpajo de aquella mujer.
—¿Te refieres a la chica que lo ha estado evitando toda la noche? —siseó con desprecio.
—¡Por favor! Damian es un galanazo, nadie lo evita —aseguró Danielle—, ¡y nadie le dice que no!
Jake se mordió los labios para no insultar a aquella estúpida engreída, y la dejó con la palabra en la boca para ir a buscar a su padre.
—¡Papá!
—¿Jake?
—Oye, ¿sabes dónde está Nina? —le preguntó apurado y su padre arrugó el ceño.
—La mandé a buscarme un calmante… me quiere doler la cabeza…
—¿A dónde la mandaste?
—¿Qué…?
—¿¡A dónde la mandaste, papá!? ¿A su habitación? ¿Al despacho? ¡¿A dónde?! —lo apremió su hijo.
—Al despacho… creo que fue al despacho…
—¡M@ldición! —gruñó Jake saliendo disparado hacia el despacho.
—¡Jacob!
Pero Theodore Lieberman no pudo decir nada más, porque ya Jake corría escaleras arriba como si su vida dependiera de ello.
Nina suspiró con aburrimiento. Odiaba aquel tipo de fiestas: todo el mundo estirado, agarrando las copas con las puntas de los dedos como si fueran dioses… ¡Y al final eran tan trágicamente mortales que no podían evitar caer en las peores tentaciones! Había pasado media noche escapando de un imbécil con complejo napoleónico, que no dejaba de sonreírle como si fuera irresistible. Y de verdad lo era, pero no en el buen sentido. Por suerte o por desgracia, aquel gesto incómodo en la expresión de Theodore fue su carta de salida. Se acercó a él y esperó a que se quedara solo para hablarle. —¿Te sientes mal? El viejo negó con cansancio. —Son estas maldit@s cenas llenas de estúpidos, que me ponen incómodo —murmuró. —Cualquiera diría que estabas acostumbrado. —Precisamente. Pero ya hasta dolor de cabeza me dan. —¿Quieres venir conmigo al despacho por un calmante? Tengo autorización para secuestrarte siempre que sea por motivos
Increíblemente, aquel «OK» que salió por entre los labios apretados de su hijo, logró calmar a Theodore Lieberman. Jake siempre había sido un espíritu rebelde, pero cuando acordaba algo, aunque lo hiciera a regañadientes, siempre cumplía con su palabra. Lo vio salir de la casa con el mismo paso firme de cuando se frustraba y fue a buscar a la otra contendiente. Al parecer los conocía bastante a los dos para saber cómo reaccionarían, y tal como había esperado, Nina estaba anidando en su sillón del despacho. —¿Mal día? —preguntó con un suspiro, mientras se sentaba frente a ella. La muchacha hizo un puchero involuntario y se encogió de hombros. Estaba cansada, malhumorada y sabía absolutamente todo lo que había hecho mal. —Escucha, Nina, sé que todavía estás incómoda por lo que sucedió anoche, o los últimos días… o los últimos dos años… ¡yo qué sé! —Se agobió Theodore—. Pero no la pagues con Jacob, por favor. —No fue mi intención ser gros
Desesperado, ansioso, agobiado por cada mal pensamiento que había en el mundo. Esa era la descripción perfecta para Jacob Lieberman cuando se dio cuenta de que Nina estaba desaparecida. Porque por desgracia esa era la palabra: estaba desaparecida. —Pero ¿cómo no se te ocurrió buscarla? —le reclamó Jake a su padre mientras se mesaba los cabellos. —Bueno yo… pensé que estaban tratando de llevarse bien… —murmuró Theodore. —¿Durante todo el día? ¿Crees que Nina se hubiera olvidado de ti todo el día? El rostro de Theodore se ensombreció porque su hijo tenía razón, Nina jamás había pasado más de dos horas sin revisarlo. Pero él tenía tantas cosas en la cabeza que simplemente se había encerrado en el despacho y había evitado hablar con nadie. ——¡Pues no me di cuenta, hijo, no me di cuenta! ¿Qué quieres que te diga…? —se desesperó—. ¡Pero vamos a buscarla, vamos! Jake no se lo hizo repetir. A grandes zancadas llegó hasta la habitación
Jake sabía lo que tenía que hacer… o al menos creía que lo sabía. Cuando el suelo de madera se hundió bajo sus pies, supo que el peso de todo aquello caería sobre Nina; y también supo que tenía una resistencia de agua aproximadamente de seis metros para frenar todo lo que se hundía, en especial el mueble. La linterna parpadeó un par de veces antes de apagarse completamente en la oscuridad del agua, pero fue más que suficiente para encontrarla y pasar un brazo alrededor de su torso. Sacarla por arriba era imposible, y antes de dejar que se ahogara lentamente, era mejor intentar salir por el agua. Aquellos cuatro metros por debajo de la casa, sorteando escombros hacia el trozo de luz que desprendían las farolas del muelle, se le hicieron a Jake absurdamente eternos. Pataleó con toda la fuerza que tenía, peleó para llegar a la superficie y dio gracias a Dios porque ninguno de los escombros los lastimara demasiado. Su boca se abrió desesperadament
Diez minutos. No parecía demasiado tiempo, pero diez minutos eran infinitos si veías a alguien que amabas colapsar frente a tus ojos. Y para Jake era la segunda vez en el mismo día. ¿Cómo Nina tenía el pulso para enfrentar aquello después de casi morirse ella misma hacía menos de media hora? Él no tenía ni idea, pero lo cierto era que allí estaba, batallando para sacar a su padre de una evidente crisis. —¡Vamos, Theo, ayúdame! Tienes que tranquilizarte… Respira despacio… eso. —Le hizo un gesto a Jake para que le alcanzara el tanque de oxígeno que guardaba en uno de los muebles y lo conectó a la mascarilla antes de ponérsela al anciano—. Eso, Theo. Respira despacito. Ya viene la ambulancia. La mirada de Theodore la recorrió a ella y luego a Jake y su hijo le tomó una mano. —Está bien, viejo. Ella está bien. No le pasó nada —le aseguró. —¿T-tú…? —balbuceó su padre. —¿Yo? ¡Yo estoy entero! Los dos estamos bien, ¿de acuerdo? Tienes
Ver a Theodore Lieberman sedado, ojeroso y tan deteriorado de salud, era probablemente una de las cosas que Nina más había sentido en su vida. Había apreciado a algunas personas, quería a Jayden, pero a Theo lo adoraba. En poco más de dos años aquel anciano se había convertido en lo más parecido a un padre que la muchacha había tenido en su vida, y saber que le quedaban solo unos pocos meses con él le rompía el corazón. Pero peor que eso era que le pidiera que no le dijera nada a Jake. Ocultárselo a la bruja de su mujer no le molestaba, pero Jake era otra cosa. Nina lo había creído un patán arrogante, pero le había demostrado ser mucho más que eso. La verdad era que ni siquiera se entendía cuando estaba con él, era como vivir en una montaña rusa constante, pero al menos creía que era una buena persona. —Yo no… no puedo ocultarle esto a su familia —murmuró mientras uno de los médicos, que tenía el apellido Mason bordado en la bata médica, apuntaba los valores
No había gesto, expresión o mueca que pudiera exteriorizar todo lo que Jake estaba pensando en ese momento. ¡Era una loca! ¡Aquella mujer tenía que ser una puñetera loca! O mejor dicho, siempre lo había sido, pero últimamente parecía que tenía perdido hasta el último tornillo. Miró a Nina, cuya expresión era absolutamente neutral. No movía ni un solo músculo, no decía ni una sola palabra. —Nina… —No pasa nada —murmuró ella, pero en contradicción a sus palabras, sus nudillos de habían puesto lívidos de apretar con tanta fuerza la baranda de la terraza. —¡Sí, sí pasa! ¡Y créeme que esto no se va a quedar así! —gruñó mientras se daba la vuelta y caminaba hacia el pequeño estudio que tenía su madre. ¡Solo Dios sabía por qué si esa mujer no había trabajado en su vida! Una parte de Nina estaba complacida por el escándalo que vendría, pero la otra solo estaba preocupada de que fueran a poner a Theodore peor de lo que ya estaba, así que salió
Jake puso una carita con la que bien hubiera podido interpretar al gato de Shreck, incluso le añadió un puchero que le arrancó a Nina una sonrisa de condescendencia.—Tienes un ingenio poderoso… pero no se te va a hacer, Jake —le aseguró negando.—¡Oye! ¡No es ingenio! La diseñadora me pidió tus medidas y las necesito para tu ropa nueva.Nina se bajó de la cama intentando aguantarse la mueca de sorpresa.—¡Pero claro que no! ¿Yo para qué quiero la ropa de una diseñadora? —protestó—. A mí con lo que hay ahí mismo en el supermercado me va bien…—Y yo lo sé, yo lo sé… —aseguró Jake restándole importancia—. De hecho solo le pedí unos jeans y unos suéteres, pero igual necesito las medidas porque si tu trasero luego no cabe en un je