Nina suspiró con aburrimiento. Odiaba aquel tipo de fiestas: todo el mundo estirado, agarrando las copas con las puntas de los dedos como si fueran dioses… ¡Y al final eran tan trágicamente mortales que no podían evitar caer en las peores tentaciones!
Había pasado media noche escapando de un imbécil con complejo napoleónico, que no dejaba de sonreírle como si fuera irresistible. Y de verdad lo era, pero no en el buen sentido.
Por suerte o por desgracia, aquel gesto incómodo en la expresión de Theodore fue su carta de salida. Se acercó a él y esperó a que se quedara solo para hablarle.
—¿Te sientes mal?
El viejo negó con cansancio.
—Son estas maldit@s cenas llenas de estúpidos, que me ponen incómodo —murmuró.
—Cualquiera diría que estabas acostumbrado.
—Precisamente. Pero ya hasta dolor de cabeza me dan.
—¿Quieres venir conmigo al despacho por un calmante? Tengo autorización para secuestrarte siempre que sea por motivos
Increíblemente, aquel «OK» que salió por entre los labios apretados de su hijo, logró calmar a Theodore Lieberman. Jake siempre había sido un espíritu rebelde, pero cuando acordaba algo, aunque lo hiciera a regañadientes, siempre cumplía con su palabra. Lo vio salir de la casa con el mismo paso firme de cuando se frustraba y fue a buscar a la otra contendiente. Al parecer los conocía bastante a los dos para saber cómo reaccionarían, y tal como había esperado, Nina estaba anidando en su sillón del despacho. —¿Mal día? —preguntó con un suspiro, mientras se sentaba frente a ella. La muchacha hizo un puchero involuntario y se encogió de hombros. Estaba cansada, malhumorada y sabía absolutamente todo lo que había hecho mal. —Escucha, Nina, sé que todavía estás incómoda por lo que sucedió anoche, o los últimos días… o los últimos dos años… ¡yo qué sé! —Se agobió Theodore—. Pero no la pagues con Jacob, por favor. —No fue mi intención ser gros
Desesperado, ansioso, agobiado por cada mal pensamiento que había en el mundo. Esa era la descripción perfecta para Jacob Lieberman cuando se dio cuenta de que Nina estaba desaparecida. Porque por desgracia esa era la palabra: estaba desaparecida. —Pero ¿cómo no se te ocurrió buscarla? —le reclamó Jake a su padre mientras se mesaba los cabellos. —Bueno yo… pensé que estaban tratando de llevarse bien… —murmuró Theodore. —¿Durante todo el día? ¿Crees que Nina se hubiera olvidado de ti todo el día? El rostro de Theodore se ensombreció porque su hijo tenía razón, Nina jamás había pasado más de dos horas sin revisarlo. Pero él tenía tantas cosas en la cabeza que simplemente se había encerrado en el despacho y había evitado hablar con nadie. ——¡Pues no me di cuenta, hijo, no me di cuenta! ¿Qué quieres que te diga…? —se desesperó—. ¡Pero vamos a buscarla, vamos! Jake no se lo hizo repetir. A grandes zancadas llegó hasta la habitación
Jake sabía lo que tenía que hacer… o al menos creía que lo sabía. Cuando el suelo de madera se hundió bajo sus pies, supo que el peso de todo aquello caería sobre Nina; y también supo que tenía una resistencia de agua aproximadamente de seis metros para frenar todo lo que se hundía, en especial el mueble. La linterna parpadeó un par de veces antes de apagarse completamente en la oscuridad del agua, pero fue más que suficiente para encontrarla y pasar un brazo alrededor de su torso. Sacarla por arriba era imposible, y antes de dejar que se ahogara lentamente, era mejor intentar salir por el agua. Aquellos cuatro metros por debajo de la casa, sorteando escombros hacia el trozo de luz que desprendían las farolas del muelle, se le hicieron a Jake absurdamente eternos. Pataleó con toda la fuerza que tenía, peleó para llegar a la superficie y dio gracias a Dios porque ninguno de los escombros los lastimara demasiado. Su boca se abrió desesperadament
Diez minutos. No parecía demasiado tiempo, pero diez minutos eran infinitos si veías a alguien que amabas colapsar frente a tus ojos. Y para Jake era la segunda vez en el mismo día. ¿Cómo Nina tenía el pulso para enfrentar aquello después de casi morirse ella misma hacía menos de media hora? Él no tenía ni idea, pero lo cierto era que allí estaba, batallando para sacar a su padre de una evidente crisis. —¡Vamos, Theo, ayúdame! Tienes que tranquilizarte… Respira despacio… eso. —Le hizo un gesto a Jake para que le alcanzara el tanque de oxígeno que guardaba en uno de los muebles y lo conectó a la mascarilla antes de ponérsela al anciano—. Eso, Theo. Respira despacito. Ya viene la ambulancia. La mirada de Theodore la recorrió a ella y luego a Jake y su hijo le tomó una mano. —Está bien, viejo. Ella está bien. No le pasó nada —le aseguró. —¿T-tú…? —balbuceó su padre. —¿Yo? ¡Yo estoy entero! Los dos estamos bien, ¿de acuerdo? Tienes
Ver a Theodore Lieberman sedado, ojeroso y tan deteriorado de salud, era probablemente una de las cosas que Nina más había sentido en su vida. Había apreciado a algunas personas, quería a Jayden, pero a Theo lo adoraba. En poco más de dos años aquel anciano se había convertido en lo más parecido a un padre que la muchacha había tenido en su vida, y saber que le quedaban solo unos pocos meses con él le rompía el corazón. Pero peor que eso era que le pidiera que no le dijera nada a Jake. Ocultárselo a la bruja de su mujer no le molestaba, pero Jake era otra cosa. Nina lo había creído un patán arrogante, pero le había demostrado ser mucho más que eso. La verdad era que ni siquiera se entendía cuando estaba con él, era como vivir en una montaña rusa constante, pero al menos creía que era una buena persona. —Yo no… no puedo ocultarle esto a su familia —murmuró mientras uno de los médicos, que tenía el apellido Mason bordado en la bata médica, apuntaba los valores
No había gesto, expresión o mueca que pudiera exteriorizar todo lo que Jake estaba pensando en ese momento. ¡Era una loca! ¡Aquella mujer tenía que ser una puñetera loca! O mejor dicho, siempre lo había sido, pero últimamente parecía que tenía perdido hasta el último tornillo. Miró a Nina, cuya expresión era absolutamente neutral. No movía ni un solo músculo, no decía ni una sola palabra. —Nina… —No pasa nada —murmuró ella, pero en contradicción a sus palabras, sus nudillos de habían puesto lívidos de apretar con tanta fuerza la baranda de la terraza. —¡Sí, sí pasa! ¡Y créeme que esto no se va a quedar así! —gruñó mientras se daba la vuelta y caminaba hacia el pequeño estudio que tenía su madre. ¡Solo Dios sabía por qué si esa mujer no había trabajado en su vida! Una parte de Nina estaba complacida por el escándalo que vendría, pero la otra solo estaba preocupada de que fueran a poner a Theodore peor de lo que ya estaba, así que salió
Jake puso una carita con la que bien hubiera podido interpretar al gato de Shreck, incluso le añadió un puchero que le arrancó a Nina una sonrisa de condescendencia.—Tienes un ingenio poderoso… pero no se te va a hacer, Jake —le aseguró negando.—¡Oye! ¡No es ingenio! La diseñadora me pidió tus medidas y las necesito para tu ropa nueva.Nina se bajó de la cama intentando aguantarse la mueca de sorpresa.—¡Pero claro que no! ¿Yo para qué quiero la ropa de una diseñadora? —protestó—. A mí con lo que hay ahí mismo en el supermercado me va bien…—Y yo lo sé, yo lo sé… —aseguró Jake restándole importancia—. De hecho solo le pedí unos jeans y unos suéteres, pero igual necesito las medidas porque si tu trasero luego no cabe en un je
Nina no podía ponerle un nombre a lo que estaba sintiendo. Ni siquiera podía describirlo. Antes había pensado que estar cerca de Jake era como una montaña rusa, llena de emociones fuertes, y ahora simplemente el carrito en el que iba se había descarrilado.Tampoco sabía lo que sentía por Jake. Le gustaba, eso era indiscutible. En el sentido más carnal, más elemental y básico. Eso era pura química , pero no era lo único que había entre los dos. Nina sentía que podía ver en él más de lo que le dejaba ver a cualquier otra persona. Le gustaba que a veces era hosco, incluso un poco insensible, siempre trataba de salirse con la suya y no lo ocultaba. Era cruelmente sincero y eso le gustaba, porque prefería eso que a la gente con doble cara.Nina suspiró y se dejó caer hacia atr&